Estatut al nordeste
Cuando aquella revisi¨®n de la norma auton¨®mica fue cuestionada por los pont¨ªfices del catastrofismo, sus fieles le negaron el pan y la sal del tr¨¢mite y, en consecuencia, cualquier posibilidad de adjudicarle el rango de Ley Org¨¢nica, y se confabularon adem¨¢s para expulsarla del reino del ordenamiento jur¨ªdico e incorporarla al cap¨ªtulo m¨¢s abrupto e imprevisible de las devastaciones naturales. Ni el Katrina ni el Wilma le llegaban a la suela de los zapatos: su ojo era el ojo del c¨ªclope y ten¨ªa su misma fuerza descomunal. Pero convertir una propuesta de pol¨ªtica territorial, por osada que sea, en meteoro es m¨¢s que una estrategia, una estratagema, y una estratagema suele dar en fingimiento, y el fingimiento, en fracaso. De modo que antes de que ¨¦ste se produjera, los capitanes de la alarma social hicieron una llamada secreta a larga distancia. Y no mucho despu¨¦s, un fervoroso e iluminado predicador, desde M¨¦xico, nos cant¨® sus ma?anitas: Que si estamos "al borde del abismo", que si "abocados a una grave crisis nacional", que si corremos "serios riesgos de desintegraci¨®n y de balcanizaci¨®n" y, ya en pleno delirio apocal¨ªptico, advirti¨® de que nos anduvi¨¦ramos con mucho tiento, porque si no pod¨ªamos volver "hist¨®ricamente a las andadas". Algo tremendo, en fin. Y despu¨¦s del presagio, seg¨²n aventuraron algunos, el desbocado predicador regres¨® a Georgetown, donde, al parecer, le incuba los huevos a la serpiente. Mientras otros revolv¨ªan en aquella revisi¨®n de la norma auton¨®mica, pero ya admitida a tr¨¢mite, y ajustaban conceptos y se hac¨ªan papilla las meninges d¨¢ndole vueltas a la sem¨¢ntica y al articulado de la ley de leyes, los catastrofistas persist¨ªan, semana tras semana, en la murga de sus demoledores vaticinios, con la esperanza de que cualquier noche el hombre del tiempo anunciara: "Un estatut de estragos se extiende desde el nordeste a toda la Pen¨ªnsula". Un anuncio as¨ª no les vendr¨ªa nada mal, para ocultar sus frustraciones y su inseguridad en el futuro. Pero el invento se les qued¨® en farsa. Las andadas no volver¨¢n a andarse. La gente ya no traga y solo anda a su aire.
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