Tambi¨¦n le llaman tedio
1
Esta ma?ana he visto que en la plaza de Lesseps siguen cautas y lentas las obras de la futura l¨ªnea 9 del metro, pero que, en curioso contraste, han ido a una velocidad de v¨¦rtigo las obras colindantes, las de la biblioteca Jaume Fuster, que se inaugura ya el pr¨®ximo domingo y que en los pr¨®ximos 10 d¨ªas recibir¨¢ la visita de Salman Rushdie y Kazuo Ishiguro, entre otros. La nueva biblioteca -como todas las que se construyen ¨²ltimamente en Catalu?a- tiene un aspecto un tanto as¨¦ptico, serio, vulgar, tirando a aburrido. Habr¨¢ quien se pregunte qu¨¦ otro aspecto podr¨ªa tener. Pues ser¨ªa deseable que una biblioteca nueva pudiera ser, entre otras cosas, un recinto a la espera de grandes risas, de esa felicidad de carcajada que llega tantas veces a trav¨¦s precisamente de la lectura. A m¨ª me parece que no tienen por qu¨¦ estar re?idas la alegr¨ªa y los libros. "No hago nada sin alegr¨ªa", escribi¨® Montaigne. ?Y acaso no sabemos ya desde hace tiempo que Dante no fue ¨²nicamente severo? Yo comparto con el profesor y amigo Jordi Llovet la impresi¨®n de que nuestras bibliotecas tienen algo entre conventual y puritano. En ellas, por ejemplo, no se puede uno re¨ªr con estridencia cuando precisamente la literatura est¨¢ llena de cosas irrisorias. Es m¨¢s, la propia literatura es la que viene record¨¢ndonos desde siglos que la seriedad es un continente misterioso del cuerpo que sirve para esconder los defectos de la mente.
Hay que ir contra el aburrimiento como quien va contra ese tipo de gravedad o seriedad con la que tantos miserables ocultan sus defectos mentales. Adem¨¢s, que yo sepa, el gran Jaume Fuster era un hombre divertido. En todo esto he pensado esta tarde cuando he vuelto a la plaza para volver a examinar la biblioteca y dar una ojeada al sucio y ca¨®tico entorno de Lesseps, tan vergonzosamente abandonado por Barcelona desde hace d¨¦cadas. Me he acordado entonces de que en ese mismo escenario, hace ya muchos a?os, un amigo, que siempre se hac¨ªa el misterioso, detuvo mis pasos para contarme al o¨ªdo un secreto que result¨® ser decepcionante y, sobre todo, muy aburrido. Nada tan chocante como un secreto aburrido. Esta tarde he temido de pronto que alguien quisiera contarme alg¨²n secreto insulso de la nueva biblioteca. Y para pensar en algo diferente me he dicho que, si la biblioteca Fuster nos sorprendiera a todos con un bar chiflado y tremendamente divertido, algunos vecinos lo agradecer¨ªamos, pues no hay un lugar de la ciudad que est¨¦ peor de bares que esta plaza de Lesseps de todas las desdichas y seriedades. Me he dicho todo esto y luego he asomado la cabeza por uno de los pocos caf¨¦s dignos de la zona y he observado a cuatro parroquianos que segu¨ªan en un rancio televisor el debate parlamentario sobre el Estatut y, tal vez por la proximidad de la flamante biblioteca, viendo en la pantalla la seriedad y el presumido rictus del diputado y petimetre Acebes, me he acordado de P¨ªo Baroja cuando dec¨ªa que la mayor parte del entusiasmo que produce el r¨¦gimen parlamentario en ciertos trepadores depende de la posibilidad de hacer una carrera con rapidez, de la ilusi¨®n de representar un papel en el Congreso, de farolear, dar unos paseos en la tribuna, y de estirarse los pu?os ante el p¨²blico.
2
Dec¨ªa Fran?ois de la Rochefoucauld que a menudo perdonamos a los que nos aburren, pero no podemos perdonar jam¨¢s a aquellos a los que hemos aburrido.
3
Baroja odiaba tener hijos porque los pisos de Madrid le parec¨ªan peque?itos, aburridos y mezquinos. Pero escribi¨® que le habr¨ªa gustado tener una gran familia viviendo en una granja en Am¨¦rica o Australia, "con una vida amplia y f¨¢cil". A m¨ª que me disculpen los australianos, pero a su pa¨ªs no quisiera tener que ir nunca. En primer lugar, me queda lejos y, adem¨¢s, s¨¦ que es un pa¨ªs enormemente plomizo. Por otra parte, uno no puede dejar de recordar -aunque sea una leyenda manipulada- que los ingleses poblaron esas tierras con todos los delincuentes que sobraban en su isla y que, por tanto, all¨ª viven aburridos los descendientes de esos indeseables. Y, en tercer lugar, porque la presencia constante de canguros saltarines puede acabar resultando un soberano latazo. Hasta el d¨ªa de hoy, Australia s¨®lo ofrec¨ªa una clara ventaja con respecto a casi todos los dem¨¢s pa¨ªses. Era uno de los pocos lugares de la tierra donde a¨²n no sab¨ªan qu¨¦ es un atentado terrorista. Pero eso acaban de estropearlo en parte los servicios secretos australianos anunciando que el pa¨ªs est¨¢ ya en el punto de mira de los radicales isl¨¢micos. Puede que hayan vencido con eso al tedio, pero ?era necesario anunciar lo que tal vez s¨®lo sea una hip¨®tesis de trabajo? ?Han querido curarse en salud por si acaso se produce alg¨²n atentado? Quiz¨¢ tengan sobradas pistas y anden en lo cierto con su anuncio, pero uno no puede dejar de pensar que, en el caso de que sea una alarma creada para dar la sensaci¨®n de que trabajan, lo ¨²nico que habr¨¢n logrado los componentes de la ASIO, la agencia de inteligencia de ese pa¨ªs, es darles una idea m¨¢s a los terroristas y de paso lograr el innecesario ingreso de Australia en el club del miedo mundial. Si fuera as¨ª, desde luego a estos servicios secretos s¨®lo les habr¨ªan superado en torpeza aquellos polic¨ªas secretos espa?oles que, har¨¢ de eso ya pronto 30 a?os, hacia 1976, se manifestaron en Madrid a cara descubierta pidiendo un aumento de sueldo. El pueblo dej¨® sus pisos peque?itos y sali¨® a la calle a fotografiarles. Fue aquel, por cierto, uno de los espect¨¢culos m¨¢s irrisorios y menos aburridos que he visto en mi vida.
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