El editor en el trapecio
Hijo del pintor Vincent Korda y sobrino de dos grandes de Hollywood, Zoltan y Alexander Korda, se ha dedicado en cuerpo y alma al mundo editorial. Amigo de Graham Greene o Tennessee Williams, confiesa sus secretos como editor: dar cari?o a los escritores y bailar en la cuerda floja por ellos.
Cuando cuenta c¨®mo le hablaba al tel¨¦fono Tennessee Williams pone el acento sure?o, y delicado, del autor de La gata sobre el tejado de zinc, de quien fue su editor; Michael Korda, ingl¨¦s de origen, norteamericano desde muy joven, arruga los ojos, se pone la mano como si hiciera un auricular, y luego emite: "Hey baby, I am Tennessee", pronunciado Tennes¨ª¨ª¨ª, y lo hace con una mezcla tan conmovedora de candor, e incluso de l¨¢stima, que parece que est¨¢ hablando de un pariente muy cercano que fuera encantador, pero que no tuvo suerte en la vida. Es uno de sus centenares de autores, y es acaso el hombre m¨¢s roto del que habla Korda, director literario de Simon and Schuster, una de las grandes empresas editoriales de Estados Unidos, en su libro de memorias Editar la vida, que apareci¨® en ingl¨¦s hace cinco a?os y que public¨® recientemente Debate en Espa?a. Lateralmente, en ese libro aparece tambi¨¦n otro de los grandes hombres destrozados de la Am¨¦rica de posguerra, Truman Capote, a quien Korda nunca edit¨®. Pero en aquellos a?os de los que habla en su libro, Capote era una figura que estaba en todas partes, y tambi¨¦n con Korda, en almuerzos, en parties y tambi¨¦n en el tel¨¦fono. Muchos de sus autores le despertaron numerosas veces, entre ellos Jacqueline Susann, Joan Crawford, las hermanas Collins o Harold Robbins. Fue tambi¨¦n el editor de Richard Nixon y de Ronald Reagan, y habla de ellos con la misma familiaridad comprensiva con la que ¨¦l dice que hay que tratar a quien lleva su manuscrito a una editorial? ?Y por qu¨¦ le despertaba a usted Capote? "Truman hab¨ªa escrito mi nombre y mi n¨²mero en una peque?a libreta de notas, junto al nombre de su propio editor, y cuando estaba m¨¢s desesperado, en torno a las tres de la madrugada, se confund¨ªa y marcaba mi n¨²mero. 'Truman, que yo no soy tu editor', le dec¨ªa? La verdad es que jam¨¢s le vi sobrio".
"Si no tienes sentido del humor, nunca podr¨ªas tratar con los autores. Y adem¨¢s tienes que ser comprensivo"
"Cualquier libro se puede arreglar. En EE UU, el editor es el 'chef' que re¨²ne los ingredientes para hacer una tarta"
"El peor error que puedes cometer en el mundo editorial es querer transformarlo. Se trata de vender libros"
Descendiente de una familia extraordinaria, los Korda (Alexander, su t¨ªo, y Vincent, su padre), proviene de Hungr¨ªa, y vivi¨® la infancia y la adolescencia rodeado de grandes del cine, del teatro y de la literatura. ?l es el que cuenta c¨®mo trabajaba Graham Greene, gran amigo de sus padres: el escritor ingl¨¦s se despertaba muy temprano, en un yate, en un hotel, en una casa; iba directamente a una mesa, y all¨ª escrib¨ªa -"como si estuviera haciendo el padrenuestro"- 500 palabras, y no 501 o 499; luego se desperezaba y exclamaba: "?Es todo por hoy! Ahora vayamos a desayunar". Lleg¨® a ser editor de Greene, que fue para ¨¦l como un segundo padre, porque los anteriores editores del autor de El tercer hombre (que su padre produjo en cine) quisieron cambiarle el t¨ªtulo de Viajes con mi t¨ªa. Graham Greene les envi¨® un telegrama: "Es m¨¢s f¨¢cil cambiar de editor que cambiar de t¨ªtulo". Y se puso en manos de quien fue su amigo cuando a¨²n era un adolescente.
Fue editor desde muy joven, porque amaba leer y adem¨¢s le pagaban por ello, y lleg¨® a ser uno de los editores de m¨¢s ¨¦xito de su pa¨ªs, y lo sigue siendo; en su despacho nos mostr¨® la lista de los libros m¨¢s vendidos de The New York Times, y ten¨ªa subrayados en amarillo dos obras que ¨¦l llev¨® a Simon and Schuster. Su libro es una aventura que adentra al lector en el mundo empresarial, en la cultura americana de la posguerra, hasta mediados de los noventa, cuando parece que hombres como ¨¦l tendr¨ªan que ir haciendo sitio, en el universo que ha ocupado, a un modo distinto de concebir el negocio de tratar con los libros y con sus autores, y cuando las empresas editoriales empezaron a formar parte de grandes conglomerados que no s¨®lo se dedicaban a hacer libros. Sigue teniendo proyectos, sigue publicando, y ¨¦l mismo contin¨²a escribiendo sus libros, que en algunos casos llegaron a ser tambi¨¦n n¨²meros uno en las listas de los m¨¢s vendidos. Cree que va a retirarse en dos a?os, a los 74, y cuando nos recibe -enjuto, simp¨¢tico, dicharachero y ocurrente- corrige a¨²n su pr¨®xima obra, Arriba, magiares, sobre una revoluci¨®n en la que ¨¦l particip¨®, la revoluci¨®n h¨²ngara de 1956, que se publicar¨¢ el a?o pr¨®ximo. Su despacho est¨¢ lleno de recuerdos, entre los cuales sobresalen los planos y las fotograf¨ªas de una casa que ama, la que tiene en Santa Fe (Nuevo M¨¦xico), y un retrato de Tennes¨ª¨ª¨ª. Le da verg¨¹enza no hablar espa?ol, pero se justifica diciendo que sabe tambi¨¦n alem¨¢n, h¨²ngaro, franc¨¦s, italiano, ruso? Su modo de contar la relaci¨®n con autores se parece mucho al candor comprensivo con que nos relat¨® en su despacho las llamadas de Tennes¨ª¨ª¨ª, y cuando va avanzada la conversaci¨®n y la confianza, y llega la cena -que transcurre en un hotel donde le agasajan como lo que es tambi¨¦n, un autor-, ya est¨¢ claro por qu¨¦ sus autores quisieron, y quieren, tanto a Korda: porque es un hombre de un sentido del humor capaz de transformar los dramas que surgen en las madrugadas y en las pesadillas de los escritores en peque?os asuntos a los que ¨¦l les va a quitar toda importancia. Est¨¢ algo sordo, y ¨¦l se excusa, pero ¨¦sa la es m¨¢s venial de sus enfermedades: tuvo un paro cardiaco y c¨¢ncer de pr¨®stata. A juzgar por su buen humor, este hombre tan c¨¢lido como veloz (Peter Mayer, su colega, dice que "es el editor m¨¢s r¨¢pido que he conocido") es capaz de superar otra guerra mundial, o la mayor pesadilla.
Ha escrito usted un libro muy divertido.
Quise hacerlo as¨ª. Pero se me olvid¨® contar una an¨¦cdota que acaso le explique a usted c¨®mo es de verdad el mundo editorial. Se cuenta en el cruce de cartas de dos grandes editores de Random House, Bennett Surf y Donald Clamford. Era la guerra mundial, y Donald la hac¨ªa en Inglaterra, con el servicio de inteligencia de Estados Unidos. Acababa de recibir, de Bennett, la noticia de que un libro de su editorial hab¨ªa sido seleccionado por el Club del Libro del Mes, una lista decisiva para el ¨¦xito de un libro en Estados Unidos. Y Donald fue a ayudar a sacar a los heridos que ven¨ªan de un avi¨®n machacado en combate. Cuando Donald vio salir al piloto, que tambi¨¦n trabajaba en Random House, fue corriendo a abrazarle: "?Bob! ?Bob! ?Uno de nuestros libros ha sido seleccionado para el Libro del Mes!". La verdad es que publicar libros es divertido. Para m¨ª hubiera sido muy dif¨ªcil escribir sobre el mundo editorial sin sentido del humor. Por ejemplo, si no tienes sentido del humor, nunca podr¨ªas tratar con los autores. Ser¨ªa demasiado dif¨ªcil, horrendo y aburrido. Y adem¨¢s tienes que ser comprensivo. Hay gente que dedica su vida a escribir libros, en la mayor soledad, y luego vienen a ti con sus manuscritos. Los autores me despiertan ternura.
?Siempre ha sido as¨ª?
Siempre. Cada libro, cada manuscrito que entra por esa puerta es lo m¨¢s importante en la vida de su autor. Hay excepciones entre los libros que se escriben y que se publican, pues hay libros para perder peso, diccionarios, libros para hacer mejor el amor; pero los que me llegan a m¨ª representan sin excepciones lo m¨¢s importante en la vida de sus autores. El hecho de que sus libros sean triviales, insulsos, fusilados de otros libros o francamente malos no les afecta en absoluto, ¨¦sa no es su opini¨®n; ?sus libros son lo m¨¢s importante en sus vidas!, y t¨² tienes que tratarles teniendo en cuenta eso.
Habr¨¢ recibido de todo.
Hace 45 a?os, cuando yo era un joven editor en esta casa, llegaban cajas y cajas de manuscritos. Uno de ellos result¨® ser una copia de la Biblia, pero con otra puntuaci¨®n. El autor ten¨ªa una compleja teor¨ªa sobre c¨®mo la puntuaci¨®n lo era todo en la Biblia. Hace a?os yo le publicaba sus libros a Susan Howard, que era una autora de ¨¦xito y ahora sigue escribiendo novelas religiosas para Knopf. Recuerdo que Susan ten¨ªa un beb¨¦, un matrimonio complicado; era secretaria y viv¨ªa en una casa muy peque?a de Nueva Jersey. Cuando la conoc¨ª me dijo que hab¨ªa escrito su libro en la mesa de la cocina despu¨¦s de preparar la cena a su marido y a su beb¨¦. Se publican 60.000 libros anualmente en Estados Unidos, y en este mismo momento unas 200.000 personas, de las que quiz¨¢ s¨®lo llegue a publicar un 10%, est¨¢n escribiendo uno, y todas ellas creen que con su libro van a cambiar el mundo o a lograr un ¨¦xito que va a compensar toda su vida.
Una avalancha insuperable de autores?
A no ser que tengas sentido del humor, ser¨ªa imposible estar en este mundo. El 99% de las veces tienes que rechazar los libros. Y el 1% de las veces tienes que lidiar con aquellos a los que has dicho que s¨ª. ?Pero el 99% de las veces le est¨¢s diciendo no a personas que se han pasado la vida escribiendo su gran obra! Es muy triste estar en medio de los sue?os y de las aspiraciones de la gente, y ser t¨² quien las tiene que hacer cumplir y que te lo impida tu obligaci¨®n profesional.
En su oficio es important¨ªsimo aprender a decir no tanto como aprender a decir s¨ª?
Digo no mil veces antes de decir s¨ª. Cuando digo s¨ª estoy asumiendo muchas responsabilidades con respecto a la persona con la que me comprometo. Es complicado, porque en este pa¨ªs, particularmente, el editor es el v¨ªnculo entre la editorial y el escritor, as¨ª que he sido m¨¢s de mil veces el responsable de un libro de una forma directa. Puedes intentar adivinar si un libro va a ser un ¨¦xito de ventas o un fracaso, pero no siempre aciertas. Hubo un periodo de mi vida, entre los 30 y los 50 a?os, en el que acertaba m¨¢s de lo que me equivocaba. Pero ahora ya no es as¨ª. Si aciertas un 51% del tiempo eres un genio. Un cierto grado de fracaso es parte de todo negocio, y existe en todas las partes.
Pero usted dice que sin el entusiasmo no existir¨ªa el editor.
Es que ¨¦ste es un oficio de entusiastas. Es casi imposible ganar el dinero suficiente como para compensar el entusiasmo que se pone en este negocio. F¨ªjese que hace 30 o 40 a?os lo ¨²nico que ten¨ªan que hacer las editoriales era mantenerse a flote. Pero en el mundo que vivimos, aquellas editoriales que se manten¨ªan a flote fueron absorbidas en muchos casos por gigantes; Bertelsmann, por ejemplo, compr¨® editoriales en todo el mundo, y esos gigantes se han sentado a esperar a que el dinero llegara a la caja. Lo que pasa es que eso no funciona exactamente as¨ª. Y no siempre son los grandes grupos los que colocan sus libros en los n¨²meros uno; de vez en cuando hay alguien muy humilde que publica un libro que nadie conoce y que consigue ponerse a la cabeza de los best sellers. Hay misterios as¨ª. Cada libro que publicas es un experimento.
Esa concentraci¨®n de la que usted habla tiene su reino en Estados Unidos; su propia compa?¨ªa, Viacom [que se dedica a editoriales y a medios de comunicaci¨®n], concentra varias empresas.
Ahora mismo, en Estados Unidos s¨®lo hay dos o tres editoriales independientes. Si tomamos a Bertelsmann, por ejemplo, integra a Random House, Knopf, Bantam, Banthan, etc¨¦tera. Algunos de esos sellos, como Knopf, tienen su propia personalidad, de modo que pueden tener vida propia aunque pertenezcan a un grupo. Otras, como Banthan, van a peor por falta de personalidad; ya no s¨¦ ni qui¨¦nes son, ni qu¨¦ hacen. Antes, las editoriales ten¨ªan m¨¢s personalidad; el editor ten¨ªa una cara, un tel¨¦fono, un contacto. Y los escritores mismos eran celebridades. Recuerdo que la sede de Random House estaba en la Quinta Avenida y compart¨ªa edificio con la di¨®cesis de Nueva York?; cuando John O'Hara, un c¨¦lebre autor de aquellos tiempos, ten¨ªa un Rolls-Royce, y uno de sus caprichos era que las puertas se abrieran y que hubiera varias plazas libres en el patio para aparcar su espl¨¦ndido autom¨®vil. Hoy d¨ªa, eso no ocurre. Los escritores ya no tienen ese ego ni expresan tales excentricidades. Y los editores son ahora m¨¢s discretos. Pero antes, los editores dispon¨ªan de comedores privados, ten¨ªan sus chefs particulares, daban banquetes y compet¨ªan tambi¨¦n sobre la calidad de sus comidas. Random House ten¨ªa un chef mejor que el de Simon and Schuster, hasta que esta compa?¨ªa decidi¨® estar por encima. E invitaban a los escritores como un modo de hacerlos m¨¢s importantes. Ahora, ya nadie hace eso.
Michael Korda es hijo de Vincent Korda y de su primer matrimonio con la actriz Gertrude Musgrove, que a los 94 a?os a¨²n vive en Palm Beach (Estados Unidos). Cuando le preguntamos por su madre, Korda apunt¨® en su libretita que deb¨ªa llamarla esa noche. La primera vez que los padres discutieron en serio fue en el hotel Ritz de Madrid, en 1936, cuando empezaba la Guerra Civil espa?ola; ¨¦l ten¨ªa tres a?os, y su padre hab¨ªa venido a colaborar con el fot¨®grafo Robert Capa. Vincent Korda es el responsable art¨ªstico y de producci¨®n de filmes como El Rolls-Royce amarillo, El d¨ªa m¨¢s largo, El ladr¨®n de Bagdad, La vida privada de Enrique VIII, To be or not to be, El tercer hombre? Michael asisti¨® a algunos de esos rodajes, y guarda un recuerdo especial de El tercer hombre (Carol Reed, 1949, rodada en Viena), en el que coincidi¨® con uno de los grandes de su vida, Graham Greene, a quien se debi¨® la idea literaria del filme. En Editar la vida cuenta Korda c¨®mo lo concibi¨®: ten¨ªa una idea, la escribi¨® en un papel, se la dio a Vincent Korda y ¨¦ste le convenci¨® para que siguiera escribiendo regal¨¢ndole un castillo en el sur de Francia.
El t¨ªo de Korda, Alexander, inseparable de su padre, fue tambi¨¦n director y productor de cine, y esposo de la actriz Merle Oberon. Y a¨²n hay otro t¨ªo, Zoltan Korda, uno de los grandes directores del cine brit¨¢nico de los a?os treinta. En 1979, Michael Korda describi¨® ese glamouroso mundo familiar en su libro Charmed lives, traducido aqu¨ª como Una vida encantada. "El t¨ªtulo es ir¨®nico: una vida encantada; daba la impresi¨®n de que lo era, pero en muchos casos era una vida de infierno".
Usted estaba condenado a vivir entre celebridades.
S¨ª, me cri¨¦ en una familia de cineastas, escritores y artistas. Estaba rodeado de gente con egos enormes. Los amigos de mi padre eran Andre Derain, Picasso, Brassai, Capa? Mi t¨ªo Alex era amigo de gente como Winston Churchill. Hay excepciones, pero generalmente los escritores no tienen la publicidad que alcanzan las estrellas del rock o del cine de Hollywood, o Donald Trump. El escritor en este pa¨ªs est¨¢ muy por debajo de la media de las celebridades; por tanto, desarrolla un ego m¨¢s grande, forjado por la necesidad de ser importante y respetado. Yo fui editor de George Harrison y de John Lennon. A su lado te dabas cuenta de la fama que les rodeaba, algo que jam¨¢s dar¨¢ escribir y publicar libros. A veces se juntaban los libros con la fama propiamente dicha, y entonces era el caos del glamour. Recuerdo ir a una fiesta en Beverly Hills con Irving Lazar [agente de celebridades de la literatura y el cine] y [la actriz] Joan Collins. Publiqu¨¦ dos o tres libros de Joan y algunos de su hermana la escritora Jackie Collins. En ese momento, en aquella fiesta en Beverly Hills, ella estaba en la c¨²spide de su fama, como protagonista de aquella serie de televisi¨®n, Dinast¨ªa. Cuando llegamos a la fiesta se abri¨® la puerta de la limusina; alguien dijo: "?Joan Collins!", y ella se baj¨® ante una llamarada de luces y una docena de reporteros. Pero ¨¦ste no es el mundo que les espera a los escritores. Por ejemplo, Salman Rushdie debe su fama, aparte de que sea un buen escritor, a que fue condenado a muerte. Siempre habr¨¢ un murmullo especial cuando alguien como ¨¦l entra en una fiesta. Pero nunca tendr¨¢ la misma repercusi¨®n que si entraran Paris Hilton o Nicole Kidman.
Usted cuenta relaciones muy divertidas con famosos. No se cre¨ªa que Joan Crawford escribiera de verdad sus libros, con aquellas u?as no se pod¨ªa teclear. Ella le ense?¨® su guardarropa, donde todos sus trajes ten¨ªan escrita la historia que ella les atribu¨ªa.
Cuando trabajas con gente famosa acabas acostumbr¨¢ndote. Son como monstruos sagrados. Ya no quedan tantos. Mire la lista de ¨¦xitos. Ya no hay un Norman Mailer, o un Capote. ?A qui¨¦n de los que aparecen hoy reconocer¨ªa por la calle? El escritor como estrella fue algo de los a?os sesenta, y la ¨²ltima que represent¨® esa personalidad fue Jacqueline Susann.
Usted le arregl¨® libros a Jacqueline Susann. ?Qu¨¦ cara se le pone al autor?
Europa y Estados Unidos son distintos en ese plano. Claro que hay escritores con los que eso no se puede hacer, primero porque no lo necesitan y segundo porque no te dejan. Pero, en esencia, muchas novelas comerciales est¨¢n escritas por gente que no tiene la habilidad de escribirlas. Todo se puede arreglar. Y eso es lo que hacen los editores, yo lo he hecho. En este pa¨ªs, el editor es el chef que re¨²ne los ingredientes para hacer una tarta. Es curioso, en Inglaterra no existe este perfil. Y muchos de los libros que vienen de all¨ª nos parecen mal editados. Tampoco existen editores as¨ª en Francia. Y seguro que tampoco los hay en Alemania o en Espa?a. En Italia s¨ª ocurr¨ªa cuando Mondadori era una editorial fuerte. Creo que ¨¦ste es un fen¨®meno americano.
?Lo sigue haciendo?
Ya no lo suelo hacer. De joven no me importaba dedicar 18 horas al d¨ªa a reescribir un libro. Ahora prefiero que los escritores sepan escribir. En el caso de Jackie Susann, a ella le hubiera molestado que no le hubi¨¦ramos prestado la atenci¨®n que tuvo. Si yo le hubiese dicho: "Genial, Jackie, el libro est¨¢ perfecto, vamos a publicarlo", ella se hubiera molestado. Adem¨¢s, Jackie era una persona muy realista. Quer¨ªa y esperaba que un equipo le ayudara a contar su historia. Ella sab¨ªa qu¨¦ quer¨ªa contar, conoc¨ªa qu¨¦ pensaban sus personajes, pero no pod¨ªa escribir. Lo que ocurr¨ªa con ella era como lo que pasa con los actores: aceptan ser dirigidos, y lo que importa es el producto final.
A Joan Collins tambi¨¦n le escrib¨ªan.
Ten¨ªa su equipo, pero eran sus historias. Ella se sent¨ªa igual de orgullosa de su libro que Marcel Proust de los suyos. Joan Crawford ten¨ªa sus escritores, pero hablaba de sus palabras como si ella las hubiera ensamblado personalmente.
Los presidentes tampoco escriben?
Cuando recib¨ª el manuscrito de las memorias de Reagan, lo primero que pens¨¦ es que ¨¦l no hab¨ªa escrito una sola palabra, y que adem¨¢s no ten¨ªa el menor inter¨¦s por haberlo hecho. Y era una l¨¢stima, porque luego le¨ª sus intervenciones en la radio, que s¨ª escribi¨® ¨¦l, y pens¨¦ que se expresaba con mucha soltura. Pero lo de escribir libros le daba igual.
Cuenta usted c¨®mo fabric¨® Ronald Reagan su encuentro privado con Gorbachov, como si los dos hubieran estado realmente solos.
Hay que tener en cuenta que Reagan era un actor. Y pint¨® esa escena como a ¨¦l le hubiera gustado que ocurriese. F¨ªjese que Reagan pronunci¨® una vez un discurso para rendir homenaje a unos hombres que hab¨ªan ganado medallas por su heroicidad. Cuando se dirigi¨® al p¨²blico cont¨® la historia de un joven soldado que se qued¨® atrapado en un avi¨®n en llamas. El piloto pudo agarrar de la mano al joven y le dijo: "No te preocupes, muchacho, estamos juntos". Y le dieron la medalla de honor. Mientras lo contaba se le saltaban las l¨¢grimas. ?Y esa historia no sucedi¨®, la tom¨® Reagan de una pel¨ªcula de la Warner Bros., de 1943!
Usted narra un momento muy intenso de las negociaciones para sacar el libro: cuando Reagan duda si comerse o no la ¨²ltima galleta que queda en un plato.
No creo que eso refleje la simplicidad de Ronald Reagan. ?l quer¨ªa esa ¨²ltima galleta, pero hab¨ªa sido educado en una familia muy estricta, que le hab¨ªa ense?ado que era de mal gusto comerse la ¨²ltima galleta. Como presidente pod¨ªa cogerla, pero como Ronald Reagan ten¨ªa que reprimirse.
Nixon?
Me lo present¨® su hija. Si se lee como lo describo en mi libro, se advierte muy bien que mi intenci¨®n no es juzgar a las personas, sino contar c¨®mo son, o c¨®mo eran. Como regla general, s¨®lo escribo lo que recuerdo, y tengo muy buena memoria. Pero jam¨¢s me burlo, jam¨¢s critico; cuando escribo no ficci¨®n intento ser una c¨¢mara.
?Y qu¨¦ foto tiene de Nixon?
Era un hombre muy inteligente. Probablemente el presidente m¨¢s inteligente despu¨¦s de George Washington y de Abraham Lincoln. Pero con un mal juicio moral y pol¨ªtico, y con defectos de car¨¢cter que le hubiesen supuesto grandes problemas en cualquier profesi¨®n que hubiese escogido. Pero era inteligente. Creo que la combinaci¨®n de agresividad y sospecha intensa que ten¨ªa Nixon queda clara en el libro. Pero no le juzgo. Kissinger, para quien tambi¨¦n trabaj¨¦ como editor, siempre me dec¨ªa que mi retrato de Nixon era sesgado. Y le entiendo, porque ese retrato no era el del Nixon que ¨¦l conoci¨®.
El editor ve un personaje que los otros desconocen?
Y todos los personajes deben interesarle. Publiqu¨¦ las memorias de Breznev; sab¨ªa ruso, y cre¨ª que era el editor adecuado para publicarlo. Publiqu¨¦ a Sharon, me cae bien, y con ¨¦l no estoy de acuerdo. Pero los editores y los periodistas son iguales en esto: no deben juzgar a la gente que est¨¢n entrevistando, o publicando. Quise publicar las memorias de Albert Speer [colaborador de Hitler]. Cuando le llev¨¦ el libro a Max Schuster [de Simon and Schuster] me dijo que no pod¨ªa publicarlo: no quer¨ªa que su nombre se asociara al de un dirigente nazi. En general, no creo que deba ser el editor quien juzgue moralmente al escritor. Si la historia es buena, si crees que va a vender, deja que se cuente. Y si publicas a Hillary Clinton, debes estar dispuesto a publicar a Laura Bush. Y si los autores se sienten inc¨®modos, pues que les den.
Es usted muy tierno con Tennessee Williams.
Yo era amigo de Tennessee. Yo le quer¨ªa mucho. Tambi¨¦n quise mucho a Graham Greene. Fue un segundo padre. Creo que tienes que ser muy cauteloso en este mundo y no hacerte muy amigo de los autores a los que publicas. Es un mundo muy cruel, y las relaciones que se crean dentro de las editoriales no son eternas. Si todos tus amigos son escritores, tarde o temprano vas a perder amigos, bien porque se marchan a otra editorial o bien porque sus libros fracasan.
Su primer amigo escritor fue Graham Greene.
Graham hubiera encandilado a cualquiera que, como yo, tuviera 15 o 16 a?os. Era extraordinario. Y un escritor maravilloso. Fue un hombre maravilloso y le echo mucho de menos. Tambi¨¦n echo mucho de menos a Carlos Castaneda [cuyo primer libro fue una tesis doctoral por la que Korda apost¨® para convertir al famoso cham¨¢n en uno de los personajes m¨¢s influyentes de los a?os sesenta y setenta en el mundo].
Pero la gran influencia de su vida fue su familia?
De mi familia recib¨ª un gran regalo gen¨¦tico. De mi padre hered¨¦ su capacidad art¨ªstica. De mi t¨ªo Alex, la habilidad de tratar con gente. Pero es dif¨ªcil ser objetivo con mi familia. Creo que lo dej¨¦ claro en mi libro, Charmed lives: no eran personas felices. Para mi t¨ªo Alex, por ejemplo, la felicidad no era su objetivo. A ¨¦l le interesaba el dinero, la fama, vivir muy bien, y el amor de mujeres guap¨ªsimas. Y lo consigui¨®. Pero no era feliz. Tampoco creo que ¨¦l esperara ser feliz. ?sa es una esperanza muy americana. Nosotros los europeos pensamos que la felicidad no tiene que ver con conseguir cosas. En EE UU existe la convicci¨®n de que la felicidad se puede fabricar. El 90% de los libros que se publican aqu¨ª tratan de eso.
?Qu¨¦ es para usted el mundo editorial en el que ha vivido?
Un circo. Y para sobrevivir en ¨¦l tienes que haber nacido en ¨¦l. El circo expulsa a aquellos que vienen de fuera; eso es lo que le pas¨® a Harold Evans [un gran periodista que dirigi¨® en el Reino Unido The Times y The Sunday Times, y luego fue directivo de Random House en Estados Unidos], un hombre con tantos talentos; pero las lealtades de este mundo son con aquellos que se han hecho en ¨¦l. El peor error que puedes cometer si entras en el mundo editorial es querer transformarlo como si fuera el mundo del cine o de la televisi¨®n. Se trata de vender libros, es otra cosa. En este trabajo tienes que ser siempre un poco c¨ªnico; en este sentido, se parece a la televisi¨®n: los desastres generan ventas. Para nosotros no existe una mala noticia. En t¨¦rminos de venta, las malas noticias son buenas para nosotros.
?Ya no le llaman a las tres de la madrugada, como Capote?
Pobre Capote. Es muy dif¨ªcil describir a Truman porque siempre le vi borracho. Muy interesante, pero muy raro. No, ya no me llaman tanto, ya no soy tan popular. En este pa¨ªs, escribir, y editar, es como andar sobre la cuerda floja a 150 metros de altura. Como en el circo.
?Y qui¨¦n es usted en ese circo?
Yo en ese circo soy el que est¨¢ en la cuerda floja.
'Editar la vida', de Michael Korda, est¨¢ publicado en Espa?a por Debate.
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