Por un futuro sostenible
La batalla por conservar el planeta se libra tambi¨¦n en casa. ?Armas? Aprovechamiento de energ¨ªas renovables y empleo de materiales menos t¨®xicos. No es una utop¨ªa. La sostenibilidad es una urgencia.
Al mundo le han dado un ultim¨¢tum: o se cuida o se muere. Los hechos hablan: consumimos madera tres veces m¨¢s deprisa de lo que los bosques pueden reforestarse; en el fondo del oc¨¦ano Pac¨ªfico hay seis veces m¨¢s pl¨¢stico que plancton; en cincuenta a?os, la flota mundial de coches se ha multiplicado por cien, y el calentamiento global ha hecho que la temperatura aumente entre 1,5 y 6 grados cent¨ªgrados. Pero hay m¨¢s problemas: los pesticidas que consumimos y respiramos sin darnos cuenta, la cantidad de vertidos t¨®xicos que, accidental o furtivamente, reciben r¨ªos y mares, y la convivencia tranquila que llevamos con materiales que, como anta?o el amianto, han resultado ser venenosos para el ser humano. Nuestra casa no est¨¢ exenta de los males que asolan el planeta. El aire acondicionado se ha generalizado en los hogares espa?oles.
Y ese dato es un indicativo tanto de la mejora en la capacidad adquisitiva de muchas familias como de la incapacidad de la arquitectura para aislar t¨¦rmicamente las viviendas. Pero el descontrol en el consumo el¨¦ctrico est¨¢ lejos de ser una soluci¨®n. Muy al contrario, es un agravante m¨¢s en la crisis energ¨¦tica.
Urge actuar. Pero ?podemos hacerlo desde los territorios que mejor controlamos, el privado, el dom¨¦stico? Aunque el 80% de la energ¨ªa que se consume en el mundo est¨¦ en manos de un 25% de la poblaci¨®n, todos somos autores, en menor o mayor grado, de este desastre. Ya no se trata de poner la lavadora con media carga o ducharse en lugar de ba?arse. La mayor¨ªa ya lo hacemos m¨¢s por econom¨ªa que por ¨¦tica: el problema del deterioro del medio ambiente ha dejado de ser un asunto moral para serlo de supervivencia. Muchos utilizamos en nuestras casas lacas o PVC -que generan compuestos venenosos en su proceso de fabricaci¨®n-, y no nos paramos a mirar si la madera con la que est¨¢ hecha la silla que vamos a comprar proviene de una tala selectiva o no. ?Bastantes cosas tenemos en la cabeza! Simplemente no nos fijamos, y si reparamos en ello, no tenemos dinero para pagar la diferencia.
Ser ecol¨®gico, tratar de ser sostenible, intentar cuidar el planeta, sale caro. Lo dice el arquitecto William McDonough, al que la revista Time nombr¨® h¨¦roe del a?o precisamente en un n¨²mero titulado ?Podemos salvar al planeta? "Antes de imponer la ley deben existir los medios para hacerla cumplir: no se puede obligar a alguien a abrocharse el cintur¨®n de seguridad sin forzar antes a la industria automovil¨ªstica a fabricar coches que los incorporen". Lo mismo sucede con las casas. La vivienda sostenible en el mundo, y no digamos en Espa?a, est¨¢ en fase embrionaria. Es la excepci¨®n, casi una excentricidad, en un mundo -el inmobiliario y el arquitect¨®nico- caracterizado por las grandes cifras y los grandes gestos art¨ªsticos. Con todo, aunque esquivemos la autor¨ªa de una parte del desastre, las consecuencias y los efectos nos afectan a todos. Con el mundo enfermamos todos, y la soluci¨®n parece apocal¨ªptica: los remedios individuales son gotas de agua. La salvaci¨®n pasa por un esfuerzo y un acuerdo comunes.
Aunque el dise?o sostenible fue, tradicionalmente, la norma en las culturas pre-industriales (empleaban materiales necesariamente locales, los reciclaban y constru¨ªan objetos necesarios con un ciclo de vida largo), se convirti¨® en la excepci¨®n con la sociedad industrial. En 1967, la Unesco organiz¨® una reuni¨®n internacional para fomentar el uso racional y la conservaci¨®n de la biosfera. Fue ¨¦sa la ocasi¨®n en la que por primera vez se habl¨® de un desarrollo sostenible. El Club de Roma se sum¨® a ese clima de advertencias y en un informe de 1973 augur¨® que en el a?o 2000 la poblaci¨®n del mundo llegar¨ªa a los 6.000 millones. No se equivocaron, pero s¨ª lo hicieron al vaticinar tambi¨¦n para esa misma fecha el agotamiento del petr¨®leo. Todas las advertencias de los a?os setenta fueron deso¨ªdas. Entonces la eficacia de los combustibles se med¨ªa en t¨¦rminos econ¨®micos; el tama?o de los coches, en t¨¦rminos pragm¨¢ticos, y la conservaci¨®n del medio ambiente no era una preocupaci¨®n colectiva; s¨®lo, y en todo caso, una cuesti¨®n verde, asunto de ecologistas. Ahora ya no valen etiquetas. Hoy el problema es urgente. Y es de todos.
Si la d¨¦cada de los setenta fue el tiempo de la concienciaci¨®n, y los ochenta, los a?os de los pioneros del reciclaje -recuerden: cuando los electrodom¨¦sticos todav¨ªa se reparaban, dise?adores como Ron Arad buscaban nuevos usos para el desguace de coches-, los noventa se convirtieron en los de las grandes reuniones mundiales: la cumbre de R¨ªo, en 1992, y la firma del Protocolo de Kioto, en 1997, pintaron un panorama tan desalentador por el estado del mundo como por la incapacidad de sus dirigentes para ponerse de acuerdo. La otra cara de los noventa fueron las iniciativas de algunas grandes industrias como la holandesa Philips, pionera en exigir a sus proveedores y unidades de venta el certificado de sistemas de gesti¨®n ambiental ISO 14000: el sello verde que garantiza un funcionamiento poco contaminante. En los noventa apareci¨® tambi¨¦n una asociaci¨®n internacional: el World Business Council for Sustainable Development (Consejo Mundial de Empresas para un Desarrollo Sostenible), 175 grandes firmas, entre las que se encuentran Nokia, Coca-Cola, Bayer, Henkel, Michelin, Renault, L'Or¨¦al, Mercedes, Vodafone, General Motors o Time Warner, firmaron un compromiso para mejorar sus productos y f¨¢bricas desde el punto de vista ecol¨®gico. S¨®lo dos eran espa?olas (el grupo cementero Uniland y la asociaci¨®n de empresas de la construcci¨®n Acciona). ?Y en qu¨¦ se tradujo? En demasiado poco, todav¨ªa. Acciona, por ejemplo, se comprometi¨® en 2003 a que al menos uno de los productos empleados en sus obras no generase residuos t¨®xicos. Es algo, pero es insuficiente. Lo escuchamos cada d¨ªa en los informativos: sequ¨ªa, desertizaci¨®n, inundaciones? el problema avanza como los desastres: a zancadas. Y las soluciones llegan como las medicinas caras: con cuentagotas. No hay Gobierno que no cuente con un ministerio de Medio Ambiente. Hay m¨¢s premios a las empresas con iniciativas sostenibles que acciones sostenibles reales. Es cierto, es necesaria la informaci¨®n para poder actuar luego. Y en Espa?a nos encontramos en esa primera fase de dar a conocer el problema para -esperemos- poder atajarlo. Pero somos un pa¨ªs que todav¨ªa no sabe, o no quiere saber, c¨®mo cuidar el medio ambiente. Los que lo hacen son la excepci¨®n, los extra?os, hippies, "unos iluminados".
Algo de eso tambi¨¦n se cuece en los cen¨¢culos ecol¨®gicos. Las historias personales de quienes han dedicado su tiempo al dise?o o a la arquitectura ecol¨®gica contribuyen al mito. Por lo general hablan de cambios vitales. De antes y despu¨¦s en sus listas de prioridades y en sus vidas. As¨ª, el australiano Glenn Murcutt es un arquitecto at¨ªpico. No le interesa construir por todo el mundo. Cree que uno s¨®lo puede construir en el paisaje que conoce y con una condici¨®n fundamental: para mejorarlo o, al menos, para no da?arlo. El arquitecto espa?ol Luis de Garrido sostiene sin sonrojarse que fue la lectura de una novela de John Grisham, Causa justa, lo que le indic¨® el camino hace unos a?os. "Hoy construyo viviendas sostenibles por ¨¦tica. No me saldr¨ªa hacer las cosas de otra manera". Recientemente, otro best seller, Estado de miedo, en el que Michael Crichton denuncia la existencia de organizaciones dispuestas a provocar cat¨¢strofes ecol¨®gicas para beneficiarse, podr¨ªa hacerle cambiar de opini¨®n. No es una broma. Como todo lo desconocido, como todo lo que recibe atenci¨®n repentina, la sostenibilidad y la ecolog¨ªa son terreno abonado para pancistas. Como lo fueran los alimentos lights, bajos en calor¨ªas, numerosos productos se venden con el reclamo de ecol¨®gico en letras grandes. ?Pero qu¨¦ es lo ecol¨®gico? ?Qu¨¦ hace una vivienda sostenible? ?Construir con madera es m¨¢s ecol¨®gico que fabricar con pl¨¢sticos? Depende de d¨®nde provenga la madera, de c¨®mo se haya obtenido el pl¨¢stico, de cu¨¢nto vayan a durar los productos y de qu¨¦ pueda ocurrir con ambos materiales despu¨¦s. Con etiquetas y sin informaci¨®n estamos perdidos: la ecolog¨ªa podr¨ªa caer en manos de oportunistas antes de tener su oportunidad.
Es evidente que hay motivos de preocupaci¨®n. Pero ?hay alg¨²n motivo para el optimismo? Los hay. Existe un ¨ªndice Dow Jones de la sostenibilidad. Todo un signo. No s¨®lo se valora de las empresas su cotizaci¨®n econ¨®mica. Su sostenibilidad es informaci¨®n fundamental para prever su futuro. Adem¨¢s, tanto en los estudios de dise?adores de vanguardia (por ejemplo, los hermanos Campana de Brasil) como entre los m¨¢s afamados (digamos el franc¨¦s Philippe Starck) proliferan productos sostenibles. Pero si las empresas deben reciclar, limitar el gasto energ¨¦tico y no contaminar, ?qu¨¦ hace que un mueble sea m¨¢s o menos sostenible? Una acumulaci¨®n de virtudes que va desde su duraci¨®n hasta su posible uso polivalente, pasando por los materiales (reciclados o f¨¢cilmente reciclables) con los que est¨¢ construido o la cantidad de energ¨ªa que precisa para fabricarse hasta el hecho de que ese proceso no produzca residuos contaminantes.
?Existen productos as¨ª? Cada vez m¨¢s. En Espa?a, las pinturas Proa cuentan con el sello ecol¨®gico de la Uni¨®n Europea. Sus envases provienen de pl¨¢stico reciclado, y la pintura contiene un 45% menos de productos t¨®xicos que otras. La mayor exportadora de sillas, la valenciana Andreu World, ha sido pionera en la obtenci¨®n de la certificaci¨®n ISO 14000 en el mundo del mueble. Y han sido sus clientes extranjeros los que le han exigido ese alto nivel de sostenibilidad, que pasa, entre otras cosas, por fabricar sus muebles con madera procedente de talas selectivas, utilizar para sus embalajes y tapizados cartones reciclados y reciclables, eliminar residuos de disolventes en sus propias instalaciones y que las colas que utiliza no emitan sustancias nocivas.
Lo explica el arquitecto William McDonough, va a ser la globalizaci¨®n la que, parad¨®jicamente, haga el mundo sostenible: la estricta normativa de algunos pa¨ªses en materia medioambiental terminar¨¢ por aplicarse a todos los productos que viajen por el mundo. No en vano una de las firmas m¨¢s internacionales de nuestro pa¨ªs, Camper, tambi¨¦n ha abierto camino en la historia de la sostenibilidad nacional. En 2000 lanz¨® al mercado los zapatos Wabi, fabricados con s¨®lo tres elementos (frente a los 60 que requiere la mayor¨ªa del calzado) y con muy pocas operaciones industriales. El resultado es un hecho: la fabricaci¨®n de este calzado consume mucha menos energ¨ªa y adem¨¢s los zapatos son f¨¢cilmente reciclables. La bioconstrucci¨®n tambi¨¦n est¨¢ presente en la empresa mallorquina. Sus hoteles Casa-Camper emplean energ¨ªa solar para calentar el agua de la ducha y posteriormente la reciclan para su uso en la cisterna (sin procesos qu¨ªmicos intermedios). M¨¢s motivos para el optimismo: AENOR, el organismo espa?ol que concede el certificado ISO 14000, ha aprobado un plan de Iberdrola para reducir la emisi¨®n de di¨®xido de carbono en 90.363 toneladas al a?o. Con iniciativas como ¨¦sta, Espa?a se ha convertido en el tercer pa¨ªs del mundo en voluntad ecol¨®gica. Son 6.473 las empresas nacionales que cuentan con este sello. Aunque sigue siendo poco. El hecho de que sean muchas m¨¢s, 40.972, las firmas que se enorgullecen de poseer el sello ISO 9000 -que testifica otro baremo distinto: la calidad- delata que la sostenibilidad es una preocupaci¨®n minoritaria y reciente.
Para muchos, el futuro ser¨¢ m¨¢s sostenible o no ser¨¢. Pero para otros, ¨¦sta sigue siendo una peculiar cuesti¨®n de futuro, para afrontar en el futuro, queremos decir. As¨ª, son muchas las empresas que anuncian una preocupaci¨®n por el tema. Pero la mayor¨ªa, m¨¢s como prop¨®sito que como hecho. La multinacional Toyota ha apostado por el objetivo de "emisiones cero" para su ¨²ltima campa?a de publicidad. El deseo est¨¢ todav¨ªa por encima de los hechos. Para lograrlo hablan de una combinaci¨®n entre motor el¨¦ctrico y otro de gasolina para conseguir la energ¨ªa de automoci¨®n m¨¢s limpia hasta el momento. La iniciativa cuenta: los coches deber¨¢n protagonizar el ¨²ltimo paso. Energ¨ªas alternativas tambi¨¦n para ellos, peajes disuasorios para entrar en las grandes ciudades y, sobre todo, mejorar y hasta civilizar el transporte p¨²blico deber¨¢n ser realidades, no s¨®lo retos de futuro. Todos -ciudadanos, arquitectos, dise?adores y pol¨ªticos- tenemos distintas asignaturas pendientes. La pregunta, sin embargo, es com¨²n: ?c¨®mo podemos contribuir desde nuestras casas a hacer un planeta m¨¢s sostenible?
Las viviendas del futuro deber¨¢n ser sanas. Deber¨¢n emplear -por ley, por econom¨ªa o por sentido com¨²n- otras energ¨ªas, como la solar. Muchos edificios generan ya (gracias a placas acumuladoras instaladas en sus azoteas) el 50% de la energ¨ªa que consumen. Y el objetivo es llegar al 100%. Una arquitectura que atraiga al sol en invierno y lo mantenga alejado en verano puede contribuir notablemente al ahorro energ¨¦tico. ?Cu¨¢les son los trucos? M¨¢s all¨¢ de los paneles acumuladores, algunos muy antiguos: la buena orientaci¨®n, los materiales aislantes.
El agua es otro bien en peligro. Un lujo que empleamos -en su forma potable- para limpiar los coches, para asombro de nuestros vecinos europeos, o que dejamos escapar por la cisterna. Aunque, tambi¨¦n es cierto, cada vez menos. La mayor¨ªa de los inodoros se fabrican hoy con una cisterna que permite su vaciado completo o parcial. Seg¨²n se precise. Los llamados dep¨®sitos de aguas grises (que reciclan el agua que desechamos en el lavabo y la ducha para volver a emplearla en la cisterna) son ya una realidad en muchas viviendas. Y terminar¨¢n por imponerse en el resto de los hogares.
Tambi¨¦n los materiales dom¨¦sticos est¨¢n cambiando. El sello FSC garantiza que la madera empleada en la fabricaci¨®n de un mueble proviene de una tala selectiva. Puede parecer una excentricidad solicitar ese comprobante. Pero, ?a alguien se le pasar¨ªa por la cabeza comprar alimentos que contuvieran conservantes probadamente cancer¨ªgenos como antes ocurr¨ªa? Hay m¨¢s. Si realmente queremos ser ecol¨®gicos, si nos preocupa dejar a nuestros hijos un planeta en el que se pueda respirar, se nos abre un mundo de posibilidades. Para aislar las viviendas se pueden emplear materiales naturales, como corcho reciclado, c¨¢?amo o espumas de polietileno, que s¨ª son ecol¨®gicas. Las bajantes y los desag¨¹es de este material tambi¨¦n pueden sustituir al PVC, tan abundante, porque ¨¦ste genera compuestos venenosos en su proceso de fabricaci¨®n. El arquitecto Luis de Garrido asegura que todos estos productos tienen un precio similar al de los que s¨ª contaminan y producen dolores de cabeza o enfermedades m¨¢s cr¨®nicas. ?Por qu¨¦ no se utilizan entonces? Garrido sostiene que los cambios complican la vida: "La construcci¨®n es un negocio basado en la inercia. El negocio est¨¢ en la calificaci¨®n del suelo; la construcci¨®n es s¨®lo una excusa para rematarlo. Pero la Administraci¨®n tiene las manos atadas: no puede hacer normas contra el motor econ¨®mico en que se ha convertido la construcci¨®n. Por eso hablan y hablan, pero no hacen nada".
Algo s¨ª hacen. Por lo general responden a las demandas del ciudadano. Las calles de las ciudades est¨¢n salpicadas de contenedores de distintos colores para clasificar los diversos productos reciclables. Los hay incluso para pilas y m¨®viles. Es un hecho, tendemos hacia el reciclaje. En Alemania, quien elige no hacerlo paga m¨¢s impuestos municipales por recogida de basuras. Aunque sea m¨¢s como respuesta que como propuesta, en algunos campos la ley s¨ª ayuda a perfilar el futuro. ?Qui¨¦n velar¨¢ entonces por la salud de nuestros hogares? El dise?o sostenible idear¨¢ nuevos objetos con materiales reciclados o proveedores de nuevos usos para aprovechar antiguos productos, la arquitectura bioclim¨¢tica nos ayudar¨¢ paulatinamente a recuperar el equilibrio con el entorno. Pero ser¨¢ el mercado el que nos dejar¨¢ -o no- ser sostenibles. Y nosotros, como consumidores, los que, eligiendo unos u otros productos, haremos valer nuestra opini¨®n y nuestra elecci¨®n. Con cambios de materiales, de objetos y de energ¨ªas, qu¨¦ duda cabe, la imagen de los hogares tambi¨¦n est¨¢ cambiando. Caminamos hacia una nueva est¨¦tica que, esta vez, quiere tambi¨¦n ser ¨¦tica.
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