S¨®lo quiero lo mejor para ti
Uno de los m¨¢s respetados music¨®logos vivos, Richard Taruskin, autor de una historia de la m¨²sica occidental en seis vol¨²menes que incluye un elegante cap¨ªtulo sobre rock (Oxford), tuvo una iluminaci¨®n en ocasi¨®n de uno de sus viajes a Mosc¨². La orquesta del Conservatorio interpretaba la S¨¦ptima sinfon¨ªa de Shostakovich cuando Taruskin acert¨® a ver en la expresi¨®n de los oyentes una apasionada emoci¨®n que rara vez hab¨ªa observado en los conciertos de m¨²sica moderna. Como Pablo de Tarso en su camino hacia Damasco, cuenta el cr¨ªtico que vio con cegadora claridad que se hab¨ªa equivocado totalmente. No s¨®lo ¨¦l, lo que habr¨ªa carecido de importancia, sino el conjunto de la musicolog¨ªa occidental. Se percat¨® de que la teor¨ªa, la historia y la cr¨ªtica sobre la m¨²sica del siglo XX hab¨ªa cometido un error monumental. La m¨²sica que sobrevivir¨ªa, la que seguir¨ªa oy¨¦ndose cien a?os m¨¢s tarde, ser¨ªa la de Shostakovich, no la de Schoenberg.
Una afirmaci¨®n como la anterior todav¨ªa suena escandalosa o est¨²pida para buena parte de los cr¨ªticos, te¨®ricos e historiadores de la m¨²sica. Y en Espa?a, m¨¢s. Para aquellos que sean totalmente sordos a la m¨²sica cl¨¢sica les dir¨¦ que equivale a afirmar que Hitchcock soportar¨¢ mejor que Eisenstein el paso del tiempo, o que Spielberg es m¨¢s importante que Tarkovsky. Lo cierto es que Shostakovich est¨¢ cada vez m¨¢s presente en la vida musical, en tanto que Schoenberg se mantiene donde siempre estuvo, con la exigua minor¨ªa de expertos. Y se le est¨¢n muriendo los subscriptores.
La paradoja sobre el valor de las obras de arte es que ¨¦ste parece no depender del p¨²blico, pero, ?es en verdad posible que una obra de arte sea extraordinariamente valiosa, aunque nadie o muy poca gente quiera o¨ªrla, verla o leerla? Quienes afirman, por ejemplo, que la m¨²sica de Schoenberg es fundamental y en cambio otra m¨¢s popular como la de Stravinsky, es trivial o incluso "mala" (as¨ª lo afirma Theodor W. Adorno, modelo de los defensores de Schoenberg), ?no est¨¢n diciendo, en realidad, otra cosa?
Seg¨²n esta posici¨®n, la importancia de Schoenberg, de Webern, del serialismo, del dodecafonismo, de las secuelas de Darmstadt, del IRCAM o de otros centros de producci¨®n experimental, es independiente de que haya alguien que quiera o¨ªr sus productos. El Arte vive para s¨ª mismo. Quienes deciden sobre su valor (dicen) son los expertos, los profesionales. El p¨²blico no puede decidir el valor de la obra de arte, porque entonces ser¨ªa m¨¢s valioso un musical de Broadway que una ¨®pera de Schoenberg.
Esta inacabable disputa es in¨²til. Juzgue lo que quiera el experto, en el caso de la m¨²sica (como en el del teatro) quien decide es el p¨²blico porque la m¨²sica es un espect¨¢culo. De modo que Gershwin, Britten, Prokofiev o Janacek seguir¨¢n sonando en las salas de concierto, pero Schoenberg (utilizo su nombre como met¨¢fora) cada vez menos. Quiz¨¢s esto sea lamentable, pero tambi¨¦n es inevitable. La dificultad que plantea Schoenberg es de un orden totalmente distinto a la que plantean compositores exigentes y sin embargo accesibles como Bart¨®k.
Es justamente esa dificultad lo que permite que el valor de la m¨²sica de Schoenberg no lo decida el p¨²blico de los conciertos, sino el te¨®rico y el historiador que creen que la historia de la m¨²sica tiene un sentido trascendental. Si la historia de la m¨²sica tiene ese sentido, entonces Schoenberg es la consecuencia de una cadena causal que desde Wagner viene anunciando la llegada del Mes¨ªas (Schoenberg). El valor de esa m¨²sica tan escasamente popular es un valor hist¨®rico, filos¨®fico y (sobre todo) religioso, m¨¢s que musical. Por "religioso" me refiero a la creencia o la fe en que los procesos art¨ªsticos, sociales, econ¨®micos, en fin, los relatos hist¨®ricos, tienen un sentido y s¨®lo uno, a diferencia de las novelas. Por ejemplo, que la historia del Arte muestra el proceso de autoconciencia de las artes, que la historia de Francia es la de la Libertad de su Pueblo, que la sociedad capitalista ha entrado en su fase terminal, y cosas semejantes. Quien as¨ª piensa, est¨¢ obligado a tener a Schoenberg por un m¨²sico m¨¢s importante que Stravinsky.
Cuando la importancia de un hecho, suceso, objeto o caso no la determinan aquellos que lo financian y sufren las consecuencias, sino los expertos, los historiadores y los te¨®ricos metaf¨ªsicos, entonces estamos en un medio ajeno a la democracia y t¨ªpico de la tradici¨®n autoritaria europea. Que la gente disfrute con Tchaikovsky y se aburra con Schoenberg puede ser lamentable, pero que para salvarles de su error se les condene a o¨ªr al vien¨¦s a todas horas, es desp¨®tico. En general, eso no sucede porque los conciertos se pagan, pero all¨ª donde el contribuyente carece de poder de compra, sucede con harta frecuencia.
Comp¨¢rese con lo que est¨¢ sucediendo en la surrealista gestaci¨®n del Estatuto catal¨¢n. Los expertos, los historiadores, los te¨®ricos y los profesionales catalanes han decidido que "hist¨®ricamente" (sea esto lo que sea) Catalu?a tiene m¨¢s derecho que Murcia a cualquier cosa, que la naci¨®n catalana posee una existencia de orden metaf¨ªsico previa a sus habitantes, y que en la jerarqu¨ªa de las naciones Catalu?a s¨®lo es comparable a Francia y superior a Espa?a. Catalu?a es un pedazo de Schoenberg fundado en razones trascendentales. De momento, el p¨²blico espa?ol ha desertado las salas de conciertos donde suena el Estatuto y son los expertos quienes se ven obligados a hacer publicidad para que la gente se entusiasme, o a condimentar encuestas car¨ªsimas que confirmen lo acertados que estaban y el ¨¦xito loco de estos conciertos a teatro vac¨ªo. Su alternativa es tocar s¨®lo para adictos a Schoenberg.
La iluminaci¨®n de Taruskin, hombre formado en la filosof¨ªa europea del siglo XX, filosof¨ªa impregnada de historicismo hegeliano y mesianismo marxista, es tan sencilla como esto: el descubrimiento de la democracia. La palabra "democracia", como lo prueba la dudosa moralidad de quienes la usan sin descanso para justificar sus deshonestidades, est¨¢ cargada de instancias ¨¦ticas. Parece como si lo democr¨¢tico fuera lo moralmente bueno, cuando en realidad lo democr¨¢tico es simplemente el conjunto de mecanismos que se despliegan de un modo casi inevitable para el control y la dominaci¨®n de sociedades masivas con enormes potenciales energ¨¦ticos y econ¨®micos. La democracia es tan s¨®lo una t¨¦cnica social eficaz para mantener el orden en un medio cuyo estallido ser¨ªa funesto. Este mecanismo puede utilizarse bien o mal, pero no es un estado de gracia. Los pol¨ªticos novatos utilizan la palabra como los cat¨®licos usan la palabra "devoci¨®n", y se acusan unos a otros de no ser democr¨¢ticos... ?como si fuera posible no serlo! Sin embargo, "dem¨®crata" equivale a: "concernido por el mercado". El pol¨ªtico dem¨®crata es aquel que se ofrece en un mercado donde hay competidores. Nada m¨¢s.
Para Taruskin siempre fue cosa evidente que las novedades de la m¨²sica dodecaf¨®nica eran t¨¦cnicamente interesantes. Tambi¨¦n, que Schoenberg cre¨ªa que su nuevo m¨¦todo llenar¨ªa salas de conciertos en lugar de vaciarlas. Pero a diferencia de la m¨²sica de su disc¨ªpulo Alban Berg, el p¨²blico no ha aceptado la del maestro. De un modo creciente, la programaci¨®n de obras de Schoenberg (no todas: insisto en que utilizo al pobre vien¨¦s como met¨¢fora) se ha ido haciendo por respeto a la historia, por su inter¨¦s t¨¦cnico, por la fascinaci¨®n que ejerce sobre los expertos, pero no porque el p¨²blico lo reclame a gritos y agote las localidades. De ah¨ª tambi¨¦n que en la historia de la m¨²sica de Taruskin aparezca un cap¨ªtulo sobre el rock, como en la historia de la literatura francesa de Kl¨¦ber Haedens apareci¨® Simenon un buen d¨ªa, para esc¨¢ndalo y horror de los acad¨¦micos.
Lo democr¨¢tico no es, por s¨ª mismo, "bueno" sino "eficaz". Los deportes de masas, el turismo industrial, las grandes superficies como lugares de entretenimiento y consumo, o el arte actual, son fen¨®menos democr¨¢ticos, espect¨¢culos masivos, movimientos de millones de personas con colosales poderes econ¨®micos y escasa libertad. Se parece bastante al nazismo, con una diferencia esencial: los pol¨ªticos democr¨¢ticos procuran programar aquellos conciertos que les gustan a las masas, en lugar de adoctrinarlas con conciertos que las agobian y agreden. Pero en algunos lugares, los profesionales de la vieja pol¨ªtica, los viejos historiadores, los te¨®ricos y expertos de la escuela trascendental o nacionalista, siguen actuando como sacerdotes cuya obligaci¨®n es conducir al Pueblo hasta el Valle de Josafat y ense?arle a comportarse debidamente. A los pobrecitos habitantes de esos lugares los machacan con una pol¨ªtica eclesi¨¢stica, de formaci¨®n al esp¨ªritu nacional, en l¨ªnea con la militancia sacerdotal que destruy¨® a Europa en los ¨²ltimos dos siglos. Felizmente, al cabo de unos a?os los ciudadanos acudir¨¢n al mercado para comprar el pol¨ªtico que m¨¢s les apetezca. Ya veremos si es Schoenberg.
F¨¦lix de Az¨²a es escritor.
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