Arquitectura para admirar y no tocar
Desde las plantas altas de las Torres KIO, en Madrid, se puede ver con frecuencia a un halc¨®n que atrapa y devora palomas. Una cacer¨ªa brutal que impresiona tanto como asomarse a los ventanales de estas torres que se inclinan 15 grados sobre el vac¨ªo a m¨¢s de cien metros de altura. En Barcelona, los nuevos inquilinos de la reci¨¦n inaugurada Torre Agbar, redonda como un zigurat sumerio, se amoldan como pueden a una estructura que les hace sentirse "hu¨¦rfanos de las cuatro paredes". Los vecinos del inmenso e innovador edificio Mirador, de Madrid, pugnan por acomodarse en un laberinto que pone a prueba su sentido de la orientaci¨®n y del equilibrio. En todos los casos estamos hablando de edificios de firma.
"En Espa?a se est¨¢n construyendo simult¨¢neamente los mayores disparates. Y lo imperdonable es que casi siempre con dinero p¨²blico", dice Aroca
Los ocupantes de las oficinas del edificio Apot, en Madrid, se enfrentan en verano a temperaturas de aut¨¦ntica sauna en la zona del atrio
Las Torres KIO surgieron en 1995 de los planos de Philip Johnson (un disc¨ªpulo de Mies van der Rohe) y John Burgee; la Torre Agbar es un proyecto de Jean Nouvel, y Mirador est¨¢ firmado por el prestigioso estudio holand¨¦s MVRDR y la espa?ola Blanca Lle¨®. Pero as¨ª es la arquitectura moderna. Un pulso con la abstracci¨®n, con lo imposible, en el que a veces la v¨ªctima es quien debiera ser el beneficiario: el ocupante.
En Espa?a, para¨ªso de los arquitectos, son incontables los ejemplos de esta tiran¨ªa de la est¨¦tica sobre la funcionalidad. Un poco por vanidad y otro poco por inter¨¦s, entidades privadas, corporaciones locales, gobiernos auton¨®micos o el poder central gastan sumas fabulosas en edificios dise?ados por las grandes celebridades de la arquitectura en busca de notoriedad.
Papanatismo
En esta escala de valores, lo de menos es que lo que se construye sea c¨®modo y sirva realmente para lo que est¨¢ pensado. ?Qu¨¦ lleva a nuestras sociedades a valorar, por encima de utilidad y econom¨ªa, una est¨¦tica a menudo estridente? "Puro papanatismo", responde Ricardo Aroca, decano de los arquitectos madrile?os, "porque se antepone el valor publicitario de un edificio al de uso y a los costes". Aun as¨ª cree que, en el 99% de los casos, lo que se construye responde a las necesidades funcionales. "Hay una minor¨ªa que es como el circo de las focas amaestradas. Pasa igual en el arte en general".
Una minor¨ªa. Pero el mismo Aroca cuenta an¨¦cdotas que revelan una realidad distinta. Concursos ganados por proyectos que no se ajustan a las bases y cuestan el doble de lo presupuestado, por el simple hecho de llevar la firma de alguna estrella. "Desde la construcci¨®n de la ?pera de Sidney [1959-1973] ocurre esto. Se busca publicidad, edificios que se conviertan en la se?a de identidad de una ciudad, funcionen o no. En el caso del Museo Guggenheim de Bilbao, las cosas han salido bien, pero no siempre ocurre". Por eso, Aroca se asombra de que el premio del concurso para habilitar en las viejas Escuelas P¨ªas la sede del Colegio de Arquitectos de Madrid haya reca¨ªdo en un proyecto razonable por costes, por dise?o y por funcionalidad. "Incluso los miembros del jurado asum¨ªan que iban a ser muy criticados por eso", bromea.
Luis Fern¨¢ndez Galiano, catedr¨¢tico de la Escuela de Arquitectura de Madrid, asiduo en los jurados de evaluaci¨®n de proyectos, reconoce tambi¨¦n que la moda de lo llamativo es tan fuerte que condiciona a los arquitectos. El resultado, dice Aroca, "es que en Espa?a se est¨¢n construyendo simult¨¢neamente los mayores disparates. Y lo imperdonable es que casi siempre es con dinero p¨²blico".
Mientras la arquitectura de a pie se limita al tedioso ladrillo visto, surgen aqu¨ª y all¨¢ grandes obras, ya sea la Ciudad de la Cultura de Galicia, el nuevo Palacio de Congresos de C¨®rdoba (adjudicado al holand¨¦s Rem Koolhaas), la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia o la ampliaci¨®n del Museo Reina Sof¨ªa, que rompen el desierto est¨¦tico espa?ol con la obsesi¨®n de ser, sobre todo, emblem¨¢ticas.
?Ser¨¢ ¨¦ste tambi¨¦n el caso de la reci¨¦n inaugurada Torre Agbar? Construida por Jean Nouvel -con un coste muy superior a los 41 millones presupuestados y notable parecido con la torre er¨®tica de Londres, de Norman Foster-, es una estructura de hormig¨®n revestido de aluminio de colores enfundada en una especie de armadura de vidrio y acero. Visitarla ha sido f¨¢cil, porque, al contrario que Caja Madrid -con sede en una de las Torres KIO-, que no autoriz¨® la entrada a este peri¨®dico, Aguas de Barcelona ha abierto sin problemas las puertas de su nueva sede corporativa a EL PAIS. La torre de Nouvel es ya, gracias a su juego de luces, una atracci¨®n tur¨ªstica nocturna de Barcelona. De d¨ªa, sin embargo, los empleados que ya se han instalado (unos 600) mantienen su particular batalla con el nov¨ªsimo edificio, con sus suelos y techos de acero galvanizado -se-g¨²n una de las limpiadoras, "poco agradecidos"- , con sus escuetos archivadores empotrados en el per¨ªmetro redondo y con el resto del mobiliario muy de cuarto juvenil. "La gente, en general, se encuentra a gusto", dice Jaume Charles, secretario de acci¨®n sindical de CC OO, de Aguas de Barcelona. Jordi Requena, presidente del comit¨¦ sindical en la empresa y del mismo sindicato, no parece tan convencido. Quiz¨¢ porque las plantas di¨¢fanas les han dejado a todos un poco a la intemperie y casi nadie se atreve a alzar la voz. Requena reconoce que la gente "est¨¢ un poco hu¨¦rfana de las cuatro paredes". Eso sin contar con que "el dise?o redondo desperdicia mucho espacio". Especialmente en los ¨²ltimos cuatro pisos, donde est¨¢n los despachos de alta direcci¨®n.
N¨®mada de lujo
Nouvel ha sorprendido a todos con un montaje de cajitas, diseminadas por las plantas, que son como grandes plataformas rodeadas por una barandilla desde las que se entrev¨¦ la planta de abajo. El despacho del presidente, Ricard Fornesa (presidente tambi¨¦n de La Caixa), sorprende por su aspecto de vag¨®n de n¨®mada de lujo. Pero parece que Fornesa, de 74 a?os, est¨¢ encantado. Todo sea por el arte. Para llegar a su despacho-cub¨ªculo de la planta 30?, emplazado sobre un suelo de m¨¢rmol turco, Fornesa utiliza cualquiera de los dos ascensores centrales, conocidos como la discoteca porque se iluminan con una luz difusa que cambia de color a medida que se elevan. "El edificio es bonito. Lo peor ha sido la prohibici¨®n total de fumar", dice Carmen, una de las responsables de recursos humanos. Contra viento y marea, ella se trajo de la vieja sede dos archivadores s¨®lidos y negros que contrastan brutalmente con los rect¨¢ngulos de fibra y pl¨¢stico de colores instalados ex profeso. "Uno encarga un edificio, lo paga, y luego lo deja que no lo reconoce el arquitecto", bromea.
Que todo es retocable y remodelable es algo que han aprendido ya los 156 vecinos del edificio Mirador, en el nuevo barrio madrile?o de Sanchinarro. Un s¨¢bado de oto?o, pocas semanas despu¨¦s de su presentaci¨®n en sociedad, se percib¨ªa en el edificio escasa actividad: unos pocos visitantes y varios obreros trabajando en diversos pisos. Alg¨²n curioso aprovechaba la absoluta libertad de acceso para comprobar el espect¨¢culo que ofrece el mirador propiamente dicho, el enorme boquete rectangular que parte el edificio a la altura del piso duod¨¦cimo. "El hueco ha costado m¨¢s que las viviendas que hubieran podido ir dentro", se queja Ricardo Aroca.
Llaves para todo
Ese s¨¢bado, ?ngel F¨¢bregas de Benito, conserje del inmueble, intentaba aclararse con la ubicaci¨®n de escaleras de incendios, escaleras internas, tramos abiertos y salida al mirador del laber¨ªntico edificio. "Tengo llaves para aburrir", comentaba. De las paredes de los ascensores, de las puertas de rellanos y escaleras colgaban anuncios de empresas de reforma ofreciendo sus servicios. En uno de los tr¨ªplex de la planta und¨¦cima, el propietario, Raimundo Osma, fontanero de profesi¨®n, retiraba sin miramientos el lavabo del aseo para instalar otro "con mueble incorporado". Victoria, su mujer, aseguraba que ellos eran los que menos reformas hab¨ªan hecho. Los vecinos que hab¨ªan tenido la desgracia de encontrarse un lavabo en mitad del pasillo -¨²ltima moda en Holanda, seg¨²n esta se?ora- lo hab¨ªan levantado a toda prisa. A Victoria y Raimundo les parec¨ªa todo un reto vivir en 84 metros cuadrados distribuidos en tres niveles. Aunque peor era la sensaci¨®n de v¨¦rtigo de los balcones, abiertos del suelo al techo y protegidos del vac¨ªo por una mampara de cristal perfectamente invisible. Por fuera, el efecto es perfecto. Por dentro, "habr¨¢ que acostumbrarse", dec¨ªa Victoria. Para Raimundo, lo peor, sin duda, es la falta de preinstalaci¨®n para el aire acondicionado. Claro que la casa apenas ha costado 20 millones de las antiguas pesetas, y la expresi¨®n de Victoria transparentaba un cierto orgullo por vivir en una casa famosa.
Con el tiempo, el orgullo inicial por tener su sede en un edificio de autor parece haber cedido entre los inquilinos del edificio Apot, en el madrile?o Campo de las Naciones. Especialmente los ocupantes de las oficinas de las plantas altas reconocen que en verano el atrio y las escaleras son una aut¨¦ntica sauna, sin que el aire acondicionado logre enfriar el ambiente. La culpa, apuntan, es de la fachada, un muro-cortina de vidrio y placas de caliza blanca. Y eso que el arquitecto que lo dise?¨®, miembro del taller de Ricardo Boffill, dispuso un "sistema inteligente de regulaci¨®n de instalaciones, en particular climatizaci¨®n (ahorro energ¨¦tico)".
Una portavoz del taller del arquitecto catal¨¢n precisa que la obra "no ha recibido en once a?os ninguna queja", y que el muro-cortina instalado de acuerdo con la normativa t¨¦rmica vigente es obra de una empresa de ingenieros.
Jos¨¦ Luis Mur, un ingeniero especializado en este tipo de fachadas acristaladas, defiende a los de su gremio, porque lo primero que se pregunta a la hora de construir una fachada es qu¨¦ orientaci¨®n tiene el edificio. Para Mur, parte del problema son los propietarios. "Encargan plantas di¨¢fanas y luego las compartimentan, o no instalan el aire acondicionado necesario dadas las condiciones del edificio". Aunque su empresa vive de esta "moda n¨®rdica" de las fachadas acristaladas que ha hecho furor en Espa?a, este ingeniero reconoce que plantean algunas pegas en pa¨ªses del sur. "Pero, ?qu¨¦ se puede hacer cuando son los propios clientes los que lo piden?", reflexiona en voz alta Adam Bresnick, un joven arquitecto norteamericano afincado en Madrid desde hace m¨¢s de una d¨¦cada. Bresnick cree que cada proyecto es un compromiso entre los intereses del cliente, los deseos del arquitecto, el presupuesto y las condiciones ambientales. El compromiso puede penalizar la funcionalidad de la obra, aunque este mismo concepto le parece subjetivo. Despu¨¦s de todo, tampoco eran c¨®modos los rascacielos de vidrio y acero levantados por los grandes precursores de la arquitectura moderna en Nueva York o en Chicago. "La mayor¨ªa han tenido que ser restaurados; es decir, han tenido que cambiarles los cristales porque los antiguos dejaban pasar el calor y el fr¨ªo", explica Bresnick.
El cristal donde se mire
Jos¨¦ Luis Mur reconoce que incluso hoy, con cristales fabulosos que no dejan pasar el calor, se pueden presentar otros problemas. En la nueva terminal del aeropuerto de Madrid-Barajas, del arquitecto Antonio Lamela, totalmente acristalada, el problema no ser¨¢ el calor, sino la luz. "Habr¨¢ que colocar persianas", dice, "porque en un aeropuerto no se autoriza el uso del cristal opaco". Y las empleadas de la nueva sede del Santander Central Hispano (en la periferia de Madrid) han optado por proteger su intimidad con papeles, hartas de soportar las miradas de los colegas de los edificios colindantes, en un universo dominado por la total transparencia.
Viendo la sucesi¨®n de escaparates y espejos en las calles de cualquier ciudad espa?ola, hay quien se pregunta adem¨¢s por los costes de limpieza. Un detalle en el que no suelen reparar los arquitectos artistas. Y el franc¨¦s Jean Nouvel no ha sido una excepci¨®n. Su ampliaci¨®n del Museo Reina Sof¨ªa -un edificio de acero, titanio y cristal que surge asfixiado en medio del tr¨¢fico infernal de la madrile?a ronda de Atocha- deja algunas inc¨®gnitas por despejar. ?C¨®mo se limpia parte de la fachada de cristal encerrada en una armadura de lamas rojas? "Las lamas se mueven, y permiten el acceso al cristal, aunque la limpieza tiene que ser manual", responde el subdirector gerente del museo, Luis Jim¨¦nez Claverio. Al contrario que el edificio Sabatini, la vieja sede, la ampliaci¨®n no ser¨¢ sencilla de mantener. S¨®lo la limpieza costar¨¢ unos 300.000 euros al a?o. Un peque?o peaje a cambio de poseer un edificio de firma que, con algo de suerte, dar¨¢ publicidad a un museo que la necesita.
Un Palau de la ?pera con visi¨®n restringida
EL MARTES 25 DE OCTUBRE, el Palau de les Arts de Valencia abri¨® sus puertas al ¨²ltimo de los conciertos inaugurales. El edificio de Santiago Calatrava, que ha costado hasta ahora 250 millones de euros, es un gigantesco ojo blanco, con una pupila de cristal, depositado en medio del antiguo cauce del Turia. Y esa noche, los m¨¢s de 1.800 espectadores que acudieron a escuchar a la Orquesta de Israel, no perdieron detalle del dise?o interior, ni de las paredes alicatadas en trincad¨ªs blanco y azul cobalto. Pero, mientras los ocupantes del patio de butacas disfrutaban de una visi¨®n total del escenario, de las zonas laterales se elevaba un murmullo de desaprobaci¨®n. En cada una de las largas filas de palcos que rodean el auditorio, en forma de herradura, decenas de espectadores se daban de bruces con la realidad: el Palau tiene 140 butacas con visibilidad nula o mala, y otras 172 con visibilidad parcial. Una cifra enorme en un teatro de la ¨®pera tan moderno. "Son detalles, el de la ac¨²stica y la visibilidad, que se van a corregir. Para eso se hacen los ciclos inaugurales, para ver los fallos. Pero al Palau le falta todav¨ªa un a?o para estar terminado". As¨ª responde a las cr¨ªticas Fernando Villalonga, portavoz de Calatrava en Valencia. De acuerdo en lo que respecta a la ac¨²stica, pero ?tiene arreglo la visibilidad cuando los palcos est¨¢n ya terminados? "Desde luego que s¨ª. Basta mover las butacas de sitio", insiste Villalonga.
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