Confesiones de un 'hacker' espa?ol
El misterioso 'Tasmania' est¨¢ detenido en una prisi¨®n argentina a la espera de juicio
Estaban ah¨ª, aburrid¨ªsimos. Hab¨ªan pasado el d¨ªa sentados en un coche, mirando una puerta blanca y esperando que El Gallego -as¨ª le dec¨ªan en el pueblo- diera una se?al de vida. Les hab¨ªan dicho que ¨¦l estaba en casa. Que casi siempre estaba en casa. Sol¨ªa salir temprano a comprar pan para el desayuno, pero luego se encerraba y no volv¨ªa a despegarse del ordenador. El 28 de julio de 2005 El Gallego se levant¨® del asiento y fue hasta la calle: eran las siete de la tarde, ten¨ªa que entrar la moto. Pero no pudo.
-?Al suelo! -los cuatro polic¨ªas se abalanzaron a gritos, lo pusieron de rodillas, le esposaron las manos-. ?Qui¨¦n sos?
-Jos¨¦ Manuel -dijo El Gallego con la voz serena. Era, a decir de todos, un hombre tranquilo.
El pueblo de Caraca?¨¢ lo recibi¨® como a un ovni. Era espa?ol, p¨¢lido y robusto
"Nac¨ª con ganas de aprender y saberlo todo. Eso no me convierte en delincuente"
Su primera detenci¨®n fue a los 16 a?os. Le acusaron de conectarse ilegalmente a la Red
-?Qu¨¦ apellido?
-Garc¨ªa Rodr¨ªguez.
-?Garc¨ªa Rodr¨ªguez? Bueno, queda detenido.
En Carcara?¨¢ -un pueblo de 15.000 habitantes en la provincia de Santa Fe, a 300 kil¨®metros de Buenos Aires- todos los vecinos vieron con la boca abierta c¨®mo la sospecha, en cuesti¨®n de segundos, se hab¨ªa vuelto real: El Gallego era un aut¨¦ntico hacker. Y le hab¨ªan pillado.
"La calle estaba llena de gente: salieron los chicos del c¨ªber, las se?oras de la peluquer¨ªa", recuerda Garc¨ªa Rodr¨ªguez con la voz pausada mientras enciende, tambi¨¦n con pausa, un cigarro negro. "Los de Interpol creen que est¨¢n en una pel¨ªcula de acci¨®n: como no ten¨ªan orden de allanamiento me esperaron fuera, luego me tiraron al piso, me leyeron mis derechos, vinieron dos testigos, dejaron que buscara una campera, que cerrara mi puerta con llave... y ac¨¢ estoy".
Y ac¨¢ est¨¢: en un cuarto de visitas de la dependencia que la Polic¨ªa Federal tiene en Rosario, provincia de Santa Fe. Hace ya cuatro meses que Garc¨ªa Rodr¨ªguez est¨¢ detenido en el marco de un operativo que el Gobierno espa?ol denomin¨® Pampa-Tasmania: lo acusan de ser el cabecilla de una banda de delitos inform¨¢ticos bancarios que ya se habr¨ªa agenciado unos cuantos millones de euros. La causa se abri¨® cuando la polic¨ªa detuvo en Madrid al rumano Adrian Alexandru Pic¨² y lo acus¨® de hacer phishing, una t¨¦cnica que consiste en captar mediante enga?os las claves para operar en bancos por Internet, y luego entrar en la cuenta de la v¨ªctima para enviar el dinero a otra cuenta con nombre ficticio que luego usufruct¨²a.
En sus declaraciones ante el juez, Pic¨² asegur¨® que quien lideraba el trabajo era Garc¨ªa Rodr¨ªguez, a quien la comunidad de hackers tambi¨¦n conoc¨ªa como Tasmania. Pero, seg¨²n Tasmania, lo ¨²nico cierto es que ¨¦l y Pic¨² iban al mismo cibercaf¨¦ en Madrid, y terminaron haci¨¦ndose amigos. "Cuando me vine para la Argentina me segu¨ª hablando con ¨¦l por Internet, pero nada m¨¢s -se defiende-. Yo no ten¨ªa conocimiento de que ¨¦l estuviera en cosas raras. ?l sab¨ªa que yo me daba ma?as con la computadora... as¨ª que supo a qui¨¦n tirarle el muerto".
La situaci¨®n procesal de Tasmania es compleja: un tratado entre Espa?a y Argentina sostiene que, para que se cumpla una extradici¨®n, el hecho por el que se reclama al reo sea delito en ambos pa¨ªses. Y esto, seg¨²n Nicol¨¢s Fonzo, su abogado, no se cumple: en Espa?a s¨ª existe la figura de delito inform¨¢tico, pero en Argentina no. Hacia finales de este a?o, en una fecha seguramente pr¨®xima a su cumplea?os n¨²mero 24 (el 6 de diciembre) un juicio oral decidir¨¢ si el cargo por el que se acusa a Tasmania puede estar contemplado en la ley argentina bajo otro nombre. En el caso de que as¨ª sea, podr¨ªa efectuarse la extradici¨®n. Pero hasta ese momento, El Gallego pasa sus d¨ªas en una celda junto a cuatro detenidos m¨¢s, con los que comparte rondas de mate y se embarca en competencias de playstation. "Mis compa?eros se asombran un poco, porque ven los reportajes conmigo y dicen: '?Ja! Mir¨¢ a qui¨¦n tenemos ac¨¢'. Nos hemos hecho amigos, jugamos al truco, vemos televisi¨®n, charlamos... Hay que pasar las horas muertas", dice Tasmania, como si hablara de la eternidad.
El Gallego no tiene acento espa?ol. Lleg¨® hace dos a?os de Algeciras, su pueblo natal, pero ya no quedan muchos rastros de su origen. All¨ª quedaron sus padres: Jos¨¦, funcionario del ayuntamiento, y Ana Concepci¨®n, ama de casa. Fueron ellos quienes, a los trece a?os, le compraron su primer ordenador. En la adolescencia, Tasmania ten¨ªa una rara forma de pasar el tiempo: durante el d¨ªa iba al colegio (repiti¨® cuatro veces el mismo curso), m¨¢s tarde se encerraba en su cuarto a leer libros de inform¨¢tica, y a la noche trabajaba cargando pescado en el puerto: una actividad que le permit¨ªa costearse la conexi¨®n a Internet, que entonces -1995- era bastante m¨¢s cara que ahora. "Siento que nac¨ª con unas ganas de aprender y saberlo todo, es algo que me supera a m¨ª mismo", explica. "Pero eso no me convierte en un delincuente: yo me siento un hacker solamente en la acepci¨®n que dice que hacker es una persona curiosa, que busca informaci¨®n y no la esconde. Mi especialidad es detectar fallas en los sistemas de seguridad, pero luego publico en la web la forma de corregirlas. Y lo que dicen de m¨ª es falso: si soy millonario todav¨ªa no me he enterado".
Su primera detenci¨®n fue a los diecis¨¦is a?os. Telef¨®nica lo hab¨ªa acusado de hacer conexiones ilegales a la red, pero lo liberaron dos d¨ªas m¨¢s tarde por falta de pruebas. Desde entonces, seg¨²n Tasmania, la polic¨ªa acude a ¨¦l cada vez que descubre un delito inform¨¢tico. Hasta ahora fueron 18 allanamientos, que pusieron a su madre en un ataque de nervios y obligaron a Tasmania a mudarse de casa. Primero se fue a Madrid, y all¨ª un compa?ero de piso argentino le habl¨®, por primera vez, de Carcara?¨¢. "?l ven¨ªa de all¨ª... imaginate un t¨ªpico argentino agrandado: me hablaba tantas maravillas que finalmente vine. Y me encant¨®. Me alquil¨¦ una casita y me qued¨¦, con ahorros que ten¨ªa y dinero que me enviaba mi madre".
En Carcara?¨¢ los ni?os andan en bici, los perros cojean, las mujeres toman mate a la sombra de las parras, y en algunas esquinas se mezcla el olor de las flores con el de la bosta. Aqu¨ª, en septiembre de 2003, lleg¨® Tasmania. Y el pueblo lo recibi¨® como se recibe a un ovni. Tasmania era espa?ol, p¨¢lido, robusto, usaba un piercing en la ceja izquierda y andaba por las calles trajinando una motocicleta que aguantaba milagrosamente sus m¨¢s de cien kilos. Hoy, Carcara?¨¢ entero murmura sobre el caso: dicen que al Gallego lo visitaban hombres con collares de oro que bajaban de coches deportivos. Que ten¨ªa un ramillete de tarjetas de cr¨¦dito. Que volv¨ªa del supermercado con el carro lleno de comida y whiskies, que luego convidaba generosamente a sus muchos amigos. Que hab¨ªa confesado, en una noche de copas, que ten¨ªa planeado hacer saltar la banca espa?ola.
"Me est¨¢n atribuyendo tantas cosas que cuando salga de ac¨¢, aunque no haya terminado el colegio, me van a ofrecer trabajo en todas partes: soy m¨¢s famoso que Bill Gates", se divierte Tasmania. Lo que s¨ª se sabe es que las cajeras del supermercado, en Carcara?¨¢, extra?an a su mejor cliente. "Extra?o el mar y mi gente, pero no Espa?a: yo quiero quedarme aqu¨ª", dice mientras mira con desgano por la ventana. "Bueno: no exactamente aqu¨ª, sino afuera. Cuando me detuvieron mi madre casi se desmaya. Una vez vio un mot¨ªn por televisi¨®n y se quer¨ªa morir. Y yo le dec¨ªa: 'Mam¨¢, tengo un living grande, un televisor, m¨²sica, playstation...'. Pero no me cre¨ªa, pensaba que yo estaba en una especie de Alcatraz y a 14.000 kil¨®metros. Quiere que me extraditen para tenerme cerquita. As¨ª son las madres".
Se comunica con ella por carta manuscrita. Le resulta casi insoportable. "Antes me pasaba todo el d¨ªa con la computadora... No se apagaba nunca. Yo s¨ª me apagaba, pero cuando algo sonaba me despertaba, la ten¨ªa pegada a la cama, tecleaba un poco. Y con esto de las cartas a mano... me estoy acostumbrando" dice mientras golpetea los dedos gordos y p¨¢lidos sobre la mesa. Desde el primer d¨ªa, Tasmania sufre de abstinencia por la ausencia de teclado: le pidi¨® uno a su abogado, aunque fuera para tocarlo. Pero en el penal lo miraron torcido y ¨¦l entendi¨® que no era momento, ni lugar, para ciertos caprichos.
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