P¨¦rez-Reverte recrea la literatura de la frontera con escritores mexicanos
Sada, Mendoza, Parra y Toscana se re¨²nen para compartir el gozo del lenguaje
?stos son sus nombres: ?lmer Mendoza, Eduardo Antonio Parra, Daniel Sada y David Toscana. Escriben historias en las que el lenguaje tiene un protagonismo esencial. No forman grupo, cada cual tiene su estilo y su mundo. Pero todos vienen del norte de M¨¦xico, y las sacudidas de la frontera muchas veces irrumpen en sus libros. Los junt¨® Arturo P¨¦rez-Reverte en la feria, ¨¦l mismo (aunque un pinche gachup¨ªn) escritor norte?o de adopci¨®n y familiarizado tambi¨¦n con el ruido de la frontera; al fin y al cabo naci¨® en Cartagena. Seguro que fue al contar la historia de Teresa Mendoza cuando los conoci¨®, pero resulta irrelevante que fuera La Reina del Sur, con sus balazos y su violencia y su v¨¦rtigo, la que los hiciera amigos; lo que importaba en la cita del lunes por la tarde era recrear ese territorio literario, ese mundo mestizo, esa franja, esa delgada l¨ªnea.
Tierra habitada por hombres y mujeres en los que se confunden el candor y la malicia
Hablaron de la dureza de vivir en lugares donde todo est¨¢ por hacer
Estamos en 1996 en un pueblo cercano a Monterrey y un tipo, al que le hab¨ªan robado la novia, llega a una cantina donde se celebra una fiesta. La gente se hace a un lado. Abre su chaqueta, brilla una Coll 45. Al otro lado de la pista, ah¨ª al fondo de la barra, ocurre lo mismo. Tambi¨¦n se abre una chaqueta y aparece una pistola. Se dispararon y se mataron. La vida no vale mucho ah¨ª en la frontera. Todo el mundo est¨¢ familiarizado con la muerte. Es algo que viene de lejos, los gobiernos se olvidaron del norte y, cuando se impone la supervivencia, las leyes no cuentan mucho. Pero acaso ahora, con los narcos, la indefensi¨®n sea mayor. Un sicario tiene que liquidar a alguien. Lo lleva a un lugar apartado. La v¨ªctima pide un cigarrillo. El verdugo se lo da, ¨¦l mismo enciende otro y, en ese mismo instante, dispara.
As¨ª de r¨¢pido, sin mayores pre¨¢mbulos. Acaso el que iba a morir pens¨® que tendr¨ªa un momento para decirle adi¨®s al mundo, que acaso se abr¨ªa una corta intimidad con el que iba a matarlo, hecha de volutas de humo y de cigarrillos. Se muri¨® y se muri¨®, y hay que seguir adelante, ¨¦sa es la historia. Tres de los cuatro escritores que acompa?aron a P¨¦rez-Reverte son ya conocidos por el lector espa?ol. Daniel Sada (Mexicali, Baja California, 1953) public¨® en Tusquets Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1999) y Una de dos, en Alfaguara en 1994, y est¨¢ considerado ya como uno de los grandes escritores del M¨¦xico actual. Eduardo Antonio Parra (Ciudad de Le¨®n, Guanajuato, 1965) ha tenido tambi¨¦n fortuna y toda ella en el mismo sello: Txalaparta ha publicado Tierra de nadie (2001), Los l¨ªmites de la noche (2002) y Nadie los vio salir (2002), el ¨²ltimo libro que ha publicado.
?lmer Mendoza (Culiac¨¢n, Sinaloa, 1949), en M¨¦xico, es C¨®braselo caro y, tal como se ha visto estos d¨ªas en la feria en los encuentros con los lectores, su popularidad no deja de crecer. En Espa?a se edit¨® El amante de Janis Joplin (Tusquets, 2003). Salvo errores del ISBN, donde no figura ning¨²n registro, David Toscana es el ¨²nico que no ha publicado en Espa?a. Nacido en Monterrey en 1961, es autor de un libro de relatos, Historias de lontananza, y de las novelas Las bicicletas, Estaci¨®n Tula y Santa Mar¨ªa del circo.
Hay una min¨²scula nube que se posa sobre la punta de un cerro. Hay ciudades que parecen fantasmas. Est¨¢n el desierto y sus alima?as, pero existen tambi¨¦n grandes zonas agr¨ªcolas que podr¨ªan convertir la zona en el granero del mundo. Pueblos polvorientos. M¨¢s arriba, r¨ªo Bravo. Los mexicanos se pon¨ªan de cuclillas mientras esperaban que anocheciera. Luego intentaban cruzarlo. El agua llevaba remolinos, muchos se ahogaban.
Arturo P¨¦rez-Reverte fue provocando con preguntas, y Mendoza, Parra, Sada y Toscana fueron contestando. Hablaron de un medio ambiente "extremoso", de la dureza de habitar en lugares donde todo est¨¢ por hacer, y tambi¨¦n del lento proceso de aprendizaje que supone encontrar las palabras para revelar un mundo. Ahora muchos de los escritores que vienen del norte est¨¢n transformando la literatura que se hace en M¨¦xico. Son muy distintos, pero todos comparten el af¨¢n de gozar con el lenguaje. El encuentro discurri¨® por paisajes diferentes. Igual se hablaba de esos pueblos en ruinas donde no hay otra alternativa que irse o pudrirse, que se contaba del car¨¢cter hospitalario de unas gentes que saben lo que es la solidaridad para salir adelante. Muchos tienen s¨®lo la fuerza de sus brazos (los braceros) y la frontera como ¨²nica alternativa.
Se dijo que ah¨ª en el norte hay incluso una forma espec¨ªfica de maldecir. Se habl¨® de Dios. Con el inmenso desierto y la miseria, muchos viven mirando hacia arriba. Pero se cont¨® tambi¨¦n que no hay tanta fiesta, como en el resto del pa¨ªs, en el d¨ªa de los muertos. Claro que tambi¨¦n ah¨ª hay que hacerle escarnio al desastre de morir, pero cuando toca no hay manera de ver una risa en el velorio. Eso s¨ª: la frontera le quita toda solemnidad a la muerte. "?Has visto a fulano?". "Ah, es que lo mataron". Poco m¨¢s, una frase, una noticia.
Tierra de un fatalismo duro y resignado, habitada por hombres y mujeres en los que se confunden el candor y la malicia. Que son reservados: "No me andes presentando a gente que no conozca", contaron que se dice por la zona. En el encuentro con sus amigos mexicanos, Arturo P¨¦rez-Reverte se borr¨® del mapa. Cogiendo cosas de los libros de uno y otro los hac¨ªa hablar, pero cuando luego le preguntaron al terminar el acto, casi no quiso ni contestar. El protagonismo entero lo tuvo ese lugar donde no hay nada, y donde lo que necesitas tienes que hacerlo t¨² mismo. La violencia en el norte es seca, dura, pragm¨¢tica, sin rencor. El Gobierno es el enemigo y lo peor es la traici¨®n. Entonces no hay piedad, no hay culpa, no hay remordimiento. Encontraron a una mujer muerta con tres agujeros limpios que le horadaban uno de los lados de su rostro. Entrevistaron al asesino. "Puedo ya pasar toda la vida en la c¨¢rcel", eso dijo, "pero ten¨ªa que matarla porque me traicion¨®". No hay otra, ¨¦sos son los c¨®digos no escritos de la frontera. Pero tan severos como la ley m¨¢s dura.
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