La horterada
Fui a cenar a uno de los mejores hoteles de Barcelona y me gust¨® much¨ªsimo tanto la decoraci¨®n como la comida, de una rara exquisitez. Estoy segura de que la factura fue considerablemente alta, a tono con la calidad y el ambiente. Pero no todo, hel¨¤s! se correspond¨ªa con el ambiente. En la mesa de al lado, redonda y grande, hab¨ªa un grupo de holandeses. Iban sin chaqueta y uno de ellos se levant¨® de golpe y se puso a cantar. Esto lo repiti¨® entre plato y plato, y cada vez que lo hac¨ªa, enarbolaba tenedor y cuchillo para dar mayor ¨¦nfasis a su balada y luego entrechocaba los cubiertos produciendo un ruido estremecedor. El estruendo no imped¨ªa que la ¨²nica se?ora de este grupo no parara de bostezar. Tambi¨¦n se grababan los unos a los otros con una peque?a c¨¢mara Sony, y eso que no mataban ni en belleza ni en estilo: eran un grupo de mediana edad, m¨¢s bien barrigones, a excepci¨®n de un joven alto y rubio. De repente uno de los hombres se puso a imitar a los ¨¢rabes en voz bastante alta y profiriendo algo as¨ª como un "jamalaj¨ª, jamalaj¨¢", mientras el joven se levantaba y se iba al lavabo: tuve la clara sensaci¨®n de que se iba a esnifar coca¨ªna. El pobre ma?tre franc¨¦s, cort¨¦s e impecable, no dec¨ªa nada: son los nuevos tiempos, parec¨ªa pensar. Ahora el espl¨¦ndido restaurante acaba de ser reconocido por una importante gu¨ªa gastron¨®mica y le felicito por ello. Me pregunto si a tal honor le corresponder¨¢ una selecci¨®n de sus clientes.
Crece la horterada: gente mal vestida en los restaurantes, cobradores remilgados...
En otro hotel de lujo tuve que esperar un buen rato a un hu¨¦sped y, mientras estaba apostada en recepci¨®n, apareci¨® un norteamericano en pantalones cortos. Su pinta era la de un lobo de mar pero sin gracia, pues a su fealdad natural se le a?ad¨ªa la dejadez: una camiseta de tirantes sudada, los consabidos pantalones cortos y unas sandalias horrendas. "D¨®nde hay un restaurante italiano?", pregunt¨® al conserje. "Un poco m¨¢s arriba hay una pizzer¨ªa" , le respondi¨® amablemente. "No, uno bueno", a?adi¨® ¨¦l. "Bueno, puede ir a dos calles m¨¢s all¨¢". Dicho y hecho, el otro se encamin¨® presto al establecimiento. "?Y usted cree que lo dejar¨¢n entrar de esta guisa?", coment¨¦ yo. "Ay se?ora, hoy en d¨ªa el dinero lo puede todo...".
Este verano se coment¨® la dejadez de nuestras calles barcelonesas y el incivismo de la gente, y sobre todo el de ciertos visitantes extranjeros. Pero la falta de educaci¨®n y de decoro (que seg¨²n Arist¨®teles no es otra cosa que el saber estar en cada lugar de la manera apropiada) est¨¢ en todas partes, tanto en la calle como en el interior de los establecimientos. En realidad, es el reino de la horterada. Los que m¨¢s lo notan son los extranjeros que vinieron a vivir aqu¨ª hace 5, 10 o 20 a?os. Uno de mis amigos ha regresado a su pa¨ªs porque en su bar habitual ya no le miran a la cara al darle el cambio del pago del caf¨¦, y dejan las monedas en la barra, jam¨¢s se las devuelven como antes en la mano. Debe de ser una consigna, pues el otro d¨ªa vi c¨®mo la cobradora del aparcamiento recog¨ªa mi dinero con una regla y lo arrastraba hasta un caj¨®n.
Pero tengo un ejemplo mejor para mi colecci¨®n de mala educaci¨®n rampante. Una amiga m¨ªa fue a repostar gasolina en un pueblo de la Costa Brava. Cuando pidi¨® al chico que la ayudara, ¨¦ste le dijo: "S¨ªrvase usted misma, no se crea que esto es como en las ¨¦pocas de Franco, en que ¨¦ramos sus servidores". Mi amiga, una progre de ricitos rubios, absolutamente mansa y educada, y sin asomo alguno de petulancia o de pijer¨ªa, se qued¨® helada.
Victoria Combal¨ªa es cr¨ªtica de arte.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.