Opuestos a la s¨ªntesis
No todo cabe dentro del concepto de democracia, como es patente en las pr¨¢cticas abusivas que se dan con harta frecuencia bajo el tolerante r¨¦gimen democr¨¢tico, pero ser¨ªa admisible la noci¨®n de que la democracia en funcionamiento es el ejercicio continuo de una s¨ªntesis de las razones propias y de las razones de los dem¨¢s, tanto m¨¢s necesaria la s¨ªntesis cuanto m¨¢s relevante sea el asunto que concierne a la ciudadan¨ªa. Por eso desazona tanto el desencuentro de razones que planea sobre la propuesta de reforma del Estatuto de Catalu?a. Y lo verdaderamente inquietante para la buena salud de la democracia, m¨¢s que la alarma que en sectores determinados de la sociedad pueda provocar la interpretaci¨®n demonizada del Estatuto, que est¨¢ siendo transmitida por el c¨ªrculo de creadores de opini¨®n de la derecha, es la p¨¦rdida de eficacia de la democracia representativa en el logro de la s¨ªntesis.
Despu¨¦s de tanto ruido medi¨¢tico, no se conoce propuesta concreta alguna del PP sobre el Estatuto
La primera cita para un intercambio formal de razones tuvo lugar en el Congreso de los Diputados. La segunda se ha celebrado en el Senado en la sesi¨®n dedicada al Estado de las autonom¨ªas, ambas, pues, en la tribuna que corresponde en nuestro sistema institucional. Fue el del Congreso un buen debate, de los que reconcilian con el discurso parlamentario, pero asim¨¦trico. No hubo un cruce transversal de razones, sino, lamentablemente, un bloque con las razones sostenidas por todos los partidos del arco parlamentario, menos uno, a favor de la admisi¨®n a tr¨¢mite del proyecto de reforma presentado por el Parlamento de Catalu?a, y, enfrente, un taponamiento total, una sordera artificiosa a las razones expuestas. Empecinado en su tergiversaci¨®n estrella: la supuesta reforma encubierta de la Constituci¨®n, Mariano Rajoy, despu¨¦s de haber ignorado los argumentos jur¨ªdicos de numerosos expertos que niegan que el proyecto catal¨¢n entra?e una reforma de la Constituci¨®n, no escuch¨® las razones de car¨¢cter pol¨ªtico sobre la necesidad de la reforma y la oportunidad del proyecto -pendiente de una ardua negociaci¨®n de s¨ªntesis.
Todo proyecto de norma es, en principio, problem¨¢tico por tener que casar intereses a menudo divergentes. Por lo tanto, no debe extra?ar que un proyecto de norma estatutaria lo sea en alto grado, como corresponde a su rango jer¨¢rquico y a las materias sensibles que regula, y ello con independencia del grado de consenso en origen. A lo largo del tr¨¢mite parlamentario por el que tiene que pasar el proyecto, el PP tendr¨ªa ocasi¨®n de formalizar sus razones sobre la constitucionalidad de la reforma y su adecuaci¨®n al inter¨¦s general, la preservaci¨®n de la operatividad del Estado, el modelo de financiaci¨®n que se propone para Catalu?a, la eficacia atendiendo al principio de subsidiariedad del sistema de competencias que detalla el proyecto, y de exponer todas cuantas otras objeciones sobre el contenido de la norma estime convenientes desde su posici¨®n ideol¨®gica y program¨¢tica. Al negarse a participar de manera regular en la formaci¨®n de la s¨ªntesis, el PP se autoexcluye, se margina de las reglas democr¨¢ticas vigentes en un momento clave y se precipita en una huida hacia la radicalizaci¨®n de signo espa?olista.
La actitud escogida por la c¨²pula del PP es mucho m¨¢s grave que una estrategia electoral oportunista para recuperar el poder: quiebra el funcionamiento del mecanismo de formaci¨®n de la s¨ªntesis -en el fondo, es un boicoteo al sistema democr¨¢tico-, adem¨¢s de transmitir una interpretaci¨®n falaz de las consecuencias generales para Espa?a y de las particulares para los catalanes del proyecto de reforma del Estatuto. Pero en el supuesto de que s¨®lo le guiara una estrategia electoral -eso s¨ª que merecer¨ªa la calificaci¨®n de "moralmente reprobable"-, la gravedad de suactitud no se aten¨²a. ?C¨®mo cree el PP que puede gobernar? Ahuyentando a los posibles aliados -no podr¨¢ contar con CiU durante una generaci¨®n, seg¨²n Artur Mas-, su ¨²nica esperanza reside en alcanzar la mayor¨ªa absoluta. Un escenario poco veros¨ªmil, pero a¨²n menos deseable puesto que supondr¨ªa que la radicalizaci¨®n del PP habr¨ªa arrastrado a una mayor¨ªa amplia del cuerpo electoral: un retroceso pol¨ªtico de d¨¦cadas. Toda alternativa de gobierno tiene que poder contar con un m¨ªnimo grado de confianza por parte de quienes no la votaron, a fin de que la cohesi¨®n civil no padezca y la estabilidad pol¨ªtica quede garantizada. ?Qu¨¦ confianza puede inspirar una alternativa forjada sobre tales mimbres?
La derecha espa?ola se ha modernizado en las pr¨¢cticas econ¨®micas en las que es tan eficiente en la apropiaci¨®n de plusval¨ªas como puedan serlo las derechas del entorno europeo, pero a penas ha evolucionado en el terreno ideol¨®gico-simb¨®lico. Es el precio que pagamos todos por haber eludido la desfranquizaci¨®n. Oyendo a los locuaces voceros de la derecha pol¨ªtica, se echa de menos la "conllevancia" orteguiana. Se conlleva lo que se reconoce, lo que tiene identidad, necesidades y exigencias, aunque no gusten, mientras que se menosprecia lo que se ignora. Despu¨¦s de tanto ruido medi¨¢tico, de tanto sarcasmo y soflama en foro parlamentario, no se conoce propuesta concreta alguna del PP sobre el denso contenido del proyecto de reforma del Estatuto catal¨¢n, salvo su intenci¨®n (de mal augurio) de reescribirlo. Y es que para la derecha espa?ola el problema no es la norma, sino que sigue siendo su destinatario: Catalu?a, como en los viejos tiempos. Fatigante conclusi¨®n a estas alturas de la historia de Espa?a y de la construcci¨®n europea.
Jordi Garc¨ªa-Petit es acad¨¦mico numerario de la Real Academia de Doctores.
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