El consumismo es un humanismo
Para estas navidades, Gucci anuncia destinar una quinta parte de los beneficios obtenidos en determinados modelos de bolso a los desvalidos enfermos de sida. ?Podr¨¢ decirse, en adelante, que quien gasta su dinero en bienes de lujo no tiene coraz¨®n? Con la murga de las navidades llega tambi¨¦n la tabarra de la condena al consumismo, pero actualmente empiezan a escasear las marcas que no asocian su nombre a una buena causa o lloran, sea mediante turr¨®n El Lobo o los muebles de Ikea, la miseria del Tercer Mundo.
Nuestra sociedad espa?ola, y no espa?ola, sigue contando con una vasta legi¨®n de nuevos reaccionarios, antiguos progresistas, que ven en el consumismo la ra¨ªz de las peores dolencias, pero son ellos los afectados en su punto de vista.
Por el consumismo, dicen, nos degradamos, y esta monserga, en diferentes tonos, nos acompa?ar¨¢ desde estos primeros d¨ªas de diciembre hasta las penurias de la cuesta de enero. Afortunadamente entonces las dificultades para seguir gastando o la imposibilidad para continuar la fiesta emergen como un bien estacional que permitir¨¢ al sujeto reencontrarse consigo mismo. Reconocerse como un paisano supuestamente real y cabal gracias al avillanamiento de las rebajas.
La cuesta de enero evocar¨ªa as¨ª el mito de S¨ªsifo, mientras la Navidad, parad¨®jicamente, aludir¨ªa al brillo saturnal, el triunfo del hedonismo sobre la piedad y de lo m¨¢s banal sobre el profundo amor al pr¨®jimo. Consecuentemente, la fiesta habr¨ªa invertido su significaci¨®n y, con ello, tras haberse pervertido internamente, nos devorar¨ªa moralmente.
Nos hallamos, pues, en v¨ªsperas de esa formidable degradaci¨®n. Abocados, como siempre por estas fechas, a sumirnos en el ardiente delirio de las compras sucesivas. ?Podr¨ªa expresarse de mejor manera la fiebre de nuestra civilizaci¨®n, su extrav¨ªo de sentido? As¨ª les parece a estos moralistas, progresistas ayer y despistados hoy. Para ellos, el consumo tiende a deteriorarnos mientras el ahorro, quiz¨¢s, nos edifica o algo por el estilo. Con esta misma ecuaci¨®n de ahorramiento, la sexualidad se ahorraba para el matrimonio y toda entrega fuera de la factor¨ªa conyugal resultaba condenable por improductiva o consumista. ?Puede sostenerse ese paradigma a¨²n?
Naturalmente que no. Sin la fuerza del consumismo desfallecer¨ªa la base del sistema y, en consecuencia, la producci¨®n, el empleo, la renta, las oportunidades de vivir y, ahora, adem¨¢s, el m¨¦todo autom¨¢tico de hacer el bien al pr¨®jimo. Dar limosna comprando, salvar a un pobre derrochando: el sistema se ha acoplado tanto con el consumo y el consumismo como la naturaleza con el reciclaje. M¨¢s consumo equivale a mayor prosperidad y grandes compras en Navidad son el buen augurio del a?o. Para todos. Puesto que el consumismo se ha reencarnado en humanismo.
Hasta hace poco, el vicio de consumir parec¨ªa un acto de exclusivo narcisismo. A la acci¨®n del ahorro se asociaba la idea de solidaridad (con las generaciones futuras, con los beneficios de la inversi¨®n acertada) mientras el consumo sufr¨ªa la mala fama de la egolatr¨ªa. Contrariamente hoy, el consumo demuestra palmariamente su car¨¢cter de extraversi¨®n, comunicaci¨®n, comunidad, movimientos transatl¨¢nticos. Sus contumaces detractores, chapados a la antigua, contin¨²an diciendo que por el consumismo nos consumimos. Pero viene a ser precisamente al rev¨¦s: gracias al consumo elegimos, nos degustamos, nos reconocemos y, al cabo, transformamos aquella primera etapa del seco amor por los objetos en una jugosa lubricia interpersonal. Cambiamos, en definitiva, la represi¨®n por la expansi¨®n y la continencia repetida por el juego interminable de la ilusi¨®n o la compulsi¨®n.
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