El fantasma de Muti recorre la Scala de Mil¨¢n
La temporada de ¨®pera se inaugura con un 'Idomeneo' que no hace olvidar al antiguo director
La Scala de Mil¨¢n estren¨® la temporada como manda la costumbre, con ¨¦xito y un largo aplauso de 12 minutos. El p¨²blico se habr¨ªa sentido muy mal si despu¨¦s de pagar 2.000 euros por una butaca de platea (hasta 4.000 en la reventa) le hubiera tocado quejarse. Aplaudi¨® con especial entusiasmo el Idomeneo de Mozart, en estilizada versi¨®n del joven Daniel Harding, porque hab¨ªa que alejar los fantasmas de la crisis, las deudas y el futuro incierto. Pese a todos los esfuerzos, el aut¨¦ntico fantasma de la ¨®pera milanesa, Riccardo Muti, pulul¨® por los antepalcos: se palp¨® la traum¨¢tica ausencia del director art¨ªstico que durante 19 a?os empu?¨® la batuta inagural. La estudiada pobreza del escenario contribuy¨® a que se echaran en falta otros tiempos.
En un ambiente de perspectivas sombr¨ªas se habr¨ªa agradecido cierta dosis de fasto
La nostalgia se aviene con la ¨®pera. La del mi¨¦rcoles por la noche, sin embargo, fue incluso excesiva. Los acontecimientos de la pasada primavera, cuando una revuelta de m¨²sicos y t¨¦cnicos acab¨® con el superintendente Mauro Meli y con el tot¨¦mico maestro Muti, quedaban muy cercanos. Y el Idomeneo de Harding result¨® bajo en calor¨ªas, demasiado ligero y moderno para una instituci¨®n habituada a la pompa y los men¨²s consistentes. Cesare Romiti, antiguo consejero delegado de Fiat y representante eximio de la burgues¨ªa milanesa, industrial y mel¨®mana, lo dijo muy claro a la salida: "Harding est¨¢ muy bien y gustar¨¢ a los j¨®venes, pero Muti es Muti y a m¨ª me gusta m¨¢s".
La Scala ha perdido en cinco a?os 41 millones de euros, y ha asumido una deuda superior a los cien con la restauraci¨®n del teatro y la construcci¨®n de una segunda sala en la periferia. Esas cifras pesan. La orquesta, que con Muti adquiri¨® un empaque sinf¨®nico y que unos meses atr¨¢s se revolvi¨® contra el patr¨®n por motivos dif¨ªcilmente explicables sin apelar a Freud, teme por su futuro. En el entreacto, el presidente de la Rep¨²blica, Carlo Azeglio Ciampi, tuvo que abandonar el palco de honor y acudir a los camerinos para animar a los instrumentistas, inquietos por los recortes aplicados en el presupuesto a las subvenciones p¨²blicas para los espect¨¢culos en vivo. Ciampi les dijo que har¨ªa lo que pudiera (en realidad, nada salvo flagrante inconstitucionalidad) cuando el Parlamento le hiciera llegar la ley presupuestaria.
En un ambiente as¨ª, de estrecheces y perspectivas sombr¨ªas, el p¨²blico (y quiz¨¢ tambi¨¦n los m¨²sicos) habr¨ªa agradecido una cierta dosis de fasto en el escenario. La restauraci¨®n de la Scala se realiz¨®, sobre todo, para dotarla de un espacio que permitiera mover grandes decorados y poner en circulaci¨®n masas corales. El precio fue alto, en dinero y en est¨¦tica: al delicado edificio de Piermarini le sali¨® una joroba de cristal y acero. El alcalde de Mil¨¢n, Gabriele Albertini, proclam¨® el a?o pasado, en la inauguraci¨®n de la reformada Scala, que por fin ser¨ªa posible "sacar elefantes a escena". En lugar de elefantes, Luc Bondy (escenograf¨ªa) y Rudy Sabounghi (vestuario) sacaron un espacio desnudo, vistieron a los personajes de inmigrantes de posguerra, convirtieron a Neptuno en un enigm¨¢tico cubo parlante y colgaron al fondo una marina que cambiaba seg¨²n las circunstancias: a ratos la pintura mostraba un mar en calma, a ratos mostraba una tormenta. Sin necesidad de llegar al desfile de paquidermos, se habr¨ªa podido echarle al asunto un poco m¨¢s de imaginaci¨®n. Si aspira al minimalismo elegante, la Scala sale perdiendo frente a teatros como el San Carlo de N¨¢poles.
El vest¨ªbulo estuvo en la l¨ªnea del escenario. El a?o pasado, el p¨²blico femenino celebr¨® la reapertura del teatro restaurado con una portentosa exhibici¨®n de vestidos, joyas, peinados y sonrisas quir¨²rgicas; el mi¨¦rcoles rein¨® la discreci¨®n hasta tal punto que las c¨¢maras tuvieron que concentrarse en un futbolista del Milan, Clarence Seedorf, que acudi¨® con sombrero y esmoquin blanco. Faltaron las starlettes de otras temporadas y a ratos parec¨ªa como si los magnates milaneses hubieran ido al teatro con sus primeras esposas.
Durante la cena de gala (canap¨¦s, risotto y solomillo) en el Palacio Real para homenajear al director, el joven Daniel Harding, muy aficionado al f¨²tbol, quiso fotografiarse con Seedorf. Circul¨® de mesa en mesa y agradeci¨® los parabienes, pero admiti¨® que el ¨¦xito de Idomeneo no consegu¨ªa arrancarle del alma la pena por la eliminaci¨®n del Manchester United en la Liga de Campeones.
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