Misteriosos maniqu¨ªes
Al subir por las escaleras mec¨¢nicas de El Corte Ingl¨¦s, entre el tercer y el cuarto piso, vemos aparecer la cabeza de un maniqu¨ª, como una muchacha paralizada por un sortilegio que parece que nos est¨¢ esperando en el rellano. Seg¨²n vamos subiendo, a la cabeza que se asoma sobre el filo del ¨²ltimo escal¨®n se le va agregando el cuello, el busto con los antebrazos, el tronco entero y las piernas, envueltos en tules y transparencias de lencer¨ªa. Ante semejante aparici¨®n el rostro del visitante sustituye la expresi¨®n de ensimismado aburrimiento propia de estas expediciones al palacio del consumo por otra expresi¨®n, ¨¦sta de extra?eza; se ve desconcertado, desplazado a escenarios er¨®ticos, nocturnales, que no cuadran con la luz uniforme de los grandes almacenes ni con la espaciosa sala en que se encuentra ni con la aguda conciencia de ser parte de un reba?o, conciencia que asalta a cualquiera que va de compras a esta clase de establecimientos, tan pr¨¢cticos por otra parte. ?Qu¨¦ siente o piensa el cliente expuesto a las sugerencias contradictorias que emanan de los vol¨²menes y la ropa procaz del maniqu¨ª, con la frialdad de la materia, poliuretano o fibra de vidrio, y con el gesto congelado? Probablemente, una punzada de leve angustia ante la posibilidad de haberse deslizado, sobre la alfombra m¨¢gica de las escaleras autom¨¢ticas, en un espacio en el que las reglas est¨¢n cambiadas. El cliente agradece que s¨®lo le reciba un maniqu¨ª, y no cien, y d¨¢ndole la espalda se encamina al siguiente tramo de escalera mec¨¢nica.
Una sensaci¨®n de irrealidad semejante se produce ante la tienda de escaparatismo de Diputaci¨®-Pau Claris, donde media docena de maniqu¨ªes sin rostro saludan a la calle desde el balc¨®n del tercer piso, en cuyo interior a lo mejor est¨¢n celebrando una fiesta en la que tambi¨¦n participan algunas marionetas y mu?ecas, algunas estatuas del museo de cera y de los jardines p¨²blicos, y un robot o dos, para dar la bienvenida a un ejemplar de Palette, el maniqu¨ª sin rostro de la casa japonesa Flower Robotics Inc., que se pone en movimiento cuando entra un cliente en la tienda e imita los movimientos de las modelos famosas. A fiestas de esta clase es mejor no ser invitado. Peligro de muerte.
Que hay algo turbador en estos sos¨ªas es evidente. Turbador, y potencialmente amenazante, pues la materia no bromea, sino que est¨¢ siempre impregnada de una tr¨¢gica seriedad, como afirma el padre de Bruno Schulz en Las tiendas de color canela. El padre del narrador, sastre de profesi¨®n, est¨¢ convencido de que en todos los mu?ecos antropom¨®rficos alienta una especie de vida, que ¨¦l aspira a liberar: "?Hab¨¦is o¨ªdo, durante la noche, los terribles gritos de esos monigotes de cera encerrados en extra?as barracas, el lastimero coro de esos troncos de le?a y porcelana que golpean con el pu?o las paredes de su c¨¢rcel?".
Siguiendo esta l¨®gica, el episodio piloto del nuevo Doctor Who, la serie de ciencia ficci¨®n que la BBC emite, con enorme ¨¦xito, desde los a?os sesenta, que tuve el placer de ver la pasada primavera, trataba precisamente sobre una rebeli¨®n de los maniqu¨ªes de las tiendas de Londres; por la noche cobraban vida y sal¨ªan a sembrar el caos y la muerte (como los androides de R.U.R., la novelita de Karel Capek, creador literario de los robots), y el Dr. Who ten¨ªa que emplearse muy a fondo -eso s¨ª, al estilo british: levantando la ceja, bromeando sin tasa, flippant a m¨¢s no poder- para devolver a los revoltosos a sus escaparates.
Ante un sem¨¢foro de la Rambla de Catalunya, o¨ª a una se?ora lamentarse a su marido porque ella estaba m¨¢s gordita que el escultural tronco femenino transparente que luc¨ªa un tanga en el escaparate de Intimissimi. "Con ese tipito, todo le sienta bien", se quejaba, envidiosa y tontorrona. Ganas me entraron de abrirle los ojos: "Se?ora, ?no ve que ella no tiene piernas ni cabeza, y usted s¨ª? Y encima, ella es de fibra de vidrio".
Se entiende que la presencia silenciosa, fantasmag¨®rica, de los maniqu¨ªes tenga misterio y atractivo, un atractivo evidente en los ejemplares de formas perfiladas, maquillados, con peluca, que venden empresas modernas y sofisticadas como Atrezzo (en la foto) o B3. Lo cant¨® Sisa ("oh, nineta / embolicada / en cel¡¤lofana, / tu ets el m¨¦s preci¨®s regal / que em puguin fer / per al meu sant"), inspirado por la secretaria de la compa?¨ªa de seguros en la que trabajaba entonces, que, seg¨²n me dice el cantautor, "era clavada a un maniqu¨ª, pero un maniqu¨ª popular, de Gran Via para abajo, un maniqu¨ª tirando a Sepu", y lo fotografi¨® Josef Sudek en varias placas de su l¨ªrica serie Paseo por el jard¨ªn encantado, tan evocadora y bella como todo lo que Sudek hac¨ªa, y con una mano, pues la otra la hab¨ªa perdido en la I Guerra Mundial.
En esa guerra, y en el mismo frente italiano, tambi¨¦n cay¨® herido Oskar Kokoschka (OK), y durante su convalecencia le dio puerta su novia, Alma Mahler, la mujer m¨¢s fascinante de Viena, dicen. OK encarg¨® el que ser¨ªa el m¨¢s famoso maniqu¨ª en la historia del arte -un fetiche de tama?o natural y hechuras "lo m¨¢s semejantes posible" a las de Alma- a una artesana a la que dio explicaciones sobre proporciones, texturas y tama?os, la calidad de la piel, la forma de manos y pies, el volumen del busto y la rugosidad de los pezones... La mu?eca es horrible, una larva, una chapuza. OK se llev¨® un disgusto al verla. Tambi¨¦n su Autorretrato con la mu?eca da pavor. ?Qu¨¦ feliz hubiera sido OK en los tiempos modernos, cuando la t¨¦cnica permite simulacros perfectos, id¨¦nticos al original!
Corrieron los rumores de que aquel magn¨ªfico loco dorm¨ªa con su maniqu¨ª, la vest¨ªa y desnudaba, recib¨ªa en casa a sus amigos ante su mirada ciega, la llevaba consigo al caf¨¦, a la ¨®pera, en fiacre... Si no recuerdo mal, en las memorias de Alma Mahler y en las de OK (ambas publicadas por Tusquets, y ambas con el mismo t¨ªtulo: Mi vida) se menciona este episodio grotesco, aunque con distinto acento: para la viuda Mahler, demostraba que el joven y celoso ex amante hab¨ªa quedado trastornado por su amor inolvidable y desamor abrasivo. En cambio, OK lo recordaba como una burla breve, grangui?olesca y juvenil, propia de su fe expresionista...
Luego la mu?eca empez¨® a perder el relleno, se desarticulaba, y durante una fiesta se manch¨® de vino tinto, le arrancaron la cabeza, la arrojaron por la ventana. A la ma?ana siguiente OK tuvo que explicar a la polic¨ªa qu¨¦ hac¨ªa en su jard¨ªn aquel cad¨¢ver decapitado... que se llev¨® el cami¨®n de la basura.
museosecreto@hotmail.com
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