Fotos robadas
?QU? HACEMOS cuando creemos que nadie nos mira? Casi, mejor no enterarse. Desde que me percat¨¦ de que los porteros de mi bloque vigilan con una c¨¢mara el ascensor donde estoy desperdiciando mi espl¨¦ndida madurez, ya no soy la misma. En ese ascensor, aburrida y desolada por el empe?o americano de no poner espejos, yo he realizado muy diferentes actividades durante el ¨²ltimo a?o, he cantado en voz alta mis discos favoritos (el ¨²ltimo, Tiempo de amar, de la inconmensurable Mayte Mart¨ªn, que canta boleros como si nadie los hubiera cantado antes, y que tiene ese C¨®mo fue con Omara Portuondo que me hace feliz durante 4 minutos y 12 segundos); en ese ascensor me he recolocado las cinco capas de ropa que llevo debajo del abrigo Morcilla de Burgos, un tubo negro de plumas de la cabeza a los pies relleno de carnecilla (la m¨ªa); dentro de ese ascensor me he calado el gorro Put¨®n de Baqueira, ese tipo de gorro del que se r¨ªen los espa?oles (qu¨¦ simp¨¢ticos) porque achacan que luzcas semejante gorro a tu incorregible esnobismo (que tambi¨¦n), hasta que a ellos se les hiela el moco y entonces corren despavoridos a las tiendas a agenciarse tambi¨¦n de Putones de Baqueira; en ese ascensor me he pintando los labios y me he mirado los dientes en el espejillo; en ese ascensor, a veces, me he dicho: ?anda, tengo un pelillo!, y he sacado las pinzas y me lo he quitado; en ese ascensor he comprobado todas las ma?anas que a¨²n me llegan las manos al suelo, y he realizado algunas flexiones y algunos estiramientos pilatescos; en ese ascensor he ensayado ese tipo de frases brillantes que uno quisiera tener preparadas para discusiones futuras, y que son el pre¨¢mbulo del d¨ªa en que, al fin, te lances a hablar sola por la calle, haciendo como que vas con un manos-libres. Todo se andar¨¢. Pero, ay, desde que descubr¨ª que mis porteros tienen esa pantallita en el mostrador y siguen en todo momento la actividad ascensoril, pienso en lo que debieron de pensar de esa individua (yo) haciendo flexiones pilatescas embutida en el Morcilladeburgos. Me emparanoio. Ahora siento que las sonrisas que me dirigen est¨¢n provocadas por cosas (peores) que he hecho y de las que no me acuerdo, y por eso bajo los veintisiete pisos inm¨®vil como una muerta, como una morcilla despu¨¦s de tres d¨ªas en un tupperware, muy tiesa, una morcilla findus. Para colmo me acaban de llegar unas fotos que me sac¨® el otro d¨ªa sin yo enterarme un joven periodista que se busca la vida en el duro mundo de la Gran Patata. Fue en la catedral de Saint Patrick. Las fotos me han inquietado tremendamente. Era el d¨ªa en que el Coro de la Generalitat Valenciana cantaba el R¨¦quiem de Tom¨¢s Luis de Victoria con gran ¨¦xito de cr¨ªtica y p¨²blico (?los neoyorquinos les aplaudieron durante cinco minutos!). La gente escuchaba transportada y en silencio esa m¨²sica hermos¨ªsima, cerraba los ojos, se ve¨ªan caras de concentraci¨®n y de melancol¨ªa. Y de pronto me llegan esas fotos, esas fotos robadas. S¨ª, se?ores, a m¨ª tambi¨¦n me roban fotos. Lo cual me inquieta, aunque, a la postre, qu¨¦ diantres, tambi¨¦n me halaga. No me roban fotos desnuda en la playa, sino en una catedral. Nivelazo. En esas fotos vemos los rostros de respetuosos mel¨®manos y, de pronto, entre ellos, mi cara. En dos palabras: in-descriptible. La pregunta es: ?de qu¨¦ me estoy riendo? Porque no es una sonrisilla de felicidad, amigos, es de oreja a oreja, como si lo que estuviera escuchando fuera La calle 42 en vez de un r¨¦quiem. Comprender¨¢n que la inquietud que me produjo ese gesto tan inadecuado me llev¨® a intentar recordar qu¨¦ co?o pasaba por mi cabeza en el ya hist¨®rico momento de mi robada instant¨¢nea. ?Y me acord¨¦! Estaba pensando: "Con lo tranquila que puedo vivir yo aqu¨ª, tan lejos, ?para qu¨¦ meterse en l¨ªos? No volver¨¦ a escribir de pol¨ªtica ni a meterme en terrenos pantanosos, har¨¦ lo que se hace con la familia en las entra?ables fiestas navide?as: evitar cualquiera de esos temas que puedan hacer que el cordero salte por los aires (aunque este a?o hay que tener en cuenta que los socorridos temas sobre comida y bebida pueden tambi¨¦n llevarnos a la gresca)". Eso pensaba. Y esa especie de novedosa beatitud, de inesperado gandhismo, de futura vida sin tensiones, me hac¨ªa sonre¨ªr. Pero sal¨ª de la iglesia, pasaron los d¨ªas, le¨ª la prensa y se rompi¨® la magia. El gandhismo, a tomar por saco. Y es que, por m¨¢s que hayas hecho una promesa a san Patricio y al ni?o Jes¨²s, t¨² lees, por ejemplo, que Maragall, ese hombre, se pregunta c¨®mo es posible que la muerte de Lorca y la amistad que mantuvo con Dal¨ª no hayan servido para unir para siempre Andaluc¨ªa y Catalu?a, y claro, no puedes por m¨¢s que abrir la boca. Si no la abres, revientas. Al menos quieres decir que las personas no representan a los pueblos, que las personas s¨®lo se representan a s¨ª mismas, y que si en la amistad de esos dos artistas estuviera representada la amistad entre dos comunidades, la cosa estar¨ªa llamada a acabar fatal, tan mal como acab¨®, y eso que Lorca (por desgracia) no tuvo vida suficiente para o¨ªr los comentarios que salieron de la boca del genio de Cadaqu¨¦s despu¨¦s del asesinato del poeta. Pero la cosa es: por qu¨¦ utilizar a los muertos para apoyar nuestras opiniones. Ni siquiera deber¨ªamos echar mano de las opiniones del exilio espa?ol (de los que quedan; a unos les gusta el Estatut, pero a otros... a otros no les gusta nada). El otro d¨ªa hablaba Garz¨®n en NYU de la comisi¨®n de la memoria. Estupendo en teor¨ªa, ver¨ªamos si en la pr¨¢ctica no acabar¨ªamos ante la fosa tirando de los huesos unos por un lado y otros por el otro. Como dec¨ªa el maestro, los muertos no se tocan, nene.
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