Un h¨¦roe juvenil
El Sant Jordi del gran escultor Joan Rebull, delante de la Diputaci¨®n, es una muy peculiar representaci¨®n del hero¨ªsmo juvenil. El rostro, lejos de ser el propio de un guerrero, parece m¨¢s bien un homenaje al rostro del Pablo Picasso juvenil, con su flequillo y su famosa mirada de rayos X. La figura es hier¨¢tica, con sugerencias primitivas o egipcias, y viste con una cota de malla que le cubre desde el cuello hasta los pies, pero de manga corta, de manera que sugiere una prenda futurista o un skijama, y concretamente de thermolactyl, de la acreditada casa Damart.
Tengo muy presente su figura desde el d¨ªa de Sant Jordi en que me sentaron a firmar libros en un chiringuito en la Rambla de Catalunya, desde donde me sobr¨® tiempo para contemplarlo a mis anchas. Pas¨¦ la ma?ana, m¨¢s que firmando, conversando con otro joven escritor, de profesi¨®n abogado, que se dedicaba -no s¨¦ si se dedica todav¨ªa- a ejecutar embargos por cuenta del juzgado. "Es un empleo muy duro", me dijo; "te presentas en el piso con la orden de desahucio y en compa?¨ªa de dos polic¨ªas, porque nunca sabes c¨®mo va a reaccionar el afectado. Claro, es muy fuerte sacar a una familia de su casa y ponerla en la calle. Muchos lloran, gritan, a veces he sufrido conatos de agresi¨®n. Gracias a Dios nunca me han llegado a pegar. Un trabajo muy duro. Pero en contrapartida, el horario es s¨®lo de nueve a dos. Me deja mucho tiempo para escribir".
Y Sant Jordi-Picasso nos clavaba su mirada hipn¨®tica.
Al margen de que "tengo mucho tiempo para escribir" y "no tengo tiempo para escribir" sean frases odiosas y err¨®neas, me he preguntado alguna vez c¨®mo ser¨¢n las novelas de aquel colega. ?A lo mejor, un prodigio de sensibilidad, de refinamiento, un canto estremecido a la belleza del mundo y la dignidad de los seres humanos?; porque no s¨¦ si es razonable, o un simple prejuicio est¨¦tico, o algo m¨¢s ruin, la inquina de Canetti contra T. S. Eliot, al que reprocha una y otra vez, en Fiesta bajo las bombas, que hubiese trabajado en un banco durante muchos a?os sin manifestar la menor inquietud, en perfecta paz de esp¨ªritu. Tambi¨¦n Salvador Espriu, que viv¨ªa cerca de esta esquina, llev¨® vida y tuvo el aspecto de un pulcro oficinista, sin que ello sea desdoro para su poes¨ªa. Y Philip Larkin, ?no fue siempre bibliotecario municipal, adem¨¢s de poeta egregio? Y si bien se mira, ?no est¨¢n todas las profesiones y oficios al servicio de un orden p¨²blico inconcebible sin la orden de desahucio?
Al Sant Jordi de Rebull ese rinc¨®n no le sienta bien. Ni el edificio de vidrio a su espalda, ni el car¨¢cter comercial de la zona, tan contradictorio con su naturaleza de h¨¦roe caballeresco, ni el tiesto con un arbusto que le han puesto al lado, ni los altos m¨¢stiles con sus banderas: todo lo encoge y achata y contribuye a sugerir que el vencedor de dragones y rescatador de doncellas est¨¢ a punto de irse a la cama, enfundado en su thermolactyl. Ya en su d¨ªa, mediados de los a?os setenta, su aparici¨®n levant¨® controversia.
Algunos lo consideraron una versi¨®n tard¨ªa, desafortunada, del mismo santo, personaje caro al escultor, que lo hab¨ªa representado repetidamente a lo largo de su dilatada y f¨¦rtil carrera; entre esas versiones previas destaca la que hizo para la casa racionalista que dise?¨® el arquitecto Francesc Folguera en la esquina de Caspe-Pau Claris. El santo cuelga de la fachada, a gran altura sobre la calle, y desde la acera no se aprecian los detalles de su figura, pero es muy estilizada y rom¨¢ntica (la propia mujer del arquitecto, Anna, pos¨® como modelo). En alg¨²n lugar Josep Palau i Fabre recuerda un chiste que corr¨ªa en los a?os treinta; el santo se quejaba: "M'han fotut el cavall, m'han fotut el drac, m'han fotut la llan?a i m'han fotut aqu¨ª dalt!". Hay gente que no aprecia la s¨ªntesis, ni la elipsis, ni la abstracci¨®n y que quiere ver todos los detalles y el m¨¢ximo parecido, como se los sirven en los culebrones de la televisi¨®n.
Parece que Rebull era un hombre modesto y a la vez vehemente, apasionado y comprometido a fondo con su arte. Sufri¨® el exilio, frecuent¨® a Picasso, regres¨® a finales de los a?os cuarenta. Es inevitable que cuando empez¨® a representar la figura de san Jorge tuviese en consideraci¨®n el de Donatello, sobre todo para su bajorrelieve de Montserrat, donde el santo tiene las piernas, la mano y el escudo en posici¨®n muy semejante a la del ilustre italiano. ?ste logr¨® con su San Jorge una cumbre de la estatuaria renacentista, un alarde de movimiento y de expresividad. Le dio a su rostro tanta determinaci¨®n como miedo. Y ya nunca m¨¢s volvi¨® a representarlo. Donatello era impulsivo, apasionado. Una vez, un comerciante le encarg¨® un busto, y luego, al recogerlo, regateaba: el precio era muy alto para un trabajo que, total, no hab¨ªa llevado m¨¢s que un mes. Donatello, para espanto del cliente, agarr¨® el busto y lo destroz¨® contra el empedrado mientras gritaba: "?En la cent¨¦sima parte de una hora se puede arruinar el trabajo y el valor de un a?o entero!". No hay nada m¨¢s cierto.
A esta clase de comportamientos se entregaba a veces el pintor V¨ªctor Mira, que muri¨® prematura y tr¨¢gicamente en el a?o 2003. Unos a?os antes, un representante del Banco para la Reconstrucci¨®n Europea le encarg¨® una escultura para el espacioso vest¨ªbulo de la sede central, en M¨²nich, donde viv¨ªa. Los emolumentos eran cuantiosos. A V¨ªctor, que era muy joven y estaba a dos velas, le costaba dar cr¨¦dito a su buena suerte. Casi abrazaba a su interlocutor. Luego ¨¦ste, que como muchos de esa naci¨®n era m¨¢s expl¨ªcito que diplom¨¢tico, le dijo: "?Y ahora, tal vez a usted le gustar¨ªa saber por qu¨¦, entre tantos artistas, le hemos elegido a usted?... ?S¨ª?... Mire, hubi¨¦ramos preferido a Fulano, pero es ingl¨¦s, y los franceses hubieran protestado. Lo mismo si hici¨¦semos al rev¨¦s; de manera que nos inclinamos por un espa?ol porque ustedes no ponen problemas, no son conflictivos, nadie protestar¨¢". Esto era en los tiempos en que entr¨¢bamos en Europa, de puntillas para no molestar. Pero aquel hombre no imaginaba el car¨¢cter y el orgullo de Mira:
-?Que no somos conflictivos? -grit¨®-. ?Nosotros, que hicimos la Guerra Civil? ?Yo no soy conflictivo?
Grit¨® un buen rato como un poseso, dijo de todo, escupi¨® al suelo y se larg¨®. Recuerdo siempre de ¨¦l ese gran momento.
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