El tigre de los llanos
Facundo Quiroga ha pasado a la historia como paradigma del poder y la violencia en Latinoam¨¦rica, de la trayectoria vital que desemboca en el caudillismo visionario y despiadado. Gaucho de energ¨ªa brutal y mirada col¨¦rica, fue uno de los 'se?ores de la guerra' de la Argentina del siglo XIX.
Facundo Quiroga ha pasado a la historia como paradigma del poder y la violencia en Latinoam¨¦rica, de la trayectoria vital que desemboca en el caudillismo visionario y despiadado. Gaucho de energ¨ªa brutal y mirada col¨¦rica, fue uno de los 'se?ores de la guerra' de la Argentina del siglo XIX.
"El general Quiroga quiso entrar en la sombra
Llevando seis o siete degollados de escolta".
J. L. Borges
La montonera
Hay que imaginarse las pampas. El desierto inabarcable de las pampas argentinas. Esas tierras llanas e infinitas, aisladas por su propia extensi¨®n. Hay que imaginarse esas llanuras a comienzos del siglo XIX, doblemente vac¨ªas: de gentes y de ley. Hay que figurarse, en el fondo de ese v¨¦rtigo horizontal, una extensa polvareda, acerc¨¢ndose. El retemblar de la tierra sacudida por miles de caballos al galope, un chivateo que se convierte poco a poco en rugido, una bandera negra que flamea sobre un bosque de lanzas de cuatro metros, empenachadas con cintas rojas, apuntadas hacia nosotros. Es la montonera. Y al frente de ella, a galope tendido, un jinete de largas barbas y melena negra, con la lanza en ristre, preparada para ensartar a sus enemigos. ?se es Facundo.
Todo el que lo vio en batalla o en la pausa de sus campamentos testimoni¨® su carisma. La brutal energ¨ªa en los ojos col¨¦ricos, la confianza casi sobrenatural en s¨ª mismo, la crueldad sin par en una ¨¦poca y unas regiones pr¨®digas en hombres crueles. No en balde sus hombres, esos jinetes ind¨®mitos de sus montoneras, lo apodaron El Tigre de los Llanos. Porque si alguien le tem¨ªa m¨¢s que sus enemigos eran sus propios gauchos, contra los cuales volv¨ªa su lanza con cabo de ¨¦bano a la menor muestra de cobard¨ªa o flaqueza.
Apoyado en esa energ¨ªa y ese terror, Facundo Quiroga se convirti¨® en uno de los tres caudillos principales que se repartieron Argentina en el vac¨ªo de poder y la anarqu¨ªa que siguieron a la independencia. Su imperio de cuchillos y boleadoras lleg¨® a abarcar todas las provincias andinas del pa¨ªs, de Mendoza a Jujuy. Una extensi¨®n de unos 700.000 kil¨®metros cuadrados. O, para que nos entendamos, bastante mayor a la de toda Espa?a. Y que Facundo mantuvo bajo su bota de cuero de potro, gracias al poder de sus bandas de jinetes capaces de cruzar enormes distancias, que usualmente tomaban semanas, en s¨®lo algunos d¨ªas, durmiendo y comiendo sobre los caballos, de modo de adelantarse y sorprender a sus enemigos. La velocidad y la crueldad. La velocidad en la crueldad. Esto era Facundo.
Los caudillos
Juan Facundo Quiroga naci¨® en 1788 en San Antonio, un caser¨ªo en las sierras andinas de la provincia de La Rioja. Su padre era un hacendado de cierta fortuna, lo que significaba poco en esas regiones pobres. Apenas que el hijo pudiera ir a la escuela (de la que escap¨® luego de voltear a su profesor de una bofetada). Y que tuviera su propio caballo desde que pudo sostenerse sobre ¨¦l. El caballo y la vida en la llanura fueron su verdadera escuela. Con ellos aprendi¨® lo esencial: que en la pampa, nada queda demasiado lejos, si hay voluntad de cabalgar. Y que degollando -reses u hombres- se pierde el miedo a la sangre.
Sus pasiones eran simples, las de todo gaucho: el caballo, el juego y las mujeres, en ese orden. Y en todas ellas era violento. A los quince a?os se anota su primer muerto: un tal Pe?a, al que asesina de un balazo por unos asuntos de naipes. Luego de eso pasa a?os deambulando por la pampa, haci¨¦ndose la fama de "gaucho malo" entre los gauchos. Es inevitable comparar esa vida con la de aquellos vaqueros errantes en el lejano oeste de Estados Unidos.
Las eternas cabalgatas entre los ranchos aislados; la ocasional venta o pulper¨ªa, con su mostrador enrejado donde Facundo se jugaba el todo o nada a una sota; el inevitable duelo a fac¨®n, ese largo cuchillo de doble filo que se lleva en la faja, por atr¨¢s, y cuyos cortes se paran con el brazo envuelto en el poncho. Luego, huir otra vez de la partida, la polic¨ªa rural de las pampas, rehacerse en otro sitio, juntar dinero arreando ganado a trav¨¦s de la cordillera hasta Chile, por ejemplo. Y perderlo todo a los naipes nuevamente. Una vida de forajido gaucho que no difiere mucho de la que se canta en el Mart¨ªn Fierro, acaso.
Con una gran divergencia. En 1810, cuando Facundo tiene ya 22 a?os, la historia llega hasta esas pampas remotas. Y transforma al gaucho solitario en un caudillo. Un mundo se viene abajo, el del orden colonial espa?ol en Iberoam¨¦rica, y otro empieza a nacer entre batallas, patriotismo y anarqu¨ªa. Entretanto queda un vac¨ªo de poder donde -desde M¨¦xico hasta la Patagonia- hombres violentos y decididos encontrar¨¢n un mismo destino natural. Se inicia el "siglo de los caudillos", como lo ha llamado Enrique Krauze.
Facundo se enrola de soldado en el ej¨¦rcito patriota que se est¨¢ formando. Pero la disciplina es insoportable para ¨¦l, y deserta. Vuelve a vagabundear, ahora doblemente perseguido. Y en ese punto es donde interviene el destino (que otros llaman suerte). En 1818, Facundo es hecho prisionero en San Luis, quiz¨¢ por aquella deserci¨®n, o por alguna de sus deudas de sangre. Como sea, estando en la prisi¨®n, un grupo de soldados espa?oles apresados por el general San Mart¨ªn se amotina. Los godos abren las celdas a los criminales para que les ayuden a escapar. Facundo, en lugar de ayudarles, mata a catorce de ellos con el macho (la barra) de los grillos que le han quitado. As¨ª domina la rebeli¨®n y devuelve la c¨¢rcel a los patriotas.
Desde ese presidio, Facundo sale perdonado, condecorado y famoso. Un h¨¦roe popular, de esos que se forjan en las revoluciones precisamente. ?Pero fue hero¨ªsmo, instinto o c¨¢lculo lo que le llev¨® a matar a esos espa?oles? Quiz¨¢ otra cosa m¨¢s simple: ganas de pelear solamente. Facundo no iba a perderse una buena pelea.
Civilizaci¨®n y barbarie
Poco despu¨¦s de su haza?a en la c¨¢rcel, y montado en esa fama, Facundo es nombrado comandante de campa?a en La Rioja. Es decir, manda sobre las milicias gauchas. Hay algo de inevitable -en lugar de sorprendente- en ello. Es el m¨¢s violento y, por tanto, en una ¨¦poca violenta, le corresponde el primer lugar. Al frente de esa montonera inicia su conquista de las pampas. Hacia 1827, cuando entra en San Juan, ya es el caudillo indiscutido de esas regiones. Y durante esa entrada triunfal es cuando ocurre el segundo momento crucial en el destino de Facundo. Aunque de ¨¦ste, ¨¦l no se dar¨¢ ni cuenta.
En el umbral de un peque?o comercio, observando el tropel de 600 gauchos con sus lanzas y enormes corazas de cuero crudo, est¨¢ un joven profesor y periodista. Domingo Faustino Sarmiento -tan aterrado como el resto de la villa- contempla a la montonera y de pronto, como lo relatar¨ªa muchos a?os despu¨¦s, siendo ya presidente de Argentina, "todo el mal de mi pa¨ªs se me revel¨® de improviso: ?la barbarie!".
Y como encarnaci¨®n de esa barbarie, Sarmiento ve pasar a Facundo, el sanguinario jefe de la horda. Facundo, que no lo ha visto, que nunca sabr¨¢ de ese profesorcillo de provincias, docto, pol¨ªglota y apasionado. Y al cual, sin embargo, el caudillo riojano le deber¨¢ su destino de personaje hist¨®rico. Pues ser¨¢ Sarmiento quien, exiliado en Chile tras el triunfo de los caudillos federales liderados por el tirano Rosas, escribir¨¢ la biograf¨ªa de Facundo.
Como otros personajes hist¨®ricos en esta serie de El Pa¨ªs Semanal, Facundo es tanto una persona como un libro. Civilizaci¨®n y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga no s¨®lo es "la primera p¨¢gina de la literatura argentina" (seg¨²n Ricardo Piglia), sino que sigue siendo uno de los ensayos fundamentales acerca del fen¨®meno de la violencia y el poder en Latinoam¨¦rica. Bajo la influencia del historiador escoc¨¦s Carlyle, Sarmiento escribi¨® la biograf¨ªa de un h¨¦roe que es al mismo tiempo "una manera de ser de un pueblo, de sus preocupaciones e instintos". Por ejemplo, su intuici¨®n acerca de Facundo como un producto de la "soledad" (que emana de las enormes pampas desiertas) repercutir¨¢ todav¨ªa cien a?os despu¨¦s en reflexiones cardinales sobre la regi¨®n, como El laberinto de la soledad -precisamente-, de Octavio Paz. Facundo es el "genio b¨¢rbaro" de esos paisajes solitarios, donde la libertad de una naci¨®n surg¨ªa de su propio caos. Pero -liberal convencido- Sarmiento tambi¨¦n anota: "La libertad pocas veces tiene mucho que agradecerle a los genios".
"Oh, sombra terrible de Facundo", escribe Sarmiento en la primera l¨ªnea de su libro, invoc¨¢ndolo como se llama a un demonio -o a una deidad- para que le ayude a entender los males de su pa¨ªs. Y un siglo y medio despu¨¦s, muchos seguimos invocando su libro para escrutar la tragedia del caudillismo pol¨ªtico latinoamericano, donde en lugar de respetar los cargos se venera a los l¨ªderes.
El hombre-tigre
Los siguientes a?os en la vida de Facundo Quiroga, una vez que se ha consolidado como caudillo del interior argentino, transcurren batallando las guerras civiles que desgarran a la naci¨®n. Unitarios y federales se disputan sangrientamente el poder. Sin embargo, muy pronto esas denominaciones van quedando vac¨ªas, para transformarse en meros pendones en las refriegas. Tres se?ores de la guerra se dividen el pa¨ªs. Estanislao L¨®pez, en las provincias litorales del r¨ªo Paran¨¢. Juan Manuel Rosas, en Buenos Aires. Facundo Quiroga, en las vastas planicies hasta los faldeos de Los Andes. Es en estos a?os cuando los rasgos de Facundo quedan m¨¢s a la vista. Su crueldad y su astucia se aguzan en la necesidad de conservar el poder.
Con astucia "latinoamericana", Facundo siempre supo que no era necesario "gobernar", sino "mandar". Nunca se nombra a s¨ª mismo gobernador o algo parecido. Sabe que le basta con mandar sobre sus montoneras. Es m¨¢s, que no puede distraerse de ello. Y que para hacerlo, a medida que aumenta su poder, requiere de m¨¢s terror. Su castigo habitual son 600 azotes. De modo que toda condena equivale a una tortura hasta la muerte. Otro castigo favorito es "enchalecar": envolver a la v¨ªctima en un cuero de vaca reci¨¦n desollada, coserlo y dejar este paquete a secarse en la pampa (no sin antes o¨ªr el crujido de algunos huesos). Tales castigos recaen sobre sus propios hombres -a la menor desobediencia- o sobre las ciudades sometidas a tributo para que los entreguen. A medida que crece, la horda n¨®mada requiere m¨¢s y m¨¢s tributos. Zonas enteras se despueblan, aterradas. O las despuebla el propio Quiroga, como cuando ordena que emigren al campo todos los habitantes de la ciudad de La Rioja -antepasado andino de un Pol Pot, Facundo entiende que la cultura c¨ªvica es su enemigo.
En la guerra parece invencible. Durante la campa?a de 1831 gana tres batallas seguidas contra ej¨¦rcitos bien armados y superiores en n¨²mero. El prestigio astuto y cruel de Quiroga alcanza niveles m¨ªticos. Es por esa ¨¦poca cuando recibe el apodo de El Tigre de los Llanos. Pero para la gente de las pampas ese nombre no es una figura ret¨®rica. Tiene connotaciones m¨¢gicas. El hombre-tigre, o runa uturuncu en la mitolog¨ªa ind¨ªgena, tiene la capacidad de transformarse realmente en la fiera. Es la fiera bajo apariencia humana.
El fin de las montoneras
Y de pronto, sin motivo -o porque no hay ¨¦pica que sea eterna-, Facundo decide retirarse. Algunos piensan que es porque ya no le quedaban enemigos. Otros, que su riqueza lo hab¨ªa ablandado (luego de su victoria en La Ciudadela, salieron de Tucum¨¢n 250 carretas, de 16 bueyes cada una, cargando el bot¨ªn).
Pero la causa puede haber estado no en sus victorias, sino en sus derrotas. El a?o anterior, el general Paz, un soldado veterano de las guerras de la independencia, le hab¨ªa vencido en La Tablada y Oncativo. Poco importa que luego Facundo se recuperara; El Tigre hab¨ªa perdido el invicto. Y debe haber sido el primero en notarlo. Un ej¨¦rcito regular, con infanter¨ªa y ca?ones, hab¨ªa derrotado a las feroces caballer¨ªas montoneras. Obligando a Facundo a huir a Buenos Aires para reorganizarse bajo la protecci¨®n de su aliado, el caudillo Juan Manuel de Rosas, que pronto ser¨ªa el tirano de una Argentina unificada por su terror.
Ahora, tras esa ¨²ltima campa?a victoriosa, El Tigre de los Llanos inicia una vida a¨²n m¨¢s inesperada, en su ya imprevisible existencia. Se vuelve sedentario. Alhaja la gran casa en Buenos Aires con sus inmensos botines. Trae a su mujer y sus cinco hijos desde La Rioja. Durante algunos a?os vive como un se?or de la guerra retirado en sus cuarteles de invierno. Hace especulaciones financieras y sufre de re¨²ma. Incluso estiliza el traje de gaucho y se recorta la barba dej¨¢ndose s¨®lo unas patillas frondosas (las que el riojano ex presidente Menem le imitar¨¢). Durante unos cortos a?os parece que la gran ciudad ha domesticado al n¨®mada.
No es dif¨ªcil sospechar el motivo: el gaucho astuto hab¨ªa entendido que la montonera, su m¨¢quina de guerra, iba quedando obsoleta. Se aproximaba el fin de los jinetes salvajes, que cargaban a lanza y boleadoras. El detestado uniforme sustituir¨ªa al chirip¨¢ y el poncho. Una edad ¨¦pica -m¨¢s que una ¨¦poca- estaba terminando (aunque hoy sabemos que si la montonera estaba obsoleta, no lo estaban los caudillos, ni la barbarie).
Y entonces sobreviene el tercer encuentro con el destino. El misterio final que consagra el mito de Facundo.
El llamado de la pampa
Nunca se sabr¨¢ a ciencia cierta si fue una conspiraci¨®n de Rosas para deshacerse de su peligroso aliado. Pero a finales de 1834 le piden a Facundo que viaje al interior del pa¨ªs para una misi¨®n diplom¨¢tica: mediar entre dos caudillos provinciales que se pelean. Facundo era demasiado astuto como para no prever los riesgos. Las tierras que deber¨ªa cruzar estaban infestadas de enemigos jurados. Casi en cada legua del camino deb¨ªa vidas y haciendas. Es cierto que muchos gauchos le saldr¨ªan al paso para aclamar a su h¨¦roe idolatrado. Pero el caudillo ir¨ªa sin su montonera, apenas con seis o siete jinetes escoltando su galera, el inmenso carromato, verdadero barco de las pampas.
A pesar de ello, Facundo decide abandonar su c¨®moda vida en Buenos Aires y partir. Nadie se lo explica. Sarmiento sugiere que fue su vanidad, su sensaci¨®n de inmortalidad. Otros, que necesitaba reafirmar las bases de su poder en el interior.
Pero una lectura literaria -y Facundo es tambi¨¦n un libro- sugiere otra cosa. Tras algunos a?os, la inacci¨®n se le habr¨¢ vuelto insoportable. En las noches habr¨¢ o¨ªdo el relinchar de los caballos, el caliente viento zonda barriendo los pajonales, el rugido del tigre con el que le comparan. En suma, habr¨¢ escuchado el llamado de la pampa. Dici¨¦ndole que es preferible morir en ella que vivir en la ciudad.
Casi desde la salida se prodigan los signos de mal ag¨¹ero. La galera se empantana. Mensajeros le advierten de que en C¨®rdoba le est¨¢n esperando para matarlo. Un chasqui (correo), salido de Buenos Aires, le lleva la delantera como si fuera avisando que viene El Tigre a sus enemigos. Cambiando caballos, sin descansar nunca, con su caracter¨ªstica velocidad de maniobra, Facundo logra llegar a Santiago del Estero y cumplir su misi¨®n. Pod¨ªa ir de all¨ª a sus tierras de La Rioja y armar una montonera, para volver a Buenos Aires por la ruta andina, evitando las amenazas que lo esperan en C¨®rdoba. Sin embargo, no hace nada de eso. Vuelve precisamente por donde vino, solo. Como si buscara exponerse al enemigo nuevamente.
En Barranca Yaco, un ca?ad¨®n boscoso bajo el rasero de la pampa cordobesa, los asesinos lo esperan. Escondidos entre los algarrobos, disparan sobre la galera. Matan a toda la escolta, deg¨¹ellan incluso a un ni?o de doce a?os que iba de postill¨®n. Facundo se asoma entre los faldones del carro y le disparan a quemarropa en la cara. Antes ha gritado: "??Qui¨¦n se atreve a matar a un general?!".
Casi como si estuviera pidi¨¦ndolo. Como si a eso hubiera ido precisamente. A morir en la pampa, en su ley. Y no en la de la ciudad. Fue un 16 de febrero de 1835. Facundo ten¨ªa 47 a?os. Acaso la eternidad habr¨¢ sido para ¨¦l la infinita carga de una montonera: "Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma, / Se present¨® al infierno que Dios le hab¨ªa marcado, / Y a sus ¨®rdenes iban, rotas y desangradas, / Las ¨¢nimas en pena de hombres y de caballos". (Borges).
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