Un mandar¨ªn, sin duda
Quien tenga tratos semanales con estudiantes universitarios de humanidades e intente convencerlos de que lean suplementos o revistas literarias puede encontrarse con esta asombrosa respuesta: "No quiero que me influyan". La contestaci¨®n reposa en un malentendido fabricado por la pedagog¨ªa biempensante: suponer que un individuo es capaz, por s¨ª solo, de expresi¨®n original y que ese "potencial creativo" se perder¨¢ ante el contacto con mandarines.
La existencia de este libro supone, al contrario, la invitaci¨®n a ser influida -o influido-, a dejarse guiar, sacudir o hasta dominar por un mandar¨ªn, un ¨¢rbitro, un pope. En suma, por un cr¨ªtico, con todos los matices que conlleva el t¨¦rmino: fabulador incompleto o impotente, escritor manqu¨¦, y hasta sombra de eunuco, como lo denomin¨® George Steiner.
OBRA SELECTA (ENSAYOS)
Cyril Connolly
Traducci¨®n de Miguel Aguilar, Mauricio Bach y Jordi Fibla
Lumen. Barcelona, 2005
1.014 p¨¢ginas. 28 euros
Adem¨¢s de ser invitaci¨®n al contacto con una autoridad fascinante -y antip¨¢tica para nuestro igualitarismo- esta Obra selecta es una se?al e interpretarla es la ¨²nica manera de explicar su aparici¨®n y de proclamar su importancia. ?De qu¨¦ clase de se?al se trata? Ante todo, su aparici¨®n denota una sensaci¨®n aguda de orfandad, una melanc¨®lica ansiedad por encontrar y sostener la posibilidad, hoy casi perdida, de un intercambio complejo y variado de opiniones sobre literatura. En resumen, editar a Connolly supone el deseo ferviente de volver al territorio del gusto y a sus habitantes, que eran (?son todav¨ªa?) los cr¨ªticos: los cr¨ªticos de diarios y revistas, los legisladores de semana en semana. Los eslabones fundamentales en la gran cadena de la lectura, que debe incluir la duda, la condena, la destrucci¨®n o el elogio. En suma, que supone jerarqu¨ªas, c¨¢nones, comparaciones y hasta desestimaciones.
No se trata del todo de un des
cubrimiento. Hubo un primer Connolly, que era modelo y colega. En los a?os cuarenta lo traduc¨ªa -junto con Evelyn Waugh y Graham Greene- la revista Sur de Buenos Aires, que dirig¨ªa Victoria Ocampo. De hecho, la gran cr¨ªtica americana de la ¨¦poca -desde Alfonso Reyes hasta Jaime Rest-, que hoy parece haber salido de un Borges omnipresente, se form¨® m¨¢s bien, hasta el hurac¨¢n estructuralista de los a?os sesenta, en la frecuentaci¨®n de esos autores ingleses, que eran sus contempor¨¢neos. Despu¨¦s, en Barcelona, hace unos quince a?os, Antoni Munn¨¦ y Joan Riambau -en la editorial Versal- dieron a conocer el volumen unitario Enemigos de la promesa, aqu¨ª incluido. Fue el segundo Connolly y participaba -muy sutilmente- de una serie distinta: ya no era modelo ni colega, sino representante, con cierta beligerancia, de un estilo cr¨ªtico distinto al espa?ol, de ra¨ªces muy diversas.
?C¨®mo definir el tercer Connolly (inaugurado en parte por Mauricio Bachs en Mondadori en 2000) de esta Obra selecta? ?Es Connolly, en 2005, pura arqueolog¨ªa? Parece afirmarlo la cita de Virgilio en la portada: "Cerrad las acequias, muchachos, que los prados ya han sido saciados". La eligi¨® su nuevo y coquetamente an¨®nimo editor -responsable de una excelente 'Introducci¨®n'- que, no obstante el diagn¨®stico virgiliano, ha reunido con inocultable entusiasmo versiones castellanas anteriores y les ha agregado art¨ªculos, cr¨®nicas y diarios. Entre ellos destacan Barcelona (1936), pieza que inaugur¨® lo que se convertir¨ªa en un g¨¦nero aut¨®nomo (el reportaje internacional de la Guerra Civil espa?ola), o el extraordinario Diario de Londres, muy posterior.
Pero el editor an¨®nimo no con
sidera todo perdido. Sabe que la cita de Virgilio se orienta en dos sentidos, el de la promesa del alimento (la acequia tiene agua) y el de la imposibilidad de absorberlo (el prado est¨¢ ah¨ªto). As¨ª, es probable que ya no podamos pensar en Connolly como modelo, colega o maestro, ni siquiera como representante de las tendencias actuales dominantes en la cr¨ªtica inglesa, salvo quiz¨¢ Frank Kermode y alguna pluma sobreviviente de The Times Literary Supplement. Pero es probable, al mismo tiempo, que si se aspira a abrir de nuevo la acequia, su figura sea del todo vigente. No s¨®lo su figura, sino tambi¨¦n los g¨¦neros que practic¨®. Tal vez incluso la ligereza y la agilidad del rese?ismo period¨ªstico sea el ¨²nico medio id¨®neo para imaginar un espacio de discusi¨®n del gusto, m¨¢s all¨¢ de la publicidad o la academia. En este aspecto, Connolly es una referencia viva, porque muestra el abanico del oficio: la rememoraci¨®n, la impresi¨®n, la cr¨®nica, la comparaci¨®n. En ¨¦l hay adem¨¢s una fuerte y seductora impregnaci¨®n del yo, tan visible en muchas clases de estilos actuales, pl¨¢sticos o verbales. Con una diferencia: el yo de Connolly existe porque ha le¨ªdo: sabemos qu¨¦ animales, vinos, comidas y paisajes le gustaban, qu¨¦ amigos tuvo, qu¨¦ alianzas afianz¨®. ?sa es su lecci¨®n y su cautela; lo sabemos porque todo eso se alimentaba de los versos que estudi¨® y memoriz¨®, de las novelas que am¨® o detest¨®, de las que ensay¨® y en las que fracas¨®. Eso que este tercer Connolly encarna es el oficio de cr¨ªtico: un cr¨ªtico impensable sin los cl¨¢sicos; un cr¨ªtico impensable sin la mesa de redacci¨®n.
?C¨®mo leerlo entonces? Como una suerte de extraordinario taller literario. En estas mil y pico p¨¢ginas se puede aprender -seg¨²n se ha hecho siempre, imitando- c¨®mo se hace una rese?a, c¨®mo se discute una adhesi¨®n o un rechazo, c¨®mo se conversa sobre libros. Definitivamente, Connolly no es arqueolog¨ªa, sino literatura.
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