Conjetura sobre el silencio
El 10 de enero de 1860, Ivan Turguenev pronunci¨® en Londres una conferencia cuyos beneficios se destinar¨ªan a la "Sociedad de Socorros a los hombres de letras y de ciencias menesterosos", y en la que se propuso comparar dos obras que, seg¨²n sus noticias, habr¨ªan sido impresas en 1605: Hamlet y la primera parte del Quijote. En aquella ocasi¨®n, la principal l¨ªnea de razonamiento del autor de Padres e hijos fue la de contraponer la manera en la que uno y otro personajes confrontan sus acciones con el ideal que les anima. En el caso del hidalgo manchego, Turguenev destaca "la fe ante todo, la fe en algo eterno, inconmovible, en la verdad; en una palabra, en la verdad que se encuentra fuera del individuo". Por descontado, esa fe, ese ideal, est¨¢ sacado del mundo fant¨¢stico de las novelas de caballer¨ªa, y ah¨ª radica "el lado c¨®mico del Quijote". Ahora bien, "el ideal mismo queda intacto en toda su pureza" y el personaje que se aferra a ¨¦l sin desmayo reproduce los rasgos que definen a todo "entusiasta", a todo "servidor de la idea". M¨¢s all¨¢ del desprecio hacia las cosas materiales y de una ausencia de vanidad que no le impide, sin embargo, confiar ciegamente en su voluntad y en su fuerza, Turguenev observa en Don Quijote y, por consiguiente, en los hombres que se enfrentan al ideal de acuerdo con pautas semejantes a la suya, que "el constante af¨¢n de lograr la misma meta confiere cierta uniformidad a sus pensamientos, cierta estrechez a su mente"; de igual manera, estima que Don Quijote, imbuido de un gran ideal, es incapaz de "mudar de convicci¨®n o abandonar una acci¨®n por otra".
En el caso de Hamlet, Turguenev observa, por el contrario, "el an¨¢lisis ante todo; luego, el ego¨ªsmo, y, por tanto, la ausencia absoluta de fe". A diferencia de la estrechez de mente de la que adolece Don Quijote en raz¨®n de su apego a una sola idea y a un solo prop¨®sito, la inteligencia de Hamlet "est¨¢ demasiado desarrollada para contentarse con lo que encuentra en s¨ª mismo" y adquiere, en consecuencia, una aguda, casi martirizada, "conciencia de su debilidad". Incapaz de confiar en su voluntad, y menos en su fuerza, se inclina por la "iron¨ªa, el polo opuesto del entusiasmo de Don Quijote". En contraste con la fe inquebrantable de ¨¦ste, "no cree en s¨ª mismo, pero es vanidoso", y aunque "no sabe lo que quiere ni para qu¨¦ vive", se distancia una vez m¨¢s del personaje de Cervantes porque, frente a su desprecio hacia las cosas materiales, Hamlet "se aferra a la vida". Podr¨¢ dudar del bien, pero "combate encarnizadamente" el mal, ilustrando entonces "el lado tr¨¢gico (...) de la vida humana: el pensamiento es indispensable para la acci¨®n, pero pensamiento y voluntad se han separado y cada d¨ªa es mayor el abismo entre ellos".
Esta caracterizaci¨®n de los individuos seg¨²n su relaci¨®n con el ideal evoca con sorprendente nitidez la controvertida sentencia del griego Arqu¨ªloco, al punto de que hace planear la sospecha de que Turguenev pudiera tenerla presente en el momento de redactar su conferencia. "La zorra sabe muchas cosas -escribi¨® Arqu¨ªloco-, pero el erizo sabe una importante". El extenso margen de interpretaci¨®n que ofrece la sentencia, cuya escueta caracterizaci¨®n podr¨ªa haber inspirado la descripci¨®n de la actitud de Hamlet como la de la zorra y la obsesi¨®n de Don Quijote como la del erizo, sirvi¨® de est¨ªmulo a Isaiah Berlin para indagar en el pensamiento, no del autor de Padres e hijos, sino en el de Tolst¨®i. Para Berlin, Tolstoi se aproxima a los rasgos con los que, seg¨²n Turguenev, Shakespeare habr¨ªa imaginado a Hamlet, de manera que "su genio es destructivo hasta la devastaci¨®n. ?l s¨®lo puede se?alar su objetivo poniendo al descubierto los falsos carteles anunciadores; aislar la verdad, aniquilando todo lo que no lo sea". Y por lo que refiere no al pensamiento de Tolst¨®i, sino a su car¨¢cter, Berlin lo describe con palabras que parecen calcadas, una vez m¨¢s, de las que Turguenev emplea referidas a Hamlet. "Era orgulloso hasta la locura -escribe Berlin- y, a la vez, se odiaba. Era omnisciente y dudaba de todo. Era fr¨ªo y violentamente apasionado. Era despectivo y, al mismo tiempo, se humillaba. Se sent¨ªa atormentado y distante".
En aquella conferencia de 1860, Turguenev recuerda a sus oyentes que, a pesar de la tajante caracterizaci¨®n de los individuos en su trato con el ideal que acababa de trazar, "gracias a una sabia disposici¨®n de la naturaleza, no hay Hamlets completos, como tampoco Quijotes ¨ªntegros; ambos representan tan s¨®lo la expresi¨®n de dos direcciones extremas, jalones colocados por los poetas en la bifurcaci¨®n de dos rutas distintas". Tambi¨¦n Isaiah Berlin, por su parte, se aproxima a la figura de Tolst¨®i como si se adentrase por una, y s¨®lo una, de esas "rutas distintas" del pensamiento a las que se refiere Turguenev, y que es la que se corresponder¨ªa con la de la zorra. En cuanto a la ruta que coincidir¨ªa con la del erizo, Berlin parece dejarla moment¨¢neamente en la sombra. El lector puede suponer que se trata de la que siguen los grandes hombres de acci¨®n, ya sea desde el gobierno, ya desde los movimientos revolucionarios que, en sus diversas y casi siempre tr¨¢gicas especies, proliferaron en tiempos de Tolst¨®i y se extendieron hasta la toma del poder por los bolcheviques en 1917.
Ser¨¢, con todo, en un largo ensayo sobre Turguenev y sobre su representaci¨®n del nihilismo donde Berlin vuelva sobre una idea apuntada por al autor de Padres e hijos en aquella conferencia de Londres; en concreto, sobre la existencia de un espacio, de un cierto trayecto o recorrido en el que coincidir¨ªan, antes de bifurcarse definitivamente, las "rutas distintas" que definen la relaci¨®n con el ideal de un cierto tipo de individuos caracterizados por la circunstancia de no ser ni "Hamlets completos", ni tampoco "Quijotes ¨ªntegros". Se tratar¨ªa de gentes lo mismo de acci¨®n que de pensamiento a quienes "todo lo que sea general, abstracto, absoluto", les repugna, pero que, al tiempo, manifiestan un f¨¦rreo compromiso con una visi¨®n del mundo "apacible, perspicaz, concreta e incurablemente realista". Seg¨²n Berlin, ¨¦ste ser¨ªa el caso de Turguenev, un escritor que como "ning¨²n otro en la completa historia de la literatura rusa, y quiz¨¢ de la literatura en general, habr¨ªa sido tan feroz y continuamente atacado, lo mismo desde la derecha que desde la izquierda". La raz¨®n de este aislamiento cada vez m¨¢s herm¨¦tico habr¨ªa que buscarla, siempre de acuerdo con Berlin, en el hecho de que Turguenev pertenece a una categor¨ªa de personas capaces de "resistir la imantaci¨®n que ejerce cada polo de fuerza y de llamar a la moderaci¨®n en situaciones turbulentas". Se trata de escritores o pol¨ªticos cuya lucidez, cuya capacidad de ver m¨¢s all¨¢ de las llamaradas de la lucha y adecuar sus juicios y sus acciones al momento en que hasta los enemigos m¨¢s recalcitrantes tendr¨¢n que transigir, les coloca en una "compleja situaci¨®n", a menudo interpretada como "debilidad, equidistancia, oportunismo, cobard¨ªa".
Berlin, que al igual que Tolst¨®i, que al igual, en definitiva, que Turguenev, suele razonar "poniendo al descubierto los falsos carteles anunciadores", parece en
esta ocasi¨®n elevar el tono para salir en su defensa: "aunque esta descripci¨®n -'debilidad, equidistancia, oportunismo, cobard¨ªa'- se pueda aplicar a algunas personas, no es cierta respecto de Erasmo; no es cierta respecto de Montaigne; no es cierta respecto de Spinoza". La enumeraci¨®n, semejante a una melanc¨®lica letan¨ªa en la que van apareciendo, desgranados al paso, los nombres de quienes a lo largo de la historia supieron resistirse a "la imantaci¨®n que ejerce cada polo de fuerza", se prolonga hasta incluir a algunos representantes de movimientos pol¨ªticos desarrollados durante las primeras y tumultuosas d¨¦cadas del siglo XX. Berlin describe los esfuerzos de estos hombres y mujeres en t¨¦rminos de un dilema irresoluble, que pretende desgarrarlos entre la renuncia a sus principios o la traici¨®n a la causa en la que creen, pero que, en contrapartida, no les lleva a claudicar ni a cesar de repetir "sus palabras moderadas y racionales, aun sin ninguna esperanza genuina de ser escuchados". Su convicci¨®n m¨¢s arraigada es la de que "los medios perversos destruyen los fines justos", al tiempo que combinan el "horror hacia los reaccionarios" con el "miedo hacia las posiciones feroces", todo ello "mezclado con un ansia apasionada por hacerse entender".
Parecer¨ªa que desde estas actitudes para las que tarde o temprano deja de existir ning¨²n refugio se llegar¨ªa, de manera inevitable, a promover caminos intermedios, terceras v¨ªas y, en resumidas cuentas, alguna de las m¨²ltiples variantes de la torre de marfil, de la pr¨¦dica au dessus de la m¨ºl¨¦e. Berlin cierra el paso a esta mal¨¦vola interpretaci¨®n, porque, siendo verdad que quienes militan en esta causa cada vez m¨¢s acosada y exigua, consideran que excusar o justificar los "excesos" del propio campo o del propio partido les colocar¨ªa "a contrapelo de la civilizaci¨®n", no es menos cierto que "ir contra los suyos, incluso de permanecer indiferente a su destino o abandonarlos a las fuerzas de la reacci¨®n" les resulta a¨²n m¨¢s impensable. Est¨¢n comprometidos con lo que est¨¢n comprometidos: "La raz¨®n, el secularismo, los derechos del individuo, la libertad de expresi¨®n, de asociaci¨®n y de prensa, la libertad de grupos y razas y naciones, la mayor igualdad econ¨®mica y social, y, sobre todo, el Estado de derecho". Y respetan escrupulosamente su compromiso aun cuando "en lo m¨¢s encendido de la batalla, hacen o¨ªdos sordos del estruendo y tratan de promover armisticios, salvar vidas, evitar el caos". No hay por qu¨¦ negarlo: no ofrecen ninguna soluci¨®n ni lo pretenden, "s¨®lo gradualismo y educaci¨®n, s¨®lo raz¨®n".
La atenci¨®n que Berlin dedica al pensamiento de Turguenev, a esa parte de la ruta que, antes de bifurcarse definitivamente, hacen juntos la zorra y el erizo, los Hamlets y los Quijotes imperfectos, no obedece al prop¨®sito de ilustrar un viejo y casi olvidado conflicto ideol¨®gico cuyas huellas podr¨ªan rastrearse en dos obras de genio publicadas en 1605. Antes por el contrario, ese conflicto habr¨ªa desbordado las ¨¦pocas y las fronteras, convirti¨¦ndose en "una caracter¨ªstica corriente en la vida pol¨ªtica", en toda vida pol¨ªtica, de ayer o de hoy. Una y otra vez, como un retorno obsesivo que parece, no obstante, condenado a ser eterno, se repite la ansiedad e, incluso, el drama de estos hombres y mujeres que se comprometen con la raz¨®n pero no con las razones de las partes, que no renuncian a sus principios ni traicionan la causa en la que creen, que no emprenden caminos intermedios ni terceras v¨ªas porque aspiran a correr la misma suerte que los que son, pese a todos los errores, pese a todos los excesos, los suyos. Por en¨¦rgicas que sean las voces de estos hombres y mujeres, por indomable que sea su voluntad, acaban convencidos de que la ¨²nica respuesta que cabe dar a quienes, cada vez con insistencia m¨¢s montaraz, les preguntan d¨®nde est¨¢n y les reclaman que se sumen al coro de unos fan¨¢ticos u otros es el silencio.
Un silencio que, sin embargo, no es cualquier silencio, puesto que no oculta sino que exhibe su creciente pesadumbre ente el hecho de que, en la disyuntiva de Arqu¨ªloco, el espacio de los que saben muchas cosas se ha ido reduciendo hasta casi desparecer, mientras que no ha cesado de crecer el de los que saben una importante. Y puesto que la cosa importante que saben unos no suele coincidir con la cosa importante que saben los otros, y puesto que, adem¨¢s, los puentes se han ido quebrando insensatamente en el fragor y en el estruendo, las condiciones para lo peor llegar¨¢n a estar creadas. Para entonces, los erizos ebrios de doctrina habr¨¢n convencido a todos de que la libertad con la que viven y la prosperidad de la que gozan no sirven de nada si antes no se dirimen, incluso recurriendo a las soluciones m¨¢s brutales, las cuestiones que cuentan para ellos. Cuestiones, por supuesto, de principio y siempre ligadas al alto y ¨²nico ideal que les anima. Cuestiones, en fin, tan perentorias, tan irrenunciables, tan dignas de los mayores sacrificios, como si los ej¨¦rcitos que unos ven son los reba?os de los otros, o si, en efecto, son gigantes los molinos.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es embajador de Espa?a en la Unesco.
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