Una desesperada vitalidad
No siempre acierta el t¨¢ndem Xavier Albert¨ª/Llu?sa Cunill¨¦ (extra?a, extra?¨ªsima pareja): a veces circunvala el objetivo (Gil de Biedma en M¨¢s extra?o que el para¨ªso), a veces lo hunde en un pozo de tedio (San Terry en El peso de la paja), pero cuando sintoniza la frecuencia precisa logra espect¨¢culos tan hermosos, tan densos y tan ligeros como este PPP que han presentado en la sala peque?a del Lliure. Hab¨ªa que volver a Pasolini, m¨¢s all¨¢ de aniversarios. Porque es un cl¨¢sico, apocal¨ªptico pero nunca integrado, que ilumina (?y c¨®mo!) nuestro plomizo presente; porque siempre mostr¨® lo que realmente importa y pag¨® por ello, porque hay que vengar una y otra vez esa muerte. La funci¨®n bien podr¨ªa llamarse Tutto Pasolini, porque en una hora y media nos sirven el c¨®ctel completo: la lucidez prof¨¦tica, el humor, el erotismo, la fiereza, y aquella disperata vitalit¨¤ ¨¢spera y constante como dec¨ªa su amiga Laura Betti. Seis actores recostados contra un muro que parece un pared¨®n. Trajes negros, en la mejor tradici¨®n del cabaret literario, pero tambi¨¦n guitarras, y una enigm¨¢tica m¨¢scara veneciana, y un silbido que escapa como un p¨¢jaro libre y feliz: Lina Lambert silba O sole m¨ªo como podr¨ªa cantar Oh mia patria, si bella e perduta. Oriol Gen¨ªs ocupa el centro de la escena: es la voz del poeta en su famosa carta a Gennariello, el ragazzo napolitano, su disc¨ªpulo ideal; ese texto extraordinario en el que el Gran Contradictorio se pronuncia "contra el aborto y a favor de su legalizaci¨®n", esa carta en la que se autodefine como "un tolerado", como un negro en una sociedad racista ("La tolerancia", dice, "es la forma m¨¢s refinada de condena"); esa carta en la que pretende empujar a Gennariello "hacia todas las desacralizaciones posibles, a no tener miedo de nada, ni respeto por ning¨²n sentimiento establecido" y, al mismo tiempo, ense?arle a rastrear lo sagrado, "que el laicismo consumista ha arrebatado al hombre para transformarlo en un est¨²pido adorador de fetiches". De repente, un foco ilumina a Gennariello (Tonez Esc¨¤mez) completamente desnudo, sentado entre el p¨²blico, cant¨¢ndole a su polla - "Che bella cosa na iurnata e sole"- que amanece, radiante: la pureza, la alegr¨ªa imp¨²dica de la Trilog¨ªa de la Vida, sintetizada en una sola y fant¨¢stica imagen. En lo alto del muro, en un balc¨®n imaginario, r¨ªe la mism¨ªsima Mamma Roma (Montse Esteve), y canta el Lamento per la morte di Pasolini, y baja a la calle para bailar un tango con su hijo Ettore. Hay un ¨¢rbol a la izquierda del escenario, y recostado en su tronco Jordi Collet va a evocar el primer encuentro sexual de Herminio y Carlo en Petrolio: un polvo salvaje, seco (o apenas ensalivado), doloroso, y luego su burlona cara B, de nuevo Oriol Gen¨ªs convirtiendo el Fais-moi mal, Johnny de Vian en Fes-me mal, Gennariello, en una descacharrante versi¨®n del variet¨¤. Siguen, como una cascada, los regalos, los golpes de luz, las invenciones gozosas. Silvia Ricart, vestida de monja, solicita al Vaticano la beatificaci¨®n y canonizaci¨®n de PPP. Habla de su fe en Dios (Il Vangelo secondo Mateo) y en el hombre, pese a todo; habla de su martirio y de sus milagros: "?O no es un milagro filmar 21 pel¨ªculas en 14 a?os sin ninguna concesi¨®n a la comercialidad, y encontrar productor para todas? ?Y asegurar la supervivencia literaria de la lengua friulana, pr¨¢cticamente extinguida?". Cuando a¨²n no se han apagado las risas ni los aplausos, Mamma Roma vuelve a cruzar la calle y exige medidas dr¨¢sticas para la imposible salvaci¨®n de su pa¨ªs, por no decir del mundo: la prohibici¨®n radical de la televisi¨®n y la escuela secundaria. No hacen falta fotos en escena para contemplar todos esos rostros adolescentes "aterradores, lastimosamente infelices, m¨¢scaras de una integraci¨®n que no suscita la m¨¢s m¨ªnima piedad: ojos sin brillo, facciones aut¨®matas, gestos de una barbarie primitiva y electrodomesticada". Y del apocalipsis a la poes¨ªa, es decir, al f¨²tbol. Xavier Pujolras danza, sobre un silla, "la mano de Dios" de Maradona y PPP irrita ahora a los solemnes: "El mejor poeta del a?o es siempre el mayor goleador de la temporada. Cualquier gol es ineluctabilidad, fulguraci¨®n, estupor, irreversibilidad, como la palabra po¨¦tica". Ahora el estadio se ha quedado vac¨ªo y en silencio. Llega el momento del adagio, un adagio furioso: la muerte, el asesinato del poeta. Lina Lambert, sola contra el muro, narra una visita al Museo Criminol¨®gico de Roma. ?Qu¨¦ queda de un hombre, a efectos judiciales? Una caja de cart¨®n, casi al lado, iron¨ªa ¨²ltima, de la de Aldo Moro. Unas gafas oscuras, una ropa pasada de moda, y las huellas, hundidas en la arena de Ostia, de los sospechosos habituales, los soliti ignoti. Y todo el peso invisible de los a?os de plomo, disparado o insuflado, gota a gota, desde la "dictadura audiovisual del consumo", del neocapitalismo ilustrado, en todos los cerebros. Vuelve la compa?¨ªa al completo para cantar, a capella, una fuga compuesta por Albert¨ª: "L'Unit¨¤, Tot¨®, Sal¨®, Albano y Romina, Il Messagero, Ikea, Fiat, Fiumicino, Leopardi, Forza Italia, Va Fan Culo...".
A prop¨®sito de PPP, el espect¨¢culo de Xavier Albert¨ª y Llu?sa Cunill¨¦, en Barcelon
Cae el pared¨®n, se abren las puertas del teatro. Afuera, la plaza del Mercat. Noche, soledad, fr¨ªo. No arrabales romanos, No N¨¢poles millonaria y paup¨¦rrima. Cruza, oportun¨ªsimo, un indiferente coche policial. Jordi Collet recita un ¨²ltimo poema: "Hay que ser muy fuerte para amar la soledad". Resuenan, pomposas, in¨²tiles, las frases de los pol¨ªticos conmemorando la muerte del poeta. Entre las ruinas, como entre las alegres l¨¢pidas mecidas por la hierba de los cementerios ingleses, un hombre se arrodilla ante otro porque los dos quieren. La comuni¨®n de dos tolerados, en la sombra. Fin. Este espect¨¢culo es una belleza de visi¨®n obligatoria. ?ste es el espect¨¢culo que nunca financiar¨ªa Esperanza Aguirre: por fin cada uno en su sitio. A San Terry le habr¨ªa fascinado PPP. Y a San Franco di Francescantonio, muerto el pasado agosto, bajo la luna rotunda, irrecuperable, de Fred Buscaglione. Y a San Pier Paolo, por supuesto.
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