Juan Mars¨¦
Se cuentan con los dedos de una mano los escritores que he conocido y me interesaron por su densidad humana. En rigor, son demasiado egoc¨¦ntricos y casi nunca tienen talento: hay poqu¨ªsimos libros buenos y ni hablar de muy buenos, y si un libro no es bueno, o muy bueno, su autor, regla pr¨¢cticamente absoluta, tampoco lo es: toma conciencia de su falta de calidad y se vuelve agresivo, envidioso y amargo. Claro que existen escritores buenos, o muy buenos, agresivos, envidiosos y amargos: Nabokov, por ejemplo, aunque sus libros no sean tan importantes como ¨¦l imaginaba; son m¨¢s inteligentes y h¨¢biles que otra cosa. Y, estudiando sus lecciones, se ve que el hombre no comprend¨ªa la gran literatura y s¨®lo era capaz de apreciar lo que, de los otros, se prolongaba en ¨¦l. Se advierte algo de est¨¦ril en sus acrobacias, y la atenci¨®n al detalle le impide la amplitud del vuelo. Acumul¨® uno tras otro libros bonitos, impecables desde el punto de vista t¨¦cnico y, no obstante, desprovistos de la llama de la que est¨¢ hecho el genio. No s¨¦ por qu¨¦ estoy diciendo esto: Nabokov me importa un pito y quiero hablar de Juan Mars¨¦.
Mars¨¦ parece m¨¢s un pugilista que un escritor
Con Juan Mars¨¦ ocurri¨® algo raro: me gust¨® en cuanto lo vi. F¨ªsicamente me hizo recordar a Jos¨¦ Cardoso Pires, el mismo pelo blanco, la misma estatura, la misma cara con arrugas. Y despu¨¦s, a medida que pasaba el tiempo, me fue gustando cada vez m¨¢s el individuo: su sentido del humor, su ternura escondida, su rigor ¨¦tico, su exigencia. Esto pas¨® en Barcelona, en la v¨ªspera de mi vuelta a Lisboa, y yo estaba cansado, acabando un libro, muy metido en ¨¦l todav¨ªa. No me apetec¨ªan parloteos, la sensaci¨®n de que perder¨ªa el tiempo que deb¨ªa dedicarle a mi trabajo me angustiaba: y no obstante me habr¨ªa quedado toda la noche conversando con Juan Mars¨¦. Es un hombre duro y me gustan los hombres duros porque est¨¢n llenos de generosidad y desprovistos de sensibler¨ªa. Es capaz de burlarse de s¨ª mismo. Y tiene un instinto literario agudo, lo que tampoco es frecuente. Parece m¨¢s un pugilista que un escritor. Habla de la vida y de novelas de la manera en que, en mi opini¨®n, debe hablar un hombre de la vida y de novelas, es decir, con sabidur¨ªa, inocencia y una especie de desprendimiento ir¨®nico que encubre el amor o, mejor dicho, el desprendimiento ir¨®nico que debe acompa?ar al amor. Est¨¢ totalmente libre de acritud. Y sabe escribir desde la media distancia, para ir sumando puntos y precaverse de los contragolpes del texto: es que, ya que hablamos de pugilismo, en el acto de escribir hay mucho de combate de boxeo: por ejemplo, no se pueden comunicar los golpes. Es decir: si quiero, vamos a suponer, asestar un directo desde la izquierda, doy un paso hacia la derecha, adelantando el hombro de ese lado, y el adversario, si tiene alguna experiencia, sabe que voy a intentar un directo largo desde la izquierda en el momento siguiente.
Esto es lo que no se puede hacer en literatura: es necesario que el papel desconozca el pr¨®ximo golpe, que el lector, desprevenido, lo reciba con la guardia baja o imaginando que, en lugar de un directo desde la izquierda viene un gancho desde la derecha: los malos libros son aquellos que nos dejan la cara y el est¨®mago intactos. En general, venden m¨¢s por eso mismo, pero no nos tiran a la lona. Cumbres borrascosas nos tira a la lona. Guerra y paz nos tira a la lona. Cualquier gran libro nos tira a la lona y le quedamos agradecidos por eso, puesto que vivimos a ras de tierra y no logramos levantarnos del suelo sin ayuda. Esto es dif¨ªcil de explicar, pero espero que hay¨¢is entendido. Por tanto, volviendo a Juan Mars¨¦, digo que es un excelente luchador. Uno lo lee y puede no coincidir con su estilo o su estructura o sus tics o lo que sea: no obstante, tenemos que admirar su eficacia. Y, como repet¨ªa Tolst¨®i, la eficacia es la primera cualidad de un escritor.
Y adem¨¢s en Juan Mars¨¦ est¨¢ el resto: la persona. Me re¨ª un mont¨®n con ¨¦l, me cay¨® bien su impiedad tolerante
(parece una paradoja y no lo es) su generosidad escondida, su capacidad de entender lo que va por dentro de las obras. Christian Bourgois, uno de los seres que m¨¢s entiende de este poder, siempre insisti¨® en que Mars¨¦ es un gran escritor. A mi entender, tampoco en este caso se equivoc¨®. Sus libros merecen m¨¢s lectores: son una alegr¨ªa de mano segura y de contenci¨®n narrativa. Ocupa un lugar importante entre los santitos de mi capilla privada, que no tiene muchas im¨¢genes. Ah¨ª est¨¢ ¨¦l, con aureola, con la novela Rabos de lagartija en la mano y el conjunto de su obra por los alrededores. Y si os acerc¨¢is, notar¨¦is el afecto y el pudor de su sonrisa.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.