?Ten¨ªa raz¨®n Tejero?
Agradezco la atenci¨®n que presta a una frase m¨ªa el se?or Jos¨¦ Ignacio Wert en su art¨ªculo ?La historia interminable? (EL PA?S, 21-1-1996), aunque le hubiera agradecido mucho m¨¢s que aclarara que esa frase era una invenci¨®n destinada a figurar en una imaginaria cartilla de p¨¢rvulos y que, por tanto, y como se dec¨ªa en el art¨ªculo donde figura la frase (C¨®mo acabar de una vez por todas con el franquismo, EL PA?S, 29-11-2005), la descripci¨®n de la II Rep¨²blica, la Guerra Civil y el franquismo que conten¨ªan esas palabras escolares era necesariamente sumaria y simple y hasta simplista, y en consecuencia exig¨ªa muchas matizaciones. Esta dram¨¢tica omisi¨®n tal vez explique que el se?or Wert incurra en el fe¨ªsimo gesto de atribuirme cosas -como un intento de "deslegitimaci¨®n impl¨ªcita" de la transici¨®n y de la democracia que aqu¨¦lla hizo posible, seg¨²n el cual "la transici¨®n no da lugar a una verdadera democracia"- que de ninguna manera pueden desprenderse del contenido de mi art¨ªculo, porque no figuran en ¨¦l si no es para ser discutidas o rechazadas del todo o en parte. Dado que no quiero echar la culpa del desaguisado a la mala fe o la deslealtad de quienes confunden el debate intelectual con los desfiles de modelos o las reyertas de chulos, no me queda m¨¢s remedio que ech¨¢rsela a un tremendo desliz del se?or Wert.
Solventado el asunto de la forma, paso al fondo del asunto. Todo el art¨ªculo del se?or Wert se fundamenta en la idea de que "nadie en sus cabales" afirmar¨ªa, como yo lo hice en aquella frase para ni?os, que la II Rep¨²blica era "un r¨¦gimen democr¨¢tico mejorable". El se?or Wert viene a decir que en realidad fue un r¨¦gimen desastroso e insostenible, "un fracaso de la democracia", de lo que l¨®gicamente se deduce -al menos lo deduce el sentido com¨²n, no necesariamente el se?or Wert- que el final del mismo fue tambi¨¦n inevitable, como inevitable fue el golpe de Estado del general Franco y los suyos. Wert alega un ejemplo para demostrar el fracaso absoluto de la democracia que, a su juicio, supuso la II Rep¨²blica, su naturaleza (y su deriva) catastr¨®fica: "Imaginemos que en el lapso de unos pocos meses se hubieran producido [en la actualidad] en torno a 300 muertes violentas en incidentes pol¨ªticos, y, entre ellas, la del jefe de la oposici¨®n pol¨ªtica, a manos de agentes de las fuerzas de seguridad del Estado". Mi pregunta es la siguiente: ?cu¨¢ntos muertos hay que poner sobre la mesa para que un r¨¦gimen democr¨¢tico deje de serlo o resulte insostenible y acabe haciendo inevitable una soluci¨®n militar? ?200? ?250? ?300? ?400? ?No bastar¨ªa con menos? En la semana del 23 al 30 de enero de 1977, en uno de los momentos m¨¢s delicados de la transici¨®n, en Espa?a fueron asesinadas por motivos pol¨ªticos 10 personas -una de ellas a manos del salvajismo represivo de las fuerzas de seguridad del Estado-, hubo 15 heridos grav¨ªsimos y dos secuestros de alt¨ªsimos personajes del r¨¦gimen (Antonio Mar¨ªa de Oriol y Urquijo, presidente del Consejo de Estado, y el teniente general Emilio Villaescusa, presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar). S¨®lo en 1980 hubo en Espa?a 108 v¨ªctimas mortales del terrorismo, que obviamente fueron una de las principales justificaciones del intento de golpe de Estado del 23-F. ?Eran ambas situaciones hist¨®ricas sostenibles, se?or Wert? ?Era la Espa?a de ciertos momentos de la transici¨®n una democracia mejorable, como cre¨ªa mucha gente que ha demostrado estar en sus cabales, o era un r¨¦gimen catastr¨®fico, como sosten¨ªan los ultraderechistas que gritaban "?Ej¨¦rcito al poder!" cada vez que se enterraba a un guardia civil asesinado? Por decirlo de una sola vez: ?ten¨ªa raz¨®n Tejero?
Como imagino que la respuesta del se?or Wert a esa pregunta no ser¨¢ afirmativa, toda su argumentaci¨®n carece por completo de fundamento. As¨ª que, pese a ser sumaria y simple y hasta simplista, mi definici¨®n de la II Rep¨²blica como "un r¨¦gimen democr¨¢tico mejorable" es bastante exacta. En realidad, no podr¨ªa no serlo, porque ella contiene casi un pleonasmo: todos los reg¨ªmenes democr¨¢ticos son mejorables. Puede que exista la dictadura perfecta -todas aspiran a serlo-, pero no existe la democracia perfecta, porque una de las cosas que define a cualquier democracia de verdad es su car¨¢cter flexible, abierto, maleable -es decir, permanentemente mejorable-, de forma que la ¨²nica democracia perfecta ser¨ªa, parad¨®jicamente, aquella que es perfectible hasta el infinito. Dicho esto, creo que al se?or Wert le tranquilizar¨¢ saber que no considero que la II Rep¨²blica fuera el para¨ªso terrenal, aunque la verdad es que comparado con lo que vino luego no deja de parec¨¦rsele bastante. Nadie medianamente informado niega las limitaciones, torpezas y errores de la II Rep¨²blica, pero ya es menos com¨²n reconocer una evidencia, y es que, pese a esas insuficiencias, y sobre todo teniendo en cuenta las enormes dificultades de todo orden -nacionales e internacionales- con las que tuvo que lidiar, sus logros fueron, si no extraordinarios, s¨ª por lo menos m¨¢s que notables, en particular en materias en las que el atraso espa?ol era secular (derechos de ciudadan¨ªa, legislaci¨®n laboral, educaci¨®n, cultura, reconocimiento de la pluralidad del Estado etc¨¦tera), hasta el punto de que es uno de los pocos per¨ªodos de la historia espa?ola de los ¨²ltimos siglos del que uno puede sentirse orgulloso. De hecho, si muchos nos sentimos razonablemente a gusto en la actual democracia espa?ola es porque ¨¦sta ha hecho suyos los valores del republicanismo, el cual, mucho antes que un proyecto pol¨ªtico o una opci¨®n institucional, durante m¨¢s de un siglo ha sido en Espa?a una cultura pol¨ªtica, hija del tronco com¨²n del liberalismo, basada en una confianza de ra¨ªz ilustrada en el progreso y en los beneficios que ¨¦ste aportar¨ªa a la humanidad, una cultura laica, igualitaria y europe¨ªsta que, como afirma el profesor ?ngel Duarte en su reciente Hist¨°ria del republicanisme a Catalunya, desde el punto de vista pol¨ªtico ha venido a ocupar con el tiempo "el lugar que la socialdemocracia tuvo en otras sociedades". ?se fue, en gran medida, el proyecto reformador que fund¨® la II Rep¨²blica y anim¨® la esperanza popular, emancipadora y festiva del 14 de abril de 1931; ¨¦se es, o deber¨ªa ser, y al menos en la misma medida, el proyecto de la actual democracia, aunque sea una monarqu¨ªa (y por eso ahora mismo el debate sustantivo en Espa?a no es el debate entre Monarqu¨ªa y Rep¨²blica, sino entre mejor o peor democracia). ?se fue el proyecto que, con todas las limitaciones que se quiera, fue asaltado con las armas en julio de 1936, y tambi¨¦n en febrero de 1981. En 1936 el resultado fue catastr¨®fico; en 1981 estuvo a punto de serlo. Atribuir la responsabilidad dela cat¨¢strofe sin paliativos de 1936 a la II Rep¨²blica equivaldr¨ªa a atribuir la cat¨¢strofe frustrada de 1981 a la monarqu¨ªa constitucional: una actitud tan c¨ªnica y tan brutal como atribuir al asesinado la responsabilidad del asesinato.
Es un aut¨¦ntico disparate. Pero, con ser malo, lo peor no es que contribuyan a ¨¦l esos soi-disants historiadores que propagan con ¨¦xito preocupante una simple y grosera actualizaci¨®n de la propaganda franquista acerca de la guerra y la posguerra; lo peor es que tambi¨¦n arriman su ascua a esa peligros¨ªsima sardina gentes menos toscas o ultramontanas -como el propio se?or Wert- empe?adas en imponer una visi¨®n equidistante de la guerra y la posguerra. En este punto, y como propon¨ªa en mi art¨ªculo, la distinci¨®n entre moral y pol¨ªtica, que no siempre es f¨¢cil, sigue pareci¨¦ndome conveniente, casi indispensable: moralmente hubo gente decente e indecente en los dos bandos de la guerra, como en los dos hubo asesinatos y salvajadas e idealismo y espanto; pol¨ªticamente, en cambio, no hay -no deber¨ªa haber- ninguna duda. Claro que los sublevados de 1936 ten¨ªan razones, pero no ten¨ªan la raz¨®n: la ten¨ªan quienes se opusieron a que un leg¨ªtimo r¨¦gimen democr¨¢tico -lastrado con todas las imperfecciones que se quiera, pero leg¨ªtimo y democr¨¢tico- fuese derribado por la fuerza. ?se es el meollo de la cuesti¨®n. En la guerra no hubo tres Espa?as; hubo s¨®lo dos: una guerra es un espeluznante lugar sin matices, y quienes, por los motivos que fuera -incluso por una sensatez mal entendida-, se inhibieron en teor¨ªa en aquella ocasi¨®n tremenda no hicieron sino apoyar en la pr¨¢ctica a quienes ignoraron el poder de la raz¨®n y la legitimidad de las instituciones democr¨¢ticas para imponer el poder de las armas.
En una cosa estoy de acuerdo con el se?or Wert, y es en que ¨¦sta no es una discusi¨®n "acad¨¦mica ni te¨®rica". No lo es porque el pasado es el presente: est¨¢ amasado con ¨¦l; somos, tambi¨¦n, lo que hemos sido. No estamos hablando solamente de historia: estamos hablando de nuestra interpretaci¨®n de la historia. Estamos hablando de ahora mismo. Si, como sostiene el se?or Wert, a la altura de julio de 1936 la II Rep¨²blica era un r¨¦gimen insostenible, a la altura de febrero de 1981 la Monarqu¨ªa constitucional tambi¨¦n lo era y Antonio Tejero ten¨ªa raz¨®n. ?Y por qu¨¦ no el general Mena? El se?or Wert y quienes piensan como ¨¦l deber¨ªan revisar sus ideas sobre el pasado: ser¨ªa la mejor forma de que revisaran tambi¨¦n sus ideas sobre el presente.
Javier Cercas es escritor.
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