Los grandes mentirosos de la ciencia
La gente todav¨ªa tiene cierto respeto a los cient¨ªficos. Los pol¨ªticos nos parecen unos cantama?anas, los periodistas unos mentirosos, los abogados unos mangantes y as¨ª sucesivamente a lo largo de casi todo el espectro profesional, pero los cient¨ªficos a¨²n conservan su prestigio y mantienen una imagen idealizada de seres austeros, honestos y entregados a la b¨²squeda de la verdad, o m¨¢s bien de aquellas peque?as certidumbres que son emp¨ªricamente demostrables dentro de la inacabable vastedad del mundo. Por eso los fraudes cient¨ªficos escandalizan tanto: porque empa?an una de las ¨²ltimas credulidades que nos quedan.
El reciente caso del coreano doctor Hwang ha sido un ejemplo clamoroso de este abuso de confianza. En primer lugar, porque sus supuestos logros en la obtenci¨®n de c¨¦lulas madre hicieron concebir ansiosas esperanzas a una infinidad de enfermos graves; pero adem¨¢s porque, al parecer, el tal Hwang tiene un descaro monumental y se ha inventado todos sus hallazgos. Siempre que se descubre una pifia de semejante calibre, los peri¨®dicos dicen que el investigador en cuesti¨®n logr¨® enga?ar a la prestigiosa revista cient¨ªfica Tal o Cual (en el caso de Hwang se trat¨® de Science), que dio por bueno y public¨® el tramposo trabajo sin advertir que era una pieza literaria tan alejada de la realidad como una mala novela.
Resulta curioso que los medios repitamos una y otra vez el adjetivo prestigioso con referencia a esas revistas cient¨ªficas, porque lo cierto es que estos fraudes son mucho m¨¢s abundantes de lo que queremos creer y las revistas meten la pata una y otra vez. Pocos d¨ªas despu¨¦s del esc¨¢ndalo del coreano se descubri¨® otra estafa cient¨ªfica cometida por el doctor Ram B. Singh, un experto en alimentaci¨®n indio que supuestamente hab¨ªa demostrado en un estudio que las frutas, la fibra y los vegetales disminu¨ªan hasta el 50% el riesgo de ataques de coraz¨®n en personas con dolencias cardiacas. Por lo visto la investigaci¨®n hab¨ªa sido totalmente manipulada. Esta vez le metieron el gol a la revista (naturalmente prestigiosa) de la British Medical Association. Recuerdo otro caso glorioso de hace dos o tres a?os, el de Hendrik Sch?n, un alem¨¢n de 32 a?os que era una estrella mundial de la f¨ªsica, un ni?o prodigio del que se hablaba como pr¨®ximo Nobel. Este Sch?n trabajaba en un importante laboratorio (Bell Labs) y public¨® nada menos que diecisiete art¨ªculos en pr¨¢cticamente todas las grandes (y prestigiosas) revistas cient¨ªficas del mundo antes de que se descubriera que sus trabajos en electr¨®nica molecular estaban plagados de irregularidades y de que Sch?n no pudiera mostrar ni una sola prueba de c¨®mo hab¨ªa obtenido sus resultados.
No me digan que todo esto no es muy raro. No digo ya el af¨¢n de mentir, de medrar y de destacar aunque sea a trav¨¦s del enga?o, un vicio muy humano y tan antiguo como el mundo, sino el hecho asombroso de que tantos investigadores puedan inventarse resultados espectaculares como quien se inventa un cuento de hadas, que alteren los experimentos, que carezcan por completo de pruebas de lo que hacen y que, sin embargo, todo el mundo parezca estar dispuesto a tragarse feliz y f¨¢cilmente sus enga?os: sus jefes, sus compa?eros, sus colegas, el mundo oficial representado por las revistas. No s¨¦, no me parece un comportamiento muy coherente con la cautela emp¨ªrica, con el rigor cient¨ªfico.
Los fraudes de este tipo siempre han existido. Citemos como muestra al pobre Paul Kammerer, un bi¨®logo austriaco que en los a?os veinte del siglo pasado impact¨® al mundo con una asombrosa investigaci¨®n evolucionista hecha con un sapo, hasta que se descubri¨® que el sapito hab¨ªa sido pintado con tinta china. Kammerer nunca admiti¨® su culpabilidad, dijo haber sido ¨¦l mismo enga?ado y al final se suicid¨®. Tengo la sensaci¨®n de que hoy los protagonistas de estas grandes imposturas no se muestran tan proclives al suicidio. Y no creo que esa sea la ¨²nica diferencia: me parece que la situaci¨®n ha empeorado. Estoy convencida de que en la actualidad hay muchos m¨¢s fraudes, probablemente porque hoy hay muchas m¨¢s presiones econ¨®micas sobre los investigadores, una competencia mucho m¨¢s apremiante y enajenante. Porque se han multiplicado las injerencias del poder y el dinero y se ha declarado una batalla a muerte entre los grandes laboratorios. Por eso el entorno del mentiroso tiende a creer sus mentiras: porque le conviene y le interesa creerlas. Como dice nuestro eminente bioqu¨ªmico Santiago Grisol¨ªa, "hay una red intrincada entre ciencia y beneficio econ¨®mico". Una red que acabar¨¢ asfixi¨¢ndonos.
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