Un colectivo de alba?iles, parados y limpiadoras
Los pisos ocupados ya huelen a limpio. Yonaiquis Torres, una de las habitantes, se encarg¨® ayer de pasar la fregona y de barrer las latas de cerveza que hab¨ªa tiradas por el suelo. "En este armario ya voy metiendo cosas", cuenta, como si de verdad la casa fuese suya, mientras sus dos hijos de siete y cuatro a?os corretean por los pasillos. La madrugada de ayer fue fr¨ªa. Los vecinos se arrejuntaron en los colchones, tapados con mantas. Varias estufas de butano hicieron las veces de calefacci¨®n, pero aun as¨ª los m¨¢s peque?os pasaron mucho fr¨ªo.
No hay agua, ni caliente ni fr¨ªa. Tampoco hay luz. "Huelo a zorruno", cuenta Rafael C¨®rdoba, mientras se mete la nariz por el cuello de la camisa. Hay ojeras, barbas sin afeitar, ropa de ch¨¢ndal y gorros y bufandas para protegerse del fr¨ªo. Encima de las estufas, los vasos de pl¨¢stico rebosan de colillas. "Despu¨¦s de ir al ba?o tiramos un cubo de agua por el retrete", cuentan.
Al mediod¨ªa, una vecina trajo "caldo con arroz" para algunos de ellos pero la mayor¨ªa comi¨® y bebi¨® "embutidos, pan y coca-cola". Las pipas y la cerveza al sol sirvieron para matar el tiempo. Entre los vecinos hay obreros de la construcci¨®n, gente que trabaja en un desguace, parados, se?oras de la limpieza y chicas empleadas en f¨¢bricas. Sus sueldos no superan los 800 euros al mes.
Cuatro vigilantes, enviados por el Ivima, custodian los pisos. Y advierten de que si alguna familia m¨¢s intenta entrar en otro avisar¨¢n a la Guardia Civil. Hay 18 familias al acecho de las casas que a¨²n est¨¢n vac¨ªas. Dicen intentar¨¢n entrar de madrugada.
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