El gran seductor
Sexagenario y juncal, elegant¨ªsimo, John Eliot Gardiner est¨¢ en su mejor momento. Dirige sus orquestas y las mejores de los dem¨¢s. Ha creado su propia casa de discos porque en las multinacionales que frecuentaba no le dejaban hacer lo que le daba la gana. Parece feliz y lo contagia. Es la viva imagen de la seguridad. Se ha convertido, adem¨¢s, en un gran seductor sobre el escenario, lo que no tendr¨¢ que ver con la m¨²sica pero s¨ª con esa tendencia natural de los p¨²blicos a enamorarse de unos s¨ª y de otros no y que hace que la presencia del maestro ingl¨¦s, hoy sin ninguna duda uno de los preferidos de cualquier p¨²blico, sea esperada -y con raz¨®n- como otra cosa.
Y otra cosa es su Mozart. Distinto, personal, m¨¢s all¨¢ a estas alturas de lo que la apuesta por el uso de los llamados instrumentos originales supusiera en su d¨ªa. Eso se ha superado en lo te¨®rico y cuando una orquesta tiene la clase de los English Baroque Soloists, tambi¨¦n en lo pr¨¢ctico. La formaci¨®n que fundara el propio Gardiner en 1978 ha acu?ado un sonido especial¨ªsimo, de una textura y un color altamente expresivos, sobre todo en las cuerdas. Es algo as¨ª como eso que en las fotograf¨ªas se llama el grano. El grupo es perfecto para la idea mozartiana de Gardiner, viva, equilibradamente dram¨¢tica -hay una evocaci¨®n permanente de las ¨®peras del autor tras las l¨ªneas generales de sus sinfon¨ªas tal y como las plantea el maestro-, clara y sabiamente anal¨ªtica, y en cuya consecuci¨®n se adivina un intenso trabajo de ida y vuelta entre la orquesta y su director.
Juventudes Musicales
English Baroque Soloists. John Eliot Gardiner, director. Katia y Marielle Lab¨¨que, fortepianos. Obras de Mozart. Auditorio Nacional. Madrid, 3 de febrero.
Sinfon¨ªas mod¨¦licas
Las sinfon¨ªas 39 y 41 fueron mod¨¦licamente expuestas. Ni un detalle, por m¨ªnimo que fuera, qued¨® sin tratarse, ni un acento sin sentido, ni un silencio sin pertinencia. Pero adem¨¢s est¨¢ el trabajo de estilo realizado sobre obras tan cercanas pero a la vez tan diferentes. De esa forma, la 39 aparece como un logro pero tambi¨¦n como un camino, mientras la J¨²piter tiene algo de conclusi¨®n -no ligada al tiempo f¨ªsico de su autor sino a su puro empe?o creador-, de consumaci¨®n del intento grandioso que son las tres ¨²ltimas sinfon¨ªas mozartianas. Construido todo con un cuidado absoluto, el resultado fue realmente extraordinario, excepto quiz¨¢ en el Andante con moto de la 39, maravillosamente tocado -como todo- pero tal vez con una demora en sus meandros, un engolfamiento en la propia suficiencia que hizo que Gardiner rozara el l¨ªmite del manierismo y desequilibrara un punto la lectura general de la obra. Por cierto, sensacional en el Minueto la flautista Rachel Beckett.
Donde, visto el contexto, podr¨ªa esperarse a Malcolm Bilson, Robert Levin o cualesquiera otros conspicuos representantes de las mismas ideas interpretativas de Gardiner, aparecieron Katia y Marielle Lab¨¨que como solistas en el Concierto para dos pianos. Con los a?os y el cambio de repertorio se han hecho menos demag¨®gicas y parecen haber renunciado a ese despliegue gestual que les caracterizaba, lo que, de veras, es muy de agradecer pues llegaba a poner un poco de los nervios. Tocaron muy bien, qu¨¦ duda cabe, con la atenci¨®n y las ganas de siempre pero, con el sonido de sus dos fortepianos -mal calzados, por cierto, por lo que temblaban de vez en cuando- perdi¨¦ndose en la inmensidad del Auditorio y Gardiner al lado con semejante orquesta, diciendo sin decirlo c¨®mo se hace, su prestaci¨®n se qued¨® algo cortita. Le hubiera pasado a cualquiera.
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