Emociones intensivas
?ltimamente, cuando tengo que abordar temas sanitarios, me gusta compartir historias, breves testimonios, que muestran que la medicina -entendida como conjunto de disciplinas que trabajan con un objetivo com¨²n: el bienestar del paciente- no s¨®lo avanza en conocimiento, habilidades e instrumentos terap¨¦uticos por medio de ensayos cl¨ªnicos aleatorizados, metaan¨¢lisis y descifrado del genoma, sino tambi¨¦n gracias a peque?as y, aparentemente, modestas aportaciones.
La primera de estas historias procede de un n¨²mero de la revista The Lancet de enero de 2000. Oskar, un m¨¦dico residente, nos cuenta que al ser asignado a una unidad de cuidados intensivos pedi¨¢tricos, pronto comprendi¨® que el t¨¦rmino intensivo no s¨®lo se aplicaba a la naturaleza de las intervenciones que all¨ª se practicaban, sino tambi¨¦n a las emociones que suscitaba la situaci¨®n. El joven residente confiesa que, al principio, a menudo experimentaba malestar emocional cuando aparec¨ªan complicaciones o mor¨ªa un ni?o; sin embargo, despu¨¦s de pocos meses, escribe: "Sent¨ª que pod¨ªa dejar mis propias emociones en casa. Mi vida cotidiana se hizo m¨¢s soportable y empec¨¦ a disfrutar con la pr¨¢ctica de la avanzada tecnolog¨ªa m¨¦dica que se aplicaba en nuestra unidad".
Y la vida sigui¨® su curso, apaciblemente, hasta que la esposa de Oskar, una residente de ginecolog¨ªa, tras un embarazo aparentemente normal, dio a luz un beb¨¦ que no presentaba signos de actividad y mostraba un inquietante color azulado; de hecho, el reci¨¦n nacido padec¨ªa un serio trastorno respiratorio y su condici¨®n se deterioraba con rapidez, por lo que se decidi¨® su transferencia inmediata a la unidad de cuidados cr¨ªticos donde trabajaba su padre. "Mientras se organizaba el traslado", comenta el m¨¦dico residente, "[mi mujer y yo] nos sentimos sumergidos en un mundo desconocido, irreal, y experimentamos lo dolorosa que puede llegar a ser la incertidumbre... El equipo de cuidados intensivos lleg¨® despu¨¦s de lo que nos pareci¨® una larga espera, aunque en realidad s¨®lo transcurrieron unos minutos".
Finalmente, tras unos d¨ªas de terrible ansiedad, pudieron ver como su hijo mejoraba y recib¨ªa el alta, sin secuelas, de la unidad de cuidados cr¨ªticos. Pero algo en ellos hab¨ªa cambiado. A partir de este episodio ya no eran s¨®lo profesionales sanitarios; hab¨ªan entrado tambi¨¦n a formar parte del grupo de padres que han experimentado en su propia carne la amenaza de la p¨¦rdida de un hijo. La moraleja, para el protagonista de esta historia, es clara: "Los cuidados intensivos pedi¨¢tricos tienen que implicar cuidados no s¨®lo para los ni?os ingresados, sino tambi¨¦n para los padres... Los padres y familiares tienen necesidades especiales durante estos cr¨ªticos momentos de su vida y precisan en particular de un fuerte apoyo psicol¨®gico".
El relato de Oskar termina con estas palabras: "He vuelto a trabajar. Ahora me re¨²no de forma diferente con los padres de los ni?os enfermos ingresados en nuestra unidad; conozco sus sentimientos... Esta es la lecci¨®n que mi beb¨¦, ahora ya sano, me ha ense?ado, Cuando miro el fondo de sus grandes ojos azules, me doy cuenta de que, en el futuro, podr¨¦ aprender de ¨¦l mucho m¨¢s".
La segunda historia procede de una investigaci¨®n realizada en 1999 en un gran hospital universitario de Barcelona, en colaboraci¨®n con una alumna pr¨®xima a terminar su licenciatura, y fue publicada por Medicina Cl¨ªnica en el a?o 2000. Una mujer de 26 a?os que hab¨ªa dado a luz el d¨ªa anterior tuvo complicaciones y se encontr¨® sola, sin informaci¨®n, aislada de su marido y de su hermana, en uno de los cub¨ªculos anexos a los quir¨®fanos, en espera de una intervenci¨®n quir¨²rgica que ignoraba cu¨¢ndo se llevar¨ªa a cabo y que tard¨® seis horas en producirse.
En esta situaci¨®n, una estudiante en pr¨¢cticas de auxiliar de enfermer¨ªa que por casualidad pasaba por all¨ª, compadecida, se acerc¨® a la paciente y le hizo compa?¨ªa. Despu¨¦s de la intervenci¨®n quir¨²rgica y el alta, lo que la parturienta consider¨® m¨¢s positivo de sus 10 d¨ªas de estancia en el hospital, casi al mismo nivel del instante en que le colocaron su primer y deseado hijo encima del vientre despu¨¦s del parto, fue este tiempo de acompa?amiento de una jovencita desconocida cuando se encontraba sola ante la amenaza de un incierto e inmediato futuro.
La tercera historia procede de otro contexto hospitalario diferente, Noruega. Un paciente anciano, poco antes de morir, coment¨® a su m¨¦dico: "La mujer que viene cada d¨ªa a limpiar la habitaci¨®n es un poco extra?a". "?Qu¨¦ quiere usted decir?", le pregunt¨® el m¨¦dico. "Viene cada d¨ªa, pero no limpia nada". "Entonces, ?qu¨¦ hace?". "Simplemente, se sienta y me coge la mano... La quiero mucho". Y el m¨¦dico, un profesional de los cuidados paliativos, coment¨®: "Esta mujer de la limpieza es el principal reto a nuestro moderno sistema sanitario. Probablemente se encuentra entre aquellos empleados del hospital con menor educaci¨®n y salario. No hace el trabajo por el que se la paga. Y, sin embargo, m¨¢s que cualquier otro, demuestra competencia, ya que da al paciente que se est¨¢ muriendo lo que m¨¢s necesita".
Para terminar, quisiera referirme a un testimonio aparecido en agosto de 2005 en The New England Journal of Medicine. Pertenece a Ted, un m¨¦dico residente, y cuenta que un ventoso d¨ªa de febrero recibi¨® la llamada de su prometida, Mei -otra residente-, quien le informaba, con voz distante y apagada, de que se acababa de inyectar accidentalmente sangre infectada con VIH. "Hasta aquel fat¨ªdico momento", comenta Ted, "Mei nunca hab¨ªa considerado su propia mortalidad. Los pacientes pod¨ªan morir a su alrededor, pero como muchos j¨®venes m¨¦dicos, se sent¨ªa inmune a las enfermedades. Ahora, al reproducir el accidente en su mente centenares de veces, paseando y descansando, se vio a s¨ª misma s¨²bitamente vulnerable y sinti¨® la proximidad de la muerte". Hab¨ªan planeado casarse, ver mundo, crear una familia, y de pronto ve¨ªan como todos los sue?os se desvanec¨ªan.
Tres meses m¨¢s tarde, las pruebas fueron negativas, y lo mismo ocurri¨® a los seis meses, y al a?o. Ha pasado ya mucho tiempo desde aquel pinchazo. Ted y Mei se han casado y Ted se ha dedicado a tratar pacientes afectados de VIH. El accidente supuso para la pareja la primera confrontaci¨®n con su propia muerte, y la vivencia ansiosa de la espera incierta de los resultados de cada una de las pruebas de seguimiento que practicaron a Mei para verificar si se hab¨ªa infectado, supuso tambi¨¦n, aunque a un alto coste, el aprendizaje de una inestimable lecci¨®n: "C¨®mo identificarse con un paciente que teme lo peor".
?Ojal¨¢ los nuevos profesionales que se incorporan al mundo de la salud no tengan que pasar por pruebas similares para comprender el sufrimiento de los enfermos! Como se?ala Cassell y me gusta recordar siempre que puedo: "Los que sufren no son los cuerpos; son las personas".
Ramon Bay¨¦s es profesor em¨¦rito de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona (ramon.bayes@uab.es)
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