El m¨ªstico depravado
Rasput¨ªn fue para sus adeptos un santo, y para sus muchos enemigos, la encarnaci¨®n del anticristo. En vida fue tratado de vidente, violador, borracho, conspirador pol¨ªtico, sanador milagroso, milagrero farsante y esp¨ªa alem¨¢n. Su leyenda y su realidad misteriosa le convierten en un personaje apasionante de la historia.
A las doce y media de la noche del 16 de diciembre de 1916, Grigori Yef¨ªmomich Rasput¨ªn abri¨® la puerta de su apartamento en la calle Gorojovaya de San Petersburgo, camino de su muerte. La escalera del edificio estaba a oscuras, por lo que se ofreci¨® a guiar en las tinieblas a su acompa?ante, el pr¨ªncipe F¨¦lix Yus¨²pov y conde Sumar¨®kov-Elston. Bajaron los escalones cogidos del brazo. Rasput¨ªn conoc¨ªa el camino de memoria, pero Yus¨²pov pens¨® para sus adentros que los ojos del campesino ve¨ªan en la negrura. Todos los que le conocieron alguna vez coincid¨ªan en el extra?o car¨¢cter de su mirada, en su poder hipn¨®tico, en la turbadora hondura de sus cuencas. En las fotograf¨ªas que nos han llegado sigue mirando a la posteridad con un estrafalario aire de locura diab¨®lica. Sin embargo, el humor del infortunio no quiso que aquel vidente, al que muchos atribu¨ªan poderes sobrehumanos, advirtiera que se encontraba al lado de su asesino.
Expulsaba el demonio de la lujuria mediante la lujuria misma
Logr¨® unir a todo el mundo en la empresa com¨²n de aborrecerlo
A aquellas horas no hac¨ªa demasiado fr¨ªo (dos o tres grados) y ca¨ªa sobre la ciudad una calma, indiferente y muda nevada. Cuando salieron a la calle les esperaba el autom¨®vil del pr¨ªncipe, conducido por el doctor Lazavert disfrazado de ch¨®fer: otro de los conjurados para acabar con la vida del m¨¢s influyente consejero ¨¢ulico del pa¨ªs, el individuo al que los zares consideraban un hombre santo y recib¨ªan durante horas en el Palacio de Invierno y en su residencia de Tsarkoe Selo, y al que llamaban por lo general Nuestro Amigo, en una clave afectuosa y secreta a la que tan aficionado era el matrimonio de emperadores de todas las Rusias.
La rutina dom¨¦stica de la ¨²ltima noche de Rasput¨ªn -as¨ª como infinidad de pormenores correspondientes a su vida en la corte y a sus actividades- la conocemos al detalle por los testimonios de su criada, de los adeptos de su c¨ªrculo y de algunos pol¨ªticos que declararon tiempo despu¨¦s ante las autoridades de la Revoluci¨®n de Febrero, y que quedaron recogidos en el expediente de la Comisi¨®n Extraordinaria para la Investigaci¨®n de Actos Ilegales por Parte de los Ministros y Otras Personas Responsables del R¨¦gimen Zarista, Secci¨®n de Instrucci¨®n. Dicha comisi¨®n qued¨® abolida por los bolcheviques en octubre de 1917 y el expediente no volvi¨® a ser encontrado hasta 1995, cuando el violonchelista Milan Rostrop¨®vich lo adquiri¨® en p¨²blica subasta en Sotheby's y se lo cedi¨® a su amigo el escritor Edvard Radzinsky, cuyo Rasput¨ªn (Los archivos secretos) constituye uno de los m¨¢s importantes estudios realizados hasta la fecha sobre nuestro personaje.
Aquella noche postrera, Rasput¨ªn -tambi¨¦n conocido
como Grigori, Grishka, Grisha, El Anciano (en el sentido tradicional ruso de llamar ancianos a los hombres santos y sabios) o El Oscuro (en los informes policiales a partir de agosto de 1914)- recibi¨® en casa, entre las diez y las once de la noche, la visita de una de sus frecuentes admiradoras: una "rubia rolliza de unos 25 a?os", seg¨²n confirmaron su sobrina, que estaba alojada por entonces en el apartamento, y el portero del edificio. Estuvo con Rasput¨ªn en la c¨¦lebre habitaci¨®n del sof¨¢, por donde pasaban las palomas descarriadas, las devotas profesionales, las curiosas de dudosa reputaci¨®n que siempre revoloteaban alrededor del iluminado.
A las doce de la noche apareci¨® en el apartamento Alexander Protop¨®pov, entonces ministro del Interior, un cargo casi todopoderoso en la Rusia de 1916. Estuvo diez minutos, y Grigori no le dijo que pensaba salir. Protop¨®pov fue uno de los peones decisivos que la casualidad emple¨® para empujar a Rasput¨ªn rumbo a su muerte. El ministro hab¨ªa ordenado que a partir de las diez de la noche desapareciera cada d¨ªa la vigilancia permanente a la que estaba sometido Rasput¨ªn para que no quedase as¨ª constancia en ning¨²n informe de sus frecuentes visitas a la casa. Rasput¨ªn no lo sab¨ªa, de manera que cuando aquella noche ¨²ltima sali¨® a la calle del brazo de F¨¦lix Yus¨²pov estaba convencido de que sus guardianes les seguir¨ªan de cerca. Pero lo cierto es que caminaba solo y confiado junto a quien hac¨ªa tiempo hab¨ªa organizado una conspiraci¨®n para matarle.
Los Yus¨²pov eran la familia m¨¢s importante de Rusia, despu¨¦s de la real, aunque tanto o m¨¢s ricos que los propios emperadores. Desde los tiempos de Iv¨¢n el Terrible contaban con inmensas posesiones de tierras. M¨¢s tarde se convirtieron en grandes industriales. Durante trescientos a?os, los Yus¨²pov hab¨ªan significado una suerte de sombra de la familia imperial. F¨¦lix Yus¨²pov estaba casado con la sobrina del zar Alejandro II, la gran duquesa Irina. Aunque llevaba en sus venas la sangre de los belicosos y crueles t¨¢rtaros, F¨¦lix era m¨¢s bien un pusil¨¢nime. Curiosamente, se hab¨ªa negado a prestar el servicio militar porque no quer¨ªa participar en guerra alguna en la que hubiese de derramar sangre. Durante su juventud, antes de sus intrigas conspiradoras, hab¨ªa llevado la vida de un acaudalado gozador disoluto. De la mano de su hermano mayor, Nicol¨¢s (muerto en duelo m¨¢s tarde a manos del marido de su amante), conoci¨® las voluptuosas noches de San Petersburgo y Par¨ªs, muchas veces disfrazado de mujer, mientras jugaba las suertes ambidextras de la bisexualidad, una afici¨®n que mantendr¨ªa durante toda la vida.
El coche que conduc¨ªa el doctor Lazavert se detuvo, la
noche del 16 de diciembre, en un patio lateral del palacio Yus¨²pov, situado en el canal del Mo?ka. F¨¦lix e Irina habitaban un ala del edificio y estaban acondicion¨¢ndola a su gusto. En la rehabilitaci¨®n del hogar estuvo incluido el uso del s¨®tano como escenario para matar a Rasput¨ªn. Era de gruesas paredes y con peque?as ventanas a la altura del suelo. (Como indica Radzinsky en su estudio, los juegos de espejos de la historia quisieron que el s¨®tano de la casa Ipatiev donde ser¨ªa asesinada la familia real poco despu¨¦s, en la noche de Ekaterimburgo, fuese estremecedoramente parecido). Se redecor¨® a la manera cl¨¢sica de un sal¨®n-comedor ruso. Conocemos con minucia los pormenores de la tramoya, descritos por F¨¦lix en sus memorias muchos a?os despu¨¦s, publicadas en Par¨ªs. El techo era abovedado y una arcada divid¨ªa las dos partes del s¨®tano: una hab¨ªa sido convertida en un peque?o comedor, y la otra, en un saloncito. Hab¨ªa hornacinas en las paredes con jarrones de porcelana china. Se hab¨ªan bajado del desv¨¢n viejas sillas de madera tallada y tapizadas en piel, c¨¢lices de marfil, una alacena de la ¨¦poca de Catalina la Grande con incrustaciones de ¨¦bano y un laberinto de columnas de bronce y cristal tallado que ocultaban peque?os cajones. Una alfombra persa cubr¨ªa el suelo, y frente a la alacena se extend¨ªa una enorme piel de oso polar. En el centro de la sala estaba la mesa de comedor para los invitados. El s¨®tano comunicaba, mediante una escalera de caracol, con las habitaciones de F¨¦lix. A mitad de la escalera estaba la puerta que daba al patio, por la que entraron aquella noche F¨¦lix y Rasput¨ªn en cuanto el coche se detuvo.
El cebo para atraer a Rasput¨ªn hasta aquella madriguera no termina de estar claro, y lo m¨¢s probable es que contuviese ingredientes muy distintos. Por un lado, se trataba de un halago por ser la invitaci¨®n de uno de los personajes m¨¢s poderosos del pa¨ªs. Por otro, seg¨²n indican observadores tan sagaces y cercanos como el gran duque Nikol¨¢i Mij¨¢ilovich en su diario, F¨¦lix hab¨ªa hecho servir sus encantos er¨®ticos en aquella amistad interesada, y Rasput¨ªn no era ajeno a los amores masculinos porque en ¨¦l se reconciliaban sin estorbos los principios de la masculinidad y la feminidad. Por ¨²ltimo, Rasput¨ªn ansiaba conocer a la hermosa Irina, ofrecida como cebo por F¨¦lix y a quien El Anciano deseaba en la distancia. El ardid requer¨ªa que Irina fuese tratada de una supuesta dolencia de origen espiritual. Como veremos, Rasput¨ªn expulsaba a menudo el demonio de la lujuria mediante la lujuria misma, interiorizaba el pecado ajeno con la comisi¨®n del pecado, para que el arrepentimiento posterior liberara al enfermo y al sanador. Todo parece indicar que, en los ¨²ltimos tiempos de la conjura, F¨¦lix estaba siendo tratado de aquel mal, y que Irina deb¨ªa ser tambi¨¦n curada aquella noche de la perdici¨®n de Grigori Yef¨ªmovich, el campesino venido de Siberia, quien por aquel entonces, durante el curso de las descomunales borracheras de 1916, se hab¨ªa jactado de tener a Rusia "en la palma de la mano".
Sin embargo, Irina no esta-
ba aquella noche en el palacio Yus¨²pov. Aunque hab¨ªa aceptado participar en el compl¨® al comienzo, pronto se arrepinti¨® y suplic¨® en su correspondencia a su marido que desistiese del asesinato. Permaneci¨® en su residencia de Crimea, aquejada de una crisis de hiperestesia que la mantuvo postrada en la cama con fiebre y cercada de extra?os presagios funestos que auguraban guerra, sangre y sufrimiento para el pa¨ªs, como as¨ª ocurri¨® despu¨¦s.
Ahora bien, cuando Rasput¨ªn descendi¨® a aquel s¨®tano del Mo?ka estaba convencido de que la sobrina del zar Alejandro II estaba en la casa, en las dependencias del piso superior, de donde llegaban voces y m¨²sica de gram¨®fono con la melod¨ªa de la canci¨®n americana Yankee Doodle. Aquella m¨²sica otorgaba una brizna de inapropiada frivolidad a las circunstancias de un crimen.
El doctor Lazavert, una vez hubo aparcado el coche, se despoj¨® de su disfraz de ch¨®fer y se reuni¨® en las habitaciones del primer piso con el resto de los conjurados. All¨ª estaba tambi¨¦n Vlad¨ªmir Purishki¨¦vich, un pol¨ªtico mon¨¢rquico, antisemita, miembro de la Duma, que ya hab¨ªa pronunciado alg¨²n discurso incendiario contra Rasput¨ªn y la zarina Alejandra Fi¨®dorovna, tach¨¢ndola de "alemana en el trono de Rusia, ajena al pa¨ªs y a su gente". Junto a Purishki¨¦vich estaban el teniente Sujotin (un joven oficial del regimiento de Preobrazhensky) y el otro gran personaje de la maquinaci¨®n, el gran duque Dimitri P¨¢vlovich, primo del zar Nicol¨¢s II.
Dimitri era un alto, corpulento y apuesto oficial de la Guardia Imperial, atleta participante en los Juegos Ol¨ªmpicos, vividor y miembro del exclusivo Club N¨¢utico, fragua en aquellos d¨ªas de innumerables planes sediciosos ante la deriva del pa¨ªs. Se trataba sin duda del favorito de Nicol¨¢s, quien probablemente admiraba en aquel libertino de su familia todo aquello que el destino le hab¨ªa negado a ¨¦l, convirti¨¦ndole, primero, en un ser hipocondriaco y de d¨¦bil voluntad, y carg¨¢ndole despu¨¦s de deberes en una ¨¦poca de grandes conflictos internos e internacionales. Dimitri hab¨ªa sido el prometido de la gran duquesa Olga Nicol¨¢ievna, la hija mayor del zar, pero el compromiso se hab¨ªa roto a instancias de la zarina y Rasput¨ªn. La zarina Alejandra sab¨ªa que el primo de Nicol¨¢s despreciaba a El Anciano y destap¨® el esc¨¢ndalo de las ligerezas homosexuales de Dimitri con F¨¦lix Yus¨²pov, as¨ª como su temperamento de bebedor empedernido, duelista y asiduo de las farras sin fin. Rasput¨ªn vaticin¨® que Dimitri pronto contraer¨ªa una enfermedad cut¨¢nea por su vida licenciosa, y as¨ª el futuro amante de Coco Chanel se vio apartado de su gran boda ya anunciada en sociedad.
De manera que los cuatro conjurados restantes escuchaban junto a la escalera del primer piso las voces de F¨¦lix y Rasput¨ªn que proven¨ªan del s¨®tano. All¨ª abajo estaban sentados el uno frente al otro, charlando animadamente junto al fuego del hogar. Para llegar hasta aquella escena, Grigori Yef¨ªmovich Rasput¨ªn hab¨ªa recorrido el confuso, enigm¨¢tico y casi siempre inexplicable camino de su propia vida.
Hab¨ªa nacido en Tium¨¦n
(distrito de la provincia de Tobol), en el pueblo de Prok¨®vskoie, el 10 de enero de 1869, d¨ªa de San Gregorio. Sabemos poco de su juventud, s¨®lo que se entreg¨® a una vida a la que en principio parec¨ªan destinados muchos de los miserables campesinos siberianos: la rutina de un borracho. Hasta que sufri¨® su conversi¨®n gracias al dolor y la humillaci¨®n. Su ¨¦xtasis de estirpe dostoievskiana se lo propici¨® un vecino que le sorprendi¨® robando en sus campos y le tundi¨® a estacazos. Desde entonces se convirti¨® en un peregrino mendicante con un extra?o sistema nervioso. Algunos testigos de aquella ¨¦poca primitiva refieren que parec¨ªa un subnormal, en lucha siempre con un Satan¨¢s interior. De su prehistoria proviene el inicio de la leyenda acerca de sus poderes para el vaticinio, las profec¨ªas -algunas sobre el ocaso de los Romanov- y el levantamiento de las sequ¨ªas desastrosas.
Sin duda, Rasput¨ªn estuvo vinculado durante su vida a las ense?anzas de la herej¨ªa jlist, flageladores que engendraban en s¨ª mismos cristos vivientes durante ceremonias de delirio y promiscuidad sexual que denominaban regocijos. Los jlisti practicaban una gimnasia espiritual que necesitaba de tres pasos obligatorios: el pecado, el arrepentimiento y la purificaci¨®n. Sin ese fondo m¨ªstico her¨¦tico no podr¨ªa ser entendida nunca la conducta futura de Grigori en relaci¨®n a la carne.
Los zares debieron de conocerle en noviembre de 1905, aunque no sabemos qui¨¦n les present¨®. Tan misteriosa como la personalidad de Rasput¨ªn es el temperamento de los emperadores, que al fin y al cabo fueron quienes decidieron creer en ¨¦l y deso¨ªr las advertencias de la familia Romanov, de la alta aristocracia, de la clase pol¨ªtica y de los testigos del pueblo llano. Nicol¨¢s, que hab¨ªa nacido rodeado de sangre, como la historia de la dinast¨ªa, era un ser taciturno y supersticioso. Alejandra, a pesar de la firmeza de su temperamento y de su entrometida voluntad de convertirse en gran estadista, resultaba propensa a toda clase de misticismos. Al parecer tomaron a Rasput¨ªn como la reencarnaci¨®n de un viejo consejero espiritual fallecido, monsieur Philippe, un mago franc¨¦s con reputaci¨®n de terapeuta. En su primer encuentro, Rasput¨ªn tuvo una intuici¨®n de tah¨²r. Pidi¨® ver a Alejo, el zarevich, cuya mala salud, salpicada de crisis hemof¨ªlicas, tra¨ªa de cabeza a la familia imperial, que hab¨ªa estado buscando de forma desesperada un heredero despu¨¦s del nacimiento de cuatro grandes duquesas: le impuso las manos, le mir¨® fijamente, rez¨® en voz alta, y el ni?o se sinti¨® aliviado al instante. Desde aquel entonces se convirti¨® en imprescindible para los zares. Nadie supo jam¨¢s si las mejor¨ªas de Alejo ten¨ªan su origen en la capacidad de sugesti¨®n de El Anciano, en su fuerza hipn¨®tica o en el conocimiento de antiguos secretos paganos curativos, pero el caso es que se produc¨ªan.
Mientras tanto, Grigori Yef¨ªmovich, asentado en Petersburgo, comenz¨® a ascender en palacio y a ganarse la plena confianza de la familia real. A la altura de 1910, ya se permit¨ªa entrar en pol¨ªtica. Influye en el reconocimiento que Rusia hace de la anexi¨®n de Bosnia-Herzegovina por parte de Austria-Hungr¨ªa y en la postura de neutralidad b¨¦lica de los zares (lo que muchos interpretan como una traici¨®n a los hermanos serbios ortodoxos). Adem¨¢s examina al cabeza del Santo S¨ªnodo, Sabler, para granjearse un adepto a la camarilla de la zarina. Alejandra y Rasput¨ªn se las arreglaron rec¨ªprocamente para desear lo mismo desde entonces: El Anciano corroboraba en Dios todas las maniobras pol¨ªticas de la emperatriz.
Al mismo tiempo crec¨ªa el c¨ªrculo de devotas de Raspu-t¨ªn entre las damas desocupadas de la alta sociedad, entre las burguesas con ¨ªnfulas religiosas y entre las simples plebeyas. Le cuidaban como las beatas hubiesen mimado la p¨²rpura cardenalicia. Las condesas y duquesas visitaban su apartamento, le besaban la mano, se arrodillaban ante ¨¦l, le cubr¨ªan de obsequios, y cuando se marchaban solicitaban como favor llevarse la ropa sucia para lavarla, a ser posible con restos de su sudor.
Por aquel entonces, ya eran leyenda los favores sexuales que le dispensaban las mujeres. Acud¨ªa a las casas de ba?os rodeado de adeptas, regalaba a sus disc¨ªpulas -sus tontas, en el sentido m¨ªstico de pureza bondadosa- curaciones privadas del demonio de la lubricidad en el sof¨¢ de su despacho, persegu¨ªa a cuanta desconocida se le cruzaba. En los informes policiales de aquellos a?os, sus vigilantes constatan que frecuentaba los burdeles varias veces al d¨ªa. En ocasiones sufr¨ªa un arrebato, raptaba a una prostituta callejera, desaparec¨ªa en un apartamento y volv¨ªa a salir al poco hablando en voz alta y haciendo extra?os aspavientos. Por la capital corr¨ªa la especie de que estaba dotado con la verga de un caballo de la remonta. La ni?era del zarevich, Mary Vishnyakova, le acus¨® de haberse abalanzado sobre ella y haberle robado la virginidad en un ritual de regocijo.
En aquellos d¨ªas, Rasput¨ªn hab¨ªa logrado una haza?a de car¨¢cter sociol¨®gico: unir a todo el mundo en la empresa com¨²n de aborrecerlo. La izquierda le consideraba retr¨®grado y antisemita; la derecha y los mon¨¢rquicos tem¨ªan sus inclinaciones hacia personajes que detestaban; la corte le despreciaba como campesino; la Iglesia ortodoxa sospechaba de sus aires de hereje jlist; el entonces primer ministro, Stolypin, no comprend¨ªa su poder sobre los zares; los Romanov se escandalizaban de su influencia; los militares clamaban contra su antibelicismo. Bien mirado, sorprende no tanto que se fraguase una conspiraci¨®n contra su vida como que no se hubieran llevado a cabo docenas de ellas.
Igual que no deja de resultar enigm¨¢tico el hecho de que los zares no s¨®lo hicieran o¨ªdos sordos a todas las acusaciones que les llegaban -provenientes del c¨ªrculo de su familia, de los ministros del Gobierno, de los miembros de la Duma, de los informantes de la polic¨ªa secreta del r¨¦gimen-, sino que fuesen destituyendo y apartando por sistema a todo aquel individuo que trataba de indisponerles con El Anciano.
La ¨²nica explicaci¨®n veros¨ªmil se encuentra otra vez en
la peregrina religiosidad supersticiosa de los emperadores: no es que fuesen ciegos, es que estaban convencidos de ver m¨¢s all¨¢. De ver lo que los dem¨¢s no pod¨ªan contemplar. Alejandra y Nicol¨¢s consideraban que Rasput¨ªn pose¨ªa el don de la yurodstvo, de la demencia santa. En la tradici¨®n m¨ªstica rusa, los personajes de los santos dementes tienen gran importancia hist¨®rica. La catedral de San Basilio, en la plaza Roja de Mosc¨², est¨¢ dedicada a uno de ellos. Por lo com¨²n eran mendigos que vagaban desnudos, cargados de cadenas, gritando or¨¢culos y vaticinios. Simulaban locura para sufrir vejaciones en su persona, para experimentar el dolor y la persecuci¨®n, igual que Cristo. Hac¨ªan burla de las convenciones y los vicios del mundo para servir de espejo a los hip¨®critas pecadores. Acosaban a las mujeres, fornicaban en p¨²blico. En eso consist¨ªan las proezas de la yurodstvo.
En la biblioteca privada de Alejandra se encontraba el volumen Santos dementes de la Iglesia rusa, con notas en los m¨¢rgenes, incluido el cap¨ªtulo dedicado al libertinaje sexual de los ascetas. De ah¨ª que los zares supiesen interpretar como nadie el comportamiento de Rasput¨ªn.
Antes del comienzo de la Gran Guerra, una desconocida, inspirada por Iliodor, un enemigo religioso de El Anciano, apu?ala a Rasput¨ªn en Prok¨®vskoie. Grigori permanece durante d¨ªas al borde de la muerte. Cuando regresa a Petersburgo es otro: bebe desesperadamente, baila durante horas girando sobre s¨ª mismo sin marearse y golpe¨¢ndose las botas, y se vuelve m¨¢s proclive a los augurios de condici¨®n herm¨¦tica. "?ngeles en las filas de nuestros guerreros, la salvaci¨®n de nuestros impert¨¦rritos h¨¦roes con deleite y victoria", telegraf¨ªa al zar en aquellos d¨ªas. Cuando era llamado a Tsarkoe Selo para sanar a Alejo, en mitad de sus interminables borracheras, se despejaba sin que nadie comprendiera c¨®mo y alcanzaba una repentina sobriedad.
Cuando la guerra comienza a torcerse y Nicol¨¢s destituye al gran duque Nikol¨¢i Nicolaievich como comandante en jefe, a instancias de Alejandra y Rasput¨ªn, el propio zar toma el mando de las operaciones. La zarina entonces asume la direcci¨®n del Gobierno, gracias a su absoluta autoridad sobre su marido, y da un verdadero golpe de Estado con la ayuda de sus principales consejeros en la sombra: Anna Vyrubova y Grigori Yef¨ªmovich. Son destituidos tambi¨¦n el ministro del Interior, el procurador general del S¨ªnodo y el jefe de polic¨ªa, sustituidos por individuos de confianza. La indignaci¨®n respecto al papel de la zarina ya no pod¨ªa ser mayor. Se consideraba que hab¨ªa embrujado a Nicol¨¢s, que precipitaba el desmoronamiento de la monarqu¨ªa y que trabajaba en secreto para firmar (despu¨¦s de obligar a disolver la Duma) una paz unilateral con su pa¨ªs de origen, Alemania, que ser¨ªa considerada como una verg¨¹enza nacional.
Cuando F¨¦lix Yus¨²pov se enter¨® de esos rumores decidi¨® que ten¨ªa que matar cuanto antes y a cualquier precio a Rasput¨ªn. Todos los pasos que El Anciano hab¨ªa dado desde los remotos tiempos en que vagaba por Siberia como un enfebrecido visionario le condujeron hasta aquel s¨®tano del canal del Mo?ka. De modo que cuando el pr¨ªncipe Yus¨²pov le tuvo sentado frente a ¨¦l, conversando, le ofreci¨® unos pastelillos de crema rosa envenenados con cristales de cianuro pot¨¢sico.
La leyenda cuenta que Rasput¨ªn los rechaz¨®, as¨ª como el vino de Madeira tambi¨¦n envenenado. Cuando F¨¦lix Yus¨²pov empezaba a no encontrar temas de conversaci¨®n y a sospechar indicios de premoniciones en su v¨ªctima, Grigori decidi¨® comer y beber. F¨¦lix relat¨® que El Oscuro bebi¨® las copas de vino de Madeira y engull¨® los pasteles suficientes para matar a un regimiento de cosacos, pero que no revelaba ning¨²n s¨ªntoma del envenenamiento, salvo el aumento de la salivaci¨®n y unos constantes bostezos. Desesperado, se ausent¨® del s¨®tano, consult¨® con el resto de conspiradores y le pidi¨® a Dimitri P¨¢vlovich su arma reglamentaria. Regres¨® ante Rasput¨ªn con la pistola a la espalda y le dispar¨® en el pecho. El relato mitol¨®gico refiere que cay¨® sobre la piel de oso polar, y que se apresuraron a mover el cad¨¢ver para que la sangre no la empapara.
Despu¨¦s lo dejaron en el s¨®tano a oscuras, sobre el sue-
lo desnudo, y subieron a las habitaciones del primer piso. En sus memorias, F¨¦lix refiri¨® que al poco tiempo sinti¨® unas ganas irrefrenables de ver de nuevo el cad¨¢ver. Regresaron al lugar del crimen, zarande¨® el cuerpo y lo not¨® a¨²n caliente. De improvis¨®, Rasput¨ªn abri¨® los ojos y los clav¨® en el rostro de su asesino. A continuaci¨®n se puso en pie y asi¨® a F¨¦lix por el cuello con su fuerza descomunal. Cuando el pr¨ªncipe logr¨® desasirse, Rasput¨ªn, que no paraba de repetir encolerizado el nombre de F¨¦lix, sali¨® huyendo por la escalera, camino del patio. Purishki¨¦vich le alcanz¨® en el exterior y le dispar¨® cuatro veces con su rev¨®lver Savage en dos tandas de dos disparos. Err¨® los dos primeros. El tercero -escribi¨® despu¨¦s- le alcanz¨® en la espalda mientras corr¨ªa, y el cuarto, en la cabeza. La servidumbre del palacio Yus¨²pov arrastr¨® el cuerpo por la nieve hasta el interior de la casa. Una vez all¨ª, F¨¦lix sufri¨® una crisis de histeria y comenz¨® a golpear la cabeza de Rasput¨ªn con una barra de hierro recubierta de goma hasta quedar exhausto y empapado por las salpicaduras de la sangre.
En ese momento llamaron a las puertas del palacio dos agentes de guardia en la comisar¨ªa del canal del Mo?ka. Hab¨ªan cre¨ªdo o¨ªr disparos. El nervioso Purishki¨¦vich se identific¨® como miembro de la Duma, confes¨® el asesinato y apel¨® al patriotismo de los polic¨ªas para guardar silencio en beneficio de la Madre Rusia. Sin embargo, a la ma?ana siguiente, muy pronto, el alcalde de Petersburgo, Alexander Balk, inform¨® al ministro del Interior, Protop¨®pov, de aquella incre¨ªble conversaci¨®n entre uno de los asesinos y los dos accidentales testigos de los disparos. El rumor del asesinato de Rasput¨ªn se extendi¨® por toda la ciudad, hasta llegar a Tsarkoe Selo, a o¨ªdos de los zares.
Aunque nunca sabremos con certeza lo que ocurri¨® en aquel s¨®tano, las dudas de Radzinsky sobre las versiones escritas de Yus¨²pov y Purishki¨¦vich son razonables. La resistencia asombrosa de Rasput¨ªn al ars¨¦nico se explica por dos razones. La disoluci¨®n del vino no era la correcta y la dosis de ars¨¦nico result¨® insuficiente. En cuanto a los pasteles, Rasput¨ªn no los lleg¨® a probar: jam¨¢s se salt¨® su r¨¦gimen, que prescrib¨ªa abstenerse de la carne y los dulces "porque oscurec¨ªan el halo". Lo m¨¢s probable es que F¨¦lix, que odiaba las armas y que era de temperamento medroso, s¨®lo le hiriese al dispararle. De ah¨ª su resurrecci¨®n. Por lo que respecta a Purishki¨¦vich, no parece veros¨ªmil que un civil fallase los dos primeros disparos y le alcanzase despu¨¦s, m¨¢s lejos, con dos certeros disparos en la espalda y la cabeza. El miembro de la Duma se tom¨® muchas molestias en los d¨ªas posteriores para tratar de exculpar en la medida de lo posible a Dimitri P¨¢vlovich. "Las manos de la realeza no est¨¢n manchadas de sangre", dijo muchas veces. Pero tuvo que ser Dimitri, valiente soldado, tirador de ¨¦lite, quien alcanzara a Rasput¨ªn en el patio. La segunda tanda, los disparos mortales, proven¨ªan de la pistola del primo del zar. Por eso, Nicol¨¢s le impuso despu¨¦s a Dimitri, su favorito, el castigo m¨¢s severo y le envi¨® al frente, en Persia. No le cupieron dudas sobre qui¨¦n hab¨ªa abatido a Rasput¨ªn.
El cad¨¢ver apareci¨® flotando, con el torso desnudo, en las aguas heladas del Neva durante la ma?ana del 19 de diciembre. Ten¨ªa la cara desfigurada; agujeros de bala en el t¨®rax, la espalda y la cabeza. Era extra?o: conservaba las manos en alto. Seg¨²n informaron los m¨¦dicos encargados de la autopsia, Rasput¨ªn a¨²n estaba vivo y trataba de romper sus ataduras cuando fue arrojado por sus asesinos a un agujero practicado en el hielo bajo el puente del Gran Petrovsky.
Faltaba muy poco para que Nicol¨¢s abdicase y una nube de sangre lloviera sobre Rusia.
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