El fascismo de la posesi¨®n inmediata
A excepci¨®n de unos cuantos fan¨¢ticos que apenas saben a qu¨¦ se refieren cuando la defienden, fascismo es una palabra insultante usada por unos y otros como arma arrojadiza. En general, incluso por parte de la derecha, es el t¨¦rmino m¨¢s utilizado para descalificar al adversario por sus supuestas tendencias totalitarias. Tambi¨¦n con frecuencia fascismo es sin¨®nimo de barbarie.
Sin embargo, el uso contempor¨¢neo de esta palabra arrastra perfiles confusos pues todav¨ªa hoy muchos la emplean acusadoramente para describir hechos inmediatos pero, en el momento de imaginar el escenario, se remiten a una parafernalia ideol¨®gica del siglo pasado. Se teme a unos b¨¢rbaros y, a falta de otro modelo de referencia, se cree que esos b¨¢rbaros volver¨¢n con sus esv¨¢sticas, sus brazos en alto y sus camisas negras, azules o pardas. Algunos, sin duda, tendr¨ªan la c¨ªclica tentaci¨®n de una mascarada de este tipo. Pero, fuera de una nostalgia m¨¢s bien pat¨¦tica, su porvenir es escaso pues no queda nada de la atm¨®sfera ideol¨®gica ni de la cultura que incub¨® al anterior monstruo. Por tanto, no es el fascismo hist¨®rico el que acecha.
No obstante, si el fascismo es una forma de calificar la barbarie actual entonces no podemos albergar demasiadas dudas de que el peligro existe. ?De d¨®nde proviene? S¨®lo muy oblicuamente de las grandes doctrinas que promet¨ªan al hombre un mundo feliz a trav¨¦s de la superioridad de una raza, una clase social o un estado. Nuestra barbarie contempor¨¢nea es reacia a las grandes doctrinas porque un v¨¦rtigo depredador ni siquiera admite la enunciaci¨®n de palabras y, mucho menos, de ideas. El nuestro es el fascismo de la posesi¨®n inmediata. Su doctrina es t¨¢cita, silenciosa, abrumadora: queremos esto y aquello, y lo queremos inmediatamente pues es el bot¨ªn de guerra que la vida nos ha otorgado.
Y quiz¨¢ sea, en efecto, esta inmediatez en la rapi?a lo que conecte al nuevo fascismo con el antiguo. Los viejos fascismos estaban convencidos de que sus ideas justificaban la rapacidad y la conquista mientras los nuevos fascistas tambi¨¦n lo encuentran todo justificado si el premio es el disfrute sin dilaciones del objeto o sujeto que se ha prometido.
Algunos incautos (incautos con c¨¢tedra a menudo) han respaldado durante a?os la bondad de esta actitud como una modalidad moderna del hedonismo. Naturalmente han olvidado un matiz que lo cambia todo. Si la b¨²squeda de la posesi¨®n es la consecuencia de la aventura y el descubrimiento, el buscador -el aut¨¦ntico hedonista- se ve inmerso en un juego de derechos y deberes, de transgresiones y l¨ªmites que le dibujan el territorio vital. Avanza, retrocede, arriesga, gana, pierde: as¨ª se crea la geograf¨ªa ¨ªntima del ser humano. Por el contrario, si la posesi¨®n se concibe como un derecho de conquista, ilimitado y sin contrapartidas, el depredador jam¨¢s se mira en el espejo de sus contradicciones y deberes.
Es m¨¢s que probable que los ritos inici¨¢ticos de las m¨¢s diversas tradiciones apuntaran en esta direcci¨®n. Al anciano, disminuida la fuerza, le esperaba el don de la sabidur¨ªa pero al inicio de su vida, como ni?o, hab¨ªa crecido en la libertad del instinto. Entre ambas edades el adulto hab¨ªa tenido que superar ciertas pruebas destinadas a conocer el delicado equilibrio de los derechos y de los deberes, la mutua dependencia del individuo y la comunidad.
Nuestra barbarie, en cambio, ha exteriorizado la figura, antes meramente transitiva, del p¨²ber en Adolescente (as¨ª en may¨²sculas) anulando las dem¨¢s edades: al ni?o se le saca a la fuerza de la ni?ez para que sea pronto el adolescente, al adulto sin contornos contrastados, se le mantiene en la Adolescencia; y al mismo tiempo, negado para la sabidur¨ªa, se le recomiendan las payasadas suficientes para simular el retorno a su propia sombra maquillada. El viejo fascismo se recreaba con la efigie, m¨¢s o menos delicuescente, de un Joven Salvaje que, como Sigfrido en el mito wagneriano, irrumpir¨ªa en el horizonte humano para purificarlo y regenerarlo. Todos conocemos perfectamente las consecuencias del tr¨¢gico manoseo de este mito. La figura favorita del nuevo fascismo es el Adolescente, un protagonista que se caracteriza y es caracterizado por la incapacidad permanente para dibujar su geograf¨ªa vital. Para ese h¨¦roe de nuestro tiempo s¨®lo vale la posesi¨®n inmediata pero, de lo contrario, se sume en un estado de sopor o de abulia.
Para ese h¨¦roe, para esa barbarie nuestra ¨¦poca ha creado un sistema pertinente: una econom¨ªa de la posesi¨®n inmediata. En la medida en que se impone el nuevo fascismo nuestro bienestar, nuestros gustos, nuestros deseos dependen de aquella econom¨ªa. Naturalmente, en el sentido m¨¢s estricto, el capitalismo asume y promueve el modelo con su continua exaltaci¨®n y exhibicionismo de la codicia. El b¨¢rbaro habla el lenguaje que los b¨¢rbaros puedan entender: compra, posee, ?c¨®mo dejar¨ªas de hacerlo si todo es para ti y sin apenas esfuerzos y para tu eterna felicidad? Y para que ese lenguaje de la depredaci¨®n dichosa llegue a todos los rincones tenemos la m¨¢s imponente f¨¢brica de la hermosa mentira, la publicidad, nuestra ¨²nica religi¨®n verdaderamente universal.
La felicidad es la propiedad. Un viejo lema de todas las ¨¦pocas que el b¨¢rbaro de la nuestra escucha acelerado: posee r¨¢pidamente. R¨¢pido, r¨¢pido, fast food en todas direcciones. De acuerdo con este principio, y pese a todas las proclamas, la pornograf¨ªa desbanca al erotismo en todas las esferas de la vida sensorial y espiritual. La l¨®gica del deseo exige el detenimiento, la apuesta, la responsabilidad de la elecci¨®n, el descubrimiento de las sensaciones y de los pensamientos. Pero el Adolescente tiene pavor a estos retos y opta inevitablemente por la facilidad pornogr¨¢fica, por el consumo de lo que se pone de inmediato al alcance de su mano sin necesidad de aventura alguna. Para ¨¦l se han inventado grandes categor¨ªas que quiz¨¢ tambi¨¦n sea oportuno escribir en may¨²sculas: la Marcha, la Diversi¨®n, el Espect¨¢culo. Cuando se detiene la noria todo parece impregnado de una insondable apat¨ªa.
?Por qu¨¦ temer a los b¨¢rbaros si los b¨¢rbaros ya est¨¢n aqu¨ª? ?ltimamente se multiplican las alarmas. Las ciudades se defienden con nuevas ordenanzas contra lo que los peri¨®dicos llaman decorosamente incivismo y que en la mayor¨ªa de los casos ha sido la pura y dura instalaci¨®n de la barbarie durante muchos a?os en sus calles y en sus noches. Los responsables de educaci¨®n denuncian t¨ªmidamente el acoso escolar cuando hace ya mucho tiempo que el odio a la cultura est¨¢ activamente pertrechado en muchas escuelas con el c¨®mplice silencio de maestros y padres de familia. Y ha sido necesario que muriera una mendiga en un cajero autom¨¢ticoy fueran apalizados unos cuantos indigentes m¨¢s, para que mucha gente aparentara enterarse de que en la econom¨ªa de la posesi¨®n inmediata el entendimiento exige con frecuencia violencia e incluso cr¨ªmenes.
?As¨ª que es posible que haya entre nosotros un fascismo nuevo, bien distinto al anterior, que ha madurado sigilosamente? ?Y qu¨¦ es lo que hemos hecho mal, desde nuestra tolerancia y nuestra correcci¨®n, si es que hemos hecho algo mal? ?Por d¨®nde han entrado los b¨¢rbaros? Soci¨®logos y educadores han empezado a explicarse: ha faltado autoridad. Los pol¨ªticos dicen lo mismo, aunque con la boca peque?a y porque tienden a acusarse unos a otros. Ha faltado autoridad y tambi¨¦n, sobre todo, osad¨ªa espiritual para saber en qu¨¦ consist¨ªa la autoridad. La tibieza y el miedo proceden de todos los ¨¢ngulos, con un conservadurismo anticuado y deslegitimado y un progresismo incapaz de hacer frente a sus propios fantasmas. Unos satisfechos prohibiendo y los otros prohibiendo prohibir.
La cuesti¨®n es saber si nos atreveremos a resistirnos frente a la nueva barbarie y con qu¨¦ medidas ?Nos atreveremos, por ejemplo, a ir m¨¢s all¨¢ de las declaraciones moralistas para adentrarnos en el coraz¨®n del monstruo? Es f¨¢cil proclamar que se necesita otra educaci¨®n para el futuro lo cual es evidentemente cierto. Pero, ?no podr¨ªamos empezar a legislar contra los aspectos m¨¢s agresivos de la posesi¨®n inmediata? ?No podr¨ªamos poner en jaque alguno de los engranajes que perpet¨²an la violenta somnolencia del nuevo b¨¢rbaro?
Est¨¢ muy bien mejorar la educaci¨®n futura de los cachorros pero mientras los padres de los cachorros sigan atrapados por los fuegos fatuos la rueda continuar¨¢ girando en la misma direcci¨®n. Se trata, por tanto, de poner palos en la rueda y de atreverse a desenmascarar algo de aquella industria del encantamiento.
Los invitados al banquete de la adolescencia perpetua no dejar¨¢n de exigir sus dosis diarias de depredaci¨®n mientras se les siga mostrando que la velocidad en la rapi?a es lo ejemplar y deseable. El aspirante a b¨¢rbaro -antes de llegar a ser un b¨¢rbaro consagrado- es informado de que la salud de un pa¨ªs depende de los beneficios de los bancos o de las ganancias de las inmobiliarias, cifras tan fulminantes como obscenas que, debidamente embellecidas por las im¨¢genes publicitarias, son recibidas como una invitaci¨®n personal a la captura r¨¢pida del bot¨ªn: haz como nosotros, t¨®malo todo con prontitud porque nadie te va a pedir cuentas por ello. El mimetismo funciona a la perfecci¨®n. Posee, bendito, posee.
La resistencia a la barbarie significar¨ªa compararse a una democracia capaz de poner en evidencia lo contrario: posee, maldito, posee hasta llegar al nihilismo final. Pero para conseguirlo, adem¨¢s de educar para el futuro, deber¨ªamos proponernos radicales Leyes Antimentira. Deber¨ªamos prohibir -s¨ª, prohibir- el exhibicionismo de la codicia: especuladores, ni sois ejemplares ni es legal que utilic¨¦is vuestro dinero en el embellecimiento propagand¨ªstico de vuestros obscenas ganancias ni estamos dispuestos a que vuestro enga?o se difunda impunemente.
Si esperamos a que la mejora de la educaci¨®n detenga la barbarie podemos encontrarnos con que ya no haya tiempo para tal mejora. Si creemos que los nuevos fascistas est¨¢n en la calle apalizando mendigos como parte del derecho a la diversi¨®n acertaremos una parte del diagn¨®stico. No obstante, si queremos golpear el coraz¨®n de la barbarie antes de que sea demasiado tarde, lo oportuno es empezar a actuar, sin dilaciones, contra los inspiradores de la gran mentira moral de nuestra ¨¦poca: la vida entendida como un bot¨ªn de guerra que hay que tomar inmediatamente por un derecho de conquista. Que nadie nos has concedido.
Rafael Argullol es escritor y fil¨®sofo.
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