Los Rojo
1 Ocho y media de la ma?ana, suena un potente timbrazo. Es un mensajero que trae un libro enviado desde M¨¦xico. Quien desde all¨ª lo mand¨®, el amigo y gran pintor Vicente Rojo, nunca pens¨® que su env¨ªo llegar¨ªa a tan temprana hora de mensajer¨ªa. En el libro, Alas de papel, encuentro bell¨ªsimas reproducciones de su obra gr¨¢fica conviviendo con poemas o narraciones de sus amigos escritores: Octavio Paz, Jos¨¦ Emilio Pacheco, Alfonso Alegre, B¨¢rbara Jacobs, ?lvaro Mutis, Juan Villoro, entre otros. Hay unas p¨¢ginas dedicadas al paseo de Sant Joan de Barcelona, donde Vicente Rojo (sobrino del general Rojo, el ¨²ltimo jefe de Estado Mayor de la Rep¨²blica espa?ola) pas¨® su dura infancia de posguerra, hasta que a los 11 a?os emigr¨® con su familia a M¨¦xico, donde se dedic¨® a su arte y a volverse sobriamente mexicano.
Vuelvo a la cama y media hora despu¨¦s suena otro timbrazo. Me encuentro ante un mensajero que me entrega el libro Vicente Rojo, Retrato de un general republicano, la biograf¨ªa del general Rojo (es decir, la biograf¨ªa del t¨ªo de mi amigo Vicente) escrita por Jos¨¦ Andr¨¦s Rojo, su nieto.
Debe de ser la matinal de los Rojo, me digo, y, desconcertado, ya no regreso a la cama. Miro furtivamente por la ventana y creo ver una Barcelona te?ida con la bandera republicana. Por un momento, al hilo del entresue?o del que a¨²n estoy saliendo, creo que me visitan los Rojo en pleno. Me restriego los ojos, voy al ba?o y, un rato despu¨¦s, comienzo a adentrarme en el libro del nieto Rojo sobre su abuelo Rojo, el general que plante¨® la ¨²ltima batalla a Franco. Aunque ya conoc¨ªa a grandes rasgos la vida del legendario militar republicano, confirmo que su historia nunca dejar¨¢ de sorprenderme, pues mantiene siempre un punto que, por enigm¨¢tico, resulta inalcanzable para cualquier bi¨®grafo cabal. Pero su nieto Jos¨¦ Andr¨¦s parece superar las trabas y nos ilustra con pericia acerca de los enigmas y fantasmas de su chocante abuelo: militar al cien por cien, cat¨®lico y patriota; su compromiso con la Rep¨²blica resulta dif¨ªcil de explicar, salvo que pensemos (y los datos que aporta la sabia biograf¨ªa nos lo permiten) que actu¨® simple y llanamente por un principio b¨¢sico de democracia y tambi¨¦n de honradez consigo mismo, lo que le llev¨® a ponerse de parte de la legalidad vigente.
2 La historia del general Rojo es la historia de una inalterable honestidad, acompa?ada en sus ¨²ltimos a?os de una perplejidad terminal, la que se reflej¨® en el juicio al que le someti¨® Franco cuando el general republicano -confiado y con todas las garant¨ªas obtenidas para su regreso- volvi¨® enfermo a su tierra a mediados de la d¨¦cada de 1950 con la idea sencilla -siempre lo ser¨¢ esa idea- de morir en Espa?a.
Desembarc¨® en Barcelona, fue a Madrid, visit¨® a unos parientes en Sagunto, y volvi¨® a Madrid. Y de pronto, un simple tr¨¢mite burocr¨¢tico se convirti¨® en causa criminal contra ¨¦l: le anunciaron que se le iba a procesar por rebeli¨®n militar. Vista hoy, y tambi¨¦n entonces, esta surrealista acusaci¨®n ser¨ªa s¨®lo risible de no ser porque fue lamentablemente tan real como c¨ªnica y repugnante: los militares sublevados, los jaleadores de la muerte, acusaban nada menos que de rebeld¨ªa militar al general leal a la legalidad democr¨¢tica.
Creo que hoy en d¨ªa estas actitudes de darle tan c¨ªnicamente la vuelta a las cosas siguen de actualidad entre nosotros, como si fueran residuos franquistas. Hay centenares de ejemplos, pero basta con uno, bien reciente: al hilo de los tan tra¨ªdos y llevados papeles, se le ha querido dar la vuelta imp¨²dicamente en Salamanca a una frase de Unamuno: aquel "vencer¨¦is, pero no convencer¨¦is" que, por mucho que se esfuercen algunos, siempre ser¨¢ una frase dirigida inequ¨ªvocamente contra los jaleadores de la ilegalidad y la muerte.
3 Como suelo inventar citas, hoy voy a descansar de ese ejercicio y reproducir¨¦ una verdadera. Es de Ambrose Bierce: "Cita: repetici¨®n err¨®nea de lo que ha dicho otro".
4 A Vicente Rojo, el amigo que, despu¨¦s de la guerra, vivi¨® hasta los 11 a?os en el pasaje de Ali¨®, junto al paseo de Sant Joan (al que entonces llamaban paseo del General Mola), le gritaban, al salir de su colegio de Barcelona, su apellido, y lo hac¨ªan tanto ni?os amigos como enemigos: "?Rojo, Rojo", gritaban unos, y tambi¨¦n "?rojo, rojo!," as¨ª con min¨²scula, los otros, remarcando el calificativo y supuesta afiliaci¨®n pol¨ªtica, que no el apellido. Fue una infancia gris, extra?a y dura, de la que ser¨ªa rescatado por los colores del viento y la lluvia recia, profundamente antigua de M¨¦xico.
5 En la inmortal Girona, acogido a la hospitalidad de la Llibrer¨ªa 22, mis palabras irreparables de escritor desplazado. El recuerdo de Roberto Bola?o y la certeza ancestral de que los cipreses ya no creen en Dios. Los nombres de unas amigas, de unos amigos, los pocos que quedan. En la inmortal Girona, con mi secreta seguridad de que ya nada har¨¦ en la vida que no sea sentir. Como dec¨ªa Pessoa, mi ¨¦poca es el sello que llevan todas las facturas. Doblar¨¦ todos los d¨ªas todas las esquinas de esta ciudad amada, ¨²ltimo basti¨®n de la elegancia catalana.
6 ?ltimas noticias: una mujer estadounidense de 62 a?os, que tiene adem¨¢s otros 11 hijos, 20 nietos y tres bisnietos, dio ayer a luz al que es su duod¨¦cimo peque?o, Janise Wulf. La sexagenaria madre, ciega de nacimiento y casada ya en terceras nupcias con un hombre de 48 a?os, quer¨ªa a toda costa tener un tercer hijo m¨¢s de ¨¦l y lo consigui¨®.
Me quedo estupefacto al leer la noticia de la mujer testaruda. Luego, por la noche, voy a buscar un vaso de agua a la cocina y creo ver a la estadounidense pariendo en el fregadero. De inmediato, pienso en aquel pu?o del que hablaba Kafka: aquel pu?o que, por su propia voluntad, se dio la vuelta y evit¨® el mundo.
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