Cambiar de discurso
TORTURANDO el lenguaje hasta el l¨ªmite de lo soportable, el presidente del Gobierno anunci¨® hace pocos d¨ªas que "est¨¢bamos en unas circunstancias que [le] permiten tener la convicci¨®n de que puede empezar el principio del fin de la violencia". Cu¨¢les fueran esas circunstancias se resumen en una evidencia notoria: que ETA lleva mil d¨ªas sin matar, dato sin precedente en esta larga historia criminal. Pero que tal circunstancia permita abrigar una convicci¨®n, la que fuere, se basa en algo no notorio, o sea, oculto: informaciones que el presidente dice poseer, y que, dada su naturaleza, no son susceptibles de hacerse p¨²blicas. Este maridaje de lo que es notorio con lo que permanece oculto produce una extra?a criatura: la convicci¨®n del presidente se refiere a una probabilidad, no a un hecho.
Pero estar convencido de que algo puede ocurrir es muy barato: no ya algo, sino todo puede ocurrir. Lo caro es estar convencido de que algo va a ocurrir, y decirlo. En todo caso, mientras el presidente se entregaba a estas conjeturas, ETA actuaba. Es verdad que cuidando de no matar a nadie, sino dirigiendo sus ataques a objetivos bien precisos y con efectos devastadores para lo que se ha dado en llamar la paz: el empresario que tenga abierto cualquier negocio en Euskadi ha de pasar por las horcas caudinas de la extorsi¨®n: o pagas, o tu negocio salta por los aires. De modo que, a la vez que ha dejado de matar, ETA ha ampliado su red extorsionadora, cobra a m¨¢s gentes y es muy posible que hoy disponga de un cash flow m¨¢s saneado que nunca. Si esto fuera as¨ª resultar¨ªa que ETA podr¨ªa anunciar lo que se ha dado en llamar tregua a la vez que fortalece su entramado mafioso: de momento, no necesitan la muerte para alcanzar lo que parece ser su objetivo a medio plazo: perdurar sin matar.
El Gobierno y sus asesores han dado en estos dos a?os muestras sobradas de saberlo todo acerca de una forma de hacer pol¨ªtica que consiste en mostrar p¨²blicamente la convicci¨®n de que el proceso de formaci¨®n de la opini¨®n y de la voluntad de los ciudadanos, y, en consecuencia, la soluci¨®n de conflictos, se consigue a base de impulsar di¨¢logos incluyentes. Pero dos a?os dan mucho de s¨ª en pol¨ªtica, tiempo m¨¢s que suficiente para haber comprendido que el disparatado procedimiento seguido con el proyecto de Estatuto de Catalu?a tuvo algo que ver con una explosi¨®n de expectativas que s¨®lo pod¨ªa conducir a lo que los te¨®ricos de movimientos sociales llaman privaci¨®n relativa: hay ahora muchos m¨¢s catalanes convencidos de que se les ha privado de algo sustancial que antes de iniciarse aquel proceso.
La raz¨®n de la frustraci¨®n de expectativas radica en que la ret¨®rica del republicanismo c¨ªvico es m¨²sica celestial cuando hay fuerzas sociales y pol¨ªticas cuyo objetivo no es la inclusi¨®n, sino la exclusi¨®n o la separaci¨®n. Puede ocurrir que la pol¨ªtica como conversaci¨®n entre ciudadanos libres e iguales sea estupenda receta cuando todo el mundo est¨¢ de acuerdo en las bases sobre las que se fundamenta la convivencia; pero cuando hay fuerzas organizadas con el expl¨ªcito y mil veces confesado prop¨®sito de destruir esas bases, esa misma pol¨ªtica acaba en un galimat¨ªas incomprensible para las inteligencias medias, que echan de menos entonces la simple receta que consiste en que al pan se llame pan, y al vino, vino.
Para clarificar las cosas, tal vez fuera conveniente no hablar nunca m¨¢s de convicciones acerca de probabilidades y comenzar por no sucumbir al discurso de quienes llevan treinta a?os amenazando, extorsionando y atentando contra las personas y sus bienes. Desterrar de la conversaci¨®n el lenguaje construido en torno a procesos, escenarios u horizontes de paz, que transmiten con su solo enunciado que aqu¨ª se trata de poner fin a una guerra. Nadie est¨¢ en guerra, y no hay por qu¨¦ entregar una baza fundamental en pol¨ªtica, la palabra, hablando de proceso de paz, de escenarios de resoluci¨®n, de si esto acaba o no con vencedores y vencidos. Lo ¨²nico que se pretende es que una organizaci¨®n terrorista se disuelva, y que sus miembros y sus c¨®mplices, tras la inevitable negociaci¨®n, hagan pol¨ªtica sin recurrir al terror.
Marcar diferencias en el lenguaje para mostrar desde el principio que no todos hablamos de lo mismo es una elemental cautela para no alentar expectativas desmesuradas. No puede haberlas, en efecto, si los destinatarios de estas pol¨ªticas tienen a sus espaldas una larga historia criminal y, hasta donde sabemos, cuando vuelven a sus lugares de origen, despu¨¦s de cumplir condena, reservan para sus v¨ªctimas la mirada infame del desprecio y la arrogancia.
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