Cr¨®nica antigua que encontr¨¦ en un caj¨®n
La casa se va vaciando poco a poco y comienzan a faltar personas y cosas en las salas que aumentan de tama?o. Aumenta tambi¨¦n la sombra porque hay habitaciones que han dejado de abrirse y en donde el aire se ha detenido. Aunque no se llenen de polvo parecen muertas, los muebles que quedan inm¨®viles y dignos, una fotograf¨ªa con una sonrisa que no se dirige a nadie, ojos que han renunciado a alcanzarnos, indiferentes. ?En qu¨¦ sitio viven ahora? En la pared, un cartel con mi retrato de hace siglos, una de esas giras de lecturas por Alemania: estoy apoyado en la fachada de la catedral de Colonia y debe de ser verano porque el sol me da en la cara. Otro retrato m¨ªo con escritores. El soporte de las pipas de mi padre. Me llevo una de ellas a la boca y me dan ganas de verme en el espejo as¨ª: ?me parecer¨¦ a Sherlock Holmes? ?Al comisario Maigret? ?A un filatelista ingl¨¦s? Los hombres con pipa adquieren un aspecto concienzudo y me gustaba verme con un aspecto concienzudo, responsable y serio. Un demonio interior me informa de que nunca lo tendr¨¦: ha de haber siempre no s¨¦ qu¨¦ de chico irremediable en mi apariencia, la sospecha de un tirachinas en el bolsillo, cigarrillos clandestinos. ?T¨² no vas a crecer nunca? Huelgan las preguntas: no crezco. Ganas de dar puntapi¨¦s en latas, de contar el n¨²mero de pasos de aqu¨ª a la higuera y, si acierto, me ocurrir¨¢ algo estupendo esta semana. Comenzar un libro, por ejemplo. Pero he acabado un libro y a¨²n no tengo fuerzas para escribir. Tal vez en verano, o a principios del oto?o. Por ahora lo que poseo es una fluctuaci¨®n vaga que no cristaliza ni cobra sentido. Leo m¨¢s, me siento, me levanto, me aburro.
No s¨¦ por qu¨¦ los perdigueros me recuerdan a hu¨¦rfanos resignados
La culpabilidad sin motivo de costumbre. La due?a del restaurante me dese¨® un buen fin de semana. Le pregunt¨¦
-?Tuvo alguna vez un buen fin de semana?
y se qued¨® meditando, como quien investiga. Hab¨ªa dos perdigueras en la acera, madre e hija. No comprendo por qu¨¦ los perdigueros me recuerdan a hu¨¦rfanos resignados.
Por consiguiente, la casa. En consecuencia, dir¨ªa el t¨ªo Eloy. Jugaba a las cartas los domingos. No he conocido a nadie con la barba tan bien afeitada. Si no ten¨ªa en la mano una gran escopeta suspiraba invariablemente.
-Hace muchos a?os que soy alguacil y nunca he visto nada igual
y los peces del lago desfallec¨ªan por el calor. Sus bocas, asm¨¢ticas. El molino del pozo, parado, con el tim¨®n en busca de vientos, chirriando. El reloj de p¨¦ndulo, en medio de la escalera, balanceaba asuntos suyos, panz¨®n y solemne. Me gustan los relojes panzones: no tienen prisa, pasan horas lent¨ªsimas, nos dan esperanzas m¨¢s largas: no vamos a ser grandes, no vamos a ser viejos. El problema es que las horas de los relojes panzones son diferentes de las horas de los relojes de pulsera, empuj¨¢ndonos fren¨¦ticas. No uso reloj de pulsera para que no se impaciente conmigo
-?Y?
arrastr¨¢ndome hacia la ma?ana, que lo parta un rayo. Quieren llegar en un instante al Juicio Final, cuando Dios separe a los justos de los pecadores. ?De qu¨¦ lado quedar¨¦? ?A la derecha, a la izquierda? Uno o dos peces flotan en el lago, panza arriba. Doblaba un alfiler a modo de anzuelo, le clavaba una bola de miga de pan, lo ataba a una cuerda y nunca llegu¨¦ a pescar ninguno. Nunca llegu¨¦ a cazar tampoco. Mentira: pon¨ªamos un farol en un jeep, por la noche, y and¨¢bamos por el bosque sin rumbo detr¨¢s de ant¨ªlopes sable, disparando r¨¢fagas. Las pupilas de los animales, rojas en la luz. De vez en cuando pill¨¢bamos un asno salvaje o algo as¨ª. Lo que hoy me asombra es que no nos pillase a nosotros alguna mina o alg¨²n grupo del Movimiento Popular de Liberaci¨®n de Angola. No me acuerdo de a qu¨¦ sab¨ªa aquella carne. Debo de estar a la izquierda de Dios, en el grupo de los pecadores, por haberme liado a tiros con los asnos salvajes.
El primer sargento
-Los se?ores oficiales no est¨¢n bien de la cabeza
y volv¨ªa a su barraca a hacer cuentas. Pasaba treinta veces al d¨ªa delante de m¨ª y cada una de las treinta veces, ven¨ªa. Disculpe, primer sargento. Era s¨®lo un pobre diablo atormentado por la ¨²lcera. Le daba unas pastillas y ¨¦l se pon¨ªa blanco de la angustia. Sudaba a raudales el pobre:
-No tengo edad para esto
as¨ª como yo no tengo edad para ver que la casa se vac¨ªa poco a poco. Apenas vuelva en m¨ª, ser¨¦ una sonrisa en una fotograf¨ªa que no se dirige a nadie:
-?Qui¨¦n era aqu¨¦l?
y ni una fecha, ni un nombre en el reverso:
-Yo qu¨¦ s¨¦, un t¨ªo cualquiera.
En cuanto vuelva en m¨ª, eso es lo que ser¨¦: un t¨ªo cualquiera, un abuelo cualquiera, un primo cualquiera, un asno salvaje huyendo por la hierba. Buen fin de semana, Ant¨®nio Lobo Antunes: cuando est¨¦s mejor de ¨¢nimo, silba.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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