Los cr¨ªmenes de Stalin
Hace exactamente 50 a?os, a finales de febrero de 1956, el XX Congreso del PCUS, llamado el de la desestalinizaci¨®n, clausuraba uno de los cap¨ªtulos m¨¢s dram¨¢ticos de la historia de la URSS. Hoy se pretende en Mosc¨² que ¨¦ste sent¨® las bases para el estallido del pa¨ªs del socialismo, que se producir¨ªa en 1990, m¨¢s de 40 a?os despu¨¦s.
El gran protagonista de este congreso hist¨®rico fue Nikita Kruschev, convertido en secretario general del partido cuando muri¨® Stalin en 1953, aunque ¨¦ste hab¨ªa nombrado a Malenkov como sucesor. Desde los tres primeros a?os de su reinado, Kruschev y sus pr¨®ximos fueron distanci¨¢ndose discretamente del antiguo dictador. Primero dejaron en libertad a los nueve profesores de medicina acusados por Stalin de haber tramado "el complot de las batas blancas". Luego habr¨ªa otras liberaciones del Gulag y, por vez primera, se empez¨® a hablar de "culto a la personalidad".
Estos cambios simb¨®licos intrigaban extraordinariamente a Occidente, donde se ignoraba que, a finales de diciembre de 1955, la direcci¨®n del PCUS hab¨ªa encargado a Piotr Pospelov, un todoterreno, la redacci¨®n de un acta de acusaci¨®n contra Stalin. Pospelov hab¨ªa sido uno de los autores del Compendio de la historia del PCUS bajo Stalin, manual obligatorio para todos los sovi¨¦ticos. Aunque para la lectura del informe de Pospelov estaba previsto un discurso de dos horas, Kruschev tom¨® la palabra durante cinco y se permiti¨® algunas improvisaciones y digresiones salpicadas de detalles picantes. Adem¨¢s, la transcripci¨®n completa del discurso nunca se publicar¨ªa. Kruschev pronunci¨® este discurso durante una reuni¨®n a puerta cerrada en la que no participaba ning¨²n dirigente de los partidos hermanos, ni por supuesto la prensa. Los 5.000 delegados presentes quedaron at¨®nitos, en un silencio absoluto, y abandonaron la sala igualmente silenciosos despu¨¦s de los aplausos de rigor. Al d¨ªa siguiente recibieron un texto resumido que tampoco era el informe de Pospelov. Se supon¨ªa que ten¨ªan que debatirlo cuando regresaran a su regi¨®n y los dirigentes de las democracias populares a sus pa¨ªses. Es como decir que el informe secreto ten¨ªa que ser secreto para siempre. En nombre del PCF, Maurice Thorez hab¨ªa aludido a ¨¦l antes de pretender que se trataba de un informe "atribuido" a Kruschev. En Roma, en cambio, Palmiro Togliatti no desminti¨® el informe Kruschev y public¨® unos comentarios cr¨ªticos.
En junio de 1956, primero el New York Times y luego Le Monde publicaron este texto traducido del polaco y lo dieron a conocer al mundo entero. La amplitud de los cr¨ªmenes dej¨® a la opini¨®n mundial tan at¨®nita como a los delegados del XX Congreso. Kruschev afirmaba en ¨¦l que en 1934 Stalin hab¨ªa ordenado asesinar a Sergu¨¦i Kirov porque sospechaba que aspiraba a sustituirle en el cargo. A ello le hab¨ªa sucedido una represi¨®n salvaje. M¨¢s tarde, al principio de la II Guerra Mundial, inmerso en la desesperaci¨®n, seg¨²n Kruschev, Stalin ya no lograba gobernar y fue necesario ejercer presiones para que aceptara, dos semanas despu¨¦s de la agresi¨®n alemana, dirigirse al pa¨ªs. Estudios posteriores demostraron que a Kirov lo hab¨ªa asesinado un psic¨®pata y que Stalin hab¨ªa estado en cambio muy activo en la fase inicial de la guerra. Pero el objetivo de Kruschev era destruir la imagen de un general¨ªsimo que lo hab¨ªa dirigido todo con mano de hierro.
No era la ¨²nica caracter¨ªstica del extenso informe. Kruschev hac¨ªa caso omiso de los tres grandes procesos de Mosc¨² de 1936 a 1938, en los que se hab¨ªa visto a la vieja guardia bolchevique confesar cr¨ªmenes inveros¨ªmiles. Ni una palabra tampoco sobre el proceso a puerta cerrada del mariscal Tukachevski, tambi¨¦n condenado a muerte, ni sobre la suerte del mill¨®n de trotskistas o sospechosos de serlo que fueron fusilados en 1937-38. El leitmotiv del orador era que tambi¨¦n las v¨ªctimas de Stalin eran estalinistas. Un ep¨ªlogo curioso a este congreso de "vencedores" al que le suceder¨ªan otras represiones contra los fieles al dictador.
Otra p¨¢gina importante del informe trataba de la incapacidad militar de Stalin: no s¨®lo no hab¨ªa estado nunca en el frente, sino que adem¨¢s habr¨ªa seguido el curso de los acontecimientos militares en un mapamundi. El culto a la personalidad le permitir¨ªa luego atribuirse todas las victorias del Ej¨¦rcito Rojo. Con toda evidencia, Nikita Kruschev no ten¨ªa elecci¨®n: para desarticular la fe de acero (de Stal como Stalin) que el pueblo alimentaba en el vencedor de un fascismo mucho m¨¢s potente militarmente, hab¨ªa que reventar el estereotipo del bien amado jefe. Sin embargo, esta argumentaci¨®n se ve¨ªa desmentida por los testimonios de la mayor parte de personalidades occidentales que hab¨ªan estado junto a Stalin durante la guerra. M¨¢s a¨²n, ning¨²n mariscal o militar de alta graduaci¨®n del Ej¨¦rcito Rojo suscribi¨® esta versi¨®n. Aunque aliado de Kruschev, el mariscal Jukov no quiso tomar partido.
?Qu¨¦ propon¨ªa entonces el "jefe de la desestalinizaci¨®n"? Promet¨ªa volver a la legalidad, lo que significaba el fin de los extra?os desplazamientos de poblaci¨®n que hab¨ªa provocado el terror estalinista en el pa¨ªs. Hab¨ªa que mantener las posiciones adquiridas y convertirlas en hereditarias mediante la continuaci¨®n de los privilegios de las ¨¦lites. Para el pueblo esto significaba muy poco.
Cinco a?os m¨¢s tarde, en 1961, con ocasi¨®n del XXII Congreso del PCUS, Kruschev decid¨ªa expulsar a Stalin del mausoleo de la Plaza Roja y propon¨ªa un programa de desarrollo sobre un periodo de 20 a?os. De creerlo, en 1981, la URSS ser¨ªa la primera potencia mundial. Las cifras sobre la producci¨®n de acero, de carb¨®n, de petr¨®leo, de productos agr¨ªcolas, etc¨¦tera daban fe de la inminencia del triunfo del comunismo. Pero nadie se dej¨® enga?ar por estas estad¨ªsticas. El golpe que provoc¨® el XX Congreso en las conciencias en la URSS llev¨® a una despolitizaci¨®n general y a un abandono masivo de la acci¨®n colectiva. Nadie protest¨® pues cuando se ces¨® a Kruschev en 1964 ni cuando, a?os m¨¢s tarde, uno de sus sucesores, Leonid Br¨¦znev, instaur¨® el culto -m¨¢s bien rid¨ªculo- de su personalidad.
Hubo que esperar todav¨ªa dos decenios antes de que, al menos en marzo de 1985, Mija¨ªl Gorbachov intentara enlazar de nuevo con la herencia de Kruchev lanzando la perestroika. Pero era demasiado tarde: la situaci¨®n socioecon¨®mica y la conciencia colectiva del pa¨ªs hab¨ªan cambiado profundamente.
K. S. Karol es periodista y ensayista franc¨¦s de origen polaco, especializado en cuestiones del Este. Traducci¨®n de Mart¨ª Sampons.
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