'S¨®c qui s¨®c que no s¨®c jo'
El autor afirma que la clase pol¨ªtica se ha inventado un pa¨ªs que no existe. Los catalanes estaban satisfechos con su autogobierno y eran indiferentes a una reforma del Estatuto.
Yo no s¨¦ muy bien cu¨¢l es la lengua de Catalu?a. Lo que s¨ª resulta m¨¢s f¨¢cil determinar es la lengua de los catalanes. Seg¨²n recordaba este mismo peri¨®dico en un informe reciente, el castellano, adem¨¢s de la lengua com¨²n, es la lengua materna de la mayor parte de los catalanes. Exactamente, mientras el 53,5% de los catalanes tiene como lengua materna el castellano, el 40,4 % tiene el catal¨¢n. Una diferencia apreciable: 13,1%. Todo eso es conocido y no hay que darle m¨¢s vueltas, o s¨®lo unas pocas cuando esa realidad biling¨¹e es negada por las instituciones. Cuando, por ejemplo, en los hospitales la informaci¨®n est¨¢ exclusivamente en catal¨¢n, lo que no es una broma para la poblaci¨®n de mayor edad y m¨¢s pobre, la m¨¢s necesitada de asistencia m¨¦dica p¨²blica. Claro que se podr¨ªa aplicar el criterio de Artur Mas cuando, a prop¨®sito de la ense?anza, recomienda: "Que monten un colegio privado en castellano para el que lo quiera pagar, igual que se mont¨® uno en japon¨¦s en su momento". Pues eso, que se editen ellos los folletos.
El problema es que la identidad de la sociedad catalana no se parece a la de los pol¨ªticos
Hay catalanes que consideran que su propia lengua no es su lengua propia
Pero el resultado m¨¢s llamativo del informe es otro: un 48,8% de los entrevistados cree que su lengua propia es el catal¨¢n. Es decir, hay catalanes que consideran que su propia lengua no es su lengua propia. La anomal¨ªa no es importante en n¨²mero pero s¨ª en naturaleza. Todos considerar¨ªamos que ha perdido el juicio un individuo chaparro y cetrino que dijera de s¨ª mismo que, en realidad, como en la copla, ¨¦l era "hermoso y rubio como la cerveza". Esto es, que no se parece a su propia identidad. Una idea rara. Por definici¨®n uno es id¨¦ntico a s¨ª mismo. Casi todas las acepciones de las muchas de la palabra "alienaci¨®n" est¨¢n recogidas en un comportamiento como ¨¦ste.
?C¨®mo ha podido suceder esta anomal¨ªa? No se me ocurre otra explicaci¨®n que la labor de una clase pol¨ªtica que se ha inventado un pa¨ªs que no existe y, sistem¨¢ticamente, a costa de lo que sea, se empecina en encajar la realidad en el mito para despu¨¦s reclamar en nombre del mito. Es la historia com¨²n de los nacionalismos seg¨²n la eficaz f¨®rmula de Hobsbawm: la invenci¨®n de una tradici¨®n. En este caso la operaci¨®n es bastante precisable: una lengua dota de identidad, una identidad sirve de cimiento a una naci¨®n y una naci¨®n requiere un Estado. M¨¢s dom¨¦stico y cercanamente, el proceso estatutario es un ejemplo espl¨¦ndido de c¨®mo se ceba la ficci¨®n. La reforma del Estatuto no respond¨ªa a ninguna demanda social. Los catalanes estaban muy satisfechos con su grado de autogobierno e, indiferentes a la agitaci¨®n medi¨¢tica y a las atosigantes presiones pol¨ªticas, consideraban la reforma del Estatuto la menor de sus inquietudes. As¨ª lo mostraron sucesivas encuestas que no se ven replicadas por el argumento de que el nuevo Estatuto (?cu¨¢l?) viene respaldado por el 90 % del Parlamento catal¨¢n. Un argumento con muchas costuras que, en cualquier caso, no es de recibo cuando procede de quienes forman parte de ese 90%. En particular: si el PSOE apoya un proceso, no puede despu¨¦s alegar que hay que tom¨¢rselo en serio porque cuenta con muchos apoyos. Eso es como el jay¨¢n que, despu¨¦s de animar a la gamberrada, pillado en falta, alega "es que los otros hacen lo mismo".
Enti¨¦ndase, la novedad no radica exclusivamente en que la clase pol¨ªtica apenas se parezca a la sociedad catalana. Eso, en principio, no es excepcional. La sociolog¨ªa radical anglosajona de los sesenta mostr¨® convincentemente los muchos abismos sociales que separan a los ciudadanos de sus representantes. Y tambi¨¦n que tales abismos no salen gratis. Las redes familiares e informales de quienes comparten colegios, universidades, despachos y parentela deciden el inventario de los problemas relevantes y las soluciones aceptables. No es un problema de mala fe, de que gobiernen al dictado del comit¨¦ central de la burgues¨ªa; es peor, es que, honestamente, los problemas, las "preocupaciones de la sociedad" que reconocen son los de los suyos. Sencillamente, no saben que existen otros. El n¨²cleo cabal de las medidas de discriminaci¨®n positiva en las instituciones representativas es un intento de responder a esa anomal¨ªa democr¨¢tica.
La particularidad de la clase pol¨ªtica catalana es que ese abismo se superpone a una reivindicaci¨®n identitaria. Al final de todas las intervenciones de los pol¨ªticos catalanes hay una apelaci¨®n a una identidad propia. El problema, claro, es que la identidad de la sociedad catalana no se parece a la de los pol¨ªticos. Para decirlo brevemente, Maragall no es Evo Morales. No forma parte de los excluidos. M¨¢s bien al contrario. La evidencia emp¨ªrica es abrumadoramente elocuente. Por ejemplo, la recogida en la tesis doctoral de Thomas Jeffrey Miley presentada en la Universidad de Yale sobre The Politics of Language and Nation: the Case of the Catalans in Contemporary Spain. Los datos, y son legi¨®n, resultan inequ¨ªvocos: mientras el 43% de la poblaci¨®n reconoc¨ªa que su "identidad ling¨¹¨ªstica" era el castellano, entre los parlamentarios, cuando se les preguntaba si se consideran castellanohablantes, la cifra se queda en 7,1%. Y alg¨²n otro m¨¢s: mientras, entre la poblaci¨®n de origen inmigrante, la tasa de "abandono" de la propia lengua resultaba inapreciable, ese porcentaje era extremadamente alto entre maestros, parlamentarios y pol¨ªticos locales. En breve, si quer¨ªan entrar en el club de las almendritas saladas ten¨ªan que dejar "la identidad" en la puerta. Y ello sin garant¨ªas de atravesar el dintel. Porque la sociedad catalana, en contra de los t¨®picos, muestra una porosidad feudal a la hora de admitir nuevos invitados: la movilidad social de los ¨²ltimos veinticinco a?os ha disminuido respecto a los veinticinco anteriores. Sobre esto tambi¨¦n hay solventes investigaciones. Por cierto, tambi¨¦n en ingl¨¦s.
La clase pol¨ªtica se ha esmerado en crear un paisaje social a su imagen y semejanza. El empe?o ha sido tenaz, se han gastado muchos dineros, se ha tutelado durante a?os y, aunque magros, los resultados van llegando. No es dif¨ªcil. La realidad resulta irrelevante para que prendan los mitos tribales. Un conocido experimento psicol¨®gico muestra que si en un grupo de personas pedimos que se identifiquen aquellos cuyo n¨²mero de DNI termina en 7, al rato, los del 7 encuentran que se parecen, que son distintos a los dem¨¢s. Nada hay m¨¢s sencillo que fabricar una identidad. Sobre todo cuando se reboza de algunas cuentas trucadas sobre balanzas fiscales, que, por supuesto, siempre se echan entre nosotros, los del 7, y los otros, nunca comparando a los del 7 entre s¨ª.
La tarea ha sido realizada con paciencia mineral durante a?os. Sin cejar y sin reparar en la pulcritud democr¨¢tica de los procedimientos, pero discretamente. La novedad es que ahora, con el nuevo Estatuto, se ha dejado por escrito en letras grandes y con los focos iluminando. Absortos en su propia burbuja, los pol¨ªticos catalanes cre¨ªan que su mundo era el mundo, y de pronto se sorprenden cuando "en Madrid" se quedan estupefactos ante el nuevo texto y, no menos, ante la escenificaci¨®n con la que se presenta en el Parlamento espa?ol. No es que "en Madrid" estuvieran m¨¢s cerca de la realidad de Catalu?a, es que no estaban tan lejos del planeta Tierra.
Un texto legal no es un inventario de almac¨¦n. No tiene que describir el mundo, si los ciudadanos son bajitos, morenos o divertidos. No tienen que decirnos cu¨¢l es nuestra lengua apropiada. La verdad es que, si se trata de proclamar simpat¨ªa a los textos legales sobre estos asuntos, yo me quedo con la Constituci¨®n y el Estatut de la Rep¨²blica. Pero, en fin, si resulta obligado jugar a la contabilidad, por lo menos que se cumpla con la exigencia primera del g¨¦nero: la veracidad. El proyecto de Estatuto salido del Parlamento catal¨¢n parec¨ªa un manual de historia natural. Pero de los del siglo XVI, trufados de animales fant¨¢sticos. Lo peor es que ahora, desde los laboratorios, se empe?ar¨¢n en que los ciudadanos nos parezcamos a centauros, unicornios y quimeras.
F¨¦lix Ovejero Lucas es profesor de ?tica y Econom¨ªa de la Universidad de Barcelona y miembro de la Plataforma Ciudadanos de Catalu?a.
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