Sanidad p¨²blica, s¨®lo que privada
Llamaron a la puerta y cuando Juan Urbano abri¨®, tuvo tal sobresalto que dio un paso atr¨¢s, se le pusieron ojos de koala adicto al hach¨ªs y se le cayeron las cosas que ten¨ªa en las manos, que eran un l¨¢piz, el peri¨®dico y La voluntad de la naturaleza de Schopenhauer. Porque all¨ª estaban, en el umbral de su casa, la presidenta de la Comunidad de Madrid y dos miembros de su Consejo Econ¨®mico y Social, armados con tijeras y oscuros maletines. "Buenas tardes", dijeron, haciendo sonar un par de veces las tijeras en el aire, con adem¨¢n de peluqueros habilidosos, "que ven¨ªamos a privatizarle algo, si no tiene inconveniente".
Juan mir¨® a su espalda, como si esperase encontrar all¨ª al amor de su vida, porque lo cierto es que se hab¨ªa quedado dormido con Schopenhauer y, justo cuando son¨® el timbre, estaba so?ando con ella, pero al no verla, les hizo a sus visitantes el gesto de que entraran y los precedi¨® en el pasillo.
?Estar¨ªa despierto o dormido? Mientras conduc¨ªa a los intrusos a su sal¨®n, Juan intent¨® reconstruir los acontecimientos: hab¨ªa le¨ªdo el diario y a continuaci¨®n a Schopenhauer; despu¨¦s dijo el nombre de su amor, que sonaba igual que el eco de una campana, y de pronto ella estaba a su lado, le dio uno de esos besos suyos que saben a la suma de todas las cosas dulces del mundo y... Nada, luego ya no hubo nada, aparte del timbrazo inoportuno y la extra?a visita. Le apret¨® un poco la mano a Esperanza Aguirre, para ver si era real, y ella dijo mec¨¢nicamente "Zapatero irresponsable". La cosa, es obvio, encajaba.
Entonces se dio cuenta de que lo ¨²ltimo que hab¨ªa le¨ªdo en el peri¨®dico era la noticia de que un informe publicado por el CES de la Comunidad de Madrid propon¨ªa que los usuarios de la Seguridad Social asuman parte del coste de la asistencia que reciben, porque lo que no se paga, dicen los autores, se usa de un modo abusivo. "O sea", se dijo Juan Urbano, "del mismo modo en que los pol¨ªticos usan, en general, sus cargos, solo que a ras de suelo". Y, ya preso de la ira, a?adi¨®: "Es m¨¢s, se me ocurre una cosa: ?Por qu¨¦ en lugar de cobrarnos a nosotros la mitad de las aspirinas no les cobran a ellos un porcentaje del coche oficial o de los viajes en helic¨®ptero?". Lo iba a haber dicho en voz alta, pero la visi¨®n de las tijeras lo retuvo. Eso s¨ª, cuando ya estaban los cuatro sentados, volvi¨® a apretar suavemente una mano de la presidenta, y ella repiti¨® su cantinela favorita sobre este asunto: "Mi teor¨ªa es que a coste cero, demanda infinita". Estar¨ªa fuera o dentro de un sue?o, pero era ella, sin duda.
"Mire usted", dijo uno de los asesores, "que los f¨¢rmacos se los tenemos que cobrar, pero s¨®lo un poquito y por su propio bien. Y como eso est¨¢ fuera de discusi¨®n, de lo que ahora ven¨ªamos a hablarle es de sus sue?os. Sin ir m¨¢s lejos, del que ten¨ªa usted hace unos instantes, ese en el que sal¨ªa una chica tan bonita". Juan se qued¨® hecho un Kierkegaard y balbuce¨® unos cuantos pero qu¨¦, pero c¨®mo... No le dio tiempo a m¨¢s, porque el otro asesor lo detuvo con uno de esos gestos imperiosos de la gente muy ocupada, abri¨® el malet¨ªn para sacar unos folletos y dijo: "Oiga, nada de discusiones y vayamos al grano. Si usted nos deja privatizar sus sue?os, nosotros le garantizamos rentabilidad y una serie de patrocinadores. Saldr¨¢ ganando y no se dar¨¢ ni cuenta. Por ejemplo, ese mismo que ahora ten¨ªa, ?no? Pues lo tiene igual, s¨®lo que en ¨¦l aparecen un par de marcas de refrescos y un anuncio de coches. Nosotros lo gestionamos, usted cobra, y santas pascuas".
"Ya, pero, ?y ustedes qu¨¦ ganan?", se atrevi¨® a preguntar Juan. Y el otro, poni¨¦ndose en pie, contest¨®: "?Nosotros? Caballero, ?nos ofende usted! Esto es un servicio p¨²blico, sin ¨¢nimo de lucro. Hombre, la ¨²nica cosa que usted pone es su sue?o a disposici¨®n de los dem¨¢s. Por ejemplo, si alguien no tiene una chica como la suya para so?ar con ella, pues nos la pide y nosotros se la prestamos. ?Me explico?".
Juan Urbano los ech¨® a patadas y se entreg¨® a la meditaci¨®n. ?Qu¨¦ ten¨ªa que ver su pesadilla con la Seguridad Social? Lo fue a mirar en las obras completas de Freud, que tard¨® diez segundos en responderle: "?Qu¨¦ tiene que ver? ?Pues que es lo mismo, est¨²pido!" Y se qued¨® toda la noche en vela, reflexionando sobre el mensaje lanzado por su subconsciente.
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