Aut¨®grafo
PUEDE ACASO el lector preguntarse a qu¨¦ tan impensados -y, en el de poes¨ªa, de tal extensi¨®n- libros en castellano hoy, en este -en palabras de G¨®ngora- "equinoccial" momento de mi vida. Que en castellano sean se justifica por la veracidad respecto a la interlocuci¨®n en la historia real, si es que justificar es aqu¨ª la palabra; m¨¢s propia parecer¨ªa la palabra "explicar". El tr¨¢nsito al reencuentro con la mujer amada y, en ella, con quienes fuimos en 1969, explica todo lo dem¨¢s: la historia puede juzgarse novelesca, pero m¨¢s bien ocurre que las buenas novelas se parecen a la realidad y no lo contrario.
Algo de esto trata de explicar -ante m¨ª mismo, en primer lugar- Interludio azul, en forma que se propuso ser medida y contenida, tan narrativa como reflexiva. Queda por ver Amor en vilo: es, manifiestamente para m¨ª, una tercera voz, distinta de la de mis poemas en castellano de los a?os sesenta y distinta tambi¨¦n de la de mis poemas en catal¨¢n, aunque de todos ellos puedan, supongo, percibirse huellas. Pero, insisto, en lo esencial me parece otra voz; y, si ha brotado con tal profusi¨®n y vehemencia, no creo que sea s¨®lo por lo apasionado de la tesitura ni por el regreso de una lengua po¨¦tica no frecuentada, salvo como lector, sino muy ocasionalmente durante d¨¦cadas (a diferencia de la prosa en dicha lengua); tales factores existen, y han cristalizado de modo brusco y perentorio, pero por s¨ª solos quiz¨¢ no explicar¨ªan que ¨¦ste sea el m¨¢s largo y vario de mis libros en verso en cualquier idioma. Tanto en Amor en vilo, de muy amplio despliegue, como en el muy ce?ido Interludio azul, lo que manda es el car¨¢cter trascendental y decisivo de una experiencia cargada con todo el peso y poso de una vida de hombre y de escritor; de ah¨ª la intensidad y lo que cabr¨ªa llamar la urgencia o compulsi¨®n, mayormente acaso en el verso; se trata de toda una existencia en perspectiva, no de tal o cual momento de ella.
Mas no olvidemos aquel comienzo de Viento entero, el primer libro que me mand¨® Octavio Paz: "El presente es perpetuo". Tal presente es, aqu¨ª, el amor de 1969, perpetuado en el siglo siguiente; por inusual -ya s¨¦ que no ¨²nica- tal revivificaci¨®n rebasa la temporalidad, al tiempo que -por paradoja s¨®lo aparente- en ella se inserta, se enmarca, se incrusta y se afianza; los testimonios literarios de la lengua -de Garcilaso a Fray Luis o de G¨®ngora a Rub¨¦n- son asideros en la perpetuidad de lo que un d¨ªa llam¨¦ el "tiempo intemporal" de la poes¨ªa, ese tiempo en que JRJ coexiste con Virgilio y con Andrew Marvell, con Cocteau y con Villamediana, y todos ellos conmigo y con el cine, la m¨²sica o la pintura.
Dec¨ªa Goethe que un poeta piensa en im¨¢genes; ello nos se?ala a un tiempo nuestra condici¨®n y nuestro l¨ªmite, esto es, nuestro territorio. Queda por ver si, en alguien que no escribiera, tal experiencia se dar¨ªa; los hechos prueban que s¨ª, ya que s¨®lo yo, de los dos, escribo, al menos en p¨²blico; no es, pues, una experiencia determinada por la escritura, y no se parece tampoco a la no siempre bien llamada poes¨ªa de la experiencia: ni Petrarca ni Auden, salvadas las distancias.
El futuro dir¨¢, si viene al caso, la evoluci¨®n de la escritura (para no hablar de mis in¨¦ditos), como, por lo dem¨¢s, la de cada vida; en renglones invisibles, el tiempo nos escribe y nos escribir¨¢; acaso as¨ª deba entenderse el decir griego "los poetas son los int¨¦rpretes de los dioses"; pero, aunque todo acabe por hallar un sentido, s¨®lo lo percibimos, como le ocurre al pintor ante el lienzo, cuando ha llegado a existir. As¨ª estos dos libros de ahora; as¨ª mi vida hoy. Elusiva, la escritura alude a nosotros, pero, al cabo, en ella nos aparecemos m¨¢s n¨ªtidamente ante nuestra propia mirada. A esto aludi¨® tambi¨¦n Octavio Paz: "El poema se cumple a expensas del poeta". Como en el amor, es nuestro ser entero el que entregamos en la escritura y a la escritura: el amor se dice en la palabra y amor de la palabra es la escritura: "Las palabras hacen el amor", qued¨® dicho en los d¨ªas del surrealismo, cuando Andr¨¦ Breton escribi¨® L'amour fou, t¨ªtulo que acaso a estos dos libros convendr¨ªa tanto como los que llevan.
Pero no es que haya procurado olvidar, sino que era imposible que olvidara, que la literatura, para serlo, debe generar un objeto verbal que por s¨ª solo tenga sentido y se exprese a s¨ª mismo; no una mera proyecci¨®n de lo vivido, sino su transfiguraci¨®n en un precipitado de palabras que no exist¨ªa antes de ser escrito y que s¨®lo en las palabras en que ha sido escrito puede en lo sucesivo decirse.
Ya, para entonces, la obra literaria, que tan hondamente nos expresa, se ha convertido en algo separado de muestra vida inmediata; dir¨ªase que lo vemos discurrir en otro plano, como si record¨¢ramos de lejos lo que acaso ocurri¨® hace muy poco tiempo; al pasar a ser otra obra literaria, ha escapado de la temporalidad, no de otro modo, quiz¨¢, que este amor de los a?os sesenta se reafirma, m¨¢s all¨¢ o m¨¢s ac¨¢ del tiempo, treinta y tantos a?os m¨¢s tarde, y el poeta que fui en el poeta que soy. Pues, propiamente, de un poeta no cabe decir que fue, sino que es, como de un enamorado.
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