?Adi¨®s a Milosevic?
El legado m¨¢s siniestro que el ex dictador serbio deja a su naci¨®n es, seg¨²n el autor, el de una sociedad que prefiere seguir viendo a Milosevic como un simple corrupto, cuando fue un verdadero criminal
Aunque casi todos marcados por el repudio, pocos personajes de la historia contempor¨¢nea han suscitado tantas controversias como Slobodan Milosevic. Nada en los primeros decenios de la vida de nuestro hombre lo preparaba, sin embargo, para tal condici¨®n: no olvidemos que, al cabo, y dejadas atr¨¢s algunas insorteables tragedias familiares, Milosevic creci¨® como un oscuro y s¨®rdido tecn¨®crata que medr¨® poco a poco en el sistema bancario de la yugoslava rep¨²blica de Serbia.
Seg¨²n todos los relatos, fue una visita azarosa a Kosovo lo que imprimi¨®, en 1986, un giro radical a la vida de Milosevic. Al escuchar los gritos enardecidos de los serbios locales, inmersos ya en una tormentosa y redentora cruzada, nuestro hombre vislumbr¨®, como Pablo camino de Damasco, lo que estaba a punto de enderezar su vida. De manera fulgurante, ascendi¨® los pelda?os que le quedaban en la Liga de los Comunistas de Serbia y abraz¨® un discurso nacionalista cuyo sentido de fondo no era dif¨ªcil perfilar: con innegable talento estrat¨¦gico, Milosevic se percat¨® de que la preservaci¨®n de la condici¨®n de privilegio del grupo humano dirigente en Serbia reclamaba tirar por la borda la mercanc¨ªa que hasta entonces aqu¨¦l hab¨ªa intentado malvender -un comunismo trufado de prosaicas realidades-, en provecho de una buena nueva nacionalista que pronto deb¨ªa abrirse paso a los ojos de la poblaci¨®n. Agreguemos, eso s¨ª, que pese a lo que rezan algunas interpretaciones simplotas, en el Milosevic que nac¨ªa no se vislumbraba ninguna huella de un Tito que hab¨ªa fallecido unos a?os antes: el hombre fuerte que emerg¨ªa en Serbia era, antes bien, y por antonomasia, un anti-Tito que no ocultaba su designio de contestar agriamente la construcci¨®n federal ideada por el mariscal en 1945. La idea de que, a partir de 1986, Milosevic pele¨® denodadamente por preservar el maltrecho Estado yugoslavo es, por cierto, una candorosa superstici¨®n.
Su mayor querencia no fue otra que preservar un feudo de capitalismo mafioso en Serbia
No nos enga?emos, con todo, en lo que respecta a la sinceridad de la adhesi¨®n nacionalista de Milosevic, quien abraz¨® el credo correspondiente en virtud de un coyuntural e interesado giro encaminado -como acabamos de sugerir- a volcar un pu?ado de monsergas en provecho de los intereses del grupo humano dirigente en Serbia. Tampoco gustaba Milosevic de ocultar su desd¨¦n hacia quienes, a su alrededor, s¨ª que beb¨ªan en el manantial de un nacionalismo esencialista. Cuentan las cr¨®nicas que, cuando se negoci¨® el Acuerdo de Dayton, en el oto?o de 1995, en la base norteamericana no faltaron las disputas entre Milosevic y el primer ministro bosnio, Haris Silajdzic, granado defensor de la multietnicidad en su rep¨²blica. Sabedor el primero del deseo del segundo en el sentido de trazar por determinado lugar la l¨ªnea de frontera entre las dos entidades que deb¨ªa determinar el acuerdo, al conocer que el motivo de fondo del bosnio no era otro que dejar de su lado una localidad en la que se hallaba una antiqu¨ªsima mezquita, irrumpi¨® en risas no exentas de sarcasmo y explic¨® que con toda certeza el templo en cuesti¨®n hab¨ªa sido dinamitado por Karadzic y compa?¨ªa, esos salvajes serbios a los que, a buen seguro, despreciaba. No hay motivo para dudar de que, cuando el propio Milosevic escuchaba, a finales del decenio de 1990, las letan¨ªas que remit¨ªan al en¨¦simo aniversario de la batalla de Kosovo Polje -la derrota militar de la que surgi¨® en 1389, seg¨²n la vulgata al uso, Serbia-, aqu¨¦llas le entraban por un o¨ªdo y le sal¨ªan por el otro.
En su condici¨®n de adherente provisional, e interesado, a un discurso nacionalista, Milosevic fue muy diferente de quien, por lo dem¨¢s, acab¨® siendo su hermano gemelo, en tantos terrenos, en la vecina Croacia: Franjo Tudjman. Pese a la impresentable morosidad con que actu¨® el Tribunal de La Haya cuando se trat¨® de examinar las responsabilidades del croata -y cuando lleg¨® el momento de hacer otro tanto con los bombardeos realizados por la OTAN en 1999-, ni en el caso de Milosevic ni en el de Tudjman hay mayores motivos para dudar del papel central que desempe?aron en la ejecuci¨®n de un sinf¨ªn de cr¨ªmenes de guerra. De poco consuelo es al respecto que el derrotero espacial y cronol¨®gico de la desintegraci¨®n de Yugoslavia colocase de caj¨®n a Milosevic, un irrepetible maestro del regate corto mil veces legitimado por los pa¨ªses occidentales, en un papel prominente: al fin y al cabo, fue el reci¨¦n fallecido quien, entre 1986 y 1991, acometi¨® un decidido y planificado proceso de dinamitado del Estado federal, al que pronto siguieron una franca opci¨®n en provecho del empleo de la fuerza en todos los ¨®rdenes e interesados movimientos del lado de las potencias for¨¢neas. Apenas pueden rebajarse sus culpas de resultas del hecho incontestable de que no siempre los aliados de Milosevic en Croacia y en Bosnia operaron en estricta subordinaci¨®n a las ¨®rdenes que llegaban, por lo que parece con enorme frialdad y asepsia, de Belgrado. Tampoco es de excesivo consuelo la certificaci¨®n de que el dirigente serbio, imbuido de un irrefrenable egocentrismo, en modo alguno se sintiese consternado por los pasos dados en las dos rep¨²blicas mencionadas y, m¨¢s tarde, en Kosovo.
Si alguien se pregunta, en suma, cu¨¢l fue, una vez podadas las ramas que impiden la visi¨®n del fondo, la querencia mayor de Slobodan Milosevic -aqu¨¦lla a la que se supedit¨® un pu?ado de espasmos criminales-, habr¨¢ que responder que no fue otra que la preservaci¨®n de un feudo de capitalismo mafioso en la Serbia de finales del siglo XX. En la construcci¨®n del chiringuito correspondiente no falt¨®, dicho sea de paso, y aunque a menudo se olvide, una inmoral privatizaci¨®n de la econom¨ªa p¨²blica en provecho de algunos de los familiares m¨¢s cercanos de nuestro hombre. Para bien o para mal -m¨¢s para lo segundo que para lo primero-, ¨¦sta es la imagen principal que Milosevic deja a los ojos de la mayor¨ªa de sus compatriotas. Y es que, cuando uno pregunta en Belgrado al respecto, lo com¨²n es que las gentes muestren un sonoro desprecio por un dirigente al que tildan de corrupto e inmoral, fr¨ªo y distante. Si en alg¨²n caso excepcional se escucha la concesiva aseveraci¨®n de que emplaz¨® a Serbia en guerras poco afortunadas -todos los contendientes se habr¨ªan comportado en ellas de la misma manera-, es muy raro, rar¨ªsimo, que el ciudadano de a pie se avenga a reconocer la responsabilidad decisiva de Milosevic en atroces hechos de sangre verificados en los pa¨ªses vecinos. Aun en estas horas, hemos tenido que escuchar c¨®mo el ministro de Asuntos Exteriores de Serbia y Montenegro, el inefable Vuk Draskovic, ha tenido a bien glosar lo criminal que Milosevic result¨® ser con sus propios conciudadanos... ?Para qu¨¦ prestar o¨ªdos a lo que ocurri¨® en Croacia primero, en Bosnia despu¨¦s y en Kosovo m¨¢s tarde?
El legado m¨¢s t¨¦trico que nuestro hombre ha venido a dejar no es sino ¨¦se: el de una sociedad que, al calificar de corrupto a quien, por encima de todo, fue un criminal, prefiere seguir viviendo con sus fantasmas. A Milosevic lo a?orar¨¢n, entre nosotros, algunas gentes que tres lustros atr¨¢s prefirieron cerrar los ojos ante lo que ocurr¨ªa en Yugoslavia; poco importa. M¨¢s deber¨ªa inquietarnos que menudeen en Belgrado, en Zagreb y en tantos otros lugares de los Balcanes occidentales quienes, detractores o amigos, esencialistas o espabilados, siguen bebiendo en las fuentes -parafernalias victimistas, salvajes capitalismos y pulqu¨¦rrimos intereses for¨¢neos- en las que bebi¨®, en los 15 ¨²ltimos a?os del siglo XX, Slobodan Milosevic.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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