Nuestras promesas
En uno de sus poemas m¨¢s hermosos, Guillaume Apollinaire pidi¨® a los artistas que exploraran la bondad, "comarca inmensa donde todo se calla". De esa comarca habla Volver, la pel¨ªcula de Almod¨®var que se estrena hoy en Madrid. En realidad, no es algo nuevo en ¨¦l, pues creo que su cine no ser¨ªa concebible sin esa pregunta por el sentido de la bondad. Pensemos en personajes como el juez de Tacones lejanos, que abandona el distante mundo de la ley para transitar vestido de mujer por los caminos dulces y extra?os del coraz¨®n; pero tambi¨¦n, y sobre todo, en la protagonista de Todo sobre mi madre, o en el enfermero de Hable con ella, sus personajes m¨¢s imperecederos. Todos cuidan algo, se ocupan de rodearlo de solicitud y desvelos maternales, lo protegen de la muerte. En realidad, en las pel¨ªculas de Almod¨®var abundan los santos. Son santos sin religi¨®n; es decir, sin el pecado del orgullo. Tal vez porque su cine apela, como quer¨ªa Conrad, "a la parte de nuestro ser que es un don, y no algo adquirido, a la capacidad de gozo y asombro..., a nuestro sentido de la piedad, de la belleza, del dolor".
Maura y Yohana Cobo (la abuela y la nieta) forman una de esas parejas m¨¢gicas
En las pel¨ªculas de Almod¨®var abundan los santos. Son santos sin religi¨®n
Los personajes femeninos de Volver pertenecen a esa misma clase, la de los humildes. Es extra?o que nos hagan re¨ªr, porque sus vidas est¨¢n llenas de oscuridad. Violaciones, incestos y cr¨ªmenes se suceden sin sosiego en esta pel¨ªcula, que, sin embargo, nos divierte y enamora a la vez. Almod¨®var vuelve a un mundo que conoce bien y, aunque habla de la muerte, nos dice que s¨®lo la vida debe ser la destinataria de nuestras promesas. Eso es el amor, empe?arse en cumplir las promesas, por m¨¢s desatinadas que parezcan. Y ya desde su primera escena sabemos que ser¨¢ as¨ª. Vemos a un grupo de mujeres limpiando las tumbas de su pueblo con la naturalidad con que limpiar¨ªan los fogones de sus cocinas, como si las costumbres funerarias no fueran tanto un culto a los muertos como a los vivos. Estamos tan lejos de ese costumbrismo plano como de ese naturalismo negro que son las dos lacras de nuestro cine. El cine de Almod¨®var no peca de una cosa ni de otra, porque est¨¢ traspasado de gracia. Su exageraci¨®n no es una forma de degradar la vida, sino de celebrarla. Frente a la destrucci¨®n y la miseria moral, Almod¨®var opone el arte como poder m¨¢gico. Por eso el gesto de esas mujeres al esparcir flores sobre las l¨¢pidas recuerda el de los poetas al escribir sus palabras. Esta poes¨ªa de los gestos hace que los personajes de Almod¨®var se salgan literalmente de sus pel¨ªculas, hasta el punto de que no nos extra?ar¨ªa gran cosa que pudieran pasar sin problemas de una a otra. Son, de hecho, m¨¢s importantes que sus historias. No quiero decir que sus historias no importen, o que no est¨¦n bien construidas, sino que ¨¦stas no son sino un encantamiento para convocar a sus personajes.
Y en esta pel¨ªcula todos nos roban el coraz¨®n. Nos lo roba el personaje de Pen¨¦lope Cruz, m¨¢s guapa y obstinada que nunca; y lo hacen los encarnados por Lola Due?as, maravillosa en su candor, y por Blanca Portillo, que tanto nos recuerda a Juana de Arco y a su mundo de dudas y visiones. Y, sobre todo, Carmen Maura y Yohana Cobo (la abuela y la nieta). Ellas forman una de esas parejas m¨¢gicas para las que parece haberse inventado el cine. No es extra?a su complicidad. Los ancianos y los ni?os siempre se han entendido bien, ya que ambos son criaturas fronterizas. El ni?o, porque a¨²n no ha terminado de despertar a lo real; el anciano, porque est¨¢ de vuelta de ese viaje, y vuelve a sentir la llamada de los sue?os. Esos sue?os que le dicen que su vida no fue como debi¨® ser. Por eso la abuela necesita volver, para saldar su deuda con los que ama.
?se es el significado de esta conmovedora pel¨ªcula. Su ¨²ltima secuencia contiene, con el inicio de Todo sobre mi madre, el mejor cine que ha hecho nunca Pedro Almod¨®var. Pirandello dec¨ªa que hay que aprender a mirar las cosas con los ojos de los que ya no est¨¢n, y toda esta secuencia parece haber sido concebida desde unos ojos as¨ª. No es f¨¢cil de explicar lo que vemos desde ellos. Una casa transfigurada por una luz extra?a, casi mental. Esa luz interior para examinar lo que han hecho los hombres que ped¨ªan los m¨ªsticos. Es la comarca silenciosa a la que se refiri¨® Apollinaire en su poema. En ella, una mujer anciana entrega su vida al cuidado de otra que se est¨¢ muriendo de c¨¢ncer. Y algo nos dice que con ese gesto nos est¨¢ salvando a todos.
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