R¨¦plica a Elvira Lindo
De todas mis publicaciones, que son muchas porque llevo a?os trabajando, como la propia Elvira Lindo, la he citado en dos ocasiones: la primera en mi libro sobre Francisco Umbral (El fr¨ªo de una vida, 2004, p¨¢ginas 301 y 332) apuntando la influencia del escritor (yo dir¨ªa que evidente) en su estilo como columnista. La segunda a causa de mi libro sobre la misoginia en la literatura espa?ola (2006, p¨¢gina 34). Comprendo que el sue?o de un novelista pueda ser el disponer de alg¨²n profesor persigui¨¦ndole obsesivamente. Le aseguro que no es el caso: la convergencia, a veces, entre su condici¨®n de escritora y mi condici¨®n de ense?ante de literatura espa?ola explican, dir¨ªa yo, las dos alusiones, sin m¨¢s trastienda que ¨¦sa.
En los dos casos, a la semana, la se?ora Lindo me ha dedicado sus dolidas negritas. Le dir¨ªa que soy yo la que no tiene quien la respalde, ni grupo que la proteja, ni negritas que arrojar a la cara de nadie. Siempre he sido una persona independiente y no aspiro a cuotas gremiales de ninguna clase. En cuanto a las antolog¨ªas, pueden ser tan propias en la labor de un universitario como la poes¨ªa en un poeta. Son cosas que van con lo que se hace. Yendo a la cuesti¨®n de fondo que plantea su art¨ªculo del 12 de marzo, los excesos de la correcci¨®n pol¨ªtica, hay que decir que ha servido para llamar la atenci¨®n sobre lo ofensivo que pueden resultar expresiones como "negro de mierda" o "m¨¢s puta que las gallinas", por no hablar de la exigencia democr¨¢tica de reequilibrar permanentemente las fuerzas sociales que hay detr¨¢s.
No voy a hablar de la sociedad estadounidense (usted es la experta), sino de la nuestra. Y aqu¨ª, en mi modesta opini¨®n, hablar de la importancia de la misoginia en nuestra cultura no es ninguna tonter¨ªa (?ha visto la trilog¨ªa Torrente?). Es un tema doloroso y delicado, es cierto, y por ello ?vamos a pasarlo por alto? Para m¨ª, autora del libro, es ¨²til porque ayuda a comprender de qu¨¦ tradici¨®n literaria venimos las mujeres, y los hombres. Y de las dificultades para sobreponernos a unos estereotipos. Ah¨ª entra usted con sus mujeres en estado permanentemente depilatorio, mientras "su santo" lee libros del mayor inter¨¦s cultural. Usted defiende el valor de su autocr¨ªtica, y yo, mi libertad para se?alar que ese tipo de mujer con el que juega en sus columnas reproduce un determinado esquema hist¨®rico. ?O es que no se puede hablar de usted (me refiero a lo que escribe) si no es para invitarla a un curso de verano.
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