Una reflexi¨®n ausente
Plantea el autor la conveniencia de tener previsto c¨®mo actuar ante un supuesto como el que se plante¨® en las elecciones del 14-M.
Dos a?os ya de las elecciones que provocaron un cambio trascendente en nuestra gobernaci¨®n. Tiempo m¨¢s que suficiente para que voces m¨¢s autorizadas hubieran planteado p¨²blicamente una de las cuestiones m¨¢s obvias que suscitan aquellos comicios en cualquier mente democr¨¢tica, la de si fue adecuado y prudente celebrarlas en las condiciones en que se llevaron a cabo. O si debieron ser aplazadas. Si no deber¨ªamos regular, para el futuro, la conducta a seguir en este tipo de situaciones de conmoci¨®n social provocada por eventos an¨®malos. Y, sin embargo, nada con un valor m¨ªnimamente reflexivo se ha dicho sobre este asunto en nuestra plaza p¨²blica, hasta tal punto el sectarismo partidista lo ha convertido en un tema tab¨². Porque para la izquierda plantear esta cuesti¨®n es tanto como poner en cuesti¨®n su triunfo electoral, emponzo?ar la fuente de su legitimidad. Y para la derecha (la derecha de m¨¢s negra imagen desde la transici¨®n) no son necesarios argumentos reflexivos sobre la cuesti¨®n, bastan las coces que prodiga.
La cuesti¨®n es la de si debe pronunciarse la ciudadan¨ªa en y sobre esas condiciones
No se trata de discutir la legitimidad de las elecciones y sus resultados, vaya esto por delante. Los partidos pol¨ªticos concurrentes, las instituciones democr¨¢ticas y los ciudadanos aceptaron todos en su momento el celebrarlas normalmente a pesar de los atentados terroristas, luego no cabe ya impugnar o discutir su resultado en forma alguna. ?ste es un axioma obligado. La reflexi¨®n no es ¨¦sa, sino la m¨¢s politol¨®gica de analizar si es prudente mantener la celebraci¨®n de unos comicios cuando la opini¨®n p¨²blica ha sido seriamente impactada por hechos como aqu¨¦llos. Aunque no es puramente acad¨¦mica, como podr¨ªa parecer, sino que presenta relevantes consecuencias pr¨¢cticas, por la sencilla raz¨®n de que unas elecciones as¨ª celebradas pueden tener efectos delet¨¦reos sobre el discurrir del proceso pol¨ªtico subsiguiente.
La realidad espa?ola nos lo demuestra: el principal partido de la oposici¨®n, derrotado en aquellas elecciones, muestra una alarmante incapacidad para asumir con naturalidad democr¨¢tica su derrota y no hace sino revolver en lo que percibe que fue una herida injusta. Naturalmente, es muy f¨¢cil decir: el problema es de ese partido pol¨ªtico, basta con que acepte de una vez lo sucedido, basta con que sea un poco m¨¢s dem¨®crata. Pero esto no cierra la reflexi¨®n, sino m¨¢s bien la reorienta: ?es prudente aceptar la intromisi¨®n en un proceso electoral de un elemento externo capaz de generar tanto rechazo y perturbaci¨®n futuras como la que significa que uno de los partidos en liza se sienta gravemente perjudicado? El punto a considerar no ser¨ªa tanto el rencor actual del Partido Popular como la conveniencia de haber en su d¨ªa permitido que se produjeran los elementos objetivos que ahora lo alimentan, con raz¨®n o sin ella (seamos capaces de distinguir entre causas y razones, como nos ense?¨® Wittgenstein)
Otra salida f¨¢cil es la de recordar que los espa?oles hemos celebrado reiteradamente elecciones a pesar de los atentados de ETA. ?Por qu¨¦ deber¨ªa ser distinto con los del 11-M? La respuesta es evidente: los atentados de ETA son un elemento integrante de nuestra cotidianeidad democr¨¢tica desde su primer d¨ªa. No son (no han conseguido ser, pese a sus autores) un elemento perturbador para nuestro sistema pol¨ªtico. En cambio, lo del 11-M fue algo an¨®malo, impactante en el ¨¢nimo social por lo inesperado y lo desconocido.
Un argumento m¨¢s elaborado y serio es el que apela a la necesaria normalidad democr¨¢tica: no debe darse a los terroristas la victoria que significar¨ªa la suspensi¨®n de unos comicios; la democracia debe funcionar por encima de sus designios criminales, de lo contrario estar¨ªamos someti¨¦ndonos a ellos. Pero, en el fondo, ¨¦ste es un argumento circular que nada prueba, puesto que no demuestra que la normalidad democr¨¢tica en ese caso no consista, precisamente, en su capacidad de aplazar unas elecciones antes que celebrarlas a pesar de las dudosas condiciones existentes. La normalidad no consiste en ignorar la realidad, sino en reaccionar normalmente ante ella. Lo que de nuevo nos trae al punto debatido: ?qu¨¦ es mejor en estos casos?
En el fondo, lo que sucede es que el dato relevante para el adecuado funcionamiento del sistema pol¨ªtico no es el de la intencionalidad de los terroristas, sino el del grado de afecci¨®n del ¨¢nimo ciudadano. Al igual que a nadie se le ocurrir¨ªa mantener la celebraci¨®n de unas elecciones en condiciones f¨ªsicas anormales del pa¨ªs, debemos preguntarnos si las condiciones an¨ªmicas de la sociedad provocadas por hechos catastr¨®ficos deben tenerse en cuenta al mismo efecto. Y no se trata s¨®lo de hacer una evaluaci¨®n del impacto psicol¨®gico actual de esos hechos (una especie de diagn¨®stico del ¨¢nimo social), sino tambi¨¦n de prever si el sistema pol¨ªtico asimilar¨¢ en el futuro con normalidad unas elecciones as¨ª celebradas, o si el proceso pol¨ªtico quedar¨¢ afectado por esa anormalidad y en qu¨¦ grado. Y ¨¦sta es una cuesti¨®n pol¨ªtica prudencial.
Podr¨¢ afirmarse, y ello es probablemente cierto, que en el caso del 11-M influy¨®, tanto como el atentado en s¨ª mismo, la gesti¨®n inmediata, con serios visos de mendacidad, que hizo el Gobierno de su informaci¨®n. Pero ello no altera la relevancia de la cuesti¨®n, sino que la acent¨²a si cabe, pues significa admitir que se juzg¨® en vivo y en caliente la gesti¨®n a bote pronto de unos acontecimientos totalmente inesperados. Y la cuesti¨®n es precisamente la de si debe pronunciarse la ciudadan¨ªa en y sobre esas condiciones, o esperar a que lo sucedido y su gesti¨®n se aclaren.
?Y para qu¨¦ servir¨ªa su reflexi¨®n si los resultados son leg¨ªtimos e inamovibles?, se preguntar¨¢ el lector. ?No servir¨¢ s¨®lo para alimentar el resentimiento de la derecha? Creo que no, que hablar razonablemente de las cuestiones colectivas sirve a la formaci¨®n de criterios p¨²blicos tranquilos y a desterrar el extremismo que se funda en la manipulaci¨®n de los hechos. Sirve tambi¨¦n para prever el futuro cuando a¨²n hay tiempo. Y, sobre todo, sirve en tanto en cuanto el ejercicio p¨²blico y libre de la raz¨®n es lo que nos hace ciudadanos mayores de edad.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Soroa es abogado.
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