Los seres de las cornisas
Las im¨¢genes de seres humanos, de animales, de entidades religiosas y de seres mitol¨®gicos que durante siglos decoraron las fachadas de las casas, los salientes, los balcones, los frontones, las columnas, las cornisas, ten¨ªan la utilidad de identificar los edificios y resaltar la dignidad de sus habitantes, hasta que en un caf¨¦ de Viena, ciudad especialmente proclive a aquellas figuraciones, el arquitecto Adolf Loos, que hab¨ªa elegido como epitafio la frase Liber¨® a la humanidad de trabajo in¨²til, sentenci¨® que la evoluci¨®n de la cultura es equivalente a la supresi¨®n de los ornamentos en los objetos ¨²tiles, que "el ornamento es un crimen" o un delito y que "menos es m¨¢s", y todo ello no lo dec¨ªa porque le arrastrase un esp¨ªritu de austeridad moralista, sino por inclinaci¨®n est¨¦tica a lo despojado y a la claridad. A la hora de almorzar no le gustaba, dec¨ªa, zamparse platos complicados con bichos emplumados: ¨¦l com¨ªa roastbeef. Y por si el mensaje no hubiera quedado del todo claro, levant¨® una de sus casas con las paredes lisas y escuetas y ventanas "sin cejas" nada menos que en la Michaelerplatz, frente al palacio del Hofburg, que desde el siglo XIII ven¨ªa siendo sede de los emperadores: s¨ª, frente a esa suntuosa pared en hemiciclo, con el z¨®calo almohadillado y pilastras acopladas, enmarcada por dos fuentes grandiosas, con sendos grupos escult¨®ricos que representan El dominio de Austria sobre los mares y El dominio de Austria sobre la tierra, con columnas y molduras, y rematada en la cornisa con bala¨²stres y profusi¨®n de ¨¢nforas, ¨¢guilas bic¨¦falas, etc¨¦tera.
Cuando el emperador vio la casa de Loos frente al palacio casi le dio un patat¨²s; el disgusto le eriz¨® los pelos de sus venerables patillas canas, y de inmediato imparti¨® ¨®rdenes de que se cerrasen para siempre las ventanas del Hofburg desde las que se ve¨ªa semejante horror. Me pregunto si a escondidas el venerable emperador espiar¨ªa entre los listones de las persianas el edificio aborrecido; en cualquier caso, el Dominio de Austria sobre el mundo ten¨ªa las horas contadas, mientras que el programa formal de Loos ten¨ªa todo el futuro por delante.
No obstante, la conservaci¨®n y restauraci¨®n de los viejos edificios mantiene asom¨¢ndose a nuestras calles a una densa poblaci¨®n de seres ornamentales de yeso y piedra: g¨¢rgolas de la catedral -como esa tan singular del jinete en su caballo-; medallones ovales, donde Medusa de cabellera serpentina tiene la boca abierta en mueca de asombrado horror; estatuas de pr¨®ceres togados que coronan el Colegio de Abogados; toscas efigies de santos en las hornacinas de las esquinas ro?osas del casco antiguo; una variada fauna que incluye los caracoles del primer n¨²mero de la calle de Enten?a, los perros dom¨¦sticos de la calle de Bol¨ªvar, 36, el F¨¦nix con las alas desplegadas de la compa?¨ªa de seguros La Uni¨®n y el F¨¦nix Espa?ol, y otros animales; relieves de dianas cazadoras, obreros fabriles y Ceres campesinas con el pecho al aire, con un mazo de espigas en el regazo, sembrando prosperidad desde encima de los dinteles, y otras diosas y v¨ªrgenes en sus tronos de las alturas, sobre el desaparecido cine Savoy y en Vallirana, 78. Cuando descubrimos una de esas simp¨¢ticas figuras tutelares nos alegramos, y ya en adelante al pasar les echamos una ojeada aprobatoria, como si agregasen a la casa un misterio que supera su utilitarismo de vivienda, su esencia de cueva, de recinto estabulario, de guarida, esencia animal que, seg¨²n creo, nadie supo poner de manifiesto mejor que Hermann Broch en aquellas p¨¢ginas de La muerte de Virgilio en las que el poeta ag¨®nico es llevado en litera desde el puerto de Brindisi hasta el palacio de Augusto, por calles empinadas, y seg¨²n pasa a la altura de las ventanas va atisbando los interiores de los cuartos mef¨ªticos, donde palpita una humanidad regresiva, conocimiento que en nada contribuye a levantarle el ¨¢nimo. En punto a seres ornamentales no dir¨¦ que Barcelona sea comparable a Viena, a Praga y dem¨¢s ciudades del imperio austroh¨²ngaro, donde atlantes y esclavos de musculada piedra sostienen con mucho esfuerzo los balcones, y un renegrido y numeros¨ªsimo santoral observa desde las azoteas lo que pasa abajo; pero no estamos solos, muchedumbre de seres nos contempla desde las cornisas, los resaltes, los dinteles. ?ngeles. Ondinas. Santos. Una mujer que toca el arpa. Cuando te vuelvas loco del todo, lector, y ning¨²n ser humano quiera ya perder el tiempo hablando contigo ni siquiera de f¨²tbol, todav¨ªa podr¨¢s hablar con esos seres de las cornisas, como hacen ahora los miembros de la cofrad¨ªa de neur¨®ticos inofensivos que deambulan por las calles, deteni¨¦ndose en cada contenedor y en cada papelera, en cuyas profundidades buscan con un brazo ciego a saber qu¨¦ bienes, qu¨¦ dones, qu¨¦ delicadezas mordisqueadas. Me parece que cada d¨ªa son m¨¢s numerosos los cofrades de esa hermandad peripat¨¦tica, a la que no tomas en consideraci¨®n hasta el d¨ªa en que un sem¨¢foro en rojo te invita a mirar alrededor y descubres que se ha incorporado a ella (qui¨¦n sabe si ayer o hace un a?o) aquel vecino que s¨ª es verdad que parec¨ªa un poco raro, ?pero esto!
Todav¨ªa entonces podr¨¢s hablar a los seres de las cornisas y a las g¨¢rgolas, pero no esperes respuesta, pues el divino Valle-Incl¨¢n lo dej¨® claro en su tertulia, la tarde en que peroraba sobre este tema con su elocuencia ceceante: "Laz g¨¢rgolaz" por aqu¨ª, "laz g¨¢rgolaz" por all¨¢..., y un espont¨¢neo se atrevi¨® a interrumpirle y a opinar: "?No le parece a usted, don Ram¨®n, que las g¨¢rgolas son como...?". Valle, fulmin¨¢ndole con la mirada, declar¨®:
-?Laz g¨¢rgolaz no hablan!
museosecreto@hotmail.com
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