De la monta?a al valle, del mito a la pol¨ªtica
Que ETA, en su lenguaje b¨¦lico, declare una tregua permanente demandando "di¨¢logo, negociaci¨®n y acuerdo" parece la mejor noticia que podemos esperar de ellos hoy por hoy. Esperamos el abandono definitivo de las armas, pero no renunciamos a que pidan perd¨®n, sobre todo a los muertos. Les deseamos, a esas personas que se han deshumanizado tanto que s¨®lo sienten autocompasi¨®n, que un d¨ªa consigan expresar verg¨¹enza, que vivan un proceso de recuperaci¨®n de la integridad personal. De rehumanizaci¨®n.
Pero no vemos a¨²n los bienes que nos llegan desde ahora mismo si se confirma que iniciamos el fin de esa violencia. Estamos tan cansados para atrevernos a imaginar. Necesitamos distancia para ver hasta qu¨¦ punto este encanallamiento nos ha privado de bienes morales y pol¨ªticos que nos correspond¨ªan. Uno de esos bienes era, al fin acabado aquel verdadero infierno y limbo que fue el franquismo, dejar de vivir en un mundo on¨ªrico y pasar a vivir la vida civil. Es muy cierto que no se explica a ETA sin el mundo irracional y violento del franquismo. Tambi¨¦n es cierto que ETA fue luego una causa y una disculpa interesada de una derecha que no fue capaz de romper con su pasado, que nos ha impedido romper definitivamente con la irracionalidad franquista, sus miedos y su ideolog¨ªa, que nos ha impedido cultivar y consolidar una conciencia c¨ªvica.
El franquismo, el mundo original de tantas cosas entre nosotros, era una burbuja m¨ªtica. Era un paisaje de fantas¨ªas bizarras: sus profec¨ªas y designios patri¨®ticos, su est¨¦tica sanguinaria, su ¨¦tica de la sumisi¨®n, su sadomasoquismo ¨ªntimo. El mundo on¨ªrico y oscuro de donde nace ETA es tambi¨¦n ¨¦se, el mundo imaginado por la literatura ideol¨®gica de los nacionalismos milenaristas; sus designios hist¨®ricos, sus destinos en lo universal. Muerto Franco, ETA se encarg¨® de estirar los restos de ese sue?o extempor¨¢neamente. Adem¨¢s de hacernos perder vidas nos ha hecho perder muchas cosas, mucho tiempo y energ¨ªas. Un tiempo en el que debi¨¦ramos haber aprendido a conocernos, a encontrarnos, a entendernos. Unas energ¨ªas para desmilitarizar nuestras mentes y nuestra sociedad, para que los civiles pudi¨¦semos aprender poco a poco a ser ciudadanos. En muchos sentidos tenemos que empezar ahora.
La desaparici¨®n del terror como instrumento para conseguir un objetivo, el entierro al fin de Aquiles, el destructor de ciudades, y la atenci¨®n a Spinoza y Kant, nos permitir¨¢n enfrentar los problemas con esperanza de solucionarlos. Los conflictos ya no se podr¨¢n seguir expresando a trav¨¦s de imaginer¨ªa fant¨¢stica, sino que, por fuerza, tendr¨¢n que expresarse a trav¨¦s de la m¨¢xima racionalizaci¨®n humana, el lenguaje jur¨ªdico. Del mito a la ley.
Y aparecer¨¢n desnudas ideas que no son tales, palabras que son fetiches vac¨ªos, palabras que se manejan con may¨²scula para que nos asusten y nos disuadan de pensar y conocer. Tendremos que pensar cada cosa en s¨ª misma, con humildad y sin temor al fin del mundo. Se acab¨® el chollo a tanto augur de para¨ªsos o infiernos ah¨ª delante. Unos y otros. Porque, contra el fundamentalismo de Estado, contra los catecismos de la ortodoxia de la Ilustraci¨®n que en realidad defienden intereses y privilegios establecidos, la historia no empieza en el siglo XVIII y acaba en el XX, y Espa?a, como todos los Estados constituidos hoy, no es un destino necesario que empieza en Atapuerca o Numancia y que ser¨¢ eterno, sino un proceso hist¨®rico en curso, un proceso en el que viajamos todos, diversos, una nave viva y com¨²n que queremos conducir. Y eso que reza para Espa?a reza para Euskadi, Catalu?a, Galicia o quien sea. Ni aquella Isabel la Cat¨®lica ni el tal Aitor fundamentan nada que merezca ser considerado o respetado pol¨ªticamente.
Existe la historia, porque existe en nuestra conciencia y explica la realidad social que vivimos. Existen las memorias y voluntades colectivas. Nuestra historia compartida, si no la manipulamos en un sentido u otro, nos ense?a que Espa?a existe como una nave en la que vamos. Y tambi¨¦n nos ense?a que cuando vivimos en democracia, en la I, en la II Rep¨²blica y ahora, siempre se manifest¨® la voluntad pol¨ªtica de existir de las hoy llamadas "nacionalidades". Esa voluntad es un continuo que permaneci¨® incluso en ¨¦pocas de persecuci¨®n antidemocr¨¢tica. La existencia de esas voluntades, de esas corrientes pol¨ªticas, es uno de los signos m¨¢s caracter¨ªsticos de la vida hist¨®rica y social espa?ola.
Pero, aceptando que existe la historia, no seamos sus esclavos. La vida social democr¨¢tica existe en las personas libres y activas, la democracia es un pacto perpetuo de los ciudadanos. Y la Espa?a posible, la necesaria, es un espacio com¨²n que debe crear la ciudadan¨ªa sobre un pacto sustentado en dos pies: el reconocimiento de nuestra diversidad pol¨ªtica y a continuaci¨®n la lealtad a un proyecto com¨²n. Sin esas dos premisas no hay viaje posible. Y hasta hoy, en el mismo debate sobre el Estatuto catal¨¢n por ejemplo, hemos visto que falta reconocimiento de un lado y lealtad del otro.
Las personas y las colectividades somos una fuerza emocional antes de nada. Emociones y sentimientos son nuestra verdadera naturaleza, nuestra realidad m¨¢s profunda. Despreciarlos es despreciar a las personas. Pero en el debate espa?ol se mezclan emociones y argumentos pol¨ªticos. Sin pararnos a pensar, pasamos de realidades emocionales, que existen en la memoria y en la conciencia, a demandas hist¨®ricas; confundimos pueblo con naci¨®n; so?amos con naciones uniformes... Interesa recordar que aunque existan los pueblos en un sentido antropol¨®gico, cultural y a¨²n hist¨®rico, la ¨²nica organizaci¨®n de la vida social de un modo justo es a trav¨¦s del gobierno de los ciudadanos. Son los ciudadanos los que configuran naciones y las crean diversas.
Hoy entre nosotros, los europeos, la forma naci¨®n est¨¢ en crisis de transformaci¨®n. Pero existan m¨¢s o menos naciones y espacios nacionales, somos los ciudadanos con nuestros derechos individuales los que construimos la democracia. La democracia nace del encuentro de dos vectores contrarios, la afirmaci¨®n del individuo y el instinto y sentido de la solidaridad colectiva, pero la materia con que se construye es lenguaje m¨¢gico, son las leyes elaboradas por los parlamentos.
Ni la agon¨ªa de la unidad de Espa?a y sus sombras guerreras ni los derechos de uno u otro pueblo prehist¨®rico y milenario. Salimos del tiempo metahist¨®rico, de designios y destinos, de la metaf¨ªsica del milenarismo. Menos violencia, acidez; es el tiempo de los parlamentos. Necesitamos lo que no tuvimos: reconocimiento del otro y tambi¨¦n lealtad.
Suso de Toro es escritor.
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