El oficio de librero
Hace algunos a?os, o¨ª a un humorista afirmar que se refugiaba en las librer¨ªas siempre que buscaba un poco de soledad. Eran otros tiempos: cuando un anciano que refregaba continuamente las gafas contra un pa?o o una chica so?olienta recib¨ªan al cliente en voz baja y consultaban los t¨ªtulos en alguno de los folletos, gruesos como misales, que flanqueaban el mostrador. Entonces la librer¨ªa ten¨ªa algo de capilla y de estanco; al trasponer la entrada uno sent¨ªa el peso casi f¨ªsico de las mir¨ªadas de vol¨²menes que se agolpaban en las estanter¨ªas y evitaba realizar movimientos inoportunos porque sospechaba que de alg¨²n modo oblicuo aquellos pr¨®ceres encuadernados en carton¨¦ o vitela pod¨ªan estar vigilando desde sus ediciones de lujo. En esas remotas librer¨ªas de anta?o, siempre era media tarde y el tiempo transcurr¨ªa en sordina, a pasos cautos, como sugiriendo que el acto de leer precisa de una paciencia que no se lleva bien con los apresuramientos de la vida moderna: a veces una taza de caf¨¦ sin acabar se enfriaba junto a la caja registradora, el dependiente se demoraba horas y horas en conversar con el visitante sobre cuestiones que s¨®lo tangencialmente tocaban al autor o las p¨¢ginas que le hab¨ªan llevado hasta all¨ª. Al entrar, un colgante de metal improvisaba una m¨²sica quebradiza desde lo alto de la puerta, las dos o tres personas distribuidas por el local se volv¨ªan a medias, indolentemente, levantando la mirada de la portada que estudiaban para examinar a la extra?a ave que se dispon¨ªa a ingresar en su cofrad¨ªa. Y estaba aquel ser tr¨¢gico, el librero. Con los tiempos que corren, esa palabra no tardar¨¢ en ajarse y perder la savia de su significado y dentro de poco se sumar¨¢ al censo de especies extinguidas con los mamuts y los gram¨®fonos. Obligado por una maldici¨®n familiar, el librero regentaba un negocio reconciliado con el fracaso, que jam¨¢s le har¨ªa rico pero con el que le un¨ªa una vaga deuda de honor y coraje. A ratos ve¨ªamos a la generaci¨®n futura ayudando a su padre a emplazar las ¨²ltimas adquisiciones en sus estantes correspondientes, o el abuelo irrump¨ªa con rictus de amargura para desaprobar la distribuci¨®n del escaparate. La librer¨ªa pod¨ªa ser como la vida: ocultaba maravillas en rincones sucios y mal iluminados. Ahora han puesto tantas bombillas que no existe posibilidad de encomendarse al misterio.
En estos d¨ªas, la editorial MAD auspicia en Sevilla la Convenci¨®n Nacional de Libreros, que aglutinar¨¢ en sus sesiones hasta a cincuenta librer¨ªas procedentes de todos los rincones de nuestro pa¨ªs. He echado un vistazo a la declaraci¨®n de intenciones que la preside y hallo que estos venerables profesionales todav¨ªa andan dando vueltas a la cuesti¨®n de c¨®mo impulsar el comercio de un producto en que la oferta supera por avalancha a la demanda. Para incorporarse al ritmo fabril que impone nuestra sociedad, en los ¨²ltimos tiempos la librer¨ªa ha decidido convertirse en supermercado. Hay algo inc¨®modo y como obsceno para el amante de la literatura en estas catedrales de pl¨¢stico dotadas de varias plantas de donde la soledad con la que bromeaba el humorista ha huido espantada; hacinados como latas de arenques o detergentes en oferta, los ejemplares se apilan en los expositores sin ofrecer al curioso la posibilidad de elegir: a menudo, uno siente v¨¦rtigo ante tanta letra impresa y tanto ¨¢rbol masacrado. Ignoro a qu¨¦ conclusiones se arribar¨¢ en esa convenci¨®n: pero tengo la impresi¨®n de que un oficio tan vapuleado s¨®lo recuperar¨¢ parte de su lustre si renuncia a emular al vendedor de salchichas y regresa al contacto ¨ªntimo con el lector, a la familiaridad que le hace sugerir t¨ªtulos sin que los departamentos comerciales de las editoriales susurren palabras al o¨ªdo. Se me ocurre que las librer¨ªas han sufrido el enigm¨¢tico sino de los cines, aquellos otros espacios privados que hab¨ªa antes: la sala con olor a ambientador barato en que uno reconoc¨ªa con cari?o las quemaduras de la tapicer¨ªa ha dejado paso a unos monumentos fara¨®nicos de luz y metacrilato donde el espectador se siente observado por todas partes y lamenta haber salido de casa. Se?ores libreros, yo les pido que resistan: no todo el mundo busca el C¨®digo da Vinci.
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