La luz
La primavera cae sobre Granada como una ilusi¨®n bajo sospecha. La nieve est¨¢ muy cerca, pone su hermosa tachadura blanca en el horizonte y nos recuerda que el fr¨ªo vigila detr¨¢s de la puerta, dispuesto a intervenir en cuanto el sol y la ciudad se descuiden. Durante d¨ªas no sabe la gente que ropa vestir, c¨®mo salir a la calle, c¨®mo dialogar con los term¨®metros. Las conversaciones de la piel con el clima son dif¨ªciles, porque la temperatura responde a una trama de inseguridades y rencores que se templa y se destempla de forma imprevisible. A las doce de la ma?ana puede hacer mucho calor, y los cuerpos sienten la tentaci¨®n de vivir con esp¨ªritu de julio, abri¨¦ndose a la agradable libertad del desnudo callejero. Poco a poco el azul de la buena tarde adquiere el color de una pizza congelada, baja la nieve a las plazas, a las esquinas con viento, a las ventanas abiertas. Uno se ve devuelto a los d¨ªas de enero, con la carne de gallina y un melanc¨®lico deseo de acudir a los abrigos. Nunca se puede estar seguro en Granada, nunca debemos fiarnos de los cielos alegres a finales de marzo y principios de abril. No hay que precipitarse a la hora de guardar en los armarios el servicio de vigilancia de la lana gruesa. La primavera abre un campo de rumores, porque todo llega en voz baja, y la naturaleza enseguida pide perd¨®n si se le escapa un grito. De la Alhambra llega el murmullo de que est¨¢ cambiando el tiempo, los jardines cotillean en el color de las flores, pero la investigaci¨®n de las nubes pide prudencia y avisa, advierte, recuerda. El proceso ser¨¢ largo, no conviene echar las campanas al vuelo, en cualquier momento el sigilo de las temperaturas esperanzadas puede acabar en un frigor¨ªfico. Sin embargo, en medio de las dudas y los secretos, la luz se va dorando, se convierte en vida cotidiana, en ¨¢rboles que pierden la timidez, en corros de madres j¨®venes a las puertas de los colegios, en turistas n¨®rdicas con voluntad de sur y en cuerpos gobernados por su propia carne, por sus brazos desnudos, por sus hombros sin cautelas.
El fr¨ªo nunca toma la decisi¨®n de irse de Granada, pero la vida y la gente consiguen echarlo de las calles. Una red de ilusi¨®n, de luces osadas, de naturaleza que no se detiene, acaba extendi¨¦ndose por la ciudad. El ¨¢rbol apoya a la ventana abierta, el sol de las plazas da la raz¨®n a la turista desprotegida, los jardines del r¨ªo Genil se asocian con las adolescentes que salen del colegio de Las Brujas, y el mundo recobra una olvidada confianza en s¨ª mismo. Cuando la vida da testimonio de su ilusi¨®n, cuando se hace realidad en las ma?ana de trabajo y las cafeter¨ªas, en los sem¨¢foros y las paradas de autob¨²s, en los despachos y los tel¨¦fonos, la vida acaba sali¨¦ndose con la suya. Si la primavera acaba llegando a Granada, me atrevo a afirmar que el fin de la violencia de ETA puede llegar a Espa?a. Pero hay que empezar por cre¨¦rselo, dejar que la ilusi¨®n sea una realidad palpable, se haga un hueco en la consabida prudencia, en la cautela necesaria, en la sospecha. Las v¨ªctimas del terrorismo de ETA se asociaron, y m¨¢s all¨¢ de las manipulaciones pol¨ªticas han conseguido que la sociedad tome conciencia de su drama y valore su dolor y sus sentimientos a la hora de tomar decisiones pol¨ªticas. Tal vez sea necesario que la sociedad civil ponga en marcha una red de esperanza, una declaraci¨®n de intenciones y de ilusiones, una inercia que afirme la paz. Las cautelas son buenas en las palabras y los hechos de los pol¨ªticos. Pero una clara decisi¨®n de luz y de primavera en los ciudadanos tampoco estar¨¢ de m¨¢s, y jugar¨¢ su papel en el largo proceso, en el final de las pistolas, en la superaci¨®n de las mezquindades pol¨ªticas. La apuesta por la primavera debe ser m¨¢s fuerte que la barbarie de los terroristas y el electoralismo curvo y cuervo de algunos pol¨ªticos. El fr¨ªo vigila detr¨¢s de la puerta. Los ciudadanos debemos empezar por creernos que la paz es posible, que no se trata de una maldici¨®n divina, que un d¨ªa dejar¨¢ de llover y saldr¨¢ el sol. Me parece oportuno salir en este caso sin abrigo a la calle.
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