Traficantes de dolor
Ciertamente, no soplan vientos favorables para las v¨ªctimas. Hubo un tiempo, hace no tanto, en que se convirti¨® en poco menos que un lugar com¨²n la afirmaci¨®n del doble sufrimiento que les hab¨ªa tocado soportar a las mismas, que a?ad¨ªan a la p¨¦rdida o el da?o padecidos el silencio c¨®mplice (el ninguneo) por parte de una sociedad que, o bien las consideraba como un impertinente testimonio vivo de un mal cuya contemplaci¨®n resultaba insoportable, o, peor a¨²n, dejaba caer sobre ellas la negra y sucia sombra de la sospecha, aquel repugnante algo habr¨¢ hecho que debiera avergonzar de por vida a quien hubiera sido capaz de pronunciarlo una sola vez. A simple vista, podr¨ªa parecer que la situaci¨®n ha cambiado. Alguien podr¨ªa llegar a pensar que incluso radicalmente, y para bien. La referencia a las v¨ªctimas se ha convertido en estos d¨ªas en un elemento de comentario poco menos que inexcusable en cualquier debate, en donde incluso suele aludirse a ellas -a la presunta satisfacci¨®n que se les debe- como el criterio de la bondad del proceso que se va a abrir.
Las v¨ªctimas no pueden ser el 'test' de la calidad del proceso sino garantes de la bondad de la soluci¨®n
No creo que sea ¨¦se, desde luego, el lugar que les corresponda. Es m¨¢s: probablemente debi¨¦ramos recelar de quienes tanto las invocan, especialmente cuando se empe?an en atribuirles alg¨²n tipo de protagonismo pol¨ªtico. Lo que se les debe a las v¨ªctimas no pertenece, en sentido propio, a dicho ¨¢mbito. A las v¨ªctimas, se ha dicho muchas veces, les es debido reconocimiento, compasi¨®n, solidaridad y ayuda. Si nuestra sociedad fuera capaz de ello, probablemente no har¨ªa falta entrar en otros cap¨ªtulos, como en alguno de los que en los ¨²ltimos d¨ªas se ha entrado. Por ejemplo, enfrentando v¨ªctimas de un lado con v¨ªctimas de otro o, peor todav¨ªa, enfrentando, dentro de las de un mismo lado, las de un signo ideol¨®gico y las de otro. Por ello mismo, tampoco creo que lo prioritario sea ahora -como ten¨ªa la oportunidad de escuchar esta misma semana de labios de una dirigente socialista vasca- elaborar un mapa del dolor.
Algunos gustan de repetir en estos d¨ªas, con indisimulada satisfacci¨®n, que ha sonado la hora de la pol¨ªtica. Tal vez sea verdad. Acept¨¦moslo provisionalmente (no sin antes constatar que hay algo de parad¨®jico en sostener tal cosa y al mismo tiempo aceptar la tesis de que de ninguna manera debiera haber contraprestaciones pol¨ªticas por el fin de la violencia). En todo caso, y si de reivindicar la pol¨ªtica se trata, convendr¨ªa empezar por rechazar la estrecha identificaci¨®n entre la pol¨ªtica y aquello que hacen los pol¨ªticos. Porque, con independencia de que en muchas ocasiones la tarea que ¨¦stos llevan a cabo tenga m¨¢s que ver con la transacci¨®n y la b¨²squeda de acuerdo en situaciones de m¨¢xima complejidad que con la pol¨ªtica propiamente dicha (identificar buen pol¨ªtico con h¨¢bil negociador no debiera ser considerado el mayor de los elogios), ser¨ªa grave que estuvi¨¦ramos excluyendo de dicha actividad a la propia ciudadan¨ªa.
Sin duda, en la primera fase del proceso que, seg¨²n parece, se va a abrir dentro de algunos meses les corresponder¨¢ a los profesionales de la cosa gestionar una negociaci¨®n que, sean cu¨¢les sean los t¨¦rminos en los que se plantee, habr¨¢ de resultar dif¨ªcil y complicada. Pero, incluso en el supuesto de que esa primera fase terminara a satisfacci¨®n de todas las partes, a continuaci¨®n se abrir¨¢ otra que tal vez, en cierto sentido, sea la m¨¢s pol¨ªtica en la acepci¨®n m¨¢s propia, noble y fuerte del t¨¦rmino. Porque la pol¨ªtica tiene que ver con la vida en com¨²n en la ciudad (polis), con la gesti¨®n de los asuntos que a todos nos conciernen, con la soluci¨®n de los problemas que a todos nos afectan.
Reconozco que es ese momento posterior, segundo, el que m¨¢s me preocupa, el que entiendo que va a resultar especialmente delicado para las v¨ªctimas, y el que me hace sentir m¨¢s bien esc¨¦ptico ante el futuro. La vida en sociedad es conflicto -no hay que temerlo ni huir de ¨¦l como de la peste-, pero tambi¨¦n voluntad de vivir juntos. Y convivencia, tras tanto dolor, habr¨¢ de significar necesariamente reconciliaci¨®n. Tal vez sea entonces el momento de elaborar ese mapa del dolor que la dirigente socialista antes mencionada tanto echaba en falta. Pero al cart¨®grafo que le toque en suerte tan ingrato encargo deber¨¢ tener en cuenta un aspecto relevante a efectos de lo que estoy pretendiendo plantear. Si es cierto que ha habido sufrimiento en ambos lados, no lo es menos que s¨®lo en uno las v¨ªctimas han sido vejadas, delatadas, extorsionadas, torturadas e incluso asesinadas por sus vecinos, aspecto ¨¦ste que en modo alguno cabe soslayar.
Las v¨ªctimas no pueden ser el test de la calidad del proceso (que ha de tener su propia autonom¨ªa), sino garantes de la bondad de la soluci¨®n. No son ellas las que est¨¢n obligadas a nada, sino nosotros. No tiene caso interpelarlas, exigirles o formularles reproche alguno. El lunes pasado, en el programa Agora de Canal 33, un espectador an¨®nimo, probablemente influido por la lectura del libro de Michael Ignatieff El honor del guerrero, enviaba un SMS con el siguiente texto: "Lo que tiene que hacer ETA es rezar por el alma de aquellos a quienes asesin¨®". Quiz¨¢ sea pedir demasiado. Pero no lo es reclamar, en primer lugar, que no se persevere en la obscena utilizaci¨®n de las v¨ªctimas con el inconfesado prop¨®sito de disfrazar de sensibilidad humanitaria lo que es descarnado inter¨¦s partidista y, en segundo, que quienes con tanto ¨¦nfasis reclaman su derecho a intervenir como agentes en el proceso comuniquen a la ciudadan¨ªa qu¨¦ tienen previsto hacer para que bajo ning¨²n concepto nada parecido a lo que qued¨® atr¨¢s pueda repetirse, ni siquiera en la esfera de lo simb¨®lico.
Las v¨ªctimas constituyen, en este sentido, un fiel indicador de la sensibilidad moral de una sociedad. Quienes tanto se deleitan citando a Primo Levi, ahora tienen una buena ocasi¨®n para estar a la altura. Al final habr¨¢ que preguntarles a quienes m¨¢s han sufrido, no si lo que ha terminado por ocurrir representa para ellos un modelo de vida buena (no puede haberla para quien ha visto morir a un ser querido), sino algo mucho m¨¢s simple: si vale la pena seguir viviendo en un mundo as¨ª. Ser¨¢ entonces cuando a muchos, seguro, se les subir¨¢n los colores.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad de Barcelona e investigador en el Instituto de Filosof¨ªa del CSIC; autor, entre otros libros, de Las malas pasadas del pasado (Anagrama).
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