Soplar y sorber
Era el m¨¢s joven y desconocido entre quienes se sentaban en el consejo de ministros alrededor del general Charles de Gaulle. En concreto, secretario de Estado para el Empleo. Como tal contact¨® con los sindicatos obreros en plena revuelta de mayo de 1968, cuando Francia entera estaba en huelga general y la V Rep¨²blica hab¨ªa entrado en crisis. Dice la leyenda que acud¨ªa a las citas con los l¨ªderes sindicales con un peque?o rev¨®lver en el bolsillo. Los sindicatos sacaron una buena tajada: incremento del 35% en el salario m¨ªnimo, aumento de los salarios reales del 10% y autorizaci¨®n de secci¨®n sindicales de empresa. Fueron los acuerdos de Grenelle, en los que se fogue¨® el joven Jacques Chirac. Quebraron el amplio movimiento que hab¨ªa paralizado el pa¨ªs: los trabajadores ya hab¨ªan obtenido su victoria sindical, ahora a los estudiantes les quedaba la tarea de digerir su revoluci¨®n fracasada. El mismo d¨ªa en que se consegu¨ªan los acuerdos, Fran?ois Mitterrand, el l¨ªder del socialismo, se ofrec¨ªa para encabezar un Gobierno provisional y sacar a Francia de la crisis en un mitin legendario, en el estadio parisiense de Charl¨¦ty. El 30 de mayo, la derecha sociol¨®gica bajaba a la calle, con Andr¨¦ Malraux en cabeza, para defender a De Gaulle y la V Rep¨²blica; el presidente disolv¨ªa la Asamblea nacional y convocaba elecciones. La derecha barri¨®, pero De Gaulle abandon¨® el poder un a?o despu¨¦s, despechado por la derrota en un refer¨¦ndum intrascendente sobre la regionalizaci¨®n.
Mayo del 68 es en Francia el patr¨®n de todas las revueltas, al igual que la barra de platino e iridio depositado en la Oficina Internacional de Pesos y Medidas de S¨¨vres, en las afueras de Par¨ªs, lo es de la longitud. Cada vez que los j¨®venes han bajado a la calle, algo que viene sucediendo con mayor frecuencia que en cualquier otro pa¨ªs europeo en los ¨²ltimos decenios, son legi¨®n los comentaristas que diagnostican similitudes y diferencias con mayo del 68. Primero se produce una chispa, a cargo de los m¨¢s j¨®venes. De forma que cada vez que salta el fogonazo, la opini¨®n francesa ya se pregunta si estaremos ante otro mayo. Luego viene el enganche con el pueblo -la clase obrera-, representado por los sindicatos. Es lo que ya ha sucedido estos d¨ªas. Los estudiantes tienen intereses distintos -combaten contra la precariedad-, pero los sindicatos -que defienden a los que tienen empleo estable- ven en ello una oportunidad para hacerse valer en un mundo laboral de baja sindicalizaci¨®n. La oposici¨®n, por su parte, quiere aprovecharlo, como en Charl¨¦ty, para minar a la derecha: los socialistas ya hablan de una crisis de r¨¦gimen.
Todo esto responde a un exceso historicista que lleva a aut¨¦nticas deformaciones en la visi¨®n de las cosas. Detr¨¢s del patr¨®n-revuelta est¨¢n los mitos que han hecho grande a Francia y que ahora se caen a trozos: la Revoluci¨®n, el pueblo, la Naci¨®n... La propia figura del presidente de la Rep¨²blica, con sus poderes excesivos, vive de esos mitos. ?En qu¨¦ otro pa¨ªs europeo y en qu¨¦ otra ciudad que no sea Par¨ªs se suceden las revueltas estudiantiles con tanta frecuencia? ?D¨®nde se ha visto que los combates entre rivales pol¨ªticos de un mismo partido se libren en un tablero endiablado, que incluye las movilizaciones en la calle, el riesgo para el orden p¨²blico y la propia estabilidad de la democracia? Y todo ello, sin entrar en el fondo de ning¨²n problema, precisamente en el pa¨ªs m¨¢s necesitado de reformas de toda Europa.
La crisis francesa es otro episodio de la lucha sin cuartel por la presidencia de la Rep¨²blica, que tendr¨¢ su desenlace en 2007, entre el primer ministro, Dominique de Villepin, y el del Interior, Nicolas Sarkozy. El primero, en una jugada de enorme riesgo y apoyado por Chirac, lanz¨® un nuevo contrato juvenil para afianzar su candidatura presidencial, como prueba de autoridad y voluntad reformista y liberalizadora. Ahora Sarkozy tiende la mano, despu¨¦s de que la calle ha puesto a Villepin contra las cuerdas. Se pueden coleccionar los adjetivos y las expresiones de sorpresa, condena, sarcasmo e incluso conmiseraci¨®n que han suscitado la actitud del presidente de la Rep¨²blica y el desaire sufrido por el pol¨ªtico m¨¢s airoso que hab¨ªa dado Francia en las ¨²ltimas d¨¦cadas. Nuestro colega Le Monde ha titulado su editorial Abracadabrante. Chirac, para salir del atolladero, ha alcanzado la cumbre del absurdo: aprobar una ley y a la vez suspender su aplicaci¨®n. Apoyar a un primer ministro desautorizado y mandar al detestado ministro del Interior para que negocie con los sindicatos, como hizo ¨¦l en Grenelle, hace 38 a?os. No puede ser.
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