Otra granizada de entusiasmo
Excesos borjianos
De entre los grandes promotores, y de sus colaboradores en grado de necesidad, que impulsan la fachada internacional de nuestra pobre comunidad, habr¨¢ que destacar el arte de los no artistas para vivir del arte ajeno
El derecho de las mujeres a ocupar lugares de id¨¦ntica relevancia y retribuci¨®n que los varones es tan incontestable que puede extenderse incluso a una persona tan apasionada o insuflada como Consuelo Ciscar, a condici¨®n de ser algo menos resuelta en la firme disposici¨®n a vivir de los presupuestos p¨²blicos, de que desde?e el apego a firmar como propios diversos e hilarantes refritos de pretensi¨®n te¨®rica sobre la infinitud de variedades art¨ªsticas de cualquier siglo y ¨¦poca y tendencia de este mundo, y siempre que no deje tras cada uno de sus apasionantes retos art¨ªsticos un rastro innumerable de acreedores tan maltratados que -Rajoy deber¨ªa saberlo- nunca pondr¨¢n su firmita protestando por el Estatuto de Catalu?a. Por lo dem¨¢s, y a la vista de la rid¨ªcula tergiversaci¨®n del asunto, no estar¨ªa de recibo -democr¨¢tico, quiero decir- que aquello de "gato negro o blanco no importa, si caza ratones", que tanto encandil¨® a un entonces paleto Felipe Gonz¨¢lez, se sustituya sin m¨¢s por un "hombre o mujer, qu¨¦ importa, si saca provecho".
En la red
En el periodismo escrito el autor de un art¨ªculo se responsabiliza con su firma de lo que escribe, costumbre muy necesaria que a este paso s¨®lo se exigir¨¢ como requisito a las personas que colaboran remitiendo cartas al director. El asunto es grave en la red, donde reina el anonimato, y donde cualquiera puede verse insultado, vilipendiado o enaltecido por una pl¨¦yade de corresponsales espont¨¢neos a los que nadie ha solicitado su opini¨®n. El asunto carecer¨ªa de importancia de no ser porque con una reiteraci¨®n de espanto se mencionan art¨ªculos con su firma correspondiente en foros tan an¨®nimos como estrafalarios, de modo que un desocupado frecuentador de la red en una remota -para nosotros- regi¨®n argentina se atreve a comentar sin fortuna un escrito previamente cercenado de contexto. Estamos ante la taberna c¨®smica, la multiplicaci¨®n infinita de correveidiles al teclado.
Una historia inmortal
Olvidemos el tremebundo barroquismo conceptual que acabar¨ªa por llevarlo a la ruina. El otro d¨ªa pasaron por una de esas cadenas universales Mister Arkadin, una pel¨ªcula temprana de Orson Welles donde ofrece la desdicha melanc¨®lica de todo su talento. Es autor del gui¨®n, actor protagonista y director, as¨ª que el filme es suyo. Y cuenta una historia que ni S¨®focles habr¨¢ olvidado. Un millonario de tanta corrupci¨®n como dinero contrata a un pelanas para que descubra la identidad verdadera de quienes le ayudaron a encumbrarse en un pasado no tan remoto. El pretexto es que tiene una hija a la que desea mantener al margen de su pasado, y el objetivo no es otro que liquidar una tras otra a las personas que saben lo que ya no le conviene que se sepa. La enrevesada masacre progresa al ritmo exacto de las historias de ahora mismo, en ese punto en el que la vida se reduce a una sucesi¨®n reiterada de presentes turbios para borrar un pasado de ignominia que ning¨²n futuro, caso de existir, podr¨¢ remediar jam¨¢s.
El pobre Sartre
De acuerdo en que Jean Paul Sartre era un tipo bajito, bizco y anfetam¨ªnico que intent¨® salvarse por la escritura, y casi lo consigue de no ser por la tediosa admiraci¨®n de Simone de Beauvoir. Vale. Pero ?qu¨¦ tendr¨¢ eso que ver con las afirmaciones de Mario Vargas Llosa en el sentido de que su desencanto con la revoluci¨®n cubana le llev¨® a renunciar a su militancia sartreana para aproximarse a la obra de Albert Camus? ?Otra vez la monserga de los chalados que se alineaban con The Beatles frente a los chalados que prefer¨ªan seguir a The Rolling Stones? En Camus no se encuentra m¨¢s que un humanismo ceremonioso, preludio de las oneg¨¦s que nos invaden, mientras que en Sartre reside el poder del razonamiento equivocado. ?Y a qu¨¦ viene ese cambalache de abominar del abominable Fidel Castro, cobr¨¢ndose el alfil de Sartre con el pe¨®n de Camus? ?Alguien sabe todav¨ªa de qu¨¦ estamos hablando?
A ver si cae
Produce una rara mezcla de grima, pena e indignaci¨®n ver a un tipo como Berlusconi al frente del Gobierno de un pa¨ªs que no hace tantos a?os contaba con figuras pol¨ªticas como Berlinguer. El caso de Italia indica que ninguna democracia est¨¢ consolidada hasta que no se demuestra lo contrario, y que el ejercicio democr¨¢tico es algo m¨¢s que convocar a los ciudadanos a las urnas cada cierto tiempo. Que esa especie de Mussolini medi¨¢tico pueda decir impunemente que conf¨ªa tanto en la inteligencia de los italianos que le cuesta pensar que den su voto a los gilipollas de la izquierda, muestra a las claras la verg¨¹enza pol¨ªtica de un pa¨ªs vital en la construcci¨®n europea.
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