Primavera republicana
Las tornas han cambiado. Despu¨¦s de una serie de hitos conmemorativos en que el recuerdo de la Segunda Rep¨²blica era patrimonio de un peque?o grupo de nost¨¢lgicos y dem¨®cratas marginales, el r¨¦gimen del 14 de abril se ha convertido en la referencia emblem¨¢tica de la izquierda. A esta inversi¨®n de juicios contribuye sin duda la declaraci¨®n del presidente Zapatero, la primera de un jefe de Gobierno de la Monarqu¨ªa democr¨¢tica, en que la reivindicaci¨®n de la Rep¨²blica tiene lugar abiertamente, sin que deba ser olvidado el efecto bumer¨¢n de la reiterada satanizaci¨®n a que se han lanzado en estos ¨²ltimos tiempos los publicistas de la extrema derecha.
Tambi¨¦n ha intervenido el paso del tiempo. Una valoraci¨®n positiva de la Rep¨²blica no implica hoy un desaf¨ªo abierto a la Monarqu¨ªa de Juan Carlos I, si bien sigue apuntando al cambio de forma de gobierno como ¨²ltima etapa de una racionalizaci¨®n a largo plazo. En efecto, si la estimaci¨®n positiva de que disfruta la Monarqu¨ªa entre los espa?oles se debe a su acercamiento al pueblo, y sus usos y normas dejan de lado el aura de excepcionalidad conferida tradicionalmente a la Corona, pierde sentido el mantenimiento de la instituci¨®n mon¨¢rquica. En una hipot¨¦tica Espa?a normalizada, con una reina que estar¨ªa en su derecho al contraer matrimonio con cualquier ciudadano de cualquier profesi¨®n, inaugurando la fugaz dinast¨ªa de los P¨¦rez o de los L¨®pez, y unos infantes o infantas que conjugar¨ªan, como ya sucede, la pertenencia a la familia real y su enlace con personas normales, que de este modo se ver¨ªan aupados o aupadas a posiciones altamente rentables, sin responsabilidad pol¨ªtica alguna, el ritual mon¨¢rquico se vac¨ªa de contenido. M¨¢s vale que sean los ciudadanos quienes elijan al P¨¦rez o al L¨®pez destinado a asumir transitoriamente la jefatura del Estado. La historia de Cenicienta funcion¨® por una vez, pero no cabe olvidar los riesgos constitucionales que supuso la alternativa del pr¨ªncipe y la modelo. En nuestras circunstancias, la deriva populista de la Monarqu¨ªa resulta a la larga incompatible con la teor¨ªa de los dos cuerpos del Rey en que se basan el prestigio y la relativa eficacia de la instituci¨®n.
Si volvemos la mirada hacia el pasado, resulta obvio que los valores de la Segunda Rep¨²blica no han de ser apreciados tomando s¨®lo en consideraci¨®n su tr¨¢gico final. Eso s¨ª, llegados a este punto, tampoco cabe olvidar que el desastre espa?ol de los a?os treinta no es sino un caso extremo en la convulsa trayectoria hacia la democracia que siguieron los pa¨ªses de la Europa centro-occidental. Alemania y Austria fueron a parar a manos del nazismo, Italia se someti¨® al fascismo, Portugal qued¨® sumido en el salazarismo y Francia fue a parar a la ocupaci¨®n y a la dictadura paternalista de Petain. Tampoco a la Europa centro-oriental le fueron mejor las cosas. El nuestro fue un horror m¨¢s en un museo de horrores. La modernizaci¨®n econ¨®mica y pol¨ªtica en la era de la sociedad de masas tuvo ese enorme precio para la mayor¨ªa de los pa¨ªses europeos. Lo cual por supuesto no excluye la necesidad de analizar cu¨¢les fueron los factores espec¨ªficos que en el caso espa?ol llevaron al hundimiento de un r¨¦gimen cuya fragilidad qued¨® reflejada muy pronto en el cari?oso apodo de La Ni?a.
La tela de ara?a tejida en torno al atraso econ¨®mico est¨¢ en la ra¨ªz de los estrangulamientos que afectaron al proyecto de Estado-naci¨®n y al establecimiento de un r¨¦gimen democr¨¢tico, en el largo siglo XIX que se extiende desde 1808 a 1936. La violenta resistencia al cambio de las capas sociales dominantes, apoyadas en el Ej¨¦rcito y la Iglesia, el tard¨ªo desarrollo de un movimiento obrero socialdem¨®crata, la fuerza del anarquismo, la debilidad del desarrollo urbano, y en consecuencia de la burgues¨ªa republicana, intervinieron a la hora de cercenar las posibilidades de la democracia en el marco desfavorable de la Europa de los a?os treinta. Pero la Rep¨²blica no muri¨® por s¨ª misma. La mataron tras una resistencia ag¨®nica. Aqu¨ª y ahora mantiene plena validez su legado al plantear las premisas para una efectiva modernizaci¨®n del pa¨ªs, con fogonazos de extrema brillantez en el campo de la reflexi¨®n pol¨ªtica y de la expresi¨®n cultural, y lecciones como la exigencia de consenso entre los principales actores cuando hace falta abordar los problemas de Estado.
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