En busca de otra vida
La inmigraci¨®n es el fen¨®meno m¨¢s extraordinario que ha vivido Espa?a en los ¨²ltimos a?os. Sin embargo, son los trabajadores procedentes de ?frica quienes ponen en riesgo su vida para llegar hasta aqu¨ª. Durante dos a?os, el autor de estas im¨¢genes ha retratado la ruta que siguen en su camino a Europa.
Cuando Ildefonso Sena recuerda aquella ma?ana, todav¨ªa le parece que el viento de Levante estremece su rostro. Se hab¨ªa despertado temprano movido por la llamada telef¨®nica de un guardia civil que le avisaba de la presencia de un cad¨¢ver en una patera abandonada en la playa de Los Lances, en el t¨¦rmino municipal de Tarifa. Se visti¨® deprisa, comprob¨® que su c¨¢mara fotogr¨¢fica estaba en orden y acudi¨® al lugar de los hechos. El d¨ªa hab¨ªa amanecido gris, como es frecuente en la zona del Estrecho. Y soplaba el levante. Era el 1 de noviembre de 1988, festivo, v¨ªspera del D¨ªa de Difuntos. Ildefonso retrat¨® aquella ma?ana el primer cad¨¢ver de un inmigrante llegado en patera a la costa espa?ola.
"Las migraciones s¨®lo sirven para desarrollar lo ya desarrollado"
"Nos anunciaron una marcha negra y el vaticinio se cumpli¨®"
Aquella imagen tuvo una gran difusi¨®n. Ildefonso trabajaba como fot¨®grafo del Diario de C¨¢diz. Lleg¨® a la playa y observ¨® a cierta distancia un cuerpo sin vida cubierto de tierra y algas. Unos metros m¨¢s all¨¢ descansaba varada una patera. Un capit¨¢n de la Guardia Civil le pidi¨® que hiciera de traductor en franc¨¦s ante cinco marroqu¨ªes que hab¨ªan encontrado perdidos y ateridos de fr¨ªo en la playa. De la conversaci¨®n se dedujo que la patera hab¨ªa salido la noche anterior desde T¨¢nger con 23 hombres en su interior y que, por un error de c¨¢lculo del patr¨®n propiciado por el temporal que se hab¨ªa desatado, procedieron al desembarco antes de tiempo y zozobraron. La jornada termin¨® con la noticia de aquella muerte y la desaparici¨®n de 18 magreb¨ªes en las aguas del Estrecho.
Un colega suyo, Isa¨ªas Bueno, c¨¢mara de TVE, acudi¨® tambi¨¦n a la playa, pero lleg¨® tarde. El cad¨¢ver hab¨ªa sido levantado y enviado al dep¨®sito. Por un exceso de celo profesional se dirigi¨® a ese lugar y convenci¨® al funcionario de que le permitiera grabar unas im¨¢genes del fallecido. "All¨ª estaba yo grabando como un gilipollas, sin darme cuenta de lo que estaba haciendo. Ten¨ªa 20 a?os menos. Hoy no har¨ªa una cosa as¨ª. Desde entonces, desgraciadamente, he grabado muchas im¨¢genes de este tipo, he filmado c¨®mo les enterraban en su pueblo natal, he viajado en patera con ellos cruzando el Estrecho, he visto a hombres besar las botas de un guardia civil llorando para que les dejaran irse. Todos los miles de horas que he grabado me han ayudado a entender la vida de otra manera. Pensaba muchas veces que s¨®lo hac¨ªa mi trabajo y que esas im¨¢genes ayudar¨ªan a la gente a sensibilizarse por el fen¨®meno de la inmigraci¨®n, pero luego me he dado cuenta de que no se ha avanzado mucho. Todo sigue siendo igual. La respuesta sigue siendo la misma: cierre de fronteras y repatriaciones".
Desde aquel D¨ªa de Todos los Santos, la inmigraci¨®n se ha convertido en el fen¨®meno m¨¢s extraordinario que ha experimentado nuestro pa¨ªs, un fen¨®meno que ha alterado las previsiones demogr¨¢ficas y que ha cambiado radicalmente el perfil de la sociedad espa?ola. En aquella fecha, el n¨²mero de residentes extranjeros en Espa?a apenas superaba el medio mill¨®n. El ¨²ltimo dato del Instituto Nacional de Estad¨ªstica cifra el censo de inmigrantes en una cantidad superior a los cuatro millones. Buena parte de estos residentes han llegado para establecerse definitivamente en Espa?a, con un proyecto de vida futura bajo el brazo. Est¨¢n siendo los padres de unos nuevos espa?oles, ser¨¢n el origen de una diversidad nunca experimentada en esta tierra, gente numerosa procedente de Am¨¦rica Latina, de Europa, de Asia? y tambi¨¦n de ?frica. Pero ?frica, sin embargo, tiene otra caracter¨ªstica: desde aquel d¨ªa v¨ªspera de Difuntos de 1988, quienes vienen de ese continente han protagonizado casi en exclusiva la imagen del drama migratorio.
Las fotos, las im¨¢genes del sufrimiento, de la muerte flotando en el mar, de los seres humanos ateridos de fr¨ªo, de los j¨®venes que se dejan la piel entre los alambres de espino de las vallas, de las traves¨ªas inhumanas en naves artesanales, de las rutas a pie por el desierto, de los ni?os atrapados bajo las ruedas de los camiones que cruzan la frontera, les pertenecen a quienes proceden de ?frica. Ellos han generado cientos de portadas y horas de telediarios. Han sido la imagen de la inmigraci¨®n, puede decirse que contra su voluntad porque, como afirma Francisco Lera, coordinador de la Asociaci¨®n Pro Derechos Humanos de Andaluc¨ªa, "la patera ha sido un fen¨®meno secundario, la cara m¨¢s amarga. Se podr¨ªan haber adoptado pol¨ªticas m¨¢s favorables para estos pa¨ªses y ese drama habr¨ªa disminuido. Si tenemos en cuenta que los subsaharianos, por ejemplo, apenas suman el 5% del total de inmigrantes en Espa?a, se podr¨ªan haber establecido cupos con sus pa¨ªses de origen. Lo malo es que estas im¨¢genes del drama han servido para justificar pol¨ªticas de reducci¨®n y de endurecimiento de las leyes".
A la luz de los datos, la conclusi¨®n es dura. En el periodo comprendido entre 1989 y 2002 habr¨¢n muerto o desaparecido cerca de 10.000 personas en el intento de entrar en territorio espa?ol desde Marruecos, seg¨²n un estudio elaborado por el Consorcio Euromediterr¨¢neo para la Investigaci¨®n Aplicada sobre Inmigraci¨®n Internacional (CARIM), un estudio financiado por la Comisi¨®n Europea y hecho p¨²blico en septiembre de 2005. Sin embargo, a pesar del aumento de las detenciones, de la ristra de fallecimientos, del fortalecimiento de las fronteras europeas en el sur de Espa?a, en Canarias, en Ceuta y Melilla, el flujo migratorio busca y encuentra nuevos lugares, nuevos itinerarios. El drama contin¨²a. Y las im¨¢genes se repiten a?o tras a?o.
"No me siento c¨®modo con esas fotos", asegura rotundo Gabriel Delgado, responsable de inmigraci¨®n en el obispado de C¨¢diz y Ceuta, un hombre que ha vivido de cerca ese fen¨®meno desde el a?o 1993, cuando la llegada diaria de pateras se hab¨ªa convertido en un asunto de relieve internacional, de la misma manera que hace unos meses, ante las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla, se concentraron medios informativos de todo el mundo para ser testigos de las avalanchas humanas para saltar a Europa.
"Esas fotos", insiste Delgado, "no reflejan lo que es la emigraci¨®n. La fuerza de esas im¨¢genes arrastra a concluir que hay que ligar inmigraci¨®n a pateras, a cruce del Estrecho. No es objetivo ni riguroso, y adem¨¢s conduce a diferentes tipos de discursos, desde la necesidad de combatir a las mafias hasta la realidad de unos pobres entre los m¨¢s pobres. Esas im¨¢genes terminan conduciendo al discurso de la seguridad frente al de la libertad. Acent¨²an los discursos duros". "La realidad de la inmigraci¨®n en Espa?a", explica Delgado, "es mucho m¨¢s amplia, significa la presencia de hasta 90 nacionalidades en C¨¢diz, una inmigraci¨®n plural, la mayor¨ªa formada por gente que trabaja de forma regulada".
Por ese motivo, Delgado ha evolucionado su discurso frente a ese fen¨®meno. "El tiempo de la acogida pas¨®", dice. "Estamos en otro tiempo, el de construir juntos. No hemos de ser competidores, sino socios. No debe haber diferencias de ciudadan¨ªa y de derechos. No debe haber ciudadanos de segunda. Nuestro esfuerzo se dirige ahora hacia la integraci¨®n, aunque, desde luego, no vamos a olvidar la emergencia humanitaria. No se debe tratar al emigrante como a un pobre que necesita ayuda. Es un trabajador que tiene derechos. Por eso formamos a los inmigrantes en nuestras casas ense?¨¢ndoles oficios que les pueden ayudar en el mercado laboral, les damos asistencia jur¨ªdica, les ense?amos nuestro idioma para que se puedan adaptar r¨¢pidamente". Gabriel Delgado muestra las ¨²ltimas generaciones de subsaharianos que se encuentran en la Fundaci¨®n Tartessos, que ¨¦l dirige. All¨ª trabajan aprendiendo el oficio de la alba?iler¨ªa: construyen tejados, tabiques, aprenden todo lo necesario para ingresar con propiedad en el mercado laboral.
Los inmigrantes africanos conocen perfectamente c¨®mo son las condiciones de su trayecto hacia Europa. Saben de la dureza del camino, de los riesgos que aguardan en su itinerario. Ven la televisi¨®n y tienen comunicaci¨®n con aquellos compatriotas que han logrado dar el salto. Puede que exista una distorsi¨®n que algunos estudios califican como el "mito migratorio" seg¨²n el cual los medios de comunicaci¨®n presentan una visi¨®n deformada y en cierto modo id¨ªlica de la vida occidental. Esos estudios concluyen que es un efecto perverso de la globalizaci¨®n. Pero, como se?ala la Organizaci¨®n Mundial de las Migraciones (OIM), la emigraci¨®n irregular est¨¢ estimulada por un exceso de demanda de mano de obra barata y poco cualificada en Europa y por una econom¨ªa sumergida que tambi¨¦n requiere una fuerza laboral irregular.
En ese sentido, ?frica no ha encontrado otra salida. La OIM apunta que cuatro son los factores que empujan a las j¨®venes generaciones africanas hacia Europa: la pobreza general del continente, sus altas tasas de natalidad en unas condiciones de ausencia de cualquier sistema que les garantice la educaci¨®n y la salud, unas condiciones de vida ambiental que empeoran por efecto de la desertizaci¨®n y la deforestaci¨®n galopante del continente y, finalmente, un sinn¨²mero de conflictos y guerras. El 40% de los 830 millones de africanos vive con menos de un d¨®lar al d¨ªa.
Delgado est¨¢ satisfecho de c¨®mo la Iglesia se ha implicado en ese lugar concreto de Espa?a, donde el obispo de C¨¢diz ha asistido, puntual y rigurosamente, a todos y cada uno de los entierros de emigrantes que se han producido en la provincia. "?frica es la zona con m¨¢s conflictos del mundo, y las migraciones no sirven para arreglar ese problema, sino para desarrollar lo que ya est¨¢ desarrollado. Estos hombres vienen porque hay una demanda. Forman parte de la estructura econ¨®mica impuesta por un sistema liberal. Son trabajadores que acuden a un mercado laboral, a mejorar su calidad de vida y a disfrutar de un bienestar social del que carecen en sus pa¨ªses".
Por ese motivo, Gabriel Delgado cree que hay que modificar el discurso de la simple acogida. "No es anecd¨®tico que no haya capacidad para venir regularmente desde ?frica. Por eso nosotros estamos trabajando regularmente en Marruecos para favorecer otro tipo de inmigraci¨®n", se?ala. "No se ha planteado un discurso de frontera europea y de pol¨ªtica europea, se habla de conferencias con pa¨ªses africanos que no acaban de celebrarse. El discurso del codesarrollo es un mito. Ellos invierten y consumen aqu¨ª, ayudan a que nuestra sociedad sea m¨¢s rica. La inmigraci¨®n no es una respuesta para sus pa¨ªses. El problema es cuando se hace un drama y nos acostumbramos a ese drama".
La emigraci¨®n africana ha dejado su huella en la zona del Estrecho, el primer punto fronterizo por donde comenzaron los saltos al continente, donde aparecieron las primeras pateras. Han pasado casi 20 a?os desde aquella v¨ªspera de Difuntos y todav¨ªa subsiste en el sur de C¨¢diz una red de casas de acogida, de personas dedicadas al auxilio de los inmigrantes, de asociaciones que nacieron y se crearon alrededor de ese fen¨®meno. Pero algunas organizaciones, con el paso del tiempo, han modificado su discurso. Como lo ha hecho Delgado desde el obispado, como tambi¨¦n lo hace Encarna, de Algeciras Acoge, una mujer que en mayo de 1991 todav¨ªa militaba en un comit¨¦ anti-OTAN y empleaba el tiempo en manifestaciones frente a la base de Rota. "Nos dimos cuenta de que en ciertas movidas siempre est¨¢bamos los mismos, gente de la Iglesia, gente de grupos no violentos, gente de izquierdas. As¨ª que terminamos implic¨¢ndonos en lo que estaba sucediendo con quienes cruzaban el Estrecho. Pero hemos ido evolucionando con la emigraci¨®n. Ya no nos dedicamos como antes a comprarles billetes de autob¨²s, ni a dejarles hacer llamadas telef¨®nicas. Creemos que la Administraci¨®n tiene una obligaci¨®n hacia ellos. Nos dedicamos ahora a sensibilizar, escuchar y denunciar; a prestarles asesoramiento, a colaborar con ellos en la b¨²squeda de vivienda o escolarizaci¨®n. No son pobres. No vienen de Etiop¨ªa o Somalia. Detr¨¢s de cada uno de ellos hay una familia o un pueblo que ha hecho una inversi¨®n para que efect¨²en ese viaje. Son trabajadores. Son emigrantes y, como tales, tienen derecho a un estatus, a tener la salud y la educaci¨®n cubiertas, como cualquier otro".
Quiz¨¢ uno de los personajes emblem¨¢ticos de aquellos primeros a?os sea el padre Andr¨¦s, p¨¢rroco del barrio de Pescadores en Algeciras. Ordenado sacerdote en 1976, se decidi¨® junto a otros compa?eros por entrar en la vida del cura obrero. Fue lo que se dio en llamar un cura rojo. Por ese motivo se instal¨® en el Campo de Gibraltar, donde se iba a producir una industrializaci¨®n de la zona. All¨ª termin¨® haciendo de todo, incluso trabajando en la pesca de arrastre y militando en la lucha contra el r¨¦gimen. Llegada la democracia, se instal¨® en la parroquia, donde le sorprendi¨® el fen¨®meno de los primeros magreb¨ªes que cruzaban el Estrecho y se ocultaban en los bosques para seguir camino. El padre Andr¨¦s los buscaba cada noche, los met¨ªa en una furgoneta y les daba cobijo. Poco a poco naci¨® una organizaci¨®n a su alrededor, que dispon¨ªa de casas, de habitaciones repartidas por C¨¢diz, que recaudaba dinero para pagar viajes, procuraba alimentos y vestimenta. Aquellos magreb¨ªes fueron luego sustituidos por subsaharianos. "Recuerdo que nos anunciaban la llegada de una marcha negra ya por entonces y el vaticinio se cumpli¨®", explica. "Las pateras se fueron poblando de nigerianos en un principio, que compart¨ªan el puesto con los magreb¨ªes. Luego, comenz¨® a llegar gente de otras nacionalidades, cada vez de m¨¢s abajo".
Los momentos m¨¢s duros llegaron en los primeros a?os noventa, cuando no faltaba noche sin movimiento en la costa. Hoy las incidencias son escasas. Claro est¨¢, la frontera sur se ha fortificado. El Gobierno espa?ol instal¨® a partir de 2001 un potente sistema de radares, el SIVE (Servicio Integral de Vigilancia en el Estrecho), que permite un control exhaustivo de todo cuanto atraviesa el mar. Las pateras se han ido alejando de Algeciras, han encontrado otras v¨ªas de penetraci¨®n, las islas Canarias, actualmente a trav¨¦s de Mauritania, las fronteras terrestres de Ceuta y Melilla, o puntos de la costa tan alejados como Almer¨ªa. "La emigraci¨®n no deber¨ªa ser ilegal. Debemos poder mirarles a la cara y decirles que, una vez aqu¨ª, tienen los mismos derechos que nosotros", asegura Andr¨¦s.
Aquellas casas de acogida que poblaron ciertas zonas del sur de C¨¢diz todav¨ªa subsisten. Forman parte de una ruta que no ha dejado nunca de estar cerrada. La utilizaron hombres y mujeres procedentes de ?frica y la siguen utilizando los emigrantes. Pero el fen¨®meno no conoce de fronteras ni de nacionalidades. Lo m¨¢s sorprendente, al visitar algunas de esas casas, es que hoy est¨¢n ocupadas por ?bolivianos! S¨ª, hombres y mujeres procedentes de Bolivia. ?Acaso han cruzado el Estrecho en patera? ?Acaso han abierto un nuevo itinerario que conecta ?frica con Suram¨¦rica? No. Entran en Espa?a por el aeropuerto de M¨¢laga y se dirigen hacia C¨¢diz para seguir el camino que en su d¨ªa emprendieron los subsaharianos. La emigraci¨®n es m¨¢s universal de lo que parece.
Casi 20 a?os despu¨¦s de aquella v¨ªspera de Difuntos de 1988 hay gente que ha tenido tiempo para hacer un largo viaje por el Primer Mundo y sacar sus conclusiones. Es el caso de John, de origen liberiano pero afincado en Ghana. All¨ª dej¨® una mujer y dos hijos para iniciar una traves¨ªa muy larga en 1991. Cruz¨® Ghana, Togo, Ben¨ªn, Nigeria, N¨ªger, Argelia, donde tuvo que elegir entre ir hacia Libia para intentar el salto a Italia o meterse en Marruecos para viajar hacia Espa?a. Hizo lo segundo y acab¨® en Calamocarro, bien metido en Ceuta. Desde entonces ha vivido en Espa?a, en Alemania, en B¨¦lgica y en Portugal. John es ebanista y decidi¨® hace un tiempo volver a Espa?a, donde se cas¨® y tiene dos hijos. John mantiene a sus dos mujeres y a sus dos familias. Sin embargo, hace dos a?os acept¨® hacer un trabajo especial para un canal de la televisi¨®n alemana: volver¨ªa a Ghana y recorrer¨ªa otra vez el camino que le llev¨® a Espa?a.
Aquel viaje 15 a?os despu¨¦s por la misma ruta dej¨® en John la conciencia de que casi nada hab¨ªa cambiado. Las mismas dificultades para atravesar seg¨²n qu¨¦ frontera en funci¨®n de la situaci¨®n militar en ciertos pa¨ªses, la misma dureza al recorrer el desierto del S¨¢hara, donde el calor y la sed causan estragos. Si acaso, John advirti¨® c¨®mo el camino se ha ido poblando a lo largo de este tiempo de numerosas tumbas, cementerios aleatorios que se han ido formando en la ruta a consecuencia de tantos hombres que han muerto por el camino. En Espa?a hablamos de las v¨ªctimas en el mar, pero se olvida la gente de tantos fallecidos en tierra, en un n¨²mero incalculable. "Los muertos se enterraban en el camino. Les pon¨ªamos unas piedras para que quedase constancia. S¨®lo un mont¨®n de piedras. Y en algunos casos unas cruces. Sin m¨¢s. Sin un nombre, como si fueran muertos an¨®nimos".
John es cristiano. Habla de una forma moderna de esclavitud respecto de ?frica. "Antes compraban a los esclavos y ahora se hace de otra manera, porque no se puede entender que no haya un sistema de visados para que los j¨®venes africanos puedan ir a Europa a trabajar sin correr esos riesgos. Pero ?frica es un para¨ªso para las grandes empresas de los pa¨ªses ricos, un continente lleno de Gobiernos corruptos. Todav¨ªa no puedo entender c¨®mo en Nigeria, que es una potencia del petr¨®leo, la gente tiene que esperar d¨ªas para poder llenar su dep¨®sito de gasolina. No me cuadra: aqu¨ª yo lleno el dep¨®sito cuando quiero y no hay petr¨®leo. La corrupci¨®n est¨¢ matando a ?frica y Europa no hace nada". John ha decidido que no volver¨¢ a su tierra. Seguir¨¢ financiando a sus dos familias, pero se quedar¨¢ en Espa?a. "Cuando sal¨ª de mi pa¨ªs lo hice con la mentalidad de volver. No llegu¨¦ adonde quer¨ªa llegar porque no pude terminar mis estudios, ca¨ª enfermo, lo pas¨¦ mal, pero ahora estoy contento con mi situaci¨®n. En ?frica no hay esperanza y a nadie le interesa solucionarlo". Ha decidido que su vida ser¨¢ un itinerario de ida. Como tantos otros. Pero algunos casos hay en que el sistema muestra su crueldad. Se trata de un hombre de Guinea Bissau que, despu¨¦s de unos a?os en Europa pasando calamidades, de trabajar duramente en Alemania, en Francia y en Espa?a, ha decidido volver a su pa¨ªs.
Pero no puede.
No puede porque no tiene papeles para volver. Lleva desde el verano en Algeciras y se ha vuelto hura?o. "Lo he consultado con alg¨²n psiquiatra", explica el padre Andr¨¦s, "porque el hombre se ha convertido en una persona que desconf¨ªa de todo cuanto le rodea. Se ha encerrado en s¨ª mismo, casi no habla con nadie, tiene man¨ªa persecutoria. Estamos haciendo gestiones con el consulado de Francia para ver si podemos solucionar su situaci¨®n".
El caso de este hombre es parad¨®jico: en los archivos de la polic¨ªa espa?ola consta cu¨¢ndo fue detenido y le fue dada una orden de expulsi¨®n. Tambi¨¦n figuran su foto y sus huellas dactilares. Pero, como miles de subsaharianos, lleg¨® indocumentado a Europa e indocumentado sigue despu¨¦s de unos cuantos a?os. El sistema es implacable con ¨¦l: es un ilegal a la hora de residir en Europa y a la hora de poder volver a su tierra. "La Cruz Roja le quiere ayudar, pero se niega a firmar documentos. No se f¨ªa". "Estos hombres necesitan acompa?amiento humano", termina Delgado, "no actos culturales de ONG, ni solidaridad mal entendida. Vienen de sociedades rurales, tradicionales, y llegan a una sociedad posmoderna de un urbanismo salvaje. Y todas sus claves se tambalean al entrar en un mundo vertiginoso".
La marcha negra no parar¨¢. Esos hombres de mirada angustiosa son trabajadores que consumir¨¢n productos aqu¨ª, e invertir¨¢n sus ingresos aqu¨ª. Vienen pobres para hacernos m¨¢s ricos. El sistema no es contradictorio.
"Quiero vivir m¨¢s de 45 a?os"
Por Tom¨¢s B¨¢rbulo.
Ba Diallo acaba de ser rescatado del mar. Su lancha choc¨® contra el pesquero al que se hab¨ªa acercado para pedir agua y gasolina. No parece afectado por la muerte de su hermano mayor, cuyo cad¨¢ver se halla s¨®lo a unos metros. Cuando un voluntario de la Media Luna Roja le pregunta por qu¨¦ quiere ir a Europa, responde: "Quiero vivir m¨¢s de 45 a?os". ?sa es la esperanza de vida en Senegal. En Canarias, a s¨®lo tres d¨ªas de navegaci¨®n, el ¨ªndice aumenta hasta los 80 a?os.
La embarcaci¨®n en la que viajaba Ba Diallo se parti¨® como una c¨¢scara de huevo a una decena de kil¨®metros de Nuadib¨². Era una vieja piragua de madera, calafateada con fibra de vidrio. Hab¨ªan ampliado el agujero del fondo para que cupieran en ¨¦l dos motores. En el puerto artesanal de esa ciudad mauritana est¨¢n amarradas cientos de lanchas similares, que parecen incapaces de soportar el embate de una ola. Un polic¨ªa comenta su lamentable estado: "Estas barcazas muestran la determinaci¨®n de los africanos por emigrar".
Hace cuatro meses, Nuadib¨² se convirti¨® en el ¨²ltimo puerto de ?frica para los emigrantes clandestinos. Ocurri¨® despu¨¦s de que Marruecos les cerrara el acceso al S¨¢hara Occidental y los expulsara a tiros de las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla. Los miles de subsaharianos que hasta entonces cruzaban Mauritania hacia el norte quedaron embolsados en los suburbios de Nuakchot, la capital del pa¨ªs, donde no hay agua corriente y la gente y los animales hacen sus necesidades en la puerta de las chabolas.
Los inmigrantes trabajan en la pesca, en la construcci¨®n, en la carpinter¨ªa. El salario es miserable. Los 500 euros que cuesta la plaza en una patera equivalen a los ahorros de todo un a?o. Cuando logran reunirlos, se dirigen a Nuadib¨². Unas 15.000 personas esperan en cuclillas a la sombra de las chabolas de barriadas de esta ciudad portuaria, como Cit¨¦ Snmin y Kairane, la oportunidad de embarcar hacia Canarias en un cayuco. Nadie oculta su intenci¨®n:
"Llevo dos a?os intentando salir. Me han cogido 10 veces", declara Bubakar, senegal¨¦s de 26 a?os.
"Hace seis meses que entreno para nadar bien", cuenta Omar, maliense de 23 a?os.
"La muerte me alcanzar¨¢ en cualquier sitio. Prefiero morir luchando por una vida mejor", dice Mohamed, senegal¨¦s de 25 a?os.
Pero no es f¨¢cil conseguir un cayuco. Primero hay que reunir a un n¨²mero suficiente de gente dispuesta a pagar a escote la traves¨ªa. Luego, es preciso localizar a un marinero dispuesto a vender su embarcaci¨®n. Por ¨²ltimo, es necesario hacerse con la gasolina, los alimentos, los trajes de agua y, sobre todo, el GPS que marcar¨¢ la ruta hacia Canarias. Todo el mundo hace negocio: los marineros senegaleses propietarios de los cayucos, los marroqu¨ªes que han instalado rudimentarias estaciones de servicio en la costa del S¨¢hara Occidental para el repostaje de las pateras, y los coreanos, porque son los principales abastecedores de ropa e instrumentos electr¨®nicos como los GPS Garmin (los m¨¢s b¨¢sicos), que venden con la ruta a Tenerife ya marcada.
El tr¨¢fico de inmigrantes era hasta hace poco un negocio a la vista en las calles de Nuadib¨². Como la trata de mujeres o el contrabando de tabaco. Ahora, para calcular cu¨¢ntas personas est¨¢n preparando su salida hay que observar la fila de los que esperan para recoger su dinero en la oficina de Western Union. Los inmigrantes se mueven con sigilo por el puerto; saben que cualquiera puede ser un informante de la polic¨ªa.
Abdala parece un vagabundo: los andrajos acartonados por el salitre, las u?as de los pies rotas y el pelo y la barba blancos e hirsutos. Y ciertamente eso era hasta que, hace s¨®lo unas semanas, decidi¨® convertirse en traficante de personas. Este senegal¨¦s de 60 a?os gui?a un ojo y sonr¨ªe con picard¨ªa cuando explica en una mezcolanza de lenguas la naturaleza de su trabajo: "Ellos viennent, yo les doy tutto. Comprends? Antes pagan, soldi, ?eh? Y cuando est¨¢n en cayuco, llega police, ?ja, ja, ja!". De repente, su rostro se transforma en una m¨¢scara feroz: "Europa no quiere noirs muertos en sus playas, ?eh? Mejor noirs muertos ici".
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