El caso del 'talib¨¢n chino'
?Puede alguien ser musulm¨¢n y tambi¨¦n patri¨®ticamente norteamericano? Es la pregunta que me plante¨¦ la otra noche, cuando cen¨¦ con el capit¨¢n James Yee. Se trata del primer militar norteamericano que le ha contado al mundo lo que verdaderamente pasa dentro de las jaulas y detr¨¢s de las alambradas del centro de detenci¨®n que opera los Estados Unidos en Guant¨¢namo, Cuba: la tortura, la profanaci¨®n del Cor¨¢n, la hostilidad incesante que exhiben los interrogadores hacia el islam.
El capit¨¢n Yee conoce a fondo esta desolada situaci¨®n porque ofici¨®, a partir de noviembre de 2002, como capell¨¢n musulm¨¢n en Guant¨¢namo, atendiendo las urgencias espirituales de aquellos enemigos del Estado norteamericano que se han visto encarcelados en ese sitio en forma indefinida bajo el r¨®tulo de "enemy combatants". Hasta que, en septiembre de 2003, el hombre que hab¨ªa intentado aliviar en algo el infierno en que naufragaban esas almas perdidas y esos cuerpos da?ados, fue ¨¦l mismo arrestado y sometido a 76 d¨ªas de incomunicaci¨®n. Se le acusaba de ser esp¨ªa y traidor y se le amenaz¨® con la pena de muerte. Jam¨¢s se presentaron pruebas en su contra y un buen d¨ªa los cargos fueron retirados. Muchos meses m¨¢s tarde, al capit¨¢n Yee le prendieron una medalla en el uniforme y le dieron de baja del Ej¨¦rcito con todos los honores del caso. Su separaci¨®n de las Fuerzas Armadas le permiti¨® contar p¨²blicamente su padecimiento (y el de los otros prisioneros) en un libro fundamental, For God and Country (Por Dios y la Patria).
Cuando me junt¨¦ con el capit¨¢n Yee esperaba, m¨¢s que nada, informarme acerca de los "secretos" de Guant¨¢namo, pero a los pocos minutos de conversar con ¨¦l me di cuenta de que su caso era fascinante por un motivo enteramente distinto. No hab¨ªa esperado, debo confesarlo, que fuera tan norteamericano, tan completamente, tan protot¨ªpicamente, tan descaradamente norteamericano. No hab¨ªa anticipado su suave acento de Nueva Jersey, su pasi¨®n por el b¨¦isbol y la cultura pop yanqui. Sab¨ªa, por cierto, que Jame Yee, como tantos compatriotas suyos, era de una familia inmigrante. Y tambi¨¦n que se hab¨ªa graduado de la Academia de West Point, que su padre hab¨ªa sido militar, as¨ª como lo eran todav¨ªa sus dos hermanos. Pero no lo hab¨ªa imaginado tan intensamente patri¨®tico, tan enamorado del pa¨ªs que lo hab¨ªa perseguido. No hab¨ªa cre¨ªdo que el capit¨¢n Yee seguir¨ªa aferrado al "sue?o americano": no importa qui¨¦n eres, qu¨¦ fe profesas, de d¨®nde vienes, siempre ser¨¢s bienvenido en este lugar de la Tierra.
?Aunque seas musulm¨¢n? Es la pregunta que la odisea del capit¨¢n Yee le lanza a su pa¨ªs. Una pregunta cuya mera formulaci¨®n parece casi absurda. Los Estados Unidos han sido, desde sus inicios, un lugar donde han podido refugiarse quienes huyen de la persecuci¨®n religiosa, un pa¨ªs donde los fundadores de la rep¨²blica tuvieron cuidado de asegurarse de que ninguna Iglesia tuviera un privilegio o estatuto especial. Yo conozco personalmente a musulmanes que han podido llevar a cabo en los Estados Unidos pr¨¢cticas religiosas, exploraciones del islam, que les hubieran valido acosamiento y amenazas de muerte en Arabia Saud¨ª, Ir¨¢n o Pakist¨¢n.
Por cierto que, desde los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, a los musulmanes se los ha hostigado incesantemente. Si el caso del capit¨¢n Yee es notable, es precisamente porque ¨¦l quiso constituirse en un puente entre sus conciudadanos y el mundo isl¨¢mico. Viaj¨® a Guant¨¢namo con la presunci¨®n de que era antiamericano demonizar a alguien debido a su fe religiosa y descubri¨® en forma dolorosa e incr¨¦dula que era ni m¨¢s ni menos que esa fe suya la que lo convert¨ªa en enemigo de su patria.
Me explic¨® calladamente, con un aire at¨®nito, casi pasmado, que hab¨ªa llevado a cabo su trabajo pastoral exactamente como lo hubiera hecho de ser cat¨®lico o protestante. No hab¨ªa cometido ni una falta de disciplina ni incurrido en la menor muestra de deslealtad. Se hab¨ªa visto a s¨ª mismo como un defensor de su patria, luchando en contra del terrorismo. Era su misi¨®n, pensaba, mostrarles otra cara, respetuosa y tolerante, de los Estados Unidos a esos prisioneros que hab¨ªan sido apresados en las lejan¨ªas de Afganist¨¢n y transportados al otro lado del mundo sin tener la posibilidad de un juicio o siquiera de una acusaci¨®n. Una gesti¨®n que le hab¨ªa valido unas felicitaciones, dos d¨ªas antes de que se lo arrestara, de parte de sus superiores. No cab¨ªa duda, entonces, de que si se desconfiaba de ¨¦l era debido a su fe musulmana, la sospecha de que su verdadera fidelidad era hacia Al¨¢, ese Dios no-americano. A ning¨²n cristiano en el Ej¨¦rcito de los Estados Unidos se le hab¨ªa preguntado si cre¨ªa m¨¢s en Jesucristo o m¨¢s en la Constituci¨®n norteamericana. A ning¨²n jud¨ªo se le exig¨ªa que eligiera entre el Dios de los hebreos o America the Beautiful.
?Y sus or¨ªgenes chinos? Se lo pregunt¨¦: su procedencia ¨¦tnica, ?hab¨ªa hecho m¨¢s ardua su aflicci¨®n, m¨¢s suspicaces a sus carceleros? Respondi¨® que nadie se hab¨ªa mofado del color de su piel ni de la traza oblicua de sus ojos durante esos meses de cautiverio, pero s¨ª hab¨ªa sabido que los investigadores y fiscales se refer¨ªan a ¨¦l invariablemente como el "talib¨¢n chino". Esa f¨®rmula racista le recordaba, dijo, que la ¨²ltima vez que el Gobierno norteamericano hab¨ªa abierto campos de concentraci¨®n los prisioneros tambi¨¦n hab¨ªan sido asi¨¢ticos, ciudadanos americanos de origen japon¨¦s internados durante la Segunda Guerra Mundial.
La historia, murmur¨® el capit¨¢n Yee, se est¨¢ repitiendo en forma triste, en forma vergonzante.
Quise averiguar qu¨¦ le deparar¨ªa el futuro. ?En qu¨¦ iba a ganarse la vida ahora que se hab¨ªa acabado su carrera militar?
Pensaba trabajar, dijo, en las prisiones de su pa¨ªs. Un n¨²mero desmedido de presidiarios en los Estados Unidos son musulmanes y alguien como ¨¦l, que sabe lo que significa estar detenido, que conoce la humillaci¨®n del encierro y la tristeza del abandono, alguien como ¨¦l pod¨ªa quiz¨¢s entregarles a esos reclusos una dosis generosa y necesaria de compasi¨®n.
No est¨¢ seguro, sin embargo, de que pueda conseguir ese tipo de empleo. Est¨¢ claro que tiene enemigos poderosos. De hecho, el capit¨¢n especula que, dada la repercusi¨®n y el esc¨¢ndalo que iba a suscitar su detenci¨®n, la orden de apresarlo tuvo que haber venido de la mism¨ªsima Casa Blanca.
Y, no obstante todo esto, James Yee no pierde la fe en su propio pa¨ªs.
-I am -y me lo dijo con orgullo y tranquilidad y sin la menor vacilaci¨®n- an American Muslim. Soy un musulm¨¢n norteamericano.
En los a?os que vienen, veremos si estas dos fuentes de su identidad, islam y los Estados Unidos, su patria y su religi¨®n, pueden coexistir en paz. Veremos si pueden subsistir y perdurar juntos dentro de James Yee y tambi¨¦n veremos si podr¨¢n vivir lado a lado sin declararse la guerra en el interior m¨¢s vasto de ese enigma que se llama los Estados Unidos de Am¨¦rica.
Ariel Dorfman es escritor chileno; su ¨²ltimo libro es Memorias del desierto.
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