Ana Karenina, por ejemplo
Entrevistaban en el peri¨®dico argentino La Naci¨®n al escritor Philip Roth. En un momento de la conversaci¨®n, este hombre se puso grave y, con esa convicci¨®n inapelable del que sabe de qu¨¦ habla, asegur¨® que en los Estados Unidos de ahora no hay m¨¢s de 25.000 buenos lectores. Y en seguida a?adi¨®: "Dentro de unos a?os, los buenos lectores ser¨¢n tan pocos que ser¨¢n como un culto, las 150 personas en los Estados Unidos que leen Ana Karenina, por ejemplo".
La afirmaci¨®n me ha dado qu¨¦ pensar, c¨®mo negarlo. Roth no es un cualquiera: ahora mismo es el escritor norteamericano m¨¢s representativo, uno de esos candidatos perpetuos al premio Nobel. Estados Unidos tiene actualmente 290 millones de habitantes. Si de ¨¦stos s¨®lo 25.000 se pueden considerar "buenos lectores" -es decir, lectores habituales de libros de calidad, novelas, ensayos, teatro o poes¨ªa-, saquen ustedes mismos la proporci¨®n correspondiente. O mejor, no hace falta que se tomen la molestia: yo mismo les informo de que eso implica que de cada 11.600 estadounidenses s¨®lo hay un "buen lector". No s¨¦ hasta d¨®nde nos podr¨ªa llevar la perversi¨®n de la estad¨ªstica. Quiz¨¢ estas cifras nos parezcan, simplemente, una exageraci¨®n, o puede que optemos por proyectar esa suficiencia antiamericana tan europea y entonces prefiramos regodearnos con la evidencia de la precariedad en casa ajena. 25.000 lectores entre 290 millones: ?pasen y vean!
Que nuestra contrase?a sea un libro bajo el brazo: nos har¨¢ visibles entre millones
Ahora fij¨¦monos en la segunda parte de la afirmaci¨®n de Roth: las ¨²nicas y desoladas 150 personas que, "dentro de unos a?os", leer¨¢n, en el pa¨ªs americano, Ana Karenina. Eso implica, ni m¨¢s ni menos, que para encontrar un solo conocedor de la gran novela de Le¨®n Tolst¨®i deber¨ªamos buscarlo ?entre dos millones de personas!
Incluso aquellos que no somos dados -qu¨¦ le vamos a hacer- a apocalipsis instant¨¢neos ni a cataclismos de mesa camilla, sentimos un escalofr¨ªo cuando topamos con una predicci¨®n tan cre¨ªble, tan tristemente veros¨ªmil. A¨²n recuerdo la primera vez que le¨ª Ana Karenina: era la traducci¨®n al catal¨¢n de Andreu Nin (publicada originalmente en 1933), un sujeto tan dotado para las fabulaciones insurrectas como para trasladar a su lengua materna la emoci¨®n y el vigor de un original prodigioso, inconmensurable. Pero entonces, si Roth tiene raz¨®n -y si su predicci¨®n es extensible a Europa-, a la vuelta de la esquina en todo el Pa¨ªs Valenciano no habr¨ªa m¨¢s de ?dos personas! que supieran de primera mano quien es el conde Vronski. Si yo tuviera que ser uno de esos dos ¨²nicos individuos amantes de verdad de la literatura, me imagino mi alborozo y mi angustia cada vez que hubiera de encontrarme con el otro, mi semejante, mi hermano.
El horizonte, ustedes perdonen, no parece demasiado halag¨¹e?o. S¨ª, ya s¨¦: es que las cifras de Roth son un poco escandalosas. Vamos a suponer que sean excesivas, provocativas, hiperb¨®licas. Y sin embargo, ?cu¨¢ntas personas, en Espa?a, se pueden considerar "buenos lectores"? Me refiero a lectores habituales, de cuatro o cinco libros al mes, adictos a una literatura razonablemente de calidad, incluyendo al sector incombustible y siempre heroico de consumidores de poes¨ªa. Siguiendo con los n¨²meros de Roth, salimos a 3.793 lectores de piedra picada. Y, para el futuro, solamente 22 adictos impert¨¦rritos a las peripecias de la Karenina. Claro que siempre podemos confortarnos unos a otros aduciendo el caso de Dan Brown y admitiendo que los casi cuarenta millones de lectores en todo el mundo de El c¨®digo Da Vinci son los sucesores naturales de aquellas ¨¦lites que, en el siglo XIX, le¨ªan a Tolst¨®i, a Dostoievski o a Flaubert. Y el que no se consuela es porque no quiere.
La provocaci¨®n de Roth -acept¨¦moslo as¨ª- es ¨²til porque nos obliga a cuestionarnos determinadas cosas. ?Qu¨¦ lugar ocupan los libros en nuestra vida atareada, televisiva, pluriempleada y ciberespacial? Bueno, dir¨¢n algunos: ya est¨¢ aqu¨ª el escritorzuelo de marras, aguafiestas impenitente, dedicado en cuerpo y alma a anatemizar cualquier realidad que se escape de la letra impresa. Y sin embargo, no me reconozco en esa caricatura. Soy un hombre de mi tiempo, usuario de Internet, con mi propia p¨¢gina web, y colaborando al alim¨®n en la prensa de papel y en diarios digitales (s¨®lo me falta el blog, pero me resisto: a m¨ª, el dietario me gusta redactarlo sintiendo el raspado de la pluma sobre el papel). Pues precisamente por eso d¨¦jenme asegurarles que un libro en las manos es un tesoro fabuloso concedido a la humanidad, la literatura plantea un reto insustituible a nuestras malditas sinapsis, la novela es la manera que tenemos de vivir otras vidas posibles m¨¢s all¨¢ de una existencia gris y previsible. Quiz¨¢ todo eso est¨¦ condenado a desaparecer, a convertirse en una excentricidad sectaria. Si es as¨ª, ya les advierto de que, aunque ciudadano del siglo XXI, yo soy de la secta de Tolst¨®i y de Roth, y si no tenemos ning¨²n futuro m¨¢s all¨¢ de perecer -como la propia Ana- bajo las ruedas del tren del progreso, seguiremos buscando a nuestros hipot¨¦ticos semejantes contra viento y marea. Sea nuestra contrase?a un libro bajo el brazo: nos har¨¢ visibles entre millones.
Joan Gar¨ª es escritor.
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