La exclamaci¨®n de Arguedas
Tengo una relaci¨®n personal antigua con el Per¨², con su mundo, su literatura, sus personajes. Me parece que todo comenz¨® cuando descubr¨ª la poes¨ªa de C¨¦sar Vallejo en un n¨²mero de la revista Pro Arte, all¨¢ por finales de la d¨¦cada de los cuarenta. Sal¨ªa del Colegio de San Ignacio, de las clases del quinto o del sexto a?o de Humanidades, como se dec¨ªa entonces, y compraba Pro Arte en un kiosko cercano. "Me morir¨¦ en Par¨ªs con aguacero / un d¨ªa del cual tengo ya el recuerdo", le¨ª un d¨ªa en la p¨¢gina principal, y desde entonces segu¨ª leyendo versos de ese autor, que hab¨ªa muerto, en efecto, en Par¨ªs, que hab¨ªa nacido en la sierra peruana, que hab¨ªa formado parte de las tertulias de Montparnasse, junto a Vicente Huidobro, a Miguel ?ngel Asturias y Alejo Carpentier, a Pablo Neruda, en la d¨¦cada de los treinta. Despu¨¦s, en mis a?os finales de universidad, me hice amigo de Enrique Bello, el director de la revista, y una vez conoc¨ª en su casa a Sebasti¨¢n Salazar Bondy y a su mujer. Sebasti¨¢n muri¨® en forma prematura, pero representaba en esos d¨ªas, en la primera mitad de la d¨¦cada de los cincuenta, lo mejor de la literatura peruana nueva. No s¨¦ si ya hab¨ªa publicado o si public¨® poco despu¨¦s Lima la horrible, uno de los mejores ensayos sobre ciudades latinoamericanas que conozco, quiz¨¢ el mejor. Lima la horrible es un ejemplo notable de visi¨®n distanciada, cr¨ªtica y, a la vez, comprometida, conmovida. Hay que amar la ciudad para escribir sobre ella con dolor, conocimiento, magia evocativa. As¨ª lo hac¨ªa Sebasti¨¢n Salazar Bondy, muerto antes de tiempo.
Alg¨²n tiempo despu¨¦s, en 1959, con motivo de una reuni¨®n de cancilleres de la OEA en Santiago, me nombraron edec¨¢n del ministro peruano Ra¨²l Porras Barrenechea. "Como a ti te gustan los libros y esas cosas", me dijeron, a modo de vaga justificaci¨®n. Porras Barrenechea era un historiador extraordinario y otro enamorado del pasado de Lima y de todo su pa¨ªs. Me ense?¨® muchas cosas, durante conversaciones y paseos en busca de libros antiguos al margen de las sesiones oficiales, y creo que ya me dio algunas claves del Per¨². Despu¨¦s conoc¨ª a muchos peruanos: a Jos¨¦ Mar¨ªa Arguedas, al joven Mario Vargas Llosa, a Julio Ram¨®n Ribeyro cuando trabajaba en la agencia France Presse, a Jos¨¦ Miguel Oviedo, a Fernando de Syzslo, a tantos otros. Los grupos peruanos, en Lima, en Madrid, en Par¨ªs, siempre ten¨ªan una personalidad particular, un estilo reconocible, un humor especial. Me acuerdo de estas cosas y empiezo a escuchar una manera de hablar, un tono, una risa que se desgranaba.
Entre enero de 1970 y los primeros d¨ªas de diciembre de ese a?o fui consejero de la embajada nuestra en Lima, en momentos en que el embajador era un arquitecto, un aficionado a las artes, un hombre de mundo y de cultura, Sergio Larra¨ªn Garc¨ªa Moreno. Me parece que ahora no existen embajadores de esa especie. Me imagino que Gabriel Vald¨¦s, en su nueva misi¨®n en Roma, podr¨ªa desempe?ar un papel parecido. Sergio Larra¨ªn hab¨ªa sido nombrado en Lima para que se entendiera con su colega y amigo Fernando Bela¨²nde Terry y le toc¨® presentar credenciales al hombre que hab¨ªa derrocado a su amigo, el general Juan Velasco Alvarado. Me consta que consigui¨® derribar las desconfianzas iniciales y tener una buena entrada en el Gobierno militar de Velasco y sus amigos. Era, como se presentaba ese Gobierno a s¨ª mismo, una revoluci¨®n militar, un proceso izquierdizante, de fuertes rasgos populistas, y que se desarrollaba mientras en Chile se viv¨ªan las v¨ªsperas de la Unidad Popular y de la llegada al poder de Salvador Allende. Ahora la candidatura de Ollanta Humala en el Per¨² suele compararse con la de Allende en Chile. Se dice, por otra parte, que su modelo reconocido es el r¨¦gimen militar de Velasco Alvarado.
Acabo de leer unas declaraciones del arquitecto Juan Velasco Gonz¨¢lez, hijo de Velasco Alvarado, y estoy enteramente de acuerdo con ellas. Velasco Gonz¨¢lez sostiene que ya no existe el muro de Berl¨ªn ni la Uni¨®n Sovi¨¦tica, como en la ¨¦poca de su padre, y que en el mundo de hoy las relaciones econ¨®micas y la estabilidad democr¨¢tica juegan un papel muy importante. Repetir las experiencias de aquella revoluci¨®n militar de hace m¨¢s de treinta a?os ser¨ªa, por consiguiente, "un error hist¨®rico". El problema es que nosotros, los latinoamericanos, solemos actuar a contrapelo con respecto a la historia. Hugo Ch¨¢vez es un ejemplo perfecto. Kirchner, hasta cierto punto, tambi¨¦n lo es. Como dej¨¦ de ser diplom¨¢tico hace largos a?os, puedo decir estas cosas sin mayores reservas. Kirchner, al parecer, ha conseguido que la econom¨ªa argentina salga del abismo, pero aplica algunas medidas que son francamente anacr¨®nicas. Ch¨¢vez usa el lenguaje antiyanqui de la guerra fr¨ªa y de los comienzos del castrismo. No s¨¦ si esto ayuda de verdad al pueblo venezolano. Tengo mis serias dudas. En cuanto a Ollanta Humala, us¨® lenguajes virulentos en las primeras etapas de su campa?a y m¨¢s tarde se ha moderado. Ahora, en el contexto de una segunda vuelta, se modera todav¨ªa m¨¢s. Y Alan Garc¨ªa, que sali¨®tan mal de su presidencia anterior, nos explica que ha aprendido, que ha madurado, que no repetir¨¢ los errores de su primer Gobierno. Errar es humano, piensa uno, y todos tenemos derecho a cambiar. Un amigo del Per¨² me dijo hace pocos meses, con algo de sorpresa de mi parte, que hab¨ªa decidido apoyar a Garc¨ªa porque era lo malo conocido en lugar de lo bueno por conocer. Como ven ustedes, la pol¨ªtica del Per¨² es m¨¢s complicada, m¨¢s imprevisible que la nuestra. Entre nosotros existe un abanico de partidos pol¨ªticos parecido al de Francia, Espa?a, Italia. Tenemos partidos conservadores, partidos de centro y formaciones de izquierda. En el Per¨², seg¨²n lo que pude observar y he seguido observando, intervienen dos grandes fuerzas pol¨ªticas activas, organizadas y divergentes, contrapuestas: una representa en alguna medida el poder y la influencia del Ej¨¦rcito, la otra es el APRA. Desde luego, hay muchas otras formaciones, grandes y peque?as, pero acabo de mencionar dos polos constantes de la pol¨ªtica peruana. En algunos casos hist¨®ricos se enfrentaron en forma abierta y hasta sangrienta, pero casi siempre hubo una lucha prolongada y soterrada. Dentro de esta situaci¨®n, los sistemas de alianzas han sido muy variados y sorprendentes. En algunas circunstancias, la derecha ha gobernado con el APRA en una especie de coalici¨®n contra natura. En otras, la derecha ha buscado amparo en el militarismo. En el r¨¦gimen de Fujimori intervinieron elementos muy complejos, que sal¨ªan de los esquemas habituales. Fujimori comenz¨® por darle garant¨ªas y ventajas al mundo empresarial, que m¨¢s bien hab¨ªa participado en la candidatura de Vargas Llosa. Enseguida, la lucha com¨²n contra la guerrilla de Sendero Luminoso permiti¨® que trabajara mano a mano con el Ej¨¦rcito.
Hasta el momento no se ha dicho la ¨²ltima palabra en el Per¨². S¨®lo nos corresponde observar y tratar de entender. Para eso, no s¨®lo hay que leer los diarios y los libros de historia o de sociolog¨ªa. En las ciencias sociales contempor¨¢neas, los terminachos t¨¦cnicos, la jerga de la profesi¨®n, suelen colocar velos que hacen m¨¢s dif¨ªcil el conocimiento real de los problemas. No se pierde nada, por ejemplo, y es probable que se aprenda mucho, con la lectura de novelas como Los r¨ªos profundos, de Jos¨¦ Mar¨ªa Arguedas, o Conversaci¨®n en la Catedral, de Vargas Llosa. Esta ¨²ltima comienza con una pregunta social e hist¨®rica que adquiere a lo largo del texto una categor¨ªa casi metaf¨ªsica: "?Cu¨¢ndo se jodi¨® el Per¨², Zabalita?". Es, como podr¨¢n observar ustedes, una pregunta con respuestas m¨²ltiples y que envuelve una petici¨®n de principio. Pero aqu¨ª hay una historia larga, que arranca en la conquista y en el virreinato y que llega hasta muy lejos. Hasta hoy mismo. Los dilemas de la elecci¨®n actual, con el nacionalismo de Ollanta Humana, con el izquierdismo no s¨¦ si renovado de Alan Garc¨ªa, con la derecha de Lourdes Flores, son, hasta cierto punto, los dilemas del Per¨² de siempre. Es un pa¨ªs en el que coexisten mundos y hasta culturas enteramente diferentes, donde la integraci¨®n interna, la unidad nacional, son endiabladamente dif¨ªciles. Ya he contado una an¨¦cdota reveladora: despu¨¦s del terremoto de abril de 1970, Chile mand¨® un hospital militar de campa?a perfectamente equipado. Pero nos olvidamos de un importante detalle: no mandamos a un int¨¦rprete del quechua al espa?ol, cosa que imped¨ªa a los m¨¦dicos chilenos entender las explicaciones de los damnificados que llegaban en helic¨®pteros desde el Callej¨®n de Huaylas. Una situaci¨®n as¨ª no se destaca bien en los tratados, pero se entiende de inmediato al leer a Jos¨¦ Mar¨ªa Arguedas, al acercarse al mundo andino y profundo. Est¨¢bamos con ¨¦l y su mujer en una fiesta popular en Lima, en los primeros meses de 1970, y el novelista, frente a un conjunto de bailarines ind¨ªgenas de tijera (baile en que los ritmos se marcan con toques de gruesas tijeras de acero), exclam¨®, profundamente conmovido: "?Per¨² es un pa¨ªs fascinante!". Ten¨ªa raz¨®n. La exclamaci¨®n de Arguedas val¨ªa por muchos tratados.
Jorge Edwards es escritor chileno.
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